«Somos producto del tiempo en que vivimos»
/ Pablo Moro /
Hemos quedado en el “Boca a boca”, un bar que es como la sucursal de la “Cuesta del Cholo” de Gijón en Oviedo, pero con salitre imaginado. Aunque sí cantan algunas gaviotas de vez en cuando. Como vivo cerca, llego el último. En la escalinata, fuera, Manu García, saxofonista, hermano de Alberto y autor de la portada del último álbum, incorporado al grupo para este nuevo trabajo, fuma. Al verme, se levanta y entra conmigo haciendo un comentario original y gracioso sobre mi gorra. Hay muchos comentarios, pero no todos son originales o graciosos. Todos ellos, los miembros del grupo quiero decir, tienen de alguna manera el estigma de los lúcidos. Ese del que hablaba Herman Hesse en Demian. Al menos eso saqué yo de la novela, pero vete tú a saber. Dentro nos esperan Alberto García y Victor Gil, alias “Vicho”, cantante y guitarrista de la banda. Hace tiempo que los conozco, sobre todo a Alberto, con quien compartí colegio, a pesar de la diferencia de edad. La excusa es hablar del El buen salvaje (Boomerang Records), su nuevo disco, producido por Toni Brunet, tercero ya de su carrera sin contar maquetas, epés o discos fantasmas. Una carrera, podríamos decir, consolidada a pesar de la juventud de todos ellos. Me siento un poco absurdo diciendo esto. Soy un viejo investigando en el “trap”. Pero sí, aún son jóvenes. Y están consolidados. Tan jóvenes y consolidados como para ofrecer una colección de canciones sin prejuicios, livianas y profundas al mismo tiempo, en las que la diversidad de géneros y la música popular (de influencia latinoamericana) se funden con arreglos contemporáneos, detallistas, preciosistas y algunos istas elogiosos más.
Nos sentamos. Pedimos. Encendemos con miedo la grabadora de un teléfono móvil de dudosa fiabilidad y que sea lo que Dios quiera. Tiro de ironía.
Pregunta.- Empecemos por la pregunta que nunca os harán. Ya se veía en Voladores, vuestro anterior trabajo, la querencia o el gusto por los ritmos latinoamericanos. Parece como si hubierais encontrado un nicho original poco explorado. ¿Es algo premeditado?
Alberto García– Yo creo que no. Por un lado es una osadía enorme por nuestra parte porque si es un territorio sin explorar quizá sea por algo (risas). Está todo muy meditado, pero no es algo premeditado. No pensamos en juntar un número de canciones y en hacer otras del rollo latino porque no lo hace nadie. No pensamos en eso. Además, es un gusto que nos digan que hacemos algo que nadie hace, pero en el fondo es mentira. Si uno escarba un poco encuentra influencias muy evidentes enseguida. Hacemos lo que sabemos, no es premeditado.
P.- ¿De dónde vienen entonces esas influencias?
Víctor Gil– Yo creo que tiene que ver con el talante de las propias composiciones y cómo las llevamos a cabo como grupo. Aunque puedas tener un poco pensado un tema, al final el resultado te sale como te sale. Sí que hay gente haciendo lo que nosotros hacemos en España, pero es verdad que dentro de eso que podríamos llamar música fronteriza es más fácil encontrar gente que se inclina más al norte y nosotros, por la música que escuchábamos en casa y otras referencias, nos inclinamos más al sur, sobretodo en las composiciones. Y eso determina el disco.
P.- Las canciones salen como salen, pero desde una idea primigenia a partir de la cual el trabajo es intenso y exhaustivo.
V.G- Evidentemente hay mucho curro, pero esa tendencia tiene que ver con el origen, con las composiciones en sí mismas.
A.G- Ayer estaba viendo una historia de cocina, que no tiene nada que ver, de un chef que viaja alrededor del mundo. El tema de base era la barbacoa americana y el tío acaba en China. Hablaba de la evolución, de coger elementos de otras culturas aparentemente distantes y de cómo para hacer algo con eso tenías que tenerlo muy interiorizado e incluso racionalizado. Y yo creo que es lo que nos pasa a nosotros. Por ejemplo, “Vicho” creció y tiene muy interiorizado el lenguaje del blues, que es algo que yo no tengo. A pesar de que me lo pide, a mí no me sale hacer un blues. Porque si hay elementos de blues en lo que él hace parten de una interiorización que nunca será una impostura. Saldrán mejor o peor, pero nadie podrá decir que es algo impostado. Si yo intentara hacerlo, seguramente se notaría y saldría algo sin mucho valor.
P.- Lleváis a cabo un acercamiento a la música latinoamericana de raíz, al folklore. Y la propuesta consiste en una especie de actualización de esos géneros, una traída al siglo XXI desde un punto de vista personal. ¿Se trata de una reflexión consciente o es sencillamente una cuestión de sensibilidad, de corazón y piel?
A.G- Más allá de intentar modernizar nada, creo que somos producto del tiempo en que vivimos. Lo popular, por alguna razón que no entiendo, se concibe como algo hermético, y no lo es en absoluto. No hay nada más variable que una canción o un género popular que está transmitido oralmente y sufre muchas variaciones. De hecho eso es lo que genera muchos estilos musicales. Nosotros no inventamos nada, pero sí hacemos lo que en nuestro tiempo y en este lugar tenemos a mano para hacer esas canciones. Empezando por los instrumentos que manejamos.
P.- ¿Pero no es cierto que hay una vuelta a lo popular, a la raíz de los géneros desde una perspectiva más joven? Pienso en gente como Rosalía en el flamenco. ¿Creéis que tiene que ver con la característica cíclica del arte y la música o con una revelación moderna de que en el fondo en lo popular está lo esencial y universal?
V.G- En el caso de Rosalía, me parece una reinterpretación del flamenco hecha desde el punto de vista de alguien nacido en los 90. Sin barreras. Cantando con un sentimiento profundo y pasional con una guitarra flamenca y a lo mejor con una reverb de la hostia. A nivel tecnológico, las reverbs hoy en día son el abecé de cualquier disco desde el año 2016. Por eso también es lógico. Por ejemplo, ahora están de moda los shimmers, que es un tipo de reverb, y aparecen desde el primer disco de Alabama Shakes hasta ahora. Así que es normal que de alguna manera nosotros incluyamos un “shimmer” en alguna canción que tenga un talante de chacarera, por ejemplo. Es atender a lo folklórico por la propia composición de las canciones, por la lírica tan increíble que hay en esas canciones populares, y a la vez empaparse de lo que hacen los grupos actuales y las nuevas sonoridades. No creo que esté tan meditado. Esta gente es producto de hoy en día. El flamenco es una música potentísima, pero a lo mejor la gente se cansa de ver a un paisano tocando con los nudillos en la silla y de repente aparece una chavala de veinte años cantando con una energía tremenda y se lo lleva por delante. El otro día escuchaba cosas suyas que me gustaron mucho y a nivel de guitarra, por ejemplo, está muy alejado del flamenco tradicional.
P.- Raúl Refree, que trabaja con ella, ya había hecho algo parecido con Silvia Pérez Cruz.
A.G- Son un poco modas también, sin quitar un ápice del talento que tiene. En un período de tiempo muy corto, salieron varias mujeres solistas que hacían eso, a raíz de Silvia Pérez Cruz, que es quizá más ortodoxa de lo que pueden ser Rosalía o María Bernal.
P.- A veces “el tiempo que nos toca vivir” es una moda impuesta desde algún sitio.
V.G.- Pueden ser mil cosas. Desde luego no es casualidad que estén de moda las Converse, Stranger Things y que vuelvan los amplis de transistores.
A.G. Y que Rosalía tenga una estética noventera.
P.- Aún así, vuestra propuesta se aleja de los referentes españoles que han tocado los palos latinos, como Bunbury, Santiago Auserón o últimamente Xoel López.
A.G.- Sí, pero se trata de responder que no es tan extraño como pudiera parecer a esa afirmación de que en España no tenemos el oído acostumbrado a los sonidos latinos. Una afirmación muy alejada de la realidad. Al contrario. Precisamente nosotros tenemos el oído muy familiarizado con lo latino. Nuestra relación con Sudamérica no la tiene un sueco. España, histórica y geográficamente, posee una encrucijada musical y cultural que tienen muy pocos lugares del mundo. Toda la vertiente musical europea que llega a Sudamérica lo hace a través de España. En 1800 no se escuchaba a Vetusta Morla, sino a un tipo de tonada o canción que tiene mucha más similitud con lo que aparece en el disco.
P.- Ahora que has mentado a los suecos. El concepto que ponéis sobre la mesa es una especie de anti-Ikea. Estamos rodeados de tendencias nórdicas. Corrientes que abogan por la sencillez, lo diáfano, hand made. También hay una vuelta a la sencillez en vuestro trabajo que trasciende lo musical, desde la composición gráfica, de video, pasando por esa elevación de los géneros populares musicales. Hay toda una apología de “lo sencillo”, pero desde un punto de vista más de aquí. Como si quisierais reivindicar una tradición que solemos obviar.
A.G- Cuando buscábamos localizaciones para Voladores, recuerdo que hablábamos de mover alguna cosa en el sótano de la casa donde finalmente se grabaron dos de las canciones para que quedase mejor estéticamente y alguien dijo: “¡Estamos locos!, si vienen cuatro diseñadores de interiores e intentan lograr esta estética, no lo consiguen. Dejémoslo como está, que lo auténtico es auténtico de por sí”.
V.G- En Londres, las grandes marcas de cerveza están comprando las antiguas fábricas históricas. Las remozan y las modernizan. La gente ha empezado a protestar. Esa estética estará muy bien, pero si ya tenías algo que era bonito y que poseía la belleza del paso del tiempo, de algo genuino, no hace falta que lo cambies.
P.- Enlazando eso con lo musical, parece como si toda esa tradición se nos hubiera olvidado y sólo atendiéramos a lo anglosajón.
A.G. Y de repente aparece alguien como Natalia Lafourcade que parte de unos orígenes de pop sencillo y sus últimos discos los enfoca al folklore, y de repente descubrimos a Agustín Lara o Mercedes Sosa. Es verdad que aquí hay patrones muy estrictos de lo que se debe hacer y si te sales de ahí, no tienes cabida.
V.G- El modelo es totalmente anglosajón. Vete al Concurso de Rock Ciudad de Oviedo y a ver cuántos grupos cantan en castellano y cuántos en inglés.
P.- Algo que parecía superado…
V.G- Nosotros hacemos los open mic de La Salvaje y un alto porcentaje de la gente que sale a cantar lo hace en inglés. No se trata de reivindicar nada, pero la evidencia es esa.
A.G- El problema es que la gente anglosajona sí tiene su tradición interiorizada. Recuerdo estar en Londres viendo a un grupo punk de chavales que estaban empezando y sonaban bien porque tenían toda la cultura pop y punk interiorizada como muy suya. No digo que no haya grupos aquí que canten en inglés y lo hagan cojonudo pero, siendo realistas, son muy pocos.
V.G- En la escena alternativa quizá más.
Manu García- También en castellano hay mucha ponzoña. (Risas)
V.G- No, no. Yo no juzgo que sea bueno o malo. Lo que digo es que es al mundo anglosajón a donde tenemos apuntada la antena, cosa que me parece lógica porque son la primera división del entretenimiento.
A.G- Yo no creo que sea tan lógico. Tenemos un problema muy gordo con reivindicar lo español.
V.G- Sí, pero lo único que digo es que es algo que llama la atención. Cuando Verde Cannaia, fuimos al concurso de la Universidad de Oviedo, que ganamos por cierto, y luego fuimos a la final de todas las universidades y de los seis finalistas éramos los únicos que cantábamos en español. En la Universidad española. Me parece muy bien, canta en el idioma que quieras, que si no es castellano, será el inglés, hay muy poca gente que cante en francés ¿no? Por eso digo que las antenas apuntan hacia ahí, pero a mí me da un poco de pena. En el open mic ves a gente que está empezando, con composiciones propias, que enfocan hacia el inglés. Ellos cuentan que quieren transmitir cosas con esas canciones, pero en realidad no lo están haciendo porque te está entendiendo uno de cada diez. Y eso es una pena, desde mi punto de vista.
P.- A estas alturas, incluso llama la atención las pocas propuestas de pop que hay en asturiano. Hay mucho folk y rock, pero pop o canción de autor no demasiado.
A.G. Lo que pasa es que tiene una limitación comunicativa también. Yo conozco grupos que están empezando que cantan en inglés con la pretensión de hacer giras por Europa o a nivel mundial. Y la ambición está bien, pero me entran dudas…
V.G- Tal vez el aspecto reivindicativo, y por extensión político, al que se puede asociar el uso del asturiano tenga algo que ver.
P.- Volviendo al disco. El título es también una declaración de intenciones. ¿Hay algo de reivindicación, aunque sea sutil, aunque sea en voz baja, de esa corriente sudamericana? Parece como si quisierais decir: “Ya vale de tonterías, es tan guay una zamba como un rock and roll”.
A.G- Sí, desde luego. No creo que a nadie que nos conozca le vaya a sorprender. Tal vez haya gente que no lo entienda. Pero yo recuerdo discos exitosos, por ejemplo de La cabra mecánica, que tenían una variedad musical más… disparatada, digamos. Nosotros, en ese sentido, tenemos la gran suerte de ser una banda y conocernos muy bien en lo musical (y en todo lo demás), y eso hace que, hagamos lo que hagamos, suena a “nosotros haciendo eso”. Hay un nexo de unión a través de las instrumentaciones y los textos que hace que todo forme parte de un todo y nada chirríe.
P.- De hecho, ese es el gran acierto del disco y de vuestra propuesta como grupo. Introducir cosas que el público no está acostumbrado a escuchar de una manera muy natural.
A.G- Sí, yo también lo creo. Pero es que, parece un tópico, pero al final lo que importan son las canciones. Siempre las canciones.
P.- Siempre me ha parecido que esa relación entre los miembros de la banda de la que hablas y la forma de afrontar el trabajo es también la clave de vuestra música. ¿Cómo se combina eso con el éxito y el crecimiento profesional? ¿Existen los grupos democráticos?
A.G- Fluye de manera natural. Lo cual no quiere decir que a veces no fluya.
V.G- Yo creo que un grupo que funciona bien tiene un dictador. Siempre pienso en la Creedence con este tema. Y no digo que aquí lo haya, pero tiene que haber alguien que orqueste.
A.G- Es más una cuestión de organización. Cuando llegan las “cosas serias”, como elegir productor o decidir cómo grabamos el disco, tiene que haber alguien que tome la última decisión, aunque suele ser sencillo y nada impuesto.
M.G- En mi caso, que lo veo más desde fuera, porque acabo de llegar, sí veo que dentro de esa idea democrática, Alberto tiene mucho más peso en las decisiones. Aunque en algunas cosas no tanto, como por ejemplo en algunos arreglos de las canciones o la elección en el arte del disco que se deja en manos del que lo propone o sabe.
V.G- Lo inteligente y sensato es delegar en aquello que otro domina más. Llega un momento en que cuando las cosas se ponen serias, la conciliación se complica un poco. La gente tiene su vida, somos siete, hay que organizar el trabajo con ensayos, viajes y es difícil.
A.G- Delegar es desde luego una directriz que tenemos clara. Si contratas a alguien para hacer la portada, Manu, en este caso, déjale hacer. Si te pregunta, da tu opinión, pero que él sea quien tome las decisiones. Es algo que parece obvio, pero no ocurre tan habitualmente. Recuerdo cuando enseñábamos las primeras veces Ley de gravedad, el disco que hicimos con Paco Loco, cómo aquellos pocos elegidos daban su opinión y aportaban cosas que cambiarían o harían de otra manera, y nosotros decíamos: “No, no. Te lo enseño para que lo escuches, no para que me des tu opinión”, aunque pueda parecer un poco duro. Si eres el bajista, la última palabra sobre el bajo la tendrás tú. Y estará bien. Así funcionamos.
P.- En el disco la última palabra la tiene el productor…
A.G- Sí, pero siempre flexible. A veces nosotros le decíamos “Toni, aquí lo que tú veas”, confiando en su cabeza privilegiada, o a la inversa, era él quien nos dejaba escoger entre varias opciones la que más nos gustara. Si ese día sólo estábamos dos en el estudio, éramos los que tomábamos la decisión. Si nos parásemos a preguntar a todos, no avanzaríamos.
P.- ¿Ser multidisciplinares es la dulce condena del músico actual? Vosotros hacéis los videos, diseñáis las portadas… ¿Convencimiento o necesidad?
A.G- Un poco las dos cosas. Parte de una necesidad, pero si nos hubieras preguntado hace años a cualquiera cómo nos gustaría hacer las cosas en el futuro, sería así. Todo forma parte de un mismo concepto y queremos darle a cada pieza el mimo que merece. Para eso tienes que ponerte las pilas en muchas materias que no son las estrictamente musicales. Es como si en una oficina, un administrativo, por muy bien que haga las cuentas, no sabe mecanografiar y tarda dos horas en escribir un mail. No sirve. No es lo habitual en otros artistas que tienen más apoyos, pero es una tendencia cada vez más vista.
V.G- Hay muchos grupos girando a nivel nacional y que empiezan a tener un nombre en los que viene el bajista o el guitarrista conduciendo la furgoneta, también. Otro haciendo de road manager… Son cosas que antes no se veían. Todo esto surge de un mercado en decadencia en el que tienes que cubrir todo lo que puedas como puedas. Lo bueno es que tienes el control.
M.G- No es ninguna putada. Si lo piensas, a lo tonto, Alberto gana más dinero haciendo videos o diseñando discos para otros a raíz de haber aprendido a hacer los suyos.
