/ El norte / Eugenio Fuentes /
Un crío de 17 años, Eddie, huye de Luisiana a Minnesota en un coche robado. Acaba de perder las manos y durante más de dos mil kilómetros controlará el volante con los muñones, bien envueltos en tela de toalla sujeta con torniquetes de cable de caucho. El televisor de uno de los bares donde se atreve a parar repite en bucle que una estrella de rock se ha pegado un tiro en Seattle, así que debe de correr 1994. Eddie es hijo de Darlene, con quien ha pasado los últimos seis años trabajando en Delicious Foods, un híbrido de granja y plantación sureña controlada por una familia blanca que en los últimos ciento treinta años apenas ha cambiado su modo de ganarse el sustento. No en lo esencial, al menos: el coste de la mano de obra sigue tendiendo a cero porque mantienen en pie la vieja maldición. A Eddie se la explicó en sus primeros días de granja un bluesman borrachín. Por una vez, no sonaba a vudú: «El médico me sacó del coño de mi madre, me agarró por los pies, me pegó un azote extrafuerte en el culo y dijo: ¡Es un negrata!». El blusero añadió: «Como los blancos te echen unas cuantas maldiciones, te vas a pasar lo que te quede de vida hasta el cuello de multas, de facturas, de honorarios y de abogados. Y luego a la cárcel, que es un puto laberinto de mierda». ¡Bienvenidos al gótico sureño del siglo XXI!
El neoyorquino James Hannaham, del Bronx y recriado en Yonkers, publicó en 2015 esta trepidante, cristalina, ácida, humorística, sangrante y esperanzada Delicious Foods. Fue su segunda novela y, además de una avalancha de críticas entusiastas, le valió un premio como el Pen / Faulkner, ganado antes que él por Philip Roth, DeLillo, Salter, Doctorow, Updike, Tobias Wolff o Richard Ford. Hannaham (1968), cuyas habilidades se extienden al campo de la performance y las artes plásticas, aprendió desde niño que el color de la piel sí importa. Se lo enseñó la lucha contra la segregación escolar, que agitaba sus aulas y en la que estaba implicada su madre, una periodista de investigación. De aquellos barros nace Delicious Foods, una pieza calificada por muchos de alegato contra la explotación salvaje de trabajadores en oscuras empresas agrícolas, pero que, leída lápiz en mano, se diría más bien una alegoría de la plantación en la que, mediante las zancadillas, el miedo y las drogas, siguen encerrados millones de libertos estadounidenses siglo y medio después de abolida la esclavitud.
Contar tramas es un coñazo y un desperdicio. Pero en algún anzuelo hay que prender el cebo. Así que, sin rebasar las pistas de la contracubierta, sepan que Darlene era una mujer atractiva, estable y enamorada hasta que unos niñatos supremacistas mataron a su marido, demasiado empeñado en que los negros se registrasen para votar. De nada les valió a ninguno tener estudios universitarios y que él fuera un aviador veterano de Vietnam condecorado por la Patria. Una vez viuda, el odio de Darlene se le volvió en contra y mutó en una culpa autodestructiva que la llevó a la prostitución, al crack y a hundirse en Delicious Foods, el reino del terror, las promesas incumplidas, las deudas impagables y las dosis regulares de drogas a crédito. Eddie, que por entonces tenía once años y conservaba sus dos manos, la buscará noche tras noche hasta que un día se suba a la Furgona de la Muerte, el transporte hacia Delicious Foods, donde se ganará bien la vida durante seis años gracias a su habilidad para las reparaciones de todo tipo de cachivaches.
