Narrativa

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"Un proyecto de proporciones decimonónicas para transplantar a una jardinera más espaciosa los grandes temas de su narrativa –el azar, la ausencia del padre, el pulso de las grandes urbes, la inagotable cosmología del escritorio– con resultados de una frondosidad inédita hasta el momento".

Kilo y pico de Paul Auster

(cuatro lecturas paralelas)

/ por Alejandro Basteiro /


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Lo nuevo de Paul Auster pesa un kilo doscientos y supone una celebración por todo lo alto su efigie literaria. Podría decirse que la bibliografía del autor de Newark, Nueva Jersey, amenazaba con algo así: una sublimación de su ya clásica narrativa del azar, cimentada en la práctica artística como único ancla de una existencia incierta, por una parte, y por otra en el surtidor de epopeyas atléticas y decepciones sociopolíticas que son los Estados Unidos de América. Las cuatro vidas de Archie Ferguson, nieto de un inmigrante judío que desembarca en Nueva York el primer día del siglo XX, arrancan a la vez en 1947 y se desarrollan en paralelo a lo largo de dos décadas y mil páginas de prosa bien calibrada, a menudo elegante y mayormente inofensiva. Un exceso material redactado a contrapelo de los tiempos, que ya es virtud.

Varios fantasmas sobrevuelan el texto: el de los realistas europeos del XIX, para empezar, pero también el de Borges, que viene, va y alguna vez se materializa (Los drunos, uno de los textos que firma el protagonista, parece deliberadamente borgeano y agrada como un premio), e incluso cabe mencionar el de Karl Ove Knausgård y su famoso estilo notarial. Dice Ferguson de su admirado Heinrich Von Kleist que “cuenta y cuenta, pero no muestra mucho”, y Auster parece adherirse a este sistema en un intento –borgeano también– de hacer coincidir el mapa con el territorio. La apuesta es arriesgada, pero los fieles a su narrativa se sentirán como en casa entre las continuas referencias cinéfilas y el listado de las lecturas formativas de Ferguson, los vaivenes de la saga familiar, las descripciones del microcosmos neoyorquino y los abundantes fragmentos de historia norteamericana. Por cuatro.

Resulta un aura de verosimilitud y complicidad intelectual que confirman a Paul Auster en la categoría de escritor de lectores (no es tan redundante como parece). Es inevitable que el ritmo renquee a ratos en medio de semejante empeño enciclopédico, pero la magnitud de la obra demanda complicidad y perspectiva. 4 3 2 1 puede parecer un abandono del Auster que todos conocemos, pero en realidad es el resultado de una evolución pertinente. Terminada la novela, no queda más que saludar con respeto a la que podría ser la última encarnación de uno de los escritores con más llegada de las últimas décadas. No es perfecta, pero es austeriana de cabo a rabo y pinta un minucioso retablo que merece la pena visitar.



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Lo nuevo de Paul Auster pesa un kilo doscientos y no distingue la ambición de la indulgencia, lo autorreferencial de lo derivativo ni lo literario de lo literal. 4 3 2 1 es una rueda de molino de las gordas, pero algún lector perverso encontrará en ella uno de los placeres más subestimados de la literatura: el de abandonar una novela insulsa y pretenciosa sin sentir el menor remordimiento, la firme quien la firme.




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Lo nuevo de Paul Auster pesa un kilo doscientos y será una de las novelas del año sin bajarse del autobús. Auster ha roto un par de normas no escritas para completarla: nunca había estado más de tres años sin publicar y apenas había superado las cuatrocientas páginas en una sola obra. 4 3 2 1 tiene casi mil y siete años de trabajo. Un proyecto de proporciones decimonónicas para transplantar a una jardinera más espaciosa los grandes temas de su narrativa –el azar, la ausencia del padre, el pulso de las grandes urbes, la inagotable cosmología del escritorio– con resultados de una frondosidad inédita hasta el momento. La potencia y elegancia del artefacto, en efecto, son admirables. Se trata de una cuádruple Bildungsroman que comprende sendas versiones de la existencia del joven Archie Ferguson, cada una de ellas única por acumulación de azares sutiles y no tanto, entreverada de épica deportiva, historia norteamericana contemporánea y alusiones al canon cultural, París, New Jersey y aledaños, sexo iniciático en varias direcciones y sentidos, quebrantos del árbol genealógico y desvelos de escritor en ciernes. Un auténtico festín para creyentes.

Las cuatro líneas temporales del personaje principal son intachables en su coherencia y atención al detalle. Cada una de ellas se separa poco a poco del tronco común para perfilar un Ferguson único y real hasta el sangrado, siempre reconocible por la constancia de sus afectos y siempre decidido a ser escritor. Una de las versiones del protagonista escribe para “combinar lo extraño con lo familiar: a eso aspiraba Ferguson, a observar el mundo tan detenidamente como el más entregado realista y sin embargo a crear una forma de ver la realidad a través de un prisma diferente, ligeramente deformante”. Aficionado a salpimentar su ficción con manifiestos de este tipo, el autor lleva el experimento metaficcional un paso más allá y solapa su propia identidad con las diferentes versiones de su escindido protagonista.


Nada de esto va en detrimento de la comprensión y el disfrute del texto: Auster no está para castigar ni iluminar a nadie. Él es un contador de historias que ha dominado el arte de inyectar lo anómalo en lo cotidiano, pero en este caso el truco se lleva a cabo a espaldas de los personajes y solo el lector sabe del accidente metafísico que padece Archie Ferguson. Una vez desvelados todos los secretos de 4 3 2 1, no sorprende que el autor considere esta novela su mayor logro literario. Si alguien se estaba preguntando qué podía ofrecer Paul Auster a estas alturas de su carrera, aquí encontrará un fruto en su punto óptimo de madurez, caído con toda la contundencia de su peso físico, con toda la redondez y todo el jugo de la gran literatura.


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Lo nuevo del marido de Siri Hustvedt pesa un kilo doscientos, lo cual es sospechoso cuando hablamos de un autor demasiado prudente para aspirar a la genialidad. No negaré la existencia de un Paul Auster disfrutable, considerado con el lector, ameno e imaginativo: 4 3 2 1 es perfectamente reconocible como hija de su padre, pero sus poderes se diluyen en un compendio de excesos (mil páginas, nada menos), en la corriente imparable de irrelevancias, y sobre todo se malogran en un protagonista insípido que deviene antipático a pesar de que el autor se concede cuatro oportunidades para darle carne y brío.


Los secundarios no corren mejor suerte, cada uno de ellos reducido a un inventario de datos y condenado a la bidimensionalidad. Rose (la madre de Archie) y Amy (su enamorada) son los más importantes, y aunque tienen momentos memorables sus distintas versiones terminan fraguando en un amasijo indistinguible. El calado emocional de los acontecimientos es modesto y da la sensación de que la juventud del olvidable Archie Ferguson apenas justificaría una sola narrativa; emplearla para elaborar cuatro simultáneas es cuando menos audaz. Ni las máquinas de escribir, ni el béisbol, ni los rayos que repican y retumban por todas estas páginas contribuyen a templar una tercera persona que en general suena demasiado distante, en parte porque nada de lo que se cuenta tiene mayor trascendencia más allá de la afinidad que siente Auster por los elementos de su imaginario personal.

Más que a las versiones monumentales de Pynchon o DeLillo, este nuevo Auster recuerda a J. R. R. Tolkien cuando se alarga más de la cuenta en la descripción autosatisfecha de un cosmos privado, capricho que tiende a producir hastío en el lector. Se entiende que la clave está en el conjunto de la novela, en el hilo que enhebra las cuatro existencias de Archie Ferguson, y que el hecho de que ninguna de ellas resulte siquiera medio apasionante podría incluso ser deliberado. También es cierto que uno de los puntos fuertes del autor norteamericano es el espíritu cartográfico de sus narraciones. Auster sabe que la filigrana y el arabesco no pueden ir en detrimento de la comprensión del mapa. Lo insinuó en Ciudad de cristal (Trilogía de Nueva York), donde el protagonista recorría las calles formando el contorno de una letra en el plano: sólo se comprende la importancia de un paso después de completar el recorrido.

Hay un gozo infantil muy genuino en dibujar un mapa, en salir al mundo con el mapa abierto en las manos, en seguir el mapa hasta el lugar señalado por la cruz. La literatura, al fin y al cabo, no deja de ser un juego y estamos aquí para explorar sus posibilidades. Pero esto no siempre le salva a uno de sentirse decepcionado cuando cava durante horas sin encontrar nada remotamente parecido a un tesoro. Sin embargo, y teniendo en cuenta que las novelas de un escritor con tablas tienden a salir según lo planeado, puede que este ejercicio un tanto megalómano esconda un mensaje encriptado. Quizás Paul Auster haya querido demostrar con 4 3 2 1 que en el fondo es –somos– “un caballero a la carga por un campo vacío”. Si se trata de eso habrá que quitarse el sombrero.


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• Paul Auster
• Traducción de Benito Gómez Ibáñez
• Seix Barral, 2017;
• 960 páginas, 22.70€

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