A.G- Cierto. Pero sí es verdad que te quita tiempo de la parte musical. Por ejemplo, ahora con la promoción, viajes a Madrid, etcétera, el tiempo de ensayos se reduce y eso sí es una putada. Forma parte del proceso, pero es cierto que quita tiempo de lo estrictamente musical.
P.- Hablando de Madrid. Hace años que opinaba que irse allí no era necesario para construir una carrera sólida en lo musical, un mantra que siempre ha estado extendido. Ahora no lo tengo tan claro.
A.G- Depende. Madrid está lleno de gente que sí lo cree y que no se come un colín.
P.- Pero los que se comen los colines viven allí…
V.G- Hay que tener presencia allí, eso está claro, pero ahora no viajamos a caballo. Nosotros bajamos a Madrid mínimo una vez al mes, porque es lógico, allí es donde está la industria y hay que estar allí. Sería genial decir que no hace falta, pero presencia tienes que tener. Otra cosa es vivir allí que es duro y caro.
A.G- Ahora que tenemos conciertos por toda España, vivir en Madrid facilitaría la logística.
P.- Yo siempre he pensado que la presencia en Madrid tiene que ver con lo extramusical, las fiestas, la farándula… ¿Se trata de una balanza que hay que saber manejar entre lo accesorio y lo real?
A.G- Nosotros tenemos la suerte de tener un “embajador” en Madrid como Gonzalo Cáceres, que dirigió el documental de Voladores, y nos ayuda mucho en ese sentido. Nos abre puertas, defiende el proyecto a capa y espada. Y también nos aconseja en esa otra parte más accesoria.
P.- Para ir terminando, no puedo evitar contaros una sensación personal. Hace años “The Mockers”, el grupo norteamericano de power pop, hacían una versión del Eres tú de Mocedades (también una del “Déjame” de Los Secretos) porque uno de ellos había veraneado en España algún año de los que el tema había sonado mucho. Recuerdo verles en “La Antigua Estación” (ahora “La Salvaje”) y me hacía mucha gracia ver a todos sus seguidores hipsters cantar como locos la canción del grupo vasco, algo tan aparentemente alejado de sus supuestos gustos modernos. Me pasa un poco igual con vuestras cumbias. Esto trata de ser una reflexión sobre eso que algunos llaman “postureo”…
V.G- Todo depende de quién envíe el mensaje. Si yo estoy viendo un concierto de alguien que me creo y de repente toca un merengue, por decir algo, y yo no tengo nada que ver con el merengue, pero en ese momento veo que está bien incluido, y bien tocado, y encaja y me creo a ese tío, pues el mensaje me llega.
P.- Eso tiene que ver con que las canciones y la música no son más que hechos comunicativos. La mayoría de los músicos dicen no pensar en su público a la hora de componer, pero creo que es prácticamente imposible no hacerlo.
V.G- El público que tenemos nosotros es muy variado, incluso de edades. También creo que es verdad que si estás haciendo un concierto de música indie con un público de unas sesenta personas del rollito y les planteas algo muy distinto, a lo mejor los sesenta quedan mirando unos para otros. Pero si tienes a sesenta más diversos, de los que veinte son más modernillos, y les cuelas una cumbia, y esos veinte ven al resto moviendo el “cucu” dirán “Joder, qué pasa, ¿no puedo yo mover el ‘cucu’?” Porque se contagia.
A.G- Hablando con gente con gustos más modernos que reniega de la cumbia, por insistir en el género, yo les pregunto: “¿Qué pasa, que luego no vas y lo bailas en una fiesta de prao?”. La gente se carga de muchos prejuicios y hay cierta falta de criterio. No se escucha nada que no pinche el locutor del momento. Es como hacer caso a lo que diga el cura el domingo en misa.
M.G- O simplemente es sólo cuestión de gustos.
A.G- O simplemente es sólo cuestión de gustos.
La conversación continúa, se alarga algunas cervezas más. Fluye, como dicen. Me arrepiento de haber dejado de grabar. No queda registrada su reivindicación (o la mía) del ritmo. Del baile. Salimos a la calle. En la Plaza del Ayuntamiento de Oviedo se reúnen a esa hora miles de personas para reclamar justicia e igualdad para las mujeres. Es 8 de marzo. Hace un día estupendo. Se respira. En una semana, el próximo 16, la banda pondrá en pie las canciones en su casa, en La Salvaje, con todo el papel vendido desde hace días. Después girarán por toda España. Bajo el Postigo con la sensación de ser también un buen salvaje. De que las calles que piso albergan todas las historias del mundo. Tarareo “Fruta y chocolate”.
Y muevo el “cucu”.
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