Ya tienen los mimbres. El resto son 400 páginas en las que desempeña un papel crucial un tercer personaje, Scotty, encargado de aportar humor, cinismo, lucidez, ensoñación y hasta pinceladas líricas. Ya se imaginan que Scotty es diminutivo del nombre o del apellido Scott, que viene de escocés. Lo que tal vez no sepan es que también es uno de las decenas de apelativos que se le endosan al crack en las calles chungas de Estados Unidos. Y, por supuesto, desconocen aún que Hannaham rozaba el estado de gracia cuando decidió que la parte de la historia que ven los ojos y siente el cuerpo de Darlene fuera narrada por Scotty, un curioso híbrido de crack pensante y de Darlene colocada de crack que, en alguna ocasión, actúa por su cuenta para ampliar el punto de vista de la mujer sin hacer trampa. La posición de Eddie y los procesos que desembocaron en su nacimiento se encomiendan, a su vez, a un narrador en tercera persona lo bastante honrado para que su omnisciencia no rebase el campo de visión del niño. Y aún queda una tercera voz, limitada a un capítulo: la de Darlene reflexionando sobre las trampas que condenan a recluirse en una plantación en la que Scotty ejerce de capataz íntimo.
Acababa el primer párrafo con una invitación al gótico sureño. Una expresión cien por cien made in USA que algunos mascan como chicle, otros no acaban de ver clara y la crítica estadounidense apenas ha aplicado a Delicious Foods. Una joya, por cierto, cuya intensa vibración sureña solo pierde latitud en algunas decenas de páginas sobre la vida cotidiana en el infierno y que, como otras varias luminarias de la negritud narrativa, ha sido rescatada por la pequeña editorial La Fuga, la misma que ha traducido al combativo patriarca Ishmael Reed (Mumbo Jumbo, La caída de Yellow Back Radio, Vuelo a Canadá). Pues bien, en la gema que aquí se glosa están presentes todos los elementos necesarios para entender la vinculación del gótico sureño con su supuesto ancestro, la novela gótica inglesa: la dama amenazada (Darlene), el malvado noble o confesor (Scotty), el castillo o monasterio (la plantación), lo sobrenatural (vudú) y el caballero salvador: un Eddie que acude a la liberar a su madre convertido en un Orfeo cuyo nombre no recuerda y que acaba buscando una edénica manzana revestido con los ropajes de Prometeo.
Sobre este andamiaje, Hannaham levanta una narración tan roqueña como flexible que Inga Pellisa ha vertido con maestría al castellano. Una historia cuyo eje moral es la condición negra, el modo negro de reaccionar ante las tragedias (rabia, decepción, temor), la siempre viva denigración del negro como el mono que el blanco niega ser, la tolerancia de las autoridades blancas y sus sicarios multicolores con el asesinato de negros («Allá, en el sur, los chicos blancos cazaban negros como los leones cazan gacelas en el puto Serengueti»), el blues como «portal secreto por el que escapar de la tiranía de los superiores».
Todo eso, y lo anterior, y lo mucho que no se desvela, está narrado con una riqueza expresiva que habla de la capacidad de atención del ojo y el oído del autor. Pero también está aderezado con el sentido del humor, negro, que llevará al joven Eddie a anunciarse como el Manitas sin manos cuando se lance a ganarse la vida como reparador tras huir de la plantación. Y, además, está animado por el aliento que impele a salir adelante en la ciénaga blanca olvidando «los mitos, las fes y todas esas cosas sociales» y sustituyendo «los cuentos de hadas cotidianos» por una animalidad primaria que, frente a la autodestrucción, resucite el instinto de supervivencia. Porque un negro que se achanta ante el blanco es un negro bueno. Y débil. Y los negros buenos, y débiles, están siempre en peligro de muerte.

James Hannaham
La Fuga, 2022
410 páginas
23 €

Eugenio Fuentes nació en Londres, en el hospital de St. Mary Abbot’s, donde doce años después fallecería el legendario guitarrista Jimi Hendrix. Licenciado en historia y especializado en relaciones internacionales contemporáneas, ejerció la docencia y la investigación en la Universidad de Rennes 2 Alta Bretaña durante cuatro años. En 1988 se integró en la redacción del diario La Nueva España, del que durante casi tres décadas fue responsable de información internacional, analista político, columnista y crítico literario. Fruto de una insana pasión por los libros mantuvo durante 31 años en el suplemento Cultura la sección de novedades «La brújula», alimentada sobre todo por volúmenes huidizos publicados por pequeñas editoriales. Entre 2000 y 2004 quedó embrujado por el pintor Luis Fernández, a quien dedicó numerosos artículos y el documental Los mundos de Luis Fernández.
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