Rescates

Juan Iturralde, o cómo se escribe la mejor novela de la guerra civil

Álvaro Acebes Arias traza la semblanza del autor de 'Días de llamas', la novela de un hombre perplejo que contempla los tiempos convulsos que le han tocado vivir con una mezcla de duda y desconcierto, pero no pierde la voluntad de buscar el significado de lo que sucede a su alrededor.

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En uno de los textos incluidos en Por cuenta propia Rafael Chirbes comentaba que, cuando en 1996 el PSOE se dio cuenta de que el socialismo no era eterno y de que podía perder las elecciones, sonaron las alarmas y la memoria se puso de moda. De repente, se descubrió que había fosas de fusilados, se habló del exilio y las torturas, se inauguraron exposiciones y congresos sobre las Brigadas Internacionales y se pidió en el parlamento la condena del franquismo, cuando en catorce años de mayoría absoluta nadie se había acordado de ello o, mejor aún, se había mandado callar a los que sí exigían una reparación y justicia. «No es el momento, eso de la memoria es arqueología», decían y, sin saberlo, hacían cierto aquello que afirmó Agustín Gómez Arcos de que el franquismo impuso el silencio y la democracia impidió la memoria. Ahora había que ser rápidos; el poder podía cambiar de manos y los intelectuales orgánicos, los cineastas y los escritores se apresuraron a reclamar memoria porque solo con esta podía volver a comprarse la legitimidad. El número de películas, de reportajes en los medios y de libros que trataban el tema de la guerra, ausente durante más de una década de socialismo triunfal, se disparó. Y así hasta hoy. Hagan la prueba y busquen en las librerías. No será difícil encontrar en la mesa de novedades títulos con la palabra memoria o que echan mano de versos de Machado para contar historias consoladoras sobre el periodo republicano y el conflicto bélico. En el panorama editorial de los últimos años son multitud los escritores que se han ocupado del asunto, peleando entre sí por ver quién escribe la mejor novela sobre la guerra civil, proponiendo diferentes enfoques y puntos de vista y rescatando un relato subterráneo en el que, todo hay que decirlo, hay mucho de negocio y poco de literatura.

En realidad, todos estos escritores llegan tarde porque la mejor novela sobre la guerra civil se escribió mucho antes de este boom, concretamente en 1979. Su autor es Juan Iturralde y se llama Días de llamas, título extraído de una frase de los diarios de Victor Hugo: «las revoluciones, como los volcanes, tienen sus días de llamas y sus años de humo». Nacido en Salamanca en 1917, pero afincado desde niño en Madrid, Juan Iturralde era el pseudónimo del abogado José María Pérez Prat. Su vida, según él decía, cabía en una cuartilla. La guerra lo sorprendió en Ciudad Real, que había quedado en la zona controlada por el gobierno republicano, y, siendo un miembro muy activo de las Juventudes Tradicionalistas, tuvo que permanecer escondido durante varios meses. Cuando lo encontraron, se libró del fusilamiento gracias a la intervención de dos milicianos comunistas, que lo devolvieron a su familia. Puede que aquello estuviera detrás del cambio ideológico que experimentó Iturralde, que, de proclamas carlistas pasó a alistarse en el ejército republicano y terminó la guerra como soldado de artillería. Se salvó nuevamente de la represión franquista gracias a su pasado en los requetés y en 1942, tras terminar sin mucho entusiasmo la carrera de Derecho, ingresó en el Cuerpo de Abogados del Estado. Desde entonces se dedicó a su profesión, que le llevó primero a Gran Canaria y más tarde a Madrid y a «aprender, poco a poco, a escribir», como solía decir, estableciendo una clara distancia entre ambas facetas de su vida. La primera edición en Barral Editores de sus otras dos novelas, El viaje a Atenas y Los labios descarnados, ambas publicadas en 1975 con escasa repercusión, es elocuente a este respecto, pues en la cubierta nada más se dice que «Juan Iturralde es el pseudónimo de un escritor nacido en 1917 en una ciudad del reino de León». De las razones de un autor para ocultar su verdadera identidad se podría escribir otro artículo, pero valga decir para el caso de Iturralde que, si aspiraba a la clandestinidad, lo consiguió con creces. A pesar de las buenas palabras de algunos críticos y de unas pocas reediciones que pasaron sin pena ni gloria, el autor de Días de llamas fue un escritor secreto y el reconocimiento le llegó cuando ya no le hacía ninguna falta. En abril de 1999 el abogado José María Pérez Prat falleció junto al escritor Juan Iturralde. Poco después aparecía su último libro, Hans y las lluvias de abril, reconstruida por su hijo Alejandro a partir de las distintas versiones que Iturralde dejó escritas antes de morir.

