Rescates

Miguel Espinosa: elogio de lo extraño

Álvaro Acebes Arias escribe sobre uno de los escritores más curiosos, extraordinarios e irrepetibles de la literatura española contemporánea, de cuya desaparición se cumplieron cuarenta años en 2022.

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El pasado 2022 se cumplieron cuarenta años de la desaparición de Miguel Espinosa, uno de los escritores más curiosos, extraordinarios e irrepetibles de la literatura española contemporánea. No es extraño que la fecha pasara desapercibida, habida cuenta de que, tras la oportuna reivindicación de su obra en la década de los noventa, cuando parecía posible una vuelta por todo lo alto, la figura de Miguel Espinosa se ha replegado hasta integrarse en las filas de los autores que reciben un culto casi secreto, celebrado solo por esa clase de lectores que gusta de internarse en oscuros laberintos y confía todavía en el riesgo de la literatura. Esa condición de minoritario, sin embargo, choca con las intenciones de un escritor que jamás buscó la extravagancia, sino que fio toda su labor a la absoluta libertad interpretativa y a su independencia respecto de las modas y corrientes de su época. Puede, sin embargo, que sean ese alejamiento de los cánones establecidos, unido a su sencillez y a una modestia que debería ser propia de cualquiera que se dedicara a las letras, los que hayan jugado en contra de su reconocimiento por el gran público.

Nacido en Caravaca de la Cruz, Espinosa vivió casi toda su vida en Murcia, ciudad donde se licenció en derecho. Al contrario que la mayoría de los graduados, se buscó la vida al margen de la universidad, del bufete o del casi obligado calvario de las oposiciones. Quienes lo recuerdan se refieren a un habitual de las tertulias del Café Santos, local donde tutelaba una conversación que giraba sobre los más variados temas, con especial atención al mundo de la antigüedad clásica, con el que establecía curiosos e intencionados paralelismos contemporáneos. La leyenda con la que se ha envuelto su vida nos habla también de un Miguel Espinosa agobiado por las estrecheces económicas, desempeñando todo tipo de trabajos para sacar a su familia adelante. Muchas veces fueron los amigos quienes lo socorrieron, aunque eso no impidió que, como evoca su hijo Juan Espinosa en un conmovedor y delicado homenaje publicado en 1996, los apuros, en algunas ocasiones, fueran tan grandes que tuvo que malvender parte de su biblioteca o ver cómo su máquina de escribir le era embargada.

A pesar de esas precarias condiciones, Miguel Espinosa escribía sin parar, sabedor de que, por encima de los vericuetos y laberintos que le reservara la vida, su destino estaba indisolublemente ligado a la literatura. Pocos escritores hay que representen mejor la fe en la palabra que Miguel Espinosa. En aquella España histérica y rancia del franquismo, el autor de La fea burguesía se nos presenta como un hombre sin partido y de una independencia salvaje en todo el abanico social y cultural. Coherente hasta las últimas consecuencias y riguroso en el pensamiento, en el plano de las ideas Miguel Espinosa se movió dentro de un radicalismo que poco tiene que ver con el marxismo de misa y olla que había empezado a calar entre las capas cultas de la juventud antifranquista. Ese compromiso singular, unido a cierta seriedad irónica, ya se esboza en su primer libro: un ensayo sobre la democracia americana que se publica en plena dictadura gracias a la intercesión, cosas raras que tiene la vida, de Manuel Fraga. Sin embargo, antes de la aparición de este trabajo, Miguel Espinosa ya había escrito un primer borrador de la que sería su gran obra, Escuela de mandarines, que contaría hasta con otros tres antes de su edición definitiva en 1974. Fue, en cualquier caso, la publicación de ese ensayo lo que le permitió salir de Murcia y vivir durante un tiempo en Madrid, donde trabó relación con Ridruejo, Laín Entralgo o López Aranguren. No obstante, desengañado por el oportunismo y el fariseísmo de aquella clase intelectual decidió regresar a Murcia a principios de los años sesenta, ciudad que ya nunca abandonó y a la que convirtió en centro de su obra sin nombrarla ni describirla.

Desde esa periferia, Miguel Espinosa se convierte, como señaló en su Contra (post) modernos el profesor Fernando R. de la Flor, en representante de «una cultura subterránea de la disidencia». Su literatura, tras los inicios teoréticos, deja paso al descarnado retrato de un país que se asomaba a la democracia y cuya sociedad aún no tenía muy claro el rumbo a seguir. Profundamente crítico con aquella generación que convirtió la rebeldía en una forma estética y la cultura en el maquillaje de las corrupciones del día a día, Miguel Espinosa lee a contrapelo ―valdría mejor decir «a contratiempo», como en la canción de Chicho Sánchez Ferlosio― su época y alumbra unos textos en cuyo centro se sitúa el malestar de la Transición o lo que, con más propiedad, se ha denominado «desencanto transicional». Escuela de mandarines, gestada durante casi dieciocho años, es el mejor exponente de esas intenciones; una novela-ensayo que destila vitriolo en cada una de sus páginas. En este título inclasificable, Miguel Espinosa retrata despiadada e implacablemente todas las formas del poder franquista, con especial atención a la institución universitaria, aquella que mejor conocía, y que contempla poblada de unos mandarines que durante décadas se encargaron de perfilar la nervadura ideológica sobre la que se edificaría el franquismo. Conviene decirlo: Escuela de mandarines no es un libro fácil. Su realismo escuece y se apoya en un estilo marcadamente denso, pero el lector saldrá recompensado si se atreve a adentrarse en el universo que delimita el autor murciano y en el que cabe todo, desde la alegoría a la sátira, pasando por el aforismo, el poema, el teatro o la mezcla de todo tipo de géneros. Esa prosa de gran belleza, refractaria a lecturas superficiales y que deja a cualquier crítico con un palmo de narices, constituye uno de los mejores ejemplos de hasta dónde puede llegar la palabra cuando se aúnan la voluntad de estilo y la intención analítica. Ese mismo propósito, por cierto, es el que atraviesa la última obra que Miguel Espinosa publicó en vida, La tríbada falsaria (1980), libro de extraordinaria riqueza, complejidad y espesor humanos que, sin embargo, le valió al escritor no pocos disgustos por su retrato de las costumbres y contornos de su Murcia natal. La inquina hacia Espinosa, quien, salvo en un par de personajes, utilizaba los nombres de personas reales, llegó hasta el punto de que a la puerta de las librerías se repartieran folletos en los que se especificaba la identidad de todos los retratados, acompañados de insultos contra el escritor. Por encima de esas polémicas, la novela es otra juerga mental donde Espinosa se entrega nuevamente a desentrañar la conciencia burguesa y propone un examen de las formas de sexualidad en la incipiente sociedad de consumo que se estaba acomodando en España, en la que las fronteras entre lo público y lo privado se habían borrado por culpa de un capitalismo voraz y omnímodo que no cedía ningún espacio a lo sagrado.

