Mirar al retrovisor

El precio de un pescado y el precio de un buey

Joan Santacana escribe sobre el incremento del paro juvenil en China, donde las nuevas generaciones ya no están dispuestas a trabajar en jornadas durísimas que posibilitan el bajo coste de los productos de aquel país.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /

He leído hace poco que, en los países del sudeste asiático, China especialmente, la población joven ya no quiere trabajar en las fábricas enormes que producen a bajo coste para abastecer los mercados del mundo. Esta dinámica social de rechazar el trabajo bajo condiciones muy duras, casi inhumanas, para producir objetos muy baratos es la responsable de que en China haya hoy una tasa de paro juvenil —de personas entre 16 y 24 años— de un 20,4%: algo insólito en el Celeste Imperio. Las jovencitas chinas, cautivadas por las series de televisión, ya no quieren vivir en esas factorías en donde se les sujetaba durante jornadas larguísimas a cambio de unas raciones de arroz. Tampoco los chavales, que visten camisetas de vivos colores, como los nuestros, prefieren al paro un trabajo estúpido y mal remunerado. La prensa oficial china dice que este año se ha batido un nuevo récord de graduados universitarios en el país, con casi doce millones de personas finalizando los estudios superiores. La India, la otra gran fábrica del mundo, tiene una tasa de paro juvenil del 22%.

Este fenómeno ha aumentado tanto que las grandes corporaciones necesitan, para mantener funcionando los complejos fabriles y atender los pedidos, recurrir a incentivos nunca vistos, mejorar las condiciones de trabajo, aumentar los sueldos, construir jardines de infancia junto a los polígonos industriales, instalar cafeterías, etcétera. Ni en China, ni en la India, ni en Indonesia, había ocurrido esto antes. Y la consecuencia es que los costes empiezan a incrementarse de manera constante, lo que siempre se traduce en merma de beneficios o encarecimiento de los productos. Es esto último lo que ocurre, y se está empezando a observar que la curva de bajos precios de los productos chinos y del sudeste asiático comienza a enderezarse.

Hace mucho tiempo, cuando nuestras fábricas textiles, de zapatos, de juguetes y de todo tipo comenzaban a cerrar por la competencia de los productos baratos de Oriente, yo creía que eso empezaría a cambiar cuando sus entonces inexistentes sindicatos empezaran a plantear sus reivindicaciones laborales. Pero no ha sido así. Paradójicamente, han sido las modas consumistas occidentales las que han empezado a reventar el sistema laboral de explotación de hombres y mujeres de Asia.

Estamos asistiendo solo al principio del fenómeno, y es pronto para establecer conclusiones; pero puede que se trate de un proceso imparable, al que los empresarios y el Estado chino deban adaptarse. Pero también nos adaptaremos nosotros, porque se nos termina el adquirir productos a bajo coste. Ello puede que fuera bueno, dado que la mayoría de estos productos son prescindibles y tan solo sirven para aumentar la contaminación del planeta. Y puede que en Europa vuelva a ser necesario producir, porque no solo se encarecen los gastos de producción: también los de transporte. Observen que en Europa resulta difícil ya hallar jóvenes transportistas que quieran atravesar el continente de punta a punta, sin familia, con sueldos bajos y mala salud. Y quizás ocurra algo parecido en los grandes buques de contenedores. Al parecer, la marina mercante tiene los puestos de trabajo más difíciles de cubrir en 2022, en cuya base de la pirámide se colocan los maquinistas y mecánicos navales, pilotos de buques mercantes, mozos y marineros de cubierta o cocineros de barco. Y esto solo es en España, pero en 2026 habrá una necesidad de 89.510 oficiales adicionales para operar la flota mercante mundial. No sabemos de dónde saldrán si no mejoran las condiciones laborales actuales.

Para redondear el panorama, este verano algunos restaurantes de los que he frecuentado mantienen la queja que faltan camareros, cocineros y personal de servicio. Por ello, creo que la época del low-cost empieza a tocar fondo. Y es que probablemente la situación es absurda: ¿ustedes han valorado lo que significa el hecho de que, para que Amazon envíe un peine a domicilio, se requiera una caja de cartón cuyo coste es mayor que el del peine? Recuerdo que el viejo Catón, en la Roma de hace más de dos mil doscientos años, se quejaba de que no podía funcionar bien un país en donde un pescado valiera más que un buey. ¡Pues eso!


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

0 comments on “El precio de un pescado y el precio de un buey

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: