Rescates

La escritura inédita de José Vidal Cadellans

Cuando el autor de 'No era de los nuestros' ganó el Nadal en 1958, no solo no se presentó a la entrega del premio, sino que estuvo ilocalizable varios días. Apareció una semana después y confesó qué había estado haciendo: dormir. Álvaro Acebes Arias «rescata» a un escritor que fue genio y figura, y murió joven.

/ Rescates / Álvaro Acebes Arias /

José Vidal Cadellans pasó por la literatura española del siglo XX como un meteoro. Escribió un puñado de cuentos, artículos y poemas, se dedicó a la traducción, fue autor de piezas de teatro y de tres novelas, obteniendo el premio Nadal con la primera de ellas, y murió en 1960 con tan solo 31 años. No busquen su obra en las librerías. Estamos hablando de alguien al que ni siquiera se le podría adjudicar la consoladora etiqueta de raro para animar a su salvación editorial. Simplemente, y como ha dicho Manuel Rico, uno de los pocos en ocuparse de él, Vidal Cadellans es hoy un escritor completamente olvidado y desconocido, uno de los tantos que hay en los márgenes del canon. Pregunten a sus amigos lectores, a ver si les suena. Nada nuevo si tenemos en cuenta que, en la literatura, junto a nombres más o menos consagrados, son habituales los creadores anómalos e irregulares, las figuras excéntricas y vagabundas respecto a la institución literaria a las que ni un breve éxito mediático o el respaldo de colegas ha podido garantizar la perdurabilidad. Me dirán ustedes que son incontables los casos que pueden anotarse dentro de esta original clandestinidad, pero, a buen seguro que existen pocos tan fascinantes como el de José Vidal Cadellans.

Hay que emplearse a fondo para encontrar referencias acerca de la vida de este autor. Ni los manuales ni las redes procuran muchos datos, más allá de unos breves apuntes biográficos y algún comentario sobre sus obras. Ya se lo digo: un escritor secreto. Vinculado a Igualada a pesar de haber nacido en Barcelona en 1928, el hecho de residir en la periferia durante la mayor parte de su corta vida ya parece una advertencia de su posición marginal. Allí vivió ajeno a los ambientes intelectuales, a pesar de cruzar una abundante correspondencia con otros autores y de publicar una docena de artículos en revistas de relumbrón como la de la editorial Destino. Estos últimos, en lugar de facilitarle el ingreso en capillas y cenáculos literarios, más bien le atrajeron la irritación y la antipatía de los jerarcas culturales del régimen, que leían con el ceño fruncido sus opiniones acerca de la chata realidad de la España de los cincuenta. Huérfano desde los catorce años y convaleciente, como le escribió a Miguel Delibes, por culpa de una «simpática enfermedad pulmonar» que lo acompañaba fielmente desde que era un niño, Vidal Cadellans hizo su formación en un seminario y eso, sin duda, dejó su huella en algunas de las obras que vinieron después, influidas por el existencialismo de raíces cristianas que tan de moda se puso en Europa de la mano de autores como Julien Green, Gide, Bernanos o Malraux y del monumental estudio del teólogo Charles Moeller. Su estado enfermizo, los ataques de asma y un carácter inquieto y rebelde no le permitieron continuar los estudios ni obtener un empleo estable, pero sí «leer cantidades abusivas de libros». En internet se pueden encontrar algunas de las notas necrológicas que se publicaron sobre Vidal Cadellans. Todas remarcan su pasmosa erudición y el espíritu humanista que lo caracterizaba, los rasgos de un autor capaz de atreverse a finales de los cincuenta a criticar veladamente las instituciones del franquismo o de defender su fe en la libertad, la justicia y la dignidad del hombre por encima de las prédicas oficiales. Los artículos de los que les hablaba más arriba o las cartas con Delibes, extensas y atravesadas por un fino sentido del humor, también dan buena cuenta de ello.

