Mirar al retrovisor

Toros, vacas y el fin del patriarcado

Un artículo de Joan Santacana.

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Vivimos tiempos de cambios. Esta es una afirmación difícilmente discutible. Cuando nacieron mis abuelos, no había aviones, ni motores de explosión, ni luz eléctrica en las casas, y difícilmente se hubiera podido comprender lo que es una radio o un televisor. La informática les parecería obra del diablo y seguramente la existencia de la web les hubiera recordado a Dios, que todo lo ve, lo oye y lo siente, y está a la vez en todas partes.

De todos los cambios de este siglo revuelto y extraordinariamente fluido, hay uno que parece ser definitivo y que lo cambiará todo: me refiero a la rápida desaparición del patriarcado. El esquema de una sociedad patriarcal, en donde el hombre es el eje en torno al cual gira toda la vida doméstica y social, parece estar tocando a su fin. Cuando se estudia la posición de la mujer en las sociedades antiguas, bien sea la egipcia, la mesopotámica, el mundo clásico o el islam y el budismo, se comprueba que su comportamiento iba regulado por unas cosmologías y unos sistemas religiosos en los que la situación de la mujer era siempre de dependencia respecto al hombre. Así, en el relato sumerio de Gilgamesh, la mujer es la prostituta que con sus encantos seduce al salvaje y bruto Enkidú y lo conduce a la vida urbana. Igualmente, en el Antiguo Egipto se elaboró una filosofía de la mujer que se puede ejemplificar en los textos de Ank-seconqy, un sacerdote del dios Re, cuando, en un diálogo simulado con su esclavo, le aconseja: «No abras tu corazón a tu esposa; lo que le digas pertenecerá a la calle». Además, añade que «instruir a una mujer es como plantar en terreno pedregoso con su superficie dura», para finalizar con la sentencia de que «una mujer es un cuerpo de piedra: el primero que llegue la puede trabajar […] ¿Una mujer buena llena de ardor? Es una serpiente que el hombre hace salir». A partir de aquí, toda la tradición judeocristiana compartirá una misoginia de la que todos somos legítimos herederos.

Esta visión de la mujer-serpiente, que se halla en el fondo de tantas mitologías antiguas y modernas, no es solo una visión occidental. Ni el islam, ni el Lejano Oriente, ni el África negra se libran de visiones parecidas. Aun cuando hoy hay muchas personas que idealizan los credos orientales o africanos, lo cierto es que sus respectivas cosmovisiones participan de una fuerte tradición patriarcal. Siddharta Gautama, Buda, según la tradición más antigua, afirma que las mujeres son pícaras, llenas de malicia y «en ellas es difícil encontrar la verdad». Por esta razón, en la etapa primitiva, se recomendaba a los monjes que nunca se dirigiesen a una mujer, ni la miraran, a no ser en casos de extrema necesidad. El budismo no se libró de los prejuicios existentes en el entorno social de la India, y hasta el presente las autoridades budistas de Tailandia, Camboya o Birmania se niegan a aceptar el monacato femenino, aun cuando este esquema está hoy ya muy agrietado.

Finalmente, entre los innumerables mitos de origen del África subsahariana, hay muchos que atribuyen a la mujer la culpa de todos los problemas del mundo: ella tiene la culpa de que se rompiera el estado idílico en el cual los humanos y los dioses vivían juntos en una supuesta edad de oro. En efecto, en aquella época, para los margi de Nigeria el cielo se podía tocar con las manos y no había necesidad de trabajar, ya que solo hacía falta acercar hacia él un cuenco y los dioses lo llenaban. Pero un día, una mujer, aproximó al cielo un cuenco sucio y enfermó un niño de los dioses, por lo cual estos decidieron alejar el cielo de la tierra y, desde entonces, los humanos estamos condenados a trabajar. Como puede verse, es una variante del mito bíblico de Adán y Eva, en donde la mujer es la que accede a la tentación de la serpiente y, con ello, conduce a la humanidad a ganarse el pan con el sudor de la frente, y a ella misma a parir con dolor.

Hoy, todo este mundo parece hallarse ya en una crisis profunda. La familia patriarcal se tambalea, y con ella el papel del macho. Por otra parte, el acceso de la mujer al trabajo, y con ello a su independencia económica, es algo que difícilmente retrocederá. Pocos sectores productivos quedan hoy al margen de esta tendencia: incluso el género se empieza a diluir, y es muy importante darse cuenta del papel secundario del hombre en la reproducción. Tal como comentó el filósofo Lluís Pibernat, hoy «el hombre es innecesario para reproducir la especie; con uno solo bastaría, tal como ocurre con los toros y las vacas». En efecto, en los actuales sistemas de crianza artificial basta con inyectar el semen de toro en el canal vaginal de la vaca que está en celo. Según los expertos, de esta forma se ofrece un mayor control y se asegura la fecundación de la vaca, pues el momento de mayor fertilidad durante el celo puede durar de seis a treinta horas.

Esto sí que es el principio del fin del patriarcado; por supuesto dará coletazos y se resistirá a morir, pero este es ya el cambio más importante de nuestra época, mucho más importante que la colonización de la Luna.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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