Una vez finalizado el curso escolar, comienzan las largas vacaciones de verano para los adolescentes y la posibilidad de leer un libro que pase de mano en mano se acentúa más que en otra época del año. José A. Bonilla, autor de Juguetes rotos, una cuidada edición de Dilatando Mentes, editorial fundada hace un año en Ondara y especializada en el género fantástico y de terror, habla hoy de ese fenómeno llamado «literatura juvenil» con José Ángel de Dios, su propio editor. En este caso, Juguetes rotos inauguró con aceptable éxito una colección dedicada al público adolescente y lo hizo con una edición que incluye un ensayo de José Ángel de Dios sobre el miedo, ilustraciones de Cecilia G. F. y hasta banda sonora mediante un código QR con una lista de reproducción.
Licenciado en Biología y Bioquímica por la Universidad Autónoma de Barcelona, José A. Bonilla (Sabadell, 1969) ha escrito diversas novelas de género, entre las que destacamos Pétalos de acero, un viaje steampunk a la Barcelona de la Exposición Universal de 1888, publicada por la editorial Hermenaute en marzo de 2016.
/ por José Ángel de Dios /
José Ángel de Dios.— Cuando hablamos del género fantástico y de terror, las referencias a la tradición son inevitables. ¿Cuáles son tus influencias?
José A. Bonilla.— Los clásicos como Julio Verne, Emilio Salgari, H.G. Wells y sir Arthur Conan Doyle. Pero también Poe y Lovecraft. Aunque eso no quita que mis novelas tengan mucho de Michael Chrichton, Robin Cook, o Douglas Preston y Lincoln Child. También me encanta César Mallorquí, para mí uno de los mejores escritores del género fantástico/ciencia ficción/juvenil que existen actualmente en España.
J. Á. D.— ¿Tienes presente un perfil determinado de lector?
Bonilla.— Debo reconocer que durante muchos años escribí para mí. Me entretenía, era mi afición y me permitía desconectar de los estudios, del trabajo, y relajarme, sumergido en mi propio mundo de fantasía y aventuras. Tampoco sabía si mis historias eran suficientemente buenas, o de una calidad que les permitiera ser publicadas. Hasta que al presentarme a algún que otro premio literario y ganar, o quedar finalista, me di cuenta de que había personas a las que le gustaba lo que estaba escribiendo y descubrí que ese era el fin que buscaba de forma inconsciente desde el principio.
J. Á. D.— Esta es su tercera novela y quizá la más ambiciosa por su plantemiento. ¿Cómo nace Juguetes rotos?
Bonilla.— A mi familia y a mí nos encanta la ciudad de Londres. La he visitado varias veces y siempre descubrimos nuevos secretos y misterios. Quise realizar una historia que tuviera a Londres como paisaje principal de una aventura juvenil de suspense y misterio. Muchas veces la génesis, el origen de una idea, la produce una imagen, una noticia, una fotografía… En este caso creo que fue una zona del Museo de Historia Natural.
J. Á. D.— En este tipo de novelas, el lector, sobre todo pensando en un lector adolescente, puede aprender cosas del pasado a la vez que se divierte. ¿Cómo se le puede convencer de que eso es posible?
Bonilla.— Les diría que, a pesar del auge de la informática y todas las nuevas tecnologías, aprender leyendo es una de las formas más divertidas de hacerlo. Pétalos de acero, mi anterior novela, se basaba en el contexto histórico propiciado por la inauguración de la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Y, a pesar de que se trata de una novela con toques de ciencia ficción retrofuturista o steampunk, la mayoría de los lectores con los que he podido comentar la novela, lo que más han valorado es la recreación histórica de la ciudad en esa época y lo mucho que han aprendido de un acontecimiento del que apenas sabían nada.
Y lo mismo sucede en Juguetes rotos, aunque en esta ocasión el argumento nos llevará al inicio de la Revolución Industrial en la Inglaterra de finales del siglo XIX y principios del XX, y a una parte muy oscura de la Segunda Guerra Mundial.
J. Á. D.— Esta novela, inaugura una nueva línea de corte joven-adulto en Dilatando Mentes Editorial. Con todos los estímulos de ocio que tienen actualmente los jóvenes, ¿sigue siendo interesante publicar novelas destinadas a este público?
Bonilla.— Es esencial que los jóvenes lean, que descubran el placer y la emoción de la lectura, pero muchas veces da la impresión de que las novelas juveniles no pueden ser leídas por un público adulto, como si existiera una barrera invisible que lo impidiera. Considero que es una idea equivocada. ¿Es 20.000 leguas de viaje submarino de Julio Verne una novela juvenil? Sí, por supuesto, pero también una novela disfrutable por cualquier persona, independientemente de su edad y condición. ¿Sería Julio Verne considerado en la actualidad un escritor de novelas de corte juvenil? Es posible. ¿Y César Mallorquí? Su novela La Isla de Bowen, con la que ganó el Premio Nacional de Literatura 2013, es para mí una de las mejores novelas de aventuras de la última década y, sin embargo, está considerada una novela juvenil cuando es maravillosa leerla siendo adulto. Está claro que lo importante es crear una buena historia, bien documentada y escrita, y eso es algo que en ocasiones se deja de lado a cambio de un simplista fin comercial.
J. Á. D.— ¿Cómo ves el panorama de la literatura juvenil en nuestro país? ¿Qué diferencias encuentras con respecto a otros países?
Bonilla.— Hay muy buenos escritores de literatura juvenil en España. El mencionado César Mallorquí, Laura Gallego, Carlos Ruiz Zafón, Jordi Sierra i Fabra… entre muchos otros. Algunos tienen legiones de seguidores como Blue Jeans o Javier Ruescas, y otros apenas son conocidos y, sin embargo, son altamente reivindicables como ocurre con Sonia Fernández-Vidal, quien con sus libros La puerta de los tres cerrojos o Quantic Love han demostrado que se pueden realizar libros divulgativos e inteligentes, pero también muy entretenidos. No obstante, da la sensación de que la literatura juvenil en España no acaba de ser valorada de la misma forma que las novelas de género de otros países. Fenómenos editoriales a nivel internacional como han sido las sagas de Harry Potter, Los juegos del Hambre, Divergente o Cazadores de sombras arrastran a los jóvenes de todo el mundo a leer sus páginas de una forma asombrosa y la crítica los suele valorar positivamente en la mayoría de los casos. Incluso es habitual que autores de reconocido nombre escriban títulos de literatura juvenil aunque hayan desarrollado su actividad preferentemente en otro género, como pueden ser los casos más actuales de Joe Abercrombie o Brandon Sanderson. Aquí, en España, eso es algo mucho más complicado y difícil.
J. Á. D.— Muchas veces el membrete «literatura juvenil» se recibe con cierta reticencia, como un género menor, delimitado, que no tiene alcance más allá de determinado público y de sus limitaciones… ¿Cómo valoras esas apreciaciones?
Bonilla.— No me parece que respondan a la realidad en muchos casos. Hay libros de literatura juvenil realmente fantásticos, pero parece que por escribir para un público más joven esas historias tuvieran que tildarse de poco profundas o mal escritas, cuando no es verdad. Y con ello lo único que se consigue es el efecto contrario al que se busca. Los libros infantiles y juveniles son los que van a crear lectores. Un adulto que no haya leído en su infancia o en su juventud, difícilmente se convertirá en un buen lector sin esa base primaria que toda persona necesita. En mi opinión esa es una causa más por las que, al menos en España, cada vez se lea menos. Otra es que todavía quedan muchas personas que creen que hoy un libro no puede ser un buen regalo para un niño, cuando es el mejor que se le puede seguir haciendo.
J. Á. D.— ¿Qué grado de responsabilidad has sentido al escribir una obra que va dirigida a un público que está constantemente en el foco mediático por tantos problemas actitudinales, un público tan voluble e influenciable como el adolescente?
Bonilla.— Reconozco que es algo que no me había planteado. Sí, es cierto que el público juvenil puede ser voluble e influenciable, pero también quiere que no se le engañe. Ellos saben lo que sucede en el mundo que les rodea, que no siempre es fácil. En muchas ocasiones se les procura envolver en una cúpula de cristal, cuando en realidad están hartos de ver y escuchar la violencia que destila la televisión y su entorno habitual: acoso, violencia de género, enfermedad, familias desestructuradas, paro… Por lo tanto, si bien es un hecho que un escritor debe ser responsable de lo que escribe, no menos responsable es mostrar una realidad que existe como tal y que no debe ser desfigurada o escondida, aunque sí mostrada con respeto y conciencia.

J. Á. D.— ¿Qué visión tienes de los jóvenes lectores?
Bonilla.— Son más inteligentes de lo que muchas veces nos creemos. Ellos saben fácilmente identificar si un libro, una novela, o una historia es buena o no. Debemos prestar muchas más atención a lo que nos dicen para aprender de ellos.
J. Á. D.— ¿Cómo se puede incentivar que los jóvenes lean más y puedan llegar a preferir un libro antes que otro tipo de ocio menos enriquecedor? ¿Cuál es la clave para desarrollar inquietudes artísticas y culturales?
Bonilla.— Las nuevas tecnologías, los sistemas multimedia, la realidad virtual, los videojuegos y consolas son algo maravilloso, algo que sorprende tanto a adultos como a jóvenes y a niños. Y se puede aprender mucho de ellas si se usan con conocimiento, pero también debemos ser conscientes de que el desarrollo de la imaginación es un elemento indispensable en la formación de la persona. Y la lectura, la pintura o la música, son esenciales para descubrir y explotar los sentimientos, la fantasía, los sueños… Esa otra forma de inteligencia, la inteligencia emocional que proporciona el desarrollo de nuestros sentidos y que no solo se basa en los conocimientos. Dilatar mentes, si me permites tomar prestado el nombre de mi editorial, es imprescindible para que nuestros jóvenes puedan tener un futuro que, de otra forma, se convertiría en un frío reflejo de una sociedad pesadillesca similar al Farenheit 451 de Ray Bradbury.
J. Á. D.— ¿Cómo crees que podría incentivarse desde colegios, institutos, bibliotecas, la pasión por la lectura entre los más jóvenes?
Bonilla.— Me consta que en los colegios e institutos se intenta que los niños lean, pero muchas veces la elección de los libros, basándose estrictamente en criterios educativos, no es lo suficientemente atractiva para los alumnos. Y eso puede ser altamente contraproducente. Repetir hasta la saciedad los mismos títulos, año tras año, no es un buen sistema para fomentar la lectura. Deberían variar los autores, las novelas, e indagar en el pasado. Aún recuerdo la cara que pusimos cuando mi profesor de literatura de segundo curso del instituto nos dio a elegir los libros de una lista que incluía novelas de Agatha Christie o de Stephen King. Y no conozco ningún instituto o colegio que en la actualidad haga leer a sus estudiantes obras de Julio Verne, por seguir con el ejemplo al que he ido refiriéndome en anteriores preguntas.
Por otro lado, buscar autores jóvenes, noveles y locales, que puedan asistir a sesiones con los estudiantes y comentar sus obras con ellos puede ser una idea magnífica para hacerles descubrir el mundo de la literatura e incentivar la lectura y sus diferentes géneros literarios.
J. Á. D.— Volvamos a Juguetes rotos ¿Cuál es tu método de trabajo cuando estás inmerso en la escritura de una novela?
Bonilla.— La inspiración llega en cualquier momento: estando en el cine, viendo la televisión o conduciendo… Una imagen puede ser el resorte para iniciar una nueva historia. Ahora bien, después hay que desarrollarla. Normalmente suelo escribir esas ideas en una libreta, a la antigua usanza. En ella describo un poco la historia, anoto algunas frases que se me ocurren, busco documentación (escribo referencias, nombres de artículos o de libros de consulta) y hago un esqueleto inicial de los capítulos que tendrá la obra. Luego me pongo frente al ordenador y comienzo a escribir.
J. Á. D.— ¿En qué fase del proceso de creación disfrutas más, en la elaboración y desarrollo de la idea o en la redacción?
Bonilla.— La elaboración y desarrollo es en realidad un período intenso al que suelo dedicar gran cantidad de tiempo mientras investigó sobre los temas que voy a tratar en la historia. Muchas veces se descubren acontecimientos o datos sumamente interesantes y sorprendentes. Es un período previo a la escritura en el que el cerebro no deja de pensar, creando eslabones y montando en la mente la historia que plasmaré en papel, lo que resulta algo estresante. La redacción es más aburrida, pero sorprende cómo muchas veces los personajes, como si fueran entidades vivas, evolucionan a lo largo de las páginas siguiendo sus propios vericuetos argumentales. Lo que menos me gusta es el repaso y las correcciones. Es muy pesado. Si debo elegir, creo que me quedaría con la elaboración y desarrollo de la idea.
J. Á. D.— Un libro de cabecera para este verano…
Bonilla.— Cualquiera de César Mallorquí: La catedral, Las lágrimas de Shiva, La isla de Bowen, El círculo de Jericó, El coleccionista de sellos…
J. Á. D.— ¿Y qué estás leyendo ahora?
Bonilla.— La canción secreta del mundo, de José Antonio Cotrina. Es impresionante. Dark Fantasy, muy, muy oscura.
J. Á. D.— ¿Un libro que se hubiera gustado escribir?
Bonilla.— El sabueso de los Baskerville. Aunque, en realidad, cualquiera de sir Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes como protagonista. Considero que el detective asesor que creó es un icono histórico de la literatura.
J. Á. D.— Aunque sea un tópico, hablemos para terminar de lo que tengas ahora entre manos…
Bonilla.— Estoy preparando una nueva novela de terror que se desarrollará en el Pirineo catalán durante el mes de octubre de 1944. Allí ocurrió un suceso histórico que desconocía y que me ha sorprendido e inspirado. Estoy en pleno proceso de documentación y elaboración de la idea, y es tan solo un esbozo, pero muy pronto estoy seguro de que comenzará a cobrar forma. También estoy corrigiendo algunas novelas que han decidido salir de las sombras para empezar a cobrar vida. Me suele pasar, de vez en cuando.
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