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La sucinta y escueta definición que el Diccionario de la RAE nos ofrece de la etnografía (“Estudio descriptivo de las costumbres y tradiciones de los pueblos”) no alcanza a dar idea de la complejidad que encierra esta ciencia —estrechamente vinculada a la antropología y también a la sociología— tanto en lo que se refiere a su campo de trabajo como a sus métodos. Las costumbres y conductas, las creencias y mitos, las manifestaciones de la religiosidad, el lenguaje, las relaciones sociales y con el entorno natural, la comida, el trabajo, el descanso y la diversión… constituyen un largo entramado de intereses que conforman la forma de vida —su cultura en la más amplia acepción— de un pueblo, o de un grupo humano más específico, en un ámbito y tiempo determinados. Forma de vida que puede ser estudiada —y mostrada posteriormente a la sociedad— a través de diversos testimonios que aún perviven —relatos y romances de la tradición oral, documentos diversos (correspondencias, documentos legales y personales, fotografías, grabados, publicaciones…), objetos y elaboraciones, herramientas e instrumentos de trabajo, construcciones, instrumentos musicales, adornos y tejidos, prácticas sociales y rituales…— y que permiten al investigador documentar, reconstruir y analizar la realidad social de un grupo humano o una sociedad concreta en un tiempo y espacio determinados, pasados o presentes. Su forma de vivir, en definitiva.
Mucho antes de que la etnografía llegara a ser una disciplina científica, ya habían vivido esta experiencia multitud de viajeros que participaban en expediciones comerciales, religiosas, científicas o militares en Oriente, en América o en África. Viajeros, conquistadores, misioneros y comerciantes observaronen esas tierras prácticas y costumbres que les eran ajenas, constataron, a fin de cuentas, que existían otros. Aún carecían de teorías, precisos principios metodológicos, técnicas de campo y grabadoras, pero estos viajeros de antaño observaron de manera consciente la diferencia, se esforzaron en describir y comprender hábitos, tradiciones, conductas, prácticas, valores, objetos, usos, creencias… sin que faltara quien luego volviera la mirada hacia sí, para descubrir que ya no le parecía tan civilizado el que le mostraba el espejo.
Todo esto parece lejano, pero no nos es ajeno. Con esa voluntad de mirar al otro y comprender, Jovellanos describió en sus Cartas del viaje de Asturias los usos y costumbres que le parecían peculiares de este territorio en cuatro cartas dedicadas a los hórreos, a las romerías, a la lengua asturiana y al origen y costumbres de los vaqueiros de alzada. “Observar cuanto puedo, según la rapidez de mis correrías, y exponer a usted mi modo de pensar sin sujeción ni disimulo” es la actitud de un gijonés del siglo XVIII que, a pesar de sus limitaciones metodológicas y mucho antes de que naciera la Antropología Cultural, atina a caracterizar a los vaqueiros frente a los demás campesinos asturianos en función de su modo de vida: «Llámanse vaqueiros porque viven comúnmente de la cría de ganado vacuno; y de alzada, porque su asiento no es fijo, sino que alzan su morada y residencia, y emigran anualmente con sus familias y ganados a las montañas altas».
Su propósito era modificar la percepción que se tenía de este grupo marginado, razonando que es la forma de vida económica y social del vaqueiro (viven de la cría de ganado y son trashumantes) la que determina su identidad y su marginación, y no, como quería la tradición, los supuestos orígenes judíos y moros (“La gente aldeana, acaso para cohonestar su desprecio, ha atribuido a estos vaqueiros un origen infecto”). En resumen, la ilustrada argumentación es que no es el origen racial el que genera un modo de vida distinto, sino que, invirtiendo los términos, es lo étnico, el modo de vida distinto, lo que lleva a pensar en un origen racial diferente.
Desde entonces, y aunque el arte rupestre y el prerrománico constituyen los dos grandes referentes siempre mencionados cuando se habla del patrimonio cultural de Asturias, no han sido escasos los esfuerzos por recuperar y poner en valor la riqueza etnográfica que atesora Asturias, tanto en el plano material como en el inmaterial, cuya diversidad testimonian, junto con el Atlas Sonoru de la Llingua Asturiana , los catorce museos —y otros tantos centros afines— que diseminados por el Principado desarrollan y coordinan su actividad de gestión de colecciones, difusión, investigación y formación agrupados en la Red de Museos Etnográficos de Asturias, creada en 2001 a instancias de la Consejería de Cultura y Turismo y con la colaboración del Ayuntamiento de Gijón.
En ellos, el visitante, encontrará la memoria de vida de los asturianos en diversos ámbitos y tiempos. En Santa Eulalia de Oscos, en el Museo Casa Natal del Marqués de Sargadelos podrá situarse en el siglo XVIII y en una casa tradicional del occidente asturiano, precisamente en la que nació el industrial e ilustrado marqués (1749-1809) que fundó en Sargadelos (Lugo) la prestigiosa fábrica de loza; además de conocer las características estancias de la casa, el visitante podrá apreciar una exposición de diversos objetos producidos en la Real Fábrica de Sargadelos, al igual que, en otra dependencia, la actividad textil que entonces se realizaba en la comarca. Y en sus proximidades, a apenas dos kilómetros, en Mazonovo, el funcionamiento, aún hoy, del mazo hidráulico que se utilizaba para golpear y estirar las barras de hierro en una antigua herrería del siglo XVIII.

