Crónica

Una respuesta a ‘El desorden digital’ de Anaclet Pons: dotar de peso y orden al pensamiento paradójico propio de la era digital en pleno nihilismo

Un artículo de Juan Calvin Palomares, comentario a un libro sobre la transformación digital y la incertidumbre que genera por su desorden.

/ por Juan Calvin Palomares /

Sirviéndose del imaginario del torbellino, tan antiguo que se remonta a los albores de la escritura,1 un símbolo que contiene la experiencia del cambio radical de perspectiva, Anaclet Pons nos narra un fenómeno actualísimo: la transformación digital y la incertidumbre que genera por su desorden.

Reflexionar sobre los nuevos soportes es una necesidad que no tiene nada de novedosa, pues el signo de interrogación sobre lo escrito frente a lo oral se remonta a la Grecia clásica.2 El reto, a mi juicio, dando la razón a Pons, es la alfabetización digital, pero algo que tampoco puede copar toda la labor docente. Y dicha alfabetización no puede reducirse a cursos acelerados del uso de nuevas tecnologías,3 sino a la reflexión sobre las nuevas lógicas que los nuevos soportes implican.

La multiplicación desordenada, casi ilimitada, de contenidos textuales, pero sobre todo audiovisuales, transforma, o al menos matiza, una lógica en la que el conocimiento se presenta ordenado de forma ortodoxa (una serie de argumentos, razonados en una linealidad progresiva, y que presenta unas conclusiones). Hoy los nuevos soportes permiten una proliferación de contenidos que favorece la imposición de la parataxis y de la paradoja (¿cómo una vuelta de la cultura oral?), como si el estilo del aforismo se impusiese.4

Y quizá esto se deba a ese Occidente sobre el que Nietzsche profetizaba, en el que la desacralización nihilista encuentra en el soporte digital su mayor aliado, y la verdad ya no pende de una estructura lógica y ordenada, sino del atractivo desgarrador de aquello lo suficientemente estimulante para ser relevante.

En concreto, somos la cultura del meme, del icono, del video de no más de 2 minutos, del aforismo breve convertido en WhatsApp (aunque sea dialógicamente), o del tweet. Una cultura del picoteo. Del hipertexto como un snack ligero.

La World Wide Web nace como un recurso revolucionario, y desde sus inicios los temores de dañar la memoria, y sus beneficios por las posibilidades que ofrece, son asunto de debate. Pero considero que está en juego otra cuestión más de fondo, y es el de las nuevas lógicas, en esa vuelta hacia estilos que recuerdan a la oral, y que nos exigen, al menos desde la filosofía, a repensar como la transformación lingüística preña el pensamiento de nuestros interlocutores, y nuestro propio pensamiento (preña porque sólo Dios sabe lo que ha de nacer del escenario presente).

El posmodernismo, como el fin del tiempo en el que la cultura fluye, indeterminada, fluida, dependiente de la contextualidad y de la intertextualidad, en realidad, más que un fin, es un principio de nuevas lógicas, más que impregnadas de posverdad (por mucho que insistan algunos medios), o de relativismos, impulsada por la potencia de la técnica de la información vaciada de sentido, heredera de la nada.

Y es fácil darnos cuenta de que en el centro de toda esa potencia actual descansa la creencia en la nada, pues todas las culturas celebran aquello en lo que creen. La fiesta y la religión son una misma realidad. Y hoy un adolescente no necesita ninguna razón para celebrar, si sale de fiesta el mejor motivo es porque sí, incluso diría que añadir un motivo a salir de fiesta solo aligera su gozo: celebran la nada.

Y esa nada, fundamento de su fe, aquello en lo que pueden confiar del futuro, nada, es el sentido desde el que operan las tecnologías de la información. El pensamiento, ante esto, no se articula en lógicas teleológicas, no hay ninguna necesidad de articular argumentos conectados y que concluyan en un sentido final. Sino un pensamiento paradójico, hecho de retales emotivos, un sentido fáustico, hecho de pedacitos culturales. Como un mosaico postimpresionista.

Y aquí no hay recelo alguno, ni nostalgia. Pero quizá sí el reto de dotar a esos mosaicos de cierto peso, por mucho que Nietzsche pensara que la felicidad depende de la ligereza. Dotar de gravedad. Anunciar, aunque sea imposible desmarcarse del cinismo, e indeseable hacerlo con paradigmas que ya nada tienen que decir a quienes celebran la nada, que el cinismo no es suficiente. No es suficiente reírse de todo, hacer un chiste de todo, relativizarlo todo, y mucho menos aferrarse a nuestro mosaico sin opciones de criticarlo.

Y, justo en esa necesidad de crítica, Pons ofrece una clave: esa gravedad, ese peso, en tiempos de parataxis y de celebrar la nada, habitando en el aligeramiento de la Babel digital, en la desorientación que supone vivir en semejante revolución, puede consistir, sencillamente, en encontrar nuevas maneras de ordenar esos mosaicos hechos de pedazos de cultura con los que se construyen los pensamientos hoy.

Estoy de acuerdo en los peligros de la renuncia a la lectura que Pons arguye, y también en que las soluciones excesivamente especulativas son un contrasentido, pero, por eso mismo, ¿qué sentido tiene aferrarse a una manera de comprender el conocimiento alejada de las nuevas lógicas paradójicas que se imponen en los mosaicos, por muy fáusticos, y desmembrados, por muy ligeros y sinsentidos, que nos resulten?

No hay nada de especulativo, quiero pensar eso, en decir que nuestros jóvenes celebran la nada. Y que encuentran en la potencia tecnológica un refuerzo para esa fidelidad. No se me ocurre otra manera para aportar algo en todo esto que asumir las consecuencias de estas transformaciones y hacerlas nuestras, y desde esas lógicas construir nuevas posibilidades para dotar de orden y peso nuestros mosaicos, nuestros pensamientos, y por qué no, si es que lo logramos, confiar de nuevo en el futuro.


El desorden digital: guía para historiadores y humanistas
Anaclet Pons
Siglo XXI, 2013
320 páginas
17,50 €

1 Un símbolo que se remonta al Emuna Elis y que llega a nuestra cultura desde el mito del bueno que sufre en el libro de Job.

2 En el Fedro, Platón.

3 Una moda absurda.

4 Sospecho que el aforismo recupera parte de las lógicas orales. Los aforismos de Nietzsche, por ejemplo, tienen mucho de escupitajo, lo esencial expuesto en un estilo que recuerda a lo oral y su expresión mucho más impactante y estructura caótica.


Desde una fe en certezas hacia ¿una fe en incertidumbres? | Juan Calvin  Palomares – Lupa Protestante

Juan Calvin Palomares es graduado por la Facultad de Teología SEUT, Madrid (2016-2020). Es graduado por la Facultad de Teología SEUT, Madrid (2016-2020), y en filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas (2017-2021). Posee cursos en bellas artes por la Universidad de Barcelona (2008-2012) y en enfermería por la Universitat de les Illes Balears (2007-2015).

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