Un autorretrato en teselas
/ por Martín López-Vega /
Cuando Lêdo Ivo publicó en 1979 Confesiones de un poeta el libro fue saludado por la crítica como singular y único en el contexto de las letras brasileñas. En varios pasos su autor alude al carácter fragmentario de la obra: “Advertencia al lector: este libro comienza en cualquier página”, dice en un tramo. “¿Qué libro es este”, se pregunta más adelante, “que, como una cesta de papel vuelta del revés se va formando en mis cajones construido a base de sobras y excrecencias, divagaciones y transvagaciones, compuesto con lo que no sirve para otros libros?”. A las Confesiones, publicadas en 1979 y que han conocido desde entonces cuatro ediciones, Ivo sumaría en 1991 un segundo libro de este género impar, El último de la clase, reeditado en 2013 con el añadido de toda una sección inédita, “Aléjense de las hélices”. Isla de mí, el libro que el lector tiene ahora entre las manos gracias a Saltadera, está compuesto y reordenado a partir de esos tres volúmenes. El propio Ivo hizo que algunos de estos textos fueran viajando de libro en libro, de modo que para algunos de ellos esta no es más que una nueva estación.
Isla de mí
[Extracto]
Visita a la ciudad natal: la profesora desesperadamente amada en la infancia se ha convertido en una ruina.
Vivir es fundar poco a poco un Egipto personal, repleto de momias.
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Vivimos en una civilización deslumbrante e inmunda. Las montañas de basura rozan las constelaciones.
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La lasciva Z me confía que el escritor X, con quien tuvo un accidentado comercio amoroso, es pésimo en la cama.
—Le falta estilo —me dice ella.
Nada nuevo; es el mismo defecto de su prosa pobre y sudada.
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Debemos ser indulgentes con quienes se equivocan, y más indulgentes aún con quienes no tuvieron la valentía de equivocarse.
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Tenemos que estar presentes en cada línea de nuestro texto. No limitarnos a usar comas, sino ser las comas que utilizamos. No sólo describir una calle, sino ser la calle que describimos, con la gente que pasa, sus carteles, sus piedras y fachadas.
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Hay ciertos escritores que crean como los pescadores de arrastre; destruyendo toda fauna y flora del espíritu que encuentran a su paso.
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Hay un cierto tipo de talento que preferimos admirar en los otros, y que jamás desearíamos para nosotros mismos.
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Cada vez más siento que es mi obra la que me crea a mí. Soy una invención de mis palabras. El mitólogo que hay en mí dice mi verdad. Y no deja de ser uno de los misterios del arte la circunstancia de que los lectores busquen, en una novela, en un poema, en una pintura o en una composición musical -es decir, en invenciones y mitografías- las pruebas de la realidad.
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Lo único que puedo ofrecerte, querido lector, es mi mentira. Si para ti se vuelve verdad, eso es asunto tuyo. Se trata de una operación creadora que convierte a cada lector en un autor invisible.
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Desde la infancia, M. sueña a menudo que está muerto y va a ser enterrado. En el momento en que le arrojan la primera palada de tierra levanta la mano para protegerse el rostro, y se despierta.
Con el tiempo, ese gesto último se ha vuelto maquinal. Al soñar, M. ya sabe de antemano que levantará el brazo y se despertará, salvándose de la muerte.
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Una de las características fundamentales de la llamada cultura de masas (en las radios, televisiones, cines, periódicos y revistas) es que se empeña en hacer que el pueblo se ría. La risa es el nuevo opio del pueblo.
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La frontera no es un límite, sino una invitación a la travesía.
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Que la muerte venga sólo cuando ya esté vacío de mí mismo.
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Muro hecho con lo que soy, mi realidad personal me protege de las otras realidades. Dentro de mis sueños y palabras, mi propio silencio me defiende, como si fuera un escudo. Y el lenguaje me esconde.
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Los sueños son los prólogos de la realidad.
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Los sueños son creaciones poéticas. Los enredos y figuras de la realidad se funden con las invenciones e inverosimilitudes y hacen que el lado fantástico de la vida imponga su verdad intangible.
De nuevo sueño con lugares en los que nunca estuve y jamás encontraré en los libros. Son ficciones impenetrablemente mías, construcciones personales de mi sueño, constelaciones semánticas, ciudades góticas, aguas de la presa que se abre en mi espíritu cuando, dormido, me confío a las leyes del reposo y de la liberación.
Protagonista de esas fábulas tejidas con lo que en mí es exceso o carencia, semejanza y desencuentro, ambigüedad o represión, encuentro el sabor de una contemporaneidad o de una urgencia que me instiga y me intriga.
Comparado con esos yoes insólitos que hormiguean en los sueños, el yo a veces extenuado de mi vida despierta es mera invención de lo cotidiano, impuesta por los modelos colectivos de la realidad de los otros.
Los sueños son poemas sin palabras, como si estas ya hubieran reconocido no ser necesarias cuando se alcanza el nivel de las imágenes y las visiones. Y la retórica de la Noche proporciona las leyes que los regulan, y sustentan el mudable y precario edificio de un universo empeñado en reconstruir, con las sobras de la vida real, esa realidad más verdadera buscada por los poetas.
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Soy un hombre de muchas preguntas y casi ninguna respuesta. Quizás mis preguntas sean mis respuestas.
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Dar un sentido a la vida y una forma a la realidad: he ahí los dos deberes esenciales del poeta.
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Ser inimitable: esa es la mayor ambición.
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Dios es un esteta, no un moralista.
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En el teatro, el poeta Murilo Mendes se encuentra con una dama que, consciente de que el poeta se perdió la representación de la víspera, le dice: “¡No sabe usted lo que se perdió!”. A lo que el poeta responde: “Señora, ¡si ya me perdí la crucifixión de Cristo!”.
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Las palabras son los espejos de las cosas.
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El vacío de la vida entre dos domingos, como una frase ilegible entre paréntesis.
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Los oradores de los entierros son prolijos como la vida misma. La muerte es lacónica.
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La poesía es rigor y claridad.
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Borradores, proyectos, sueños. Las palabras saltan como anguilas. Las frases pasan a un tiempo leves y pesadas, como los navíos.
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La postura de una mujer en la cama depende de la posición de las estrellas. Un gesto de amor no es un hecho aislado, un accidente terrestre; es un acontecimiento cosmológico.
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Como Saturno, las revoluciones suelen devorar a sus hijos. Pero por suerte dejan en paz a los sobrinos.
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Un gran escritor no necesita ser muy inteligente ni muy culto. Sin embargo, inteligencia y cultura son atributos indispensables de los escritores menores.
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No siempre los grandes escritores son buenos escritores.
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Lo importante para un escritor es ser dádiva y mudanza. Si mi obra no sirve de alimento y provecho para otras vidas, no valdrá de nada.
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Alguien cuerdo es el borrador de un loco. Vivimos todos en un manicomio sin rejas ni muros, y nuestra pretendida lucidez se alimenta de la locura ajena.
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Estoy en un jardín, entre flores amarillas y color vino que propagan la idea del otoño. Un perro callejero se acerca a mí para que le acaricie. Merecer la confianza de un animal perdido en el juego del universo llena mi día. Ya no me siento solo ni abandonado. Un perro se acercó a mí y me ofreció el hocico como diciendo: “Pon tu mano en mí. Convirtamos nuestras soledades en alianza y diálogo”.
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Mi desolación es impermeable.
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Todo Poder es ilegítimo, incluso el legítimo.
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La muerte crea difuntos imaginarios.
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Disgregación de Teseo: el laberinto de hoy es un supermercado.
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Poesía, rosa de la inteligencia. Pero cuando escribo un poema siento que mis palabras derriban las barreras de la inteligencia para avanzar por un territorio nuevo.
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En la racionalidad de los poetas habita la nostalgia de la locura.
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Muchas veces, lo que digo está oculto en lo que digo. Es un cuerpo que, escondido por la ropa del lenguaje, sólo se entrega a quien lo alcanza.
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Día de intenso trabajo: escribo un poema. Hoy no estoy para nadie, ni siquiera para mí mismo.
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El sueño: ese escorpión escondido dentro de nosotros, listo para mordernos.
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Como poeta, quiero que se escuche también mi silencio, y no sólo mis palabras.
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El poeta debe crear sus propias reglas.
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Los místicos escriben mal; la claridad es un atributo terrestre.
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Regla: invitación a la transgresión.
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Como las serpientes, los poetas tienen que cambiar de piel.
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Las palabras son constelaciones posadas en los diccionarios.
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La poesía es un satélite de la vida.
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En el poeta, la técnica debe ser un don y no un proceso.
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Para todo escritor auténtico más de un lector es una exageración.
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Lo cortés es el borrador de lo cortesano.
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Una tetera. Una manzana. Un florero. Los ojos de un perro. El ejercicio espiritual de la visión es indispensable para los poetas, que sólo aprenden a ver cuando saben fijarse en las cosas más banales y cotidianas.
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Sueño: jeroglífico de un Egipto personal.
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Un buen crítico no está obligado a ser justo, sólo a ser inteligente.
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Toda la poesía es política, incluso cuando el poeta, celoso o ambicioso de su perdurabilidad, vuelve la espalda a los acontecimientos de su tiempo y vuelve intemporal su canto.
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Poema: sortilegio organizado.
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Cansado hace milenios de pertenecer a la vanguardia, Homero sueña con ser un clásico.
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La literatura es como un rebaño, pero su destino reposa en la lana de las ovejas negras.
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La teoría literaria consiste en pretender enseñar a las águilas a volar.
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