La primera noticia que tuve de José Vidal Cadellans fue por uno de esos volúmenes que reunía a varios ganadores del Nadal y que andaba por casa. En ese ejemplar figuraban una novela de Martín Descalzo, otra de Martín Gaite y No era de los nuestros, la obra con la que el autor de Igualada consiguió el premio. En las convocatorias anteriores, por si les interesa saberlo, habían sido galardonados Carmen Laforet, Delibes, Sánchez Ferlosio, Elena Quiroga o Dolores Medio. Casi nada. También otros tantos de los que podemos hablar otro día. Lo que quiero decir es que a diferencia de lo que ocurre ahora, que uno no los entiende ni desde dentro ni desde fuera y nos dan bastante igual, en aquella España de los cincuenta lo de los concursos literarios era una cosa muy seria, y el Nadal más que ningún otro. A nuestro autor, sin embargo, esas consideraciones le eran ajenas. Según parece, cuando lo ganó en 1958 no solo no se presentó a la entrega del premio, sino que estuvo ilocalizable durante varios días. La prensa y la organización tuvieron que contentarse con darle la noticia a su madre y esperar. Hasta casi una semana después no hizo acto de presencia y solo entonces confesó qué estaba haciendo mientras el jurado deliberaba: dormir. También contó que había escrito la novela en poco más de veinte días y solo con el objetivo de enviar un original al Nadal. Ya ven, genio y figura. Conviene decir que no era su primera obra, puesto que Vidal Cadellans era un escritor torrencial que trabajaba bajo un ritmo frenético, encerrándose durante cuatro o cinco horas para escribir un cuento de un tirón o treinta y cuarenta páginas de una novela. Esta sí sería, en cambio, la única que vio publicada, pues las dos siguientes, junto con cuentos, poemas y artículos dispersos en revistas, aparecieron de forma póstuma.  

No era de los nuestros cuenta la historia del desfalco que comete el hijo de una familia acomodada en la empresa de su padre. El robo, más de medio millón de pesetas, lo transforma en un paria y su círculo íntimo, al tiempo que cierra filas para evitar el escándalo, la vergüenza y campear la crisis que se avecina, se interroga sobre las motivaciones para el fraude que ha podido tener alguien que contaba con un porvenir envidiable. Para el clan, la única respuesta posible es que hay una divergencia de valores y mentalidades y que, por tanto, «no es uno de los nuestros». En realidad, esa traición pone al descubierto algo más: una culpabilidad difusa que refleja las fallas y trampas de una estructura social levantada sobre la voracidad y la rapiña y que, a pesar de la presunta felicidad y armonía que domina las vidas de sus integrantes, acaba delimitando los contornos de una soledad y una mediocridad insoportables. No era de los nuestros, con su escenario barcelonés y unos planteamientos basados en el pluriperspectivismo tan en boga en aquel momento, puede leerse como una especie de continuación de la amargura existencial que hay en otras novelas de la época como La noria de Luis Romero o Los contactos furtivos de Rabinad e incluso, si nos retrotraemos un poco más, Nada de Laforet, y, al mismo tiempo, tal que un anticipo, por su dibujo de una juventud rebelde y en permanente conflicto generacional, de Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé.

La siguiente obra de Vidal Cadellans, Cuando amanece (1961), acentúa el tono desperado de la anterior para narrar la crisis de fe de un sacerdote, otrora el vástago de una familia burguesa que elige la religión para reparar las injusticias sociales. A medio camino entre la narrativa social, la católica y la metafísica, la novela es un reflejo de lo que estaba ocurriendo en el seno de la Iglesia española, cuando curas como el padre Llanos abandonaban el ministerio en sus parroquias para afincarse en zonas marginales como El Pozo del Tío Raimundo. No estamos muy lejos de los paisajes suburbiales de La piqueta de Ferres o La zanja de Grosso, pero aquí hay algo más. La novela sorprende por una tensión narrativa difícil de soportar cuando describe el proceso de degradación y las dudas de su protagonista, incapaz de solventar las penurias y miserias de las gentes que se hacinan en las chabolas del extrarradio. El desengaño acerca de su vocación y sacrificio se hace inevitable y naturalmente desemboca en un rechazo a lo divino (el título original de la novela era No a Dios) del que es redimido en una sola noche, cuando comprende las consecuencias de un mundo sin fe. El «si Dios no existe, todo está permitido», que decía Iván Karamázov se erige, por tanto, en la conclusión de la novela y en la vuelta con esperanzas renovadas de su protagonista al camino de la religión. Puede que estos debates sobre el silencio de Dios, la pérdida de la fe y la resolución de problemas colectivos desde lo divino estén un poco anticuados, pero ya les advierto que Cuando amanece es una novela más que recomendable, representativa de una ideología social que hoy tiene sus epígonos en populismos de todo el mundo. Su fuerza dramática en algunas escenas, por otra parte, es innegable, tan cerca del inquietante y depurado Bergman de El silencio como de ese Dios que se bifurca en dos líneas y del que nos habla Sorrentino en The Young pope. Hay dos personajes, además, que no se deben perder de vista mientras se lee: el Raskólnikov y la Sonia de Crimen y castigo. Quedan avisados.