Una de las más detalladas, completas e interesantes muestras de la vida tradicional en el occidente asturiano se ubica en el Museo Etnográfico de Grandas de Salime . Creado en 1984 a partir de la colección de su impulsor, Pepe el Ferreiro, sus instalaciones ocupan una extensión de 3000 m2 distribuida en tres edificios de arquitectura tradicional del siglo XIX en los que se recrean minuciosamente diversas facetas de la vida rural: la vivienda, los trabajos campesinos, la escuela, la tienda-cantina y oficios en sus ámbitos característicos como la sastrería y el telar, la barbería, el molino…, entre otros muchos elementos de interés.

Si anteriormente mencionábamos la precursora dedicación de Jovellanos a los vaqueiros de alzada, es en el Museo Vaqueiro de Asturias (Naraval, Tineo) donde el viajero podrá entender la vida y cultura de estos arrieros y ganaderos trashumantes entre los pueblos de invierno y las altas brañas de verano que ya en el siglo XVI constituían un grupo humano singularizado por su aislamiento, por sus costumbres y por su economía, y enfrentado y discriminado por sus vecinos hasta tiempos no muy lejanos.

Las brañas somedanas eran uno de los destinos de las ganaderías vaqueiras durante el verano y es en ese espacio natural donde el Ecomuseo de Somiedo trata de rastrear la incidencia de las comunidades que lo habitaron en el paisaje, cómo éste ha ido modificándose por la acción de aquéllas y, en su interrelación, cómo sus modos de vida han sido condicionados por aquél. El medio natural y la actividad humana componen una misma realidad.

De la industrialización en el siglo XIX de un concejo de montaña esencialmente campesino y cómo su forma de vida se fue transformando con la minería y el establecimiento de empresas (algunas de ellas extranjeras), con la construcción de carreteras y con la llegada del ferrocarril, dará cuenta al visitante el Museo Etnográfico de Quirós , que se asienta sobre unos antiguos altos hornos de fundición y presenta también espacios dedicados a la vida campesina, a sus tareas y a sus oficios (madreñeros, cesteros, carpinteros…).

La comida, la elaboración de productos alimentarios, es otro rasgo característico que explica el modo de vida de un grupo humano. Por ello reviste especial interés el espacio que el Museo Etnográfico de Grado dedica al cultivo del cereal panificable por excelencia en Asturias hasta el siglo XX, la escanda, y a la cultura del pan, contextualizado con la recreación del centro en torno al cual giraba la vida campesina: la cocina, con su mobiliario —masera, llar, forno, escano… — y diversos utensilios domésticos.

Si el pan constituía un elemento esencial de la alimentación, la pesca y la industria conservera del pescado determinó la actividad de las villas marineras. En Puerto de Vega, en el concejo de Navia, asentado en una antigua fábrica de conservas de principios del siglo XX de la que aún se conservan algunas de sus máquinas, como las calderas y prensas de enlatar, el Museo Etnográfico “Juan Pérez Villamil” representa a la familia marinera y campesina en el que están presentes los útiles de trabajo de campesinos, marineros y de diversos oficios tradicionales vinculados al mundo rural (filandeira, redeira, ferreiro, madreñeiro, cesteiro, zapateiro, canteiro-pedreiro y ebanista), además de una excelente colección de carpintería de ribera.

En el extremo oriental de Asturias, en la localidad de Porrúa (LLanes), un conjunto de edificios rurales datados en los siglos XVIII y XIX dan cuerpo y forma al Museo Etnográfico del Oriente de Asturias . Sus exposiciones muestran ambientes de la vida tradicional en el oriente asturiano (la cuadra, el lagar de sidra, la vivienda…), procesos de elaboración del queso y la manteca y de fabricación manual de tejas y ladrillos, de carpintería y textiles con lana y lino, además de colecciones de indumentaria popular, aperos agrícolas y utensilios de hierro esmaltado.

El uso de la madera fue indispensable en las sociedades tradicionales, en sus construcciones, mobiliario, utensilios y útiles de todo género, incluso para el calzado, y posibilitó el desarrollo de diversos oficios. El Museo de la Madera de Caso pone de relieve su importancia. En la localidad de Veneros y en el marco del Parque Natural de Redes, declarado Reserva de la Biosfera en 2001, que abarca los concejos de Caso y Sobrescobio y cuenta con grandes bosques de haya y roble, el museo tiene su sede en una casona del siglo XVI en la que destaca una colección del calzado de madera (madreñas para los asturianos) nutrida con piezas procedentes de diversas regiones europeas, del norte ibérico y, especialmente, de Asturias. El bosque, los tipos de madera según su utilización, las herramientas para la tala y el trabajo de la madera y sus usos (en la construcción de edificios como los hórreos o en la fabricación de útiles, instrumentos musicales y cestería) constituyen otro centro de atención para el visitante.

