/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
Cuenta Cambó en sus memorias que el 18 de noviembre de 1905 los miembros de la Lliga, para festejar su victoria electoral, celebraron un banquete al que llamaron Banquete de la Victoria. A la salida del mismo, dice el político regionalista, hubo una agresión a los asistentes protagonizada por simpatizantes de Lerroux, causando varios heridos. El semanario satírico ¡Cu-cut! publicó días después una caricatura en la cual un militar, al toparse con el Banquete de la Victoria, decía: «¿De la victoria? Ah, vaya, serán paisanos».

La caricatura, evidentemente ofensiva para los militares, pues ridiculizaba las recientes derrotas del Ejército español (aquel paisanos equivale a nuestro actual civiles), provocó una gran agitación en las salas de banderas y pocos días despues, el 25 del mismo mes, grupos de oficiales del Ejército, vestidos de uniforme, asaltaron la imprenta del semanario satírico y del periódico regionalista La Veu de Catalunya y se pasearon por la Rambla de Barcelona, con los sables desenvainados, gritando desaforadamente y obligando a los paisanos a que vitoreasen a España y al Ejército. Cambó afirma que frente a la redacción del periódico mencionado había una gran hoguera que devoraba libros, periódicos y muebles.
Cambó dice que intentó hablar con el capitán general, Delgado Zulueta (1842-1915), para que reprimiera aquel acto intolerable de indisciplina militar, pero fue sin éxito. A lo largo de aquella jornada, se topó con el marqués de Camps (1860-1939), que era senador del reino, el cual, ante los hechos, participaba de la misma indignación. Por ello acordaron ambos, al día siguiente, ir a Madrid para contar los hechos en el Senado.
Al llegar a la capital, dice,
«hallamos, naturalmente, una opinión igualmente agitada, como en Barcelona, pero en un sentido absolutamente contrario. En Madrid solo se hablaba de terminar, mediante la violencia, con el catalanismo y se anunciaba que el general Valeriano Weyler, ministro de la guerra, saldría aquella noche para Barcelona y ponerse al frente de la guarnición para realizar una sangrienta represión. La oficialidad de Madrid se había solidarizado con la de Barcelona y las demás capitanías generales habían seguido el mismo ejemplo».
Cuando el marqués llegó al Senado, observó una viva agitación también allí. Vio cómo sus amigos de la alta sociedad española evitaban coincidir y algunos le negaban el saludo. Cuando empezó su parlamento, empezó un atronador griterío y aquellos venerables ancianos daban golpes a las mesas con bastones y pateaban el suelo ruidosamente. Al grito de «viva el Ejército» y «viva España» ahogaron sus palabras.
En el Congreso de Diputados ocurría algo parecido y circulaban versiones fantásticas, según Cambó. Los pocos diputados catalanes se vieron acorralados por una mayoría enloquecida —palabras textuales— que les obligaba a proferir gritos patrióticos. El contraste entre la opinión pública madrileña y la catalana era evidente, como lo era la unánime opinión encontrada de ambas prensas. El resto es cosa sabida. El Gobierno suspendió las garantías constitucionales en la provincia de Barcelona y Cambó huyó de la capital refugiándose en Toulouse, esperando que amainara el temporal. El incidente tuvo dos desenlaces: por parte de Madrid se acabó aprobando la denominada ley de Jurisdicciones, que otorgaba a los militares el derecho de juzgar ellos mismos los insultos y delitos cometidos contra la patria, la bandera o la autoridad milita; por parte catalana, el resultado fue un espectacular crecimiento del partido Solidaridad Catalana, creando las bases del posterior movimiento nacionalista. El incidente ponía de manifiesto, en realidad, la debilidad de la libertad de prensa en España y los déficits del sistema parlamentario.
Probablemente muchos de los que están leyendo este texto conocen el incidente y pueden valorarlo en su justo medio; pero lo que yo quisiera destacar hoy no es el tema del surgimiento del catalanismo político, sino el hecho de que, a principios del siglo XX, las opiniones públicas resultaban fácilmente manipulables. Estados de agitación polarizados en ambos extremos solo es posible crearlos mediante la manipulación de la información. Por esta misma razón, cuando hoy observo casos similares, ya sea en Madrid o en Barcelona, sigo creyendo que se trata del idéntico fenómeno. Y, además, no creo que sea una reacción que se dé exclusivamente en nuestro país: puedo aplicarlos a Moscú, Berlín, París o Bruselas. El conflicto de Ucrania ha polarizado las opiniones públicas como nos ocurrió a nosotros en 1905 y como se ha repetido en numerosas ocasiones a lo largo de la historia reciente. Y entonces como ahora, se ponen de manifiesto parecidas carencias. A veces mirar por el retrovisor impide accidentes graves.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
0 comments on “«¿Victoria? Ah, vaya, serán paisanos»”