Estas dos novelas, que responden más o menos a las constantes temáticas y formales de la narrativa de posguerra, tienen poco que ver con la última obra de Vidal Cadellans que fue publicada y que no vio la luz hasta 1972. Se trata de Ballet para una infanta y es una auténtica rareza que en su día pasó prácticamente inadvertida. Ha habido varios intentos por recuperarla, pero ninguno con éxito. Son contadas, además, las referencias que se pueden rastrear sobre esta novela, escrita por un autor de apenas treinta años que se apartó deliberadamente de las tendencias del momento para componer un relato influido por Kafka y el absurdo de la narrativa centroeuropea.

No es fácil desenredar la madeja con que se constituye Ballet para una infanta, que funciona como relato filosófico y hábil mezcla de novela iniciática y romántica. Uno asiste perplejo al delirante recorrido de su antihéroe, un intelectual llamado Félix, empeñado en encontrar la verdad y la dignidad en una ciudad del reino de Curlandia, regido por un sistema dictatorial. Su periplo durante una noche por calles espectrales que se asemejan a un laberinto poblado de seres enigmáticos y amenazadores le conduce a un caserón en donde encuentra a Herta, la mujer que podría ser la respuesta a todo lo que tanto tiempo lleva buscando. Sin embargo, una conspiración que Félix cree urdida en su contra se pone en marcha y a partir de ahí, entre horrores, signos de muerte y un ambiente de pesadilla, la novela evoluciona hasta convertirse en una reflexión sobre el deseo de libertad, el sisentido que recorre la existencia y el vacío que engulle nuestros sueños. Esta, en líneas generales, podría ser la trama, aunque ya les digo que resumir el argumento de Ballet para una infanta es una tarea casi imposible. Al final, más que de los hechos narrativos, el lector queda prendado de la atmósfera alucinada del relato, que discurre entre tinieblas y geometrías inestables, con largos periodos sintácticos de los que emerge una prosa hipnótica, salpicada por la ironía y de extraordinaria fuerza poética y en la que las extrañas visiones y fantasías de Félix se disuelven en los aires de una música nocturna. Fíjense en su final, con el protagonista observando cómo su amada se aleja en la noche:

«No podía saber nada. Todo no era otra cosa que un extravagante capricho, un ballet representado por un grupo de bufones o de locos para distracción de una infanta melancólica y enferma, a la cual el ballet no le importaba nada. Me quedé en silencio, con los vestidos desgarrados, temblando de frío, de pie sobre las podridas maderas del muelle, frente a la pavorosa oscuridad del río, expulsado del reino para siempre».

La obra de José Vidal Cadellans permanece en el olvido, esperando a ser rescatada. Con la precisión de un profeta, si es que tal cosa existe, el autor de No era de los nuestros dijo en 1958 que al año siguiente ganaría el premio Nadal y poco después moriría. Quién sabe si el título que dio al único libro que vio publicado también era una declaración sobre sí mismo y un presagio del papel que le iba a tocar en suerte cuando hubo que trazar mapas generacionales y fijar los nombres sobresalientes del sistema literario de posguerra. Sea como sea, es hora de reparar ese rechazo y poner a José Vidal Cadellans en el lugar que merece. Méritos no le faltan. Palabra.


Álvaro Acebes Arias (León, 1990) es licenciado en filología hispánica y profesor de Educación Secundaria. Doctorando en la Universidad de León con una tesis sobre la obra del escritor Rafael Chirbes, ha realizado además estudios sobre los distintos cauces de la narrativa española, con especial interés en figuras como Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa o Ricardo Menéndez Salmón. También ha participado en revistas, medios literarios y en organizaciones culturales como el Club Cultural Leteo de León o el Seminario Permanente Claudio Rodríguez de Zamora.

0 comments on “La escritura inédita de José Vidal Cadellans

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo