Creación

Dos abrigos y doce años de trabajo asalariado

Hace doce años, Manuel Onetti tenía veinticinco, y al llegar por primera vez a Madrid, a 444 kilómetros de su lugar de nacimiento, decidió comprarse un abrigo.

/ por Manuel Onetti /

Hace doce años tenía yo veinticinco y llegué por primera vez a Madrid, a cuatrocientos cuarenta y cuatro kilómetros del lugar donde había nacido. Estaba impresionado por todas las luces, la multitud de gente sin hogar en las calles y que me preguntaran si estaba en lista para entrar a un bar. Ganaba mil doscientos euros, llevaba siempre en el bolsillo un paquete de Winston, pagaba unos trescientos euros por una habitación, gastaba cien euros de gasoil al mes que destinaba en exclusiva a ir y volver del trabajo, y, aunque supongo que en aquella época comía menos y peor de lo que lo hago ahora, mi cesta de la compra era bastante económica. Parte de mis jornadas laborales transcurrían en la calle, tanto de día como de noche, así que tuve la necesidad de comprarme un abrigo. Un abrigo bueno, no un abriguito como los que llevamos en el sur. Me compré uno en rebajas por ciento quince euros. Era la cosa más cara que había comprado en mi vida. Un abrigo de esos que aquí pusieron de moda grupos de skate y que en las películas y series estadounidenses siempre visten tipos adheridos a la tierra, a los valores tradicionales de la gran nación, y que en su origen fueron el uniforme de la clase trabajadora de EEUU. Con este abrigo trabajé durante años de día y de noche, bajo la lluvia, heladas y nevadas. También lo llevaba los días de descanso. El calor y confort que me proporcionaba me hizo olvidar aquella disyuntiva de la clase humilde de la ropa de diario/ropa de domingo. Hace un par de años, tras unos cuantos sin trabajo, empecé a sentirme incómodo con él frente a los demás. Ya no era tan negro, a la luz se le manifestaban reflejos de desgaste, a pesar de, como diría mi abuela, ser una tela muy sufría, la cremallera empezó a atascarse tanto como mi vida laboral, los velcros se despegaron, los puños roídos. Mi abrigo se me conocía como la voz o los andares. Decidí llevarlo a una costurera y cambiarle todo lo posible: los puños, la cremallera, los velcros. Incluso lo teñí.

Ahora, doce años después y a ochocientos un kilómetros del lugar donde nací, en un lugar donde no hay luces a pesar de la oscuridad invernal, vuelvo a tener un trabajo de mil doscientos euros, un paquete de tabaco de liar en el bolsillo, un piso en alquiler de unos cuatrocientos euros, gasto dos depósitos de gasoil al mes que exclusivamente dedico a actividades no laborales y mi cesta de la compra, ya saben cómo se ha puesto la cosa de la compra. Aunque ya no trabajo al aire libre, este es un lugar mucho más frío que Madrid, así que hace un mes decidí que ya era hora de cambiar mi viejo abrigo. Me metí en una de esas páginas de descuentos que abundan en internet y compré uno por ciento quince euros de nuevo, a pesar de estar valorado en trescientos. Esta vez es de una marca con nombre de universidad yanqui, y aunque desconozco su origen tiene cierto aire de regatista e incluso portero de discoteca. Mientras, mi viejo abrigo espera en el armario para los días que decido ir al monte y llevarlo conmigo. Aún tiene vida por delante. Tanto como la mía de asalariado.


Manuel Onetti (Écija, 1985) es cineasta y escritor. Ha publicado en diversos medios digitales tanto poemas y relatos como artículos de opinión. Ha participado en los libros colectivos La espiral literaria y Anónimos 2.0, dentro del festival Cosmopoética. Ha publicado los libros de poemas Sol eléctrico amarillo (2016) y Estallido en el silo (2018). Como cineasta, su trabajo se ha proyectado en diversos festivales de video arte y cine experimental de Latinoamérica, España o Europa. En 2015 su película Cromosoma P fue seleccionada en la convocatoria Hamaca-Reina Sofía.

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1 comment on “Dos abrigos y doce años de trabajo asalariado

  1. Sr. Moshuelo

    Pues ahí lo tenemos, la magia potagia que nos hacen cada día, de año en año, para toda la vida y que er Sr. Onetti ha sabido mostrarnos gracias a su abrigo sufrío.

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