Creación

La fiesta de los pájaros

Un breve cuento de Arturo Caballero sobre la eternidad del arte.

/ por Arturo Caballero /

Imagen de portada: El árbol maduro o la fiesta de los pájaros, 1998-99.

Al niño que se resiste a desaparecer en M., A. y J.C

Para ser sincero, la historia que voy a compartir con vosotros no me pertenece, sino que la oí, en sus aspectos generales, de la animosa boca de un paisano en uno de los chigres que se encontraban hace años en la subida al monte Naranco, aunque bien debiera decir bajada, puesto que en él nos cobijamos una tarde lluviosa y desapacible de otoño después de visitar San Miguel y Santa María.

Parece ser, según el anónimo y dicharachero narrador, que hace muchos años, cuando la morisma aun campeaba las extremaduras del Duero, los reyes asturianos buscaban refugio en las elevaciones del monte que domina Oviedo de los agobios derivados del gobierno de un estado que anualmente se jugaba su existencia y no precisamente a los dados o las cartas. Este afán, o necesidad, militarista no impedía que, entre batalla y batalla, fuesen elevándose en aquel maravilloso entorno elegantes edificios que ornamentaban sus paredes con relieves tomados de viejos marfiles, con pinturas al fresco y coloridos tapices que venían del lejano oriente —como yo me figuro que también esta historia— porque, a pesar de su ubicación cercana al Finisterre, Asturias establecía relaciones permanentes de tipo político y cultural con el rey de los francos y con el Papa de Roma.

El caso es que, bien por creencias ancestrales de los primitivos habitantes de las montañas cercanas a Covadonga o a Ribasella, o por la razón que fuese, debió de existir el convencimiento de que las imágenes —en especial caballos, bóvidos y aves— plasmadas por los decoradores del Aula Regia y otros edificios semejantes encadenaban para siempre, a cambio de la vida eterna, las almas y los cuerpos de los seres elegidos por los artistas para sus creaciones.

Una princesita, la más querida para el rey, sentía especial predilección por un confiado ruiseñor que la despertaba con sus trinos y con ellos arrullaba sus infantiles sueños. Deseaba, caprichosa como todas las de su estado, eternizar esos momentos de felicidad, pero, quizá demasiado influenciada por el ama de cría que había permanecido con ella desde su nacimiento, no veía el modo de conservar al mismo tiempo el recuerdo de su querido pajarito y su propia vida.

Era tal el desconsuelo de la muchacha que se terminó convirtiendo en la comidilla de los trabajadores del palacio. Tanto importunaban sus quejas que el sacerdote encargado de enseñarle las primeras letras decidió tomar medidas.

Se acordó de un humilde artífice que se encargaba de pintar las paredes de las cámaras con sutiles paisajes en los que destacaban las orgullosas montañas de su tierra, el embravecido mar, los alegres campos cuando los cerezos florecían o cuando los frutos de los manzanos colgaban presagiando una buena cosecha de sidra. Pero también las amenazadoras nevadas en las que los cuervos debían buscar afanosamente su alimento y los caballos asturcones que se escondían, ajenos al freno o a la silla, en los bosques de abedules. Y las casas, vencidas de la edad o destruidas por los ataques de los moros, sobre las que la naturaleza reclamaba su derecho ancestral eligiendo aquellos agostados solares donde antes se soñaron futuros, quién sabe si realizados o no, para el crecimiento de nuevas y orgullosas formas de vida.

Convencido el buen pintor por las razones del cura, y temeroso de Dios como era, trabajó y trabajó hasta que un buen día se presentó ante la elegante triple arcada del palacio llevando un panel, más insinuado que concluido, el más delicado que había realizado nunca. Estaba repleto de ramas y armoniosas hojas que parecían, sutilmente, moverse al ritmo de los vaporosos tules de los vestidos principescos y poblado de frutos jugosos y de pájaros que animaban festivamente aquellas formas que aparecían como reales a los ojos fascinados de quienes lo veían.

«Poned el cuadro justo enfrente de esa ventana, alteza —dijo el pintor a la consentida niña— y tened dispuestas permanentemente algunas de las frutas favoritas de vuestro pájaro. Y, después, confiad en que vuestra gentileza y mi humilde trabajo sean correspondidos».

Así lo hizo la muchacha obedeciendo, por primera vez en su vida, a alguien de menor rango que el suyo.

Y la magia se produjo.

Cuando los abrasadores y amarillos rayos del sol iluminaban las ramas de los árboles en las que el ruiseñor solía posarse o cuando los fríos destellos azulados de la luna llena bañaban el cuerpo del pajarillo e incluso cuando la anaranjada luz de las antorchas acariciaban de forma fugaz a la avecilla cantarina, su sombra se proyectaba en el panel coloreado y, él también, gracias al artificio del ingenioso artista y sin perder ni su vida ni su alma entraba a formar parte de una eternidad que solo el arte es capaz de conferir a los seres que vivimos de forma transitoria en este lado de la realidad.


Arturo Caballero Bastardo (Villanueva de los Caballeros, Valladolid, 1955) es historiador y crítico de arte, facetas que ha compatibilizado con la docencia y otras actividades relacionadas con la organización escolar, entre ellas la coordinación del Bachillerato de Investigación/excelencia en Artes del IES Delicias de Valladolid. Autor de diversos artículos científicos (Un itinerario místico por el Cosmos, 1988), estudios sobre pueblos palentinos (especialmente Dueñas, 1987 y 1992), sobre la pintura del siglo XIX en esa provincia, organizador de exposiciones (Eugenio Oliva, 1985; Casado del Alisal y los pintores palentinos del siglo XIX, 1986; Asterio Mañanós, 1988; Ecos de un reinado. Isabel la Católica, los Acuña y la villa de Dueñas, 2004), ha publicado manuales escolares para las editoriales Edelvives y Epígono. Sobre todo, se ha interesado por las más diversas perspectivas del arte contemporáneo: organizador de ciclos y conferenciante (Fundación Díaz Caneja de Palencia, Museo Patio Herreriano de Valladolid), cursos de formación y actualización didáctica para profesores, comisario de exposiciones de jóvenes artistas. Como culminación de toda esta actividad, en 2007 se publicó Arte contemporáneo. Castilla y León, manual que se distribuyó a todos los centros educativos de dicha comunidad y que es posible visitar en versión web en el portal educativo de la Junta de Castilla y León. En 2021 ha publicado en Trea Arte y perversión: apuntes para una poética de la sociedad satisfecha.

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Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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