Miguel Espinosa murió de un infarto a los 55 años, sin llegar a ver publicada la segunda parte, La tríbada confusa. Esta aparecerá finalmente en 1984, quedando ambas Tríbadas subtituladas como Theologiae Tractatus, en lo que es toda una declaración de intenciones. Tras su muerte, sus amigos más cercanos se ocuparon de sacar a la luz numerosos textos inéditos. De entre todos ellos habría que destacar Asklepios (1985), tal vez su trabajo más autobiográfico, y, por supuesto, La fea burguesía (1990). La primera, escrita a los treinta cuatro años, compone una suerte de autorretrato donde Miguel Espinosa revela detalles de su formación, en especial su admiración por Grecia: «Por necesidad soy griego y por casualidad no lo soy», dice en esas páginas. La segunda, en cambio, fue escrita a lo largo de toda la década de los setenta y prosigue la labor anunciada en Escuela de mandarines o las Tríbadas. Situándose otra vez en su Murcia natal, a la que, sin embargo, nunca nombra, Miguel Espinosa somete a una crítica apabullante las esencias y valores de la clase burguesa, amparándose en una serie de breves unidades que, en su conjunto, trazan el retrato de un país y de un paisaje moral. De nuevo, el estilo marca de la casa, combinando las metáforas audaces con una ironía demoledora, presentadas en una prosa sinuosa y llena de recodos. No estamos solo ante una sátira de la España del tardofranquismo, poseída por la desmesura del consumo y una conciencia deshumanizada, sino ante una novela que, como pocas, aúna ética y estética, resultando de todo ello un extraordinario ejercicio literario. Para el que esto escribe, La fea burguesía es, junto a Jugadores de billar del gran José Avello o Crematorio de Rafael Chirbes uno de los mejores libros para entender el país que somos y, quizá, la mejor puerta de entrada al universo del autor murciano. Queda por mencionar otro libro póstumo, Cartas a Mercedes (2017). De la presencia de las mujeres en la vida de Miguel Espinosa cabría escribir otro artículo, pero, entre todas, sobresale Mercedes Rodríguez, quien fue su inspiración para muchas de las figuras femeninas que aparecen en sus libros y estaba casada con su mejor amigo. La obra del escritor, en gran medida, es responsabilidad suya porque fue ella quien actuó como crítica, mediadora y correctora, y ese epistolario es una muestra del carácter de su relación, de lo que fue un amor imposible y de la compleja personalidad de Miguel Espinosa.

A pesar de su calidad, la literatura de este escritor a contracorriente de modas y estilos permanece en las sombras. De no ser por una completísima web y la editorial digital El Eremita, tuteladas ambas por otra mujer imprescindible, María del Carmen Carrión, y donde se pueden descargar todas las obras del autor de Escuela de mandarines, los libros de Miguel Espinosa continuarían arrostrando el silencio que un mercado editorial, ávido siempre de novedades, impone sobre aquellos autores que se apartan deliberadamente del canon establecido. Una pena, claro, porque urge recuperar la escritura de quien fuera uno de los autores más extraordinarios de este país y de una obra de insuperables dimensiones que nos lee y en la que nos reconocemos.


Álvaro Acebes Arias (León, 1990) es licenciado en filología hispánica y profesor de Educación Secundaria. Doctorando en la Universidad de León con una tesis sobre la obra del escritor Rafael Chirbes, ha realizado además estudios sobre los distintos cauces de la narrativa española, con especial interés en figuras como Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa o Ricardo Menéndez Salmón. También ha participado en revistas, medios literarios y en organizaciones culturales como el Club Cultural Leteo de León o el Seminario Permanente Claudio Rodríguez de Zamora.

5 comments on “Miguel Espinosa: elogio de lo extraño

  1. libreoyente

    Excelente comentario sobre la vida y obra de un autor para mí desconocido pero que a partir de ahora trataré de conoces.
    Gracias.

    • Álvaro Acebes

      Muchísimas gracias. Merece mucho la pena, seguro que lo disfrutas.

  2. Mariano Martín

    Enhorabuena por esta aproximación, completa y rigurosa, de un autor que intuimos marginado más que marginal; dan ganas de leer en vista de lo que nos cuenta Álvaro Acebes. Gracias por esta estupenda visión sintética.

    • Álvaro Acebes

      Muchas gracias, Mariano. Hay que leer a Espinosa, es uno de los grandes

  3. Pingback: Juan García Hortelano: cuando leer es una fiesta – El Cuaderno

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