El cadáver de la Selectividad

Pedro Luis Menéndez escribe sobre la rémora de un proceso selectivo «de una inutilidad manifiesta» y que ahonda el carácter clasista de la sociedad al permitir a quien no lo supera, pero tiene posibles, pagarse una universidad privada.

/ De rerum natura / Pedro Luis Menéndez /

Desde hace décadas, el hedor que despide resulta insoportable, pero nadie lo entierra, ni lo incinera, ni busca ningún medio útil que evite que nos siga infectando a todos. Por el contrario, cada curso y cada ley (nueva o no) lo adorna con flores, lo trocea a veces, le quita la dentadura, le rapa el cráneo, y el cadáver, en su impudicia, sigue ocupando el centro de la plaza pública en las ocasiones señaladas. Cuando estas pasan, volvemos a guardarlo en la nevera, o en un arcón, o en cualquier lugar que lo oculte a nuestros ojos hasta el año siguiente.

El proceso selectivo de acceso a la universidad española, con distintas denominaciones de origen —como los quesos o los vinos—, es de una inutilidad manifiesta, porque no garantiza en absoluto ni el presente ni el futuro del alumnado al que obligamos a someterse a él. Pero no quiero referirme ahora a sus deficiencias técnicas, que las tiene y muchas: el aprendizaje memorístico de la historia o de la literatura, o las pruebas escritas y no orales de las lenguas extranjeras servirían de ejemplos muy visibles de los absurdos que encontramos en su estructura. Pero, insisto, no se trata aquí y ahora de eso, sino de su propia existencia como sistema de acceso universitario.

Nadie, desde ningún sector técnico ni ideológico, pedagógico o social, defiende que la obtención de calificaciones altas en Bachiller o en la propia Selectividad garantice de ningún modo que ese sea el camino para lograr profesionales de gran nivel en ninguna de las ocupaciones laborales que produce el sistema universitario.

Y esto que afirmo, al alumnado que procede de familias con elevado (y no tanto) estatus económico no le preocupa en absoluto, o cada vez menos, porque acuden en masa a las universidades privadas, que hacen su agosto (esto no es una crítica, es un hecho) mientras muchas públicas languidecen, al tiempo que a sus profesionales, desde su posición funcionarial, nada les causa la más mínima perturbación.

No hablo de títulos de primera o de segunda, que es una respuesta fácil (y falsa), cuando se hace referencia a algunas de estas universidades privadas. Expresiones del tipo les regalan el título o compran el título se escuchan en ocasiones como ataques directos a su gestión. No hace falta buscar muy lejos: una de las universidades acusadas con frecuencia de bajo nivel es aquella en la que trabajó como profesor nuestro actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Y esto es una falacia. Algunas de esas universidades privadas alcanzan niveles de excelencia tanto en docencia como en investigación. La Facultad de Medicina de la Universidad privada de Navarra es un referente internacional por la calidad de su formación, como todo el mundo sabe. Pues bien, admiten a su alumnado sin mirar más que de reojo la nota de Selectividad. Más aún, lo admiten antes siquiera de que termine segundo de Bachiller, cuando no tienen todavía sus últimas calificaciones de la enseñanza secundaria. Eso sí, después de un proceso selectivo riguroso que incluye entrevistas personales bien construidas y contrastadas, de manera que sus índices de abandono posterior son ínfimos en comparación con los de cualquier universidad pública.

Nadie garantiza socialmente que calificaciones elevadísimas (así se lo exigen en la universidad pública) en Bachiller y en la Selectividad sean útiles para determinar buenos profesionales sanitarios. Hablando en plata, sacar dieces no dice de nadie que posea el fondo humano (humanísimo) que debería tener el personal sanitario en todos sus niveles. Traslade este ejemplo al sector en que usted mismo se mueve y encontrará la misma situación: los dieces en Bachiller no garantizan nada.

En consecuencia, ¿a quién aplasta y ahoga en sus posibilidades futuras este cadáver? La respuesta es muy sencilla: a todo el alumnado cuyas familias no pueden pagar una universidad privada, a los de seises, a los de sietes, a los de ochos, que no accederán a ninguna de las titulaciones de mayor demanda en las universidades públicas.

Así las cosas, el despilfarro del talento es de tal calibre desde hace décadas que el sistema ha machacado ya en nuestro país a dos o tres generaciones de estudiantes. A nadie le preocupa, más allá de algunas declaraciones intencionadas, para bien o para mal. Ni la casta política ni la universitaria, ambas muy bien situadas en sus torres de observación, van a bajar a los lodazales de las enseñanzas medias, que solo sirven para ondear las banderas (elecciones, debates falsos, palabrería hueca) cuando toca.

Conclusión: si usted tiene descendencia (del género que desee, usted o su descendencia) de calificaciones medianas, y sus ingresos también lo son, olvídese de la posibilidad de tener en la familia ningún profesional sanitario. No lo tendrá. Así de sencillo.

¿Y qué ocurre si mis ingresos son bajos o casi inexistentes? Nada, no ocurre nada. La ambición de un título universitario no pasará por su cabeza. Y si lo hace, será una ambición pequeña, a su medida de pobre. Algún título pobre, de baja cualificación, de bajo empleo, de bajo sueldo.

Me releo y respiro cierto olor cruel en estas líneas. No es tal, no soy yo el cruel. El olor es del cadáver de las pruebas de acceso y la crueldad es la de siempre, la de una sociedad clasista, orgullosamente envilecida en su crueldad.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016), la novela Más allá hay dragones (2016), y el libro de prosas cortas Postales desde el balcón (2018). Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019) y el poema-libro Ciudad varada (2020) en los cuadernos Heracles y nosotros. Desde 2017 colabora de modo asiduo en El Cuaderno y mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La Buena Tarde de la Radio del Principado de Asturias.

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