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A veinticuatro años de los Acuerdos de Viernes Santo

Xavier Tornafoch escribe sobre el conflicto del Ulster, historia ya, aunque aún ardan algunas de sus ascuas.

/ Crónicas ausetanas / Xavier Tornafoch /

He vuelto a interesarme por la situación en los seis condados del Ulster, a raíz de los debates surgidos en Irlanda del Norte al calor del Brexit. Repasando algunos datos, descubro que Martin McGuiness, uno de los principales negociadores de los Acuerdos de Viernes Santo de 1998, que pusieron fin a la violencia, falleció en 2017; que Gerry Adams, el carismático líder del Sinn Féin, ya tiene setenta y cuatro años y que Ian Paisley, el obtuso reverendo protestante que ejerció de ministro principal de la provincia, murió en 2014. He sabido que la división sectaria continúa presente y que de vez en cuando se producen disturbios. Ahora, la polémica surge sobre qué hacer con la frontera entre la República y el Ulster, después de tantos años de frontera blanda. Los católicos quieren un acuerdo especial entre Gran Bretaña y la Unión Europea para que continue siendo blanda, mientras que los protestantes, o los más radicales de ellos, solicitan volver a una frontera dura.

En medio de las circunstancias del día a día, rebrota periódicamente el recuerdo de la violencia de los troubles. La cuestión es cómo abordar el pasado, qué hacer para que sea más digerible y no se convierta en un arma arrojadiza entre católicos y protestantes, otra más. Uno de los temas candentes es cómo resolver muchos de los asesinatos que se cometieron en aquellos años y han quedado impunes. Las familias exigen la verdad y que se asuman responsabilidades. Paz sí, pero no a cualquier precio. Cabe recordar que la violencia política y sectaria surgida de los troubles provocó numerosas desapariciones y asesinatos de civiles que nunca se aclararon. Estos actos fueron cometidos por los voluntarios del IRA, paramilitares lealistas e incluso los servicios especiales del ejército británico. Se mató sin descanso en una guerra de baja intensidad que ofreció alguna de las imágenes más terribles de la Europa posterior a la segunda guerra mundial. Esas heridas aún sangran.

Además de las familias de las víctimas que buscan justicia están los victimarios implicados en actos terribles. No es un detalle que el IRA, con su estructura jerarquizada y su organización militar, estuviera dirigida por jóvenes veinteañeros, la inmensa mayoría de clase obrera y pertenecientes a familias de larga trayectoria nacionalista que también habían ofrecido su vida por la causa. Pasados los años, esos jóvenes se han convertido en ancianos y muchos de ellos sufren estrés postraumático, que se alimenta de la convicción de que los muertos que causaron no fueron las víctimas anónimas de una guerra, sino que fueron asesinatos de gente inocente, que tenían poco a ver con los asuntos de las fracciones que convirtieron la provincia en un campo de batalla. Algunos de estos antiguos militantes de la causa republicana (no es el caso de Gerry Adams, cuya apuesta por la paz es indudable, aunque niegue haber pertenecido nunca al IRA, algo que nadie cree, ni siquiera sus votantes) viven atormentados por una historia de sectarismo y violencia.

Repasando algunos documentos sobre aquellos años, como el aclamado libro del periodista norteamericano Patrick Radden Keefe No digas nada, o el documental biográfico de Maurice Sweeney sobre la activista republicana Dolours Price, I, Dolours, uno se da cuenta de la sordidez y la crueldad de esos tiempos. Vidas truncadas y ausencia absoluta de compasión. Reseguir la vida de algunos de aquellos hombres y mujeres enseña la verdadera dimensión de lo que allí sucedió durante cerca de treinta años. Soldados de élite disparando armas automáticas contra una multitud de gente desarmada, voluntarios paramilitares secuestrando a un pobre muchacho disminuido, al que asesinaron en un descampado y abandonaron en una fosa anónima, para que sus padres pudieran recuperar el cuerpo. Un pistolero lealista lanzando granadas explosivas contra los asistentes a un funeral por tres militantes del IRA abatidos en Gibraltar. Esa guerra a la que no se quiso dar el nombre de guerra tuvo cantidad de momentos así.

Finalmente, en esa triste historia irlandesa también aparece la bondad y el compromiso cívico; la grandeza de personas que buscaron la paz en medio de la desesperación. La vida de algunos curas católicos, que se jugaron la vida yendo de aquí para allí, intentado encontrar caminos de acuerdo para el cese de las hostilidades, es un claro ejemplo. Sin embargo, la figura más noble de todas ellas fue John Hume, el político laborista, católico sin ser sectario, que tuvo la valentía de no abandonar jamás a su comunidad, pero que criticó públicamente la violencia que ejercían los suyos, lo cual le granjeó no pocos enemigos y algunos sustos, porque su casa fue atacada reiteradamente. Fue su empeño, y el de muchos otros como él, el que aplanó el camino a los Acuerdos de Viernes Santo. Convenció a los radicales de su propio campo, y a los del campo contrario, que la violencia debía cesar. Su partido, el socialdemócrata y liberal, no recogió los frutos políticos de su incansable labor, y supongo que él sabia que su trabajo incansable por la paz no tenía réditos, aún así su apuesta por una Irlanda del Norte sin violencia fue su principal objetivo. A mi parecer, él y los que trabajaron a su lado, fueron los auténticos héroes de aquellos años.


Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931). Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educación y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y local, como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos.

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