/ una reseña de Carlos Alcorta /
Publicado originariamente en 2020, La edad de oro ve la luz en España de la mano de José María Cumbreño y sus ediciones Liliputienses, en 2022, pocos meses después del temprano fallecimiento del mexicano Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969-Guadalajara, 2021), autor de una vasta obra poética que comenzó en 1994 con la publicación de Las bodas químicas: un libro escrito en un momento en el que, en palabras del autor, estaba muy obsesionado por la idea de la abstracción y del lenguaje y vivía fascinado por la poesía de Vicente Huidobro, de no escribir ni relatar nada, de atenerse a la materialidad del lenguaje. De esa obra poética entresacamos títulos como Aleta dorsal: antología falsa (1994-2003), Mecanismos discretos (2011), Seamos buenos animales (2014), Tu conducta infantil ya empieza a cansarnos (2017) o Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas (2018), pero su vinculación a la poesía no se encuentra solo en la creación propiamente dicha. Ortuño fue bibliotecario y ha ejercido como profesor de escritura creativa. Además, junto a los poetas Carlos Vicente Castro, Eduardo Padilla, Sergio Ernesto Ríos, Timo Berger y Alejandro Tarrab fundó la revista Metrópolis (2008-2015). Por otra parte, algunos de sus poemas han aparecido en revistas como Tierra Adentro, La Tempestad, Letras Libres o Cuadernos Salmón.
En La edad de oro, un libro de casi doscientas páginas, algo no muy usual en el mundo poético, Ortuño hace gala de su humor desenfadado e, incluso, irreverente en ocasiones, y de un tono conversacional muy próximo al de las vivencias cotidianas. Quizá por eso el poeta José Homero le ha calificado como «Un auténtico forajido de la lírica», pero este forajido demuestra en su obra un vasto conocimiento de la tradición y un constante análisis de la labor poética; no es, por tanto, alguien que sustenta sus poemas en la improvisación y en la inspiración desnuda de artificio. Por el contrario, el tono conversacional al que aludimos arriba requiere un constante trabajo de elaboración y de revisión; de ajuste, en definitiva, al propósito del poeta. El escenario de sus poemas está plagado de lugares comunes, y hablo de escenario porque el poeta afirmó en una entrevista que le interesa «cada vez la lectura de los textos considerados como una puesta en escena. Ni siquiera como una lectura dramática, sino una muestra de una puesta en escena como una radionovela o del pregón del merolico. Ese tipo de registro me interesa cada vez más. Escribir pensando en una serie de los efectos de la lectura en voz alta». De hecho, en el primer poema del libro el escenario es un vehículo público y el protagonista un músico ambulante. El humor, teñido de sarcasmo en ocasiones, hace ya acto de presencia en este primer poema, de título homónimo al del volumen completo; y hablando de títulos, hay que resaltar la importancia que tienen este libro. Más que títulos referenciales sobre el contenido del poema, son poemas en sí mismos, aforismos o parodias como este: «Recordatorio para los inadaptados de siempre: el hecho de que una dama suba fotos de sus pies no significa que esté de ofrecida o que esté para aceptar solicitudes de amistades, ni mucho menos mensajes obscenos».
La poesía de Ortuño no desdeña ninguna intervención externa, venga esta del cine, del cómic, de la música, de grafitis, de proclamas callejeras o de textos impresos en, por ejemplo, servilletas de papel («Vivo de encontrar frases así y dejarlas como están», afirma en «La sesuda flexibilidad táctica de Lenin»). Con esta amalgama consigue escribir poemas que, partiendo de una anécdota, recrean de forma elusiva una manera propia de entender la realidad a la que no es ajeno el desorden, la promiscuidad, la combinación entre lo prosaico y lo sublime («El primer premio de poesía era la cabeza de un cerdo/ sin cabeza», escribe en «Mención honorífica». Como decíamos más arriba, la poesía en su sentido más amplio se fue convirtiendo en un tema de su poesía. Muchos de los poemas de La edad de oro trasuntan sobre las relaciones ente poesía y vida y, la mayoría tiende a desmitificar tanto la figura del poeta como la práctica poética, como ocurre en el poema «Poesía lírica»: «Bienvenidos a mi deporte favorito: es/ capitalista,/ violento, es-/ túpido, sexista y no hace que tu cuerpo sea/ deseable,// además goza de un/ inexplicable prestigio desde hace tanto tiempo/ que si hubiéramos hecho otra cosa/ tal vez ya viviríamos en Marte…». Como «irreverente, irónica y blasfema» ha calificado su poesía algún crítico, y es completamente cierto, como lo es la necesidad de que exista una poesía con esta fresca iconoclastia, que rompa las fronteras de lo políticamente correcto, tan vigente no solo en las relaciones sociales, sino en el ámbito artístico y literario. Lástima que su reciente fallecimiento nos prive de una obra tan rompedora y, a la vez, inquietante.

Ángel Ortuño
Liliputienses, 2022
194 páginas
12 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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