Crónica

“Sprinters”: Colonia Dignidad, Chile

"Sprinters" (Salto de Página, 2018), novela documental de Claudia Larraguibel sobre Colonia Dignidad. (Chile).

 

A principios de los años sesenta del siglo pasado un grupo de inmigrantes alemanes se asentaron en una localidad del interior de Chile y fundaron Colonia Dignidad. Durante décadas se presentaron como una modélica comunidad agrícola, hasta que los testimonios de algunos colonos prófugos revelaron el horror que se vivía dentro de sus muros. El fundador, Paul Schäfer, un exmilitar nazi, abusó sistemáticamente de todos los niños y niñas que vivieron allí y colaboró con el régimen de Pinochet poniendo la colonia a su servicio para el tráfico de armas y como centro de tortura de disidentes. Claudia Larraguibel da forma a la historia de la colonia tomando como punto de partida la misteriosa muerte de un niño durante una cacería. Una joven periodista, hija de exiliados, regresa a Chile para escribir el guion de una película sobre Colonia Dignidad en el momento en que se empieza a levantar el manto de impunidad que cubrió este enclave durante décadas. A medida que avanza la investigación, la narradora conoce a una colona que la llevará por un camino insospechado, hasta encontrar las huellas de Paul Schäfer y de la DINA, y el rastro del niño desaparecido. Sprinters pasa con naturalidad de la ficción a la no ficción, en una historia fascinante, que se lee como un viaje a los abismos del mal. Nos plantea preguntas incómodas sobre la indolencia y la complicidad de todos los que prefieren no ver, y sobre cómo el terror se encuentra cómodo en esas condiciones.

Desmantelada hace años, Colonia Dignidad se ha transformado en un hotel en el que viven y trabajan unas cien personas, víctimas de aquellos actos incapaces de rehacer sus vidas en otro lugar. Hoy se llama Villa Baviera, un cambio de nombre para atraer al turismo hasta estas 30.000 hectáreas de finca. Desde su fundación en 1961, mediante métodos a medio camino entre la secta y el campo de concentración, se torturó a cientos de personas, los recluidos por Schäfer y los disdentes que enviaba el régimen de Pinochet.

Paul Schäfer (Troisdorf, 4 de diciembre de 1921 – Santiago, 24 de abril de 2010). Huyó de Chile en 1997 tras la primera denuncia. No fue detenido hasta 2005 en Argentina y lo condenaron a cadena perpetua. Falleció en la cárcel a los 88 años. Otra veintena de dirigentes siguen en prisión.

Sprinters: la contradicción de escribir una “novela documental”

/ por Claudia Larraguibel /

Hace unos 14 o 15 años comencé a interesarme por el caso de Colonia Dignidad. Y comencé a reunir información, cuando aún vivía en España, y luego al volver a Chile, sin saber entonces si escribiría una crónica, un libro de no ficción, un guión de cine o una novela. Al final, Sprinters es un poco de todo eso.

Durante el tiempo de investigación, entre los muchos documentos que revisé hubo uno que me removió más que otros. El juicio a Paul Schäfer, el oscuro líder de la Colonia, y a sus jerarcas, es un legajo de cientos de páginas escritas a un solo espacio en tipografía Courier del tamaño 10. Por él desfila una larguísima procesión de interrogatorios y declaraciones de víctimas, victimarios, testigos y cómplices. A lo largo de esas páginas se va desvelando una multitud de historias terribles (algunas ya habían aparecido en la prensa o me las habían contado algunos de sus protagonistas, pero la mayoría eran desconocidas para mí), y cualquiera de ellas podía servir como material para hacer un libro, una novela, una película.

La lectura de ese juicio me provocó una sensación contradictoria. ¿Por qué pretendía escribir un libro si ese áspero documento legal era ya en sí mismo una gran novela, casi una obra maestra? Esa sucesión interminable de declaraciones de colonos y ex colonos, de niños, ex niños, campesinos, enfermeras, doctores, amigos y ex amigos de la Colonia, desvelaba la historia nunca contada de lo sucedido durante más de cuatro décadas dentro de la Colonia y sus alrededores. Todas esas transcripciones podían ser leídas como una novela de amor y de odio, de miedo y de fervor, de terror, una épica, una elegía rebosante de raptos místicos, también como una novela de aventuras, de espionaje, de detectives, plagada de episodios de locura y de la más infinita crueldad. En el conjunto de todas esas voces subyacía tal vez la inalcanzable verdad del pueblito de colonos alemanes y también de una buena parte de la historia de Chile. Entonces, ¿por qué intentar contar algo más?

Sin embargo, y por eso digo que la sensación fue contradictoria, de todo ese abanico de caminos me atrapó un caso al que no pude dejar de seguirle la pista entre la maraña jurídica: el caso de Hartmut Münch, un niño que murió en extrañas circunstancias a mediados de los ochenta. Nadie se ponía de acuerdo a la hora de hablar de su muerte: las enfermeras que lo atendieron en el hospital y los jerarcas explicaban que había sido un accidente, que se había caído de un camión y se había partido la cabeza. Sus padres decían que no sabían nada, que no habían visto el cadáver “porque el dolor era muy grande”. Los niños que estuvieron presentes cuando murió, los sprinters de Schäfer, esa corte de adolescentes que usaba como recaderos en el día y que violaba por las noches, aseguraban que a Hartmut le habían disparado durante una cacería de perdices. Pero también sus versiones eran contradictorias entre sí. Algunos juraban que había disparado Schäfer. Otros estaban convencidos de que el culpable era un militar que estaba de visita, un hombre de apellido Contreras. ¿Quién de todos ellos mentía? ¿Quién decía la verdad? Un solo hecho y tantas versiones. La muerte de Hartmut Münch era el epítome de la imposibilidad de contar Colonia Dignidad. Pero también, y paradójicamente, se aparecía como la única manera de contar Colonia Dignidad: sólo abrazando la contradicción era posible hacerlo, tal vez.

A fines de 2007 di por terminada la investigación. Y en ese momento fui incapaz de escribir nada. Después de todas las entrevistas, los viajes por el sur de Chile, los juicios, la lectura y clasificación de documentos, después de molestar a gente pidiendo información y de incomodar a otros tantos haciéndolos revivir los malos ratos que pasaron allí dentro… yo no era capaz de ponerlo en papel. Y sentí que estaba decepcionando a todos los que aceptaron hablar conmigo porque les dije que estaba preparando un libro sobre Colonia Dignidad. A pesar de intentar varios formatos, distintos géneros e hilos narrativos, estructuras, índices y aproximaciones, y a pesar de contar con la certeza de que la contradicción debía guiarme, era incapaz de afrontar la escritura de una historia que se iba transformando en algo cada vez más inasible y monumental.

Pero la muerte de Hartmut Münch y sus distintas versiones seguían rondándome. ¿Cuál de todas era la verdadera? ¿Dónde estaba la verdad? Y, sobre todo: ¿se puede contar la verdad?

Años más tarde, cuando lo visto, leído y escuchado estaba en modo reposo, se fue perfilando poco a poco una voz (creo que los libros comienzan a resultar solamente cuando aparece esa voz y esa mirada a través de la que veremos el mundo). La voz de la que terminó siendo la protagonista de Sprinters: Lutgarda, una colona alemana que aún seguía viviendo dentro del predio alemán. Lutgarda tiene más de cuarenta años, toda su familia se ha marchado de la Colonia y en 2010, el año en el que comienza la novela, ha decidido iniciar una búsqueda, una curiosa investigación: aclarar la muerte de un niño alemán que murió en el bosque en extrañas circunstancias. La novela es, en parte, el relato de esa “investigación”, y de las razones que tiene Lutgarda para llevarla a cabo.

Gracias a la aparición de Lutgarda entendí que tal vez sólo desde la ficción, y de la mano de un personaje de ficción, podía escribir la historia que de verdad quería contar sobre Colonia Dignidad. Que no es la historia del Caso Colonia Dignidad, de los cientos de casos criminales que la rodean, sino una historia más íntima y más pequeña, que sobre todo buscaba entender y contar cómo veían el mundo los colonos (y cómo nos veían a nosotros, los que vivimos “afuera”). Y también cómo enfrentan el proceso de regresar a una sociedad “normal”; cómo se sintieron al fugarse y ver el mundo casi por primera vez y cómo sobrellevan (aún hoy en día) la vida sin la “seguridad” y el “orden” que prometía la Colonia.

Además, el que la protagonista fuera una mujer, me permitía colocarme en el punto de vista de los que han sido los seres más invisibles de esa comunidad alemana. Siempre que se explica la Colonia, el relato se enfoca en los hombres: sean ellos los malos (Schäfer y los jerarcas) o sean ellos las víctimas (los niños abusados, los desaparecidos, los colonos fugados). Las mujeres han estado en tercer o cuarto plano, arrinconadas, tratadas “peor que las gallinas porque ni siquiera ponen huevos”, como les decían. Y, también, para mí era importante que fuera alguien que aún viviera en la Colonia. Que hablara desde dentro. Que hubiera decidido permanecer a pesar de conocer los horrores que han ocurrido allí. Y que hubiera podido mantener, pese a todo, una luminosidad y una cordura muy especiales.

“Nada hay tan equivocado como creer que se puede narrar lo que sucede en la vida cuando en realidad contarlo exige siempre inventar”, dice Enrique Vila-Matas. En este caso, sólo las herramientas de la ficción me permitieron contar una “historia real” y también ponerme de verdad en el lugar del otro, entender las razones de ese otro tan ajeno para mí como eran los colonos. ¿Cómo empatizar con alguien con una experiencia de vida tan radicalmente distinta a la nuestra, marcada por esa tragedia, cómo hacerlo sino solo desde el poder que te otorga la ficción? Si acaso el libro funciona, el lector también podrá entender las razones de Lutgarda. Y sentir cómo nos mira ella a nosotros, como en sus ojos se reflejan nuestros propios errores como sociedad, los horrores que ocurren acá afuera, y cómo los negamos sistemáticamente.

La historia de Sprinters es una historia real, una terrible y tristísima historia real, y nada en el libro traiciona los hechos, he sido sumamente cuidadosa en eso, pero para entenderla y contarla, el expediente periodístico tuvo que ser atravesado por la ficción.


Sprinters
Claudia Larraguibel

Salto de Página, 2018
256 páginas; 19,90 euros


Claudia Larraguibel (Santiago de Chile ,1968) se exilió con su familia a Caracas (Venezuela), tras el golpe militar. En 1995 cursó el Master de Periodismo de El País en Madrid y trabajó tres años en dicho periódico. Fundó la revista ClubCultura de Fnac España y ha sido redactora de publicaciones como Cinemanía y Vogue. Ha publicado las novelas Reír como ello, Reglas de Caballería, Puesta en escena, Toque de queda y Al sur de la Alameda.

Cementerio de Colonia Dignidad, actualmente Villa Baviera.

 

 

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