El tiempo matérico: una arqueología del IVAM
‘Fins a cota d’afecció’, de María Jesús González y Patricia Gómez
/por María Jesús Soler/
Fins a cota d’afecció («Hasta cota de afección») es el título de una exposición que Patricia Gómez (Valencia, 1978) y María Jesús González (Valencia, 1978) inauguraron en el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) el 21 de junio del presente año. Nos hallamos, pues, en el paso del ecuador de una muestra que finaliza el 7 de octubre y que presenta la particularidad de ser un trabajo in situ; una deconstrucción de las diferentes capas de pintura que han dado soporte a las diversas exposiciones que han tenido lugar en la Sala 6 del IVAM. Esta deconstrucción acaba allí adonde no hay ya ningún rastro: de ahí las connotaciones arqueológicas del título de la exposición, pues «hasta cota de afección en arqueología» significa el límite hasta donde se puede excavar.
Sobre la exposición y la metodología empleada va a tratar este artículo, ya que hay particularidades dignas de mención por la innovación que suponen en una muestra expositiva.
Patricia Gómez y María Jesús González son licenciadas en bellas artes por la Universidad Politécnica de Valencia y están especializadas en grabado y estampación. Han alcanzado cierto reconocimiento por una serie de proyectos en los que tratan de recuperar la memoria de espacios abandonados o en desuso mediante fotografías, vídeos y, lo que resulta más interesante, técnicas de arranque mural con las que consiguen extraer los diferentes estratos, huellas y testimonios escondidos bajo las diferentes capas de pintura.
A lo largo de su trayectoria han desarrollado intervenciones con las que han tratado de rescatar la memoria de lugares en proceso de abandono o desaparición, tales como zonas rurales abandonadas, edificios del barrio del Cabanyal o el del Carmen de Valencia o espacios de diversas cárceles, tales como la cárcel modelo de Valencia o la antigua prisión de Palma.

Son unas artesanas del tiempo en la medida que traen al presente lo oculto; lo que ocurrió en determinados espacios cuyo interior la sociedad silencia. Ellas se adentran en ese interior y lo trasladan al mundo del grabado con macroestampaciones de los muros en las que aparece explícitamente el objeto callado, el discurso de quienes estuvieron allí, por ejemplo en las cárceles. Según exponen estas artistas, «casi 500 celdas diseñadas para ser idénticas y cada una cuenta una historia diferente». La imagen anterior es de la cárcel modelo de Valencia, cerrada en 1992 y remodelada posteriormente para uso administrativo.
Pero el proceso habitual que siguen Patricia y María Jesús se invierte en la exposición del IVAM. Como dice José Miguel Cortés, director de la institución, en el catálogo de la exposición, el trabajo llevado a cabo
reúne unas características bien distintas: aquí (y por primera vez) las artistas se enfrentan con un museo, una institución respetable, cuna del conocimiento artístico y aparentemente neutra en cuanto a sus objetivos o fines. Pero a poco que uno se ponga a pensar o que uno investigue en los fundamentos del museo, nos encontramos con que las paredes blancas y asépticas del recinto museístico guardan muchos más mundos (actitudes, funcionamiento, organización, objetivos…) de los que pudiéramos pensar.
Patricia Gómez y María Jesús González realizan una intervención en la Sala 6 del Museo, compuesta por dos plantas conectadas entre sí por una escalera de caracol. Ello, según afirmaron en la presentación de la inauguración, les situó ante un espacio complejo. Ya no se trataba de arrancar nada, sino de contar la historia oculta del museo, que el año próximo cumplirá treinta años. En este sentido, Sandra Moros, comisaria de la exposición, dice:
No sólo han querido trabajar sobre el museo como emplazamiento físico, sino especialmente como un lugar compuesto de multitud de estratos, los cuales a su vez están formados por una estructura compleja de circunstancias históricas, políticas, económicas, sociales y culturales […] la necesidad de hacer visible lo que está oculto ha hecho que las artistas hayan tomado la arqueología como ciencia de apoyo para conseguir este propósito, apropiándose así como nombre del proyecto un concepto arqueológico.
Tal es: «Hasta cota de afección».

Con ayuda de un equipo, las artistas han ido sacando a la luz los diferentes estratos formados por las sucesivas capas de pintura de la Sala 6 para albergar diferentes exposiciones. Ello ha producido un resultado sorprendente para el espectador por las bellas imágenes que, al ser fotografiadas, quedan atrapadas como obras de arte; pero de arte efímero, pues sólo puede verse in situ y sirve de prólogo a la próxima celebración del trigésimo aniversario del IVAM.


Es así como «la aparente neutralidad de la pared blanca es una ilusión. Representa a una comunidad que comparte determinadas ideas y proyectos» (Brian O’Doherty: Dentro del cubo blanco, p. 74). Sobre este principio, el proyecto de estas artistas va mutando a medida que la deconstrucción de los muros va generando lenguajes plásticos y conceptuales diferentes. En un proceso derridiano va apareciendo la necesidad de buscar las estructuras que subyacen a cada proyecto expositivo de la Sala 6 a lo largo de su existencia. Una tarea compleja, pues se trataba de buscar los dispositivos que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo: cartas, diseños expositivos, artistas, comisarios, estructuras organizativas… Es así como la exposición se trasciende a sí misma y ya no es suficiente esa primera etapa de descubrimiento en la deconstrucción de estratos. Hay que ir más lejos. Reto importante.
Desde mi punto de vista, Patricia Gómez y María Jesús González se ven empujadas, aun sin darse cuenta, a construir una microhistoria. Investigación, búsqueda, método, documentos, conversaciones con el personal del museo… Surge la tarea de lo que Michel Foucault llamaría archivo, en la medida en que hay que acotar los diferentes dispositivos que han sido condición de posibilidad de las diversas exposiciones. La herramienta que van a usar para ello es la matriz de Harris.


La matriz de Harris se utiliza para representar la sucesión temporal de contextos arqueológicos y las secuencias de acontecimientos. Es una especie de organigrama o de mapa conceptual muy útil; pero hay que saber seleccionar los elementos que lo componen. Ello plantea a estas artistas un ingente trabajo, pues no solo se trata de bucear en el archivo del museo en lo que respecta a la Sala 6, sino también en tener un criterio sobre lo que se selecciona.
En este sentido, como dice Sandra Moros:
El archivo del museo era el lugar adecuado para encontrar los procesos con un cuerpo matérico y construir a partir de sus documentos la matriz de Harris. Un archivo oficial compuesto de materiales que forman parte de la historia oficial y que se opone a la idea de trabajo sobre las otras historias no oficiales que las artistas han querido visibilizar en sus proyectos anteriores.
Es así como las artistas se convierten en recolectoras de pequeños fragmentos extraídos de los documentos pertenecientes a una colectividad institucionalizada; fragmentos, citas, comentarios, etcétera, que pueden parecer intrascendentes, pero no lo son en modo alguno. Posibilitan hacer una microhistoria del museo, un pequeño relato, al decir de Lyotard, precedido de notas, proyectos y decisiones:

El imponente aspecto de la parte superior de la Sala 6, tapizada literalmente por la matriz de Harris realizada por Patricia Gómez y María Jesús González, deja patente que el arte es un mundo complejo. Tras la obra acabada hay un ingente universo que se va superponiendo a otro y a otro, de tal forma que si en la parte inferior de la Sala 6 existen diferentes estratos que son huella de lo que fue y ya no es, en la superior hay un registro resultante de un proceso de investigación útil para quien lo ha realizado, pero muy útil para un espectador inquieto.
El paso del tiempo tiene un lenguaje propio ciertamente mutante por la diversidad de acontecimientos que suceden produciendo unas realidades sígnicas diferentes cuya semántica entre significado y significante va trazando una pluralidad de líneas temporales, cuyo resultante es la superposición de elementos diversos en una geometría plástica-conceptual. Ello da acceso a un relato despertando en los espectadores sentimientos ante el objeto que es contemplado y que al mismo tiempo le habla. La interlocución entre objeto y sujeto es versátil como las diferentes miradas que hacia él se dirigen.
Hasta cota de afección nos presenta dos metodologías arqueológicas de distinto signo, según sea el espacio inferior o superior de la Sala 6, lo cual conecta a sus autoras con su línea habitual de trabajo: los bucles de la memoria, que en esta ocasión son bucles laberínticos de idas y venidas entre estratos, información, documentación… Como dicen Agustín Díez y Juan Salazar, «el visitante conocedor de la historia del IVAM se sentirá sorprendido al ver cómo encaja todo lo que antes de entrar en la sala no tenía sentido, mientras que el visitante que desconocía la historia del IVAM se sentirá atrapado por cada cartela, queriendo saber más».
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