Las dos primeras novelitas de las que les hablaba antes tienen en común el protagonismo de seres derrotados y desengañados y el viaje como la búsqueda de un sentido que, al final, solo confirma lo que uno y otro ya sabían: la presencia de unas sombras que siempre han estado ahí, acechándolos y a punto de engullirlos. En la primera, El viaje a Atenas, nos encontramos con un viejo revolucionario griego que regresa a casa para cometer un atentado. Estamos en los tiempos de la Dictadura de los Coroneles, pero la lucha para este hombre enfermo y cansado, que fue prisionero de los alemanes y ha tenido que vivir en la clandestinidad, hace mucho tiempo que perdió todo su atractivo. Las ideas en las que creyó son ahora un pesado lastre y todo lo que ve en Atenas parece comunicar un profundo escepticismo ante el futuro. En la segunda, Los labios descarnados, también se narra otro viaje: el de un profesor que ha llevado durante muchos años una existencia rutinaria y gris y al que ahora invitan a dar unas conferencias en Nueva York. Sin embargo, lo que prometía ser una experiencia que le devolvería la ilusión por la vida y su trabajo se transforma en otro episodio más marcado por la melancolía y la desesperanza y que supone la quiebra definitiva. No es difícil trazar paralelismos entre el desengaño de estos personajes y la mirada del autor, que contemplaba con una mezcla de recelo y desencanto los cambios que se estaban produciendo en España. Ambas novelas, por otra parte, fueron publicadas en un momento en que en la narrativa española se había proscrito el realismo y no había escritor, como dijo en un texto imprescindible Joan Oleza, al que la sola idea de que lo tacharan de realista le hiciera encogerse de miedo, no de forma muy distinta a como el ruido de las pisadas en la noche de la brigada político social despertaba aterrorizados a los militantes antifranquistas. Quizá esto explique que las primeras obras de Juan Iturralde lo dejaran en «tierra de nadie», una rara avis que marchaba a redropelo de su época y de la que pronto nadie se acordaría.

Pero en 1979 aparece Días de llamas y las cosas cambian. La novela, tras pasar por varias editoriales, fue publicada por La Gaya Ciencia de Valladolid y, desde entonces, ha tenido una visibilidad intermitente, siendo recuperada primero por Ediciones B y, más tarde, ya fallecido el escritor, por Debate, el sello de Constantino Bértolo, que tal vez sea el crítico que más ha hecho por dar a conocer la obra y la figura de Juan Iturralde. Este, por cierto, señaló en varias ocasiones que comenzó Días de llamas a finales de los cuarenta y la terminó en las dos décadas siguientes —habría que preguntarse cómo demonios alguien aprende a escribir así—, pero que, si no apareció antes, era porque temía las mutilaciones de la censura y, cómo no, las represalias políticas. La última en sumarse al rescate de la novela ha sido la madrileña Malas Tierras, que este 2023 la ha publicado con un prólogo de Carmen Martín Gaite y un epílogo de Constantino Bértolo.

Días de llamas cuenta la historia del juez Tomás Labayen. A pesar de los esfuerzos que hizo Iturralde por distanciarse del protagonista, es indudable el componente biográfico que hay en la novela. El relato, que se desarrolla en Madrid y Toledo, arranca en una checa donde Labayen y otros hombres esperan a que vengan a darles el paseo. En su encierro, el personaje da cuenta de los hechos del día a día y rememora todos los acontecimientos que lo han conducido hasta allí y que no son otros que los días de llamas del título. Labayen nos lleva al pasado, describe los momentos previos a la rebelión militar, la crispación política que se vivía en la capital y los primeros enfrentamientos, cuando le tocó ejercer como juez instructor en los tribunales que se constituyeron para dar una pátina legal a la ejecución de todos aquellos sospechosos de simpatizar con los sublevados. En su recuerdo observamos cómo la guerra se ha ido infiltrando en todos los aspectos de su vida cotidiana, destruyendo todo su sistema de valores. Las conductas de unos y de otros, según su sentido ético de la justicia, le sobrepasan y causan horror. A este respecto, el gran acierto de Juan Iturralde es haber creado un personaje que se presenta como la encarnación de la clase liberal burguesa y de sus contradicciones, pues Labayen es un hombre escindido que, al tiempo que forma parte de la administración republicana y se mantiene fiel al gobierno legítimo, es integrante de una familia de tendencias conservadoras que ve con buenos ojos el golpe de estado. Para él, las crueldades que se desataron en Madrid tras el 18 de julio son condenables y hacen que se cuestione sus principios progresistas, pero, al mismo tiempo, el conocimiento del terror que se impone desde el otro lado le impide adherirse a la rebelión. Así, Labayen es un enemigo de clase para el proletariado y, a su vez, también lo es para la suya propia, que no comprende sus dudas, su lealtad al estado vigente ni su fe en mantener una justicia que unos y otros se empeñan en quebrantar. La conclusión moral para el personaje es que pertenece a una clase social que está a punto de desaparecer, superada por los acontecimientos históricos. «Soy de la clase que tendrán que extirpar», dice Labayen.

Días de llamas se estructura sin capítulos ni divisiones, dando lugar a un largo monólogo de ritmo trepidante, acorde con el vértigo de los acontecimientos que se sucedían Madrid durante aquellos meses. La ciudad, por cierto, es el otro gran protagonista de la novela, un espacio magistralmente retratado y donde impera un darwinismo social que ha reducido la vida a una lucha constante por la supervivencia. El mundo en la capital ha quedado dividido en cazadores y presas y solo los más fuertes o quienes mejor sepan adaptarse a las circunstancias lograrán salir adelante. Iturralde, por otro lado, supera el riesgo de convertir la novela en un mero relato sobre el destino individual de Tomás Labayen y, siguiendo a Balzac y a Galdós, aborda la situación de la familia del personaje, un microcosmos que vincula un conflicto personal con tramas amorosas y enredos políticos y desde el que se revelan las hostilidades, traiciones y culpas de toda una sociedad. Al fin, los enfrentamientos que se producen dentro del seno familiar no son sino la manifestación de las tensiones entre el dentro y el afuera, es decir, la lucha entre una realidad angustiosa y terrible y unos principios ideológicos en trance de desaparecer, lo que, por tanto, convierte a la familia en recipiente de una experiencia histórica y en representación simbólica de una tragedia colectiva.

En 2007 Isaac Rosa publicó una novela titulada ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, una imprecación que resume los juicios de muchos lectores cada vez que aparece en la librería una nueva obra sobre los padecimientos de la guerra. Pues bien: esta vez, absténgase de hacer comentarios. La gran novela de Juan Iturralde no entiende de modas ni negocios y huye de la lectura sobre la guerra como síntesis del cainismo nacional, tan común a muchos otros títulos que han llegado luego. Lo que hay en Días de llamas es el reflejo de las tensiones sociales y políticas que recorrieron una época y se extenderían en las décadas siguientes —los años de humo que decía Victor Hugo—, un mapa que invita a la piedad y a la reflexión y sobre el que planea la mirada del narrador, que, como si fuera una cámara, nos entrega la imagen de situaciones cotidianas que se nos muestran vivas y únicas, a merced de ese remolino que llamamos historia. Iturralde no nos presiona, no emite juicios de valor y deja que saquemos nuestras propias conclusiones. El testimonio de su protagonista es el de un hombre perplejo que contempla los tiempos convulsos que le han tocado vivir con una mezcla de duda y desconcierto y que, a pesar de todo, no ha perdido todavía la voluntad por buscar el significado de cuanto ocurre a su alrededor, por descubrir todo aquello que se mueve por debajo de los códigos establecidos, de los discursos y lenguajes altisonantes. ¿Hace falta pedirle algo más a la literatura?


Álvaro Acebes Arias (León, 1990) es licenciado en filología hispánica y profesor de Educación Secundaria. Doctorando en la Universidad de León con una tesis sobre la obra del escritor Rafael Chirbes, ha realizado además estudios sobre los distintos cauces de la narrativa española, con especial interés en figuras como Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa o Ricardo Menéndez Salmón. También ha participado en revistas, medios literarios y en organizaciones culturales como el Club Cultural Leteo de León o el Seminario Permanente Claudio Rodríguez de Zamora.

4 comments on “Juan Iturralde, o cómo se escribe la mejor novela de la guerra civil

  1. guillermoquintsalonso

    Tan sugerente como bien informado! Un placer leer tus escritos. Guillermo.

    • Álvaro Acebes

      Me alegro de que te haya gustado, Guillermo. Muchas gracias.

  2. Fantástica reseña de la que será mi próxima lectura, si la encuentro en las librerías.

    • Álvaro Acebes

      Qué alegría que te guste. Es una novela extraordinaria, imprescindible.

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