Situado en la Foz de Morcín, a unos 15 kilómetros de Oviedo, el Museo Etnográfico de la Llechería recoge, estudia y da a conocer al visitante los distintos aspectos de la tecnología tradicional de la leche y sus derivados, tan presentes en nuestra alimentación, así como los usos y costumbres agropecuarios en los que tiene su raíz. La colección del museo consta de más de quinientas piezas procedentes de varios concejos asturianos y organizadas en cuatro secciones sobre la ganadería, la leche, la manteca y el queso.

Ubicado en el lugar de Viñón, en el concejo de Cabranes, el Museo de la Escuela Rural de Asturias se asienta en la que fue la primera escuela del concejo (1908) —con capacidad para 120 alumnos en dos aulas para niños y niñas y dos viviendas en la planta superior para el maestro y la maestra— y alberga una rica colección de mobiliario, útiles y material escolar comprendido entre 1911 y 1970, fiel reflejo de una época y de una concepción de la enseñanza muy distinta de la actual. Una colección de juguetes de distintas épocas que completan el universo infantil.

La sidra representa mucho más que una bebida para los asturianos, no sólo como producto característico de la comunidad, por su arraigo y por el volumen de su consumo, sino también porque éste adopta formas específicas de sociabilidad. A 30 kilómetros de Oviedo, en la villa de Nava, en el Museo de la Sidra de Asturias el visitante podrá participar activamente y conocer todo su ciclo productivo, desde la polinización de los manzanos y las variedades de manzana utilizadas hasta los procesos de elaboración en el llagar y, finalmente, su consumo en los ambientes que le son propios.

Una comunidad volcada al mar, como lo es la asturiana, necesariamente genera una cultura marítima característica en la que la pesca y la navegación constituyen un factor determinante, como pone de manifiesto al visitante el Museo Marítimo de Asturias, situado en la marinera villa de Luanco. Este museo ofrece una extensa muestra que abarca desde la propia biología marina con una rica colección de fósiles, conchas, crustáceos, pájaros marinos, huesos de ballena, acuarios…, hasta los oficios del mar: la pesca artesanal, representada por sus aparejos, artes y embarcaciones; y la carpintería de ribera, con la exhibición de los utensilios empleados en la construcción de embarcaciones de madera. También está presente la propia historia de la navegación, a través de un centenar de maquetas de naves de muy diverso tipo y épocas históricas, con interesantes apartados dedicados a la piratería, la esclavitud, la guerra, la emigración o el carbón, entre otros.

En el borde Este de Gijón, en un hermoso recinto arbolado de 35000 m2, se asienta el Museo del Pueblo de Asturias, sin duda el más rico y completo de cuantos hemos visitado a lo largo de la geografía asturiana. Con el cometido del estudio, conservación y difusión de la historia social de Asturias, la variedad de sus contenidos resume en sí mismo la riqueza etnográfica de la región. En el reubicado Pabellón de Asturias de la Expo92, una exposición permanente nos introduce en la cocina y la vida doméstica de los asturianos a lo largo de un amplio elenco histórico (1800-1965) tanto urbano como rural. En una casona del siglo XVI, de los González de la Vega, se exhibe una completa colección de gaitas e instrumentos musicales procedentes de todo el mundo. En otro edificio del siglo XVII, la casa de los Valdés, se custodia una extensa colección documental que abarca correspondencias personales y comerciales, publicaciones de todo género, objetos de diversa procedencia y uso. Sin duda, la guinda de este museo es la fototeca, nutrida con miles de fotografías con series de excepcional interés y calidad, testimonio gráfico de la vida y la historia de los asturianos desde la invención de la cámara hasta los tiempos más recientes.
Destacan, por otra parte, las construcciones populares diseminadas por el recinto: una casa campesina (siglo XIX), hórreos y paneras de los siglos XVII al XIX, un llagar de sidra y vino, un pisón o molino de mano para la escanda, y tres refugios de pastores y vaqueros, además de una colección de aperos agrícolas y medios de transporte tradicionales. Mención aparte merece el Archivo de la Tradición Oral, consecuencia de un largo trabajo de campo que preserva en miles de horas de grabaciones directas (leyendas, cuentos, supersticiones, fórmulas mágicas e invocaciones, canciones, dichos, la propia lengua que relata…) uno de los legados inmateriales más ricos de la tradición asturiana.

El viajero percibirá, no obstante, que el rico patrimonio etnográfico no se reduce a cuanto se preserva y exhibe en la amplia infraestructura museística de la región, ya que a lo largo del propio territorio, en pueblos, villas y brañas, en puertos marítimos y riberas, en paisajes naturales, rurales y urbanos, en la atenta escucha a sus habitantes, percibirá un museo vivo cuya continua interacción entre tradición y modernidad será la seña de identidad de Asturias en el siglo XXI.
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