Giulino di Mezzegra

Charles Aznavour, o la tectónica del tesón

Pablo Batalla Cueto homenajea al recién fallecido Charles Aznavour. «Quería Aznavour entretejerse en todas las memorias; enganchar sus lilas de todas las ventanas; que nadie hubiera en el mundo que no pudiera arropar con una canción suya cada una de sus nostalgias; y lo consiguió sin necesidad de grandes tramoyas ni fuegos de artificio, con nada más que un traje de color negro, un micrófono y una buena historia que cantar».

Giulino di Mezzegra

Charles Aznavour, o la tectónica del tesón

/por Pablo Batalla Cueto/

Existen personas torrenciales en todo lo que hacen; almas Stajánov ensalmáticamente inmunes a las acometidas de la fatiga, y el reino que fundaran habría de entronizar a Charles Aznavour como monarca perpetuo; como el pater patriae que mejor que nadie encarnara la idiosincrasia de sus vasallos. Todo en Aznavour tiene una cualidad mareante; todos los guarismos de su vida son hostiles hasta a las formas más tenues de sensatez. Grabó Aznavour más de mil doscientas canciones en siete idiomas, cantó durante casi ochenta años y hasta los 94 con que murió; lo hizo con Edith Piaf —de quien fue chófer y secretario—, Elton John, Compay Segundo y Julio Iglesias; ha vendido más de ciento ochenta millones de discos, ganó veintiséis premios, se casó en tres ocasiones, tuvo seis hijos, participó en más de ochenta películas. En las antípodas exactas del artista one-hit wonder se yergue Aznavour como el gigante que no era físicamente: él mismo era su propia maravilla; nadie como él fue maestro en el arte de taladrar cerebros con canciones de eco vitalicio. Fue él quien acuñó —parece— la famosa sentencia según la cual «el show debe continuar», y Aznavour fue leal a ella no permitiendo jamás que su show se interrumpiera; que no lo hicieran siquiera la sordera y la voz quebrada de sus últimos años. Seguía, nonagenario, siendo al mismo tiempo el comédien, el musicien y el magicien a los que proponía ir a ver en una de sus piezas más famosas; tenía programada el 26 de octubre de 2018 una actuación en Bruselas que ya no vivió para ofrecer y aun otra en Tel Aviv en julio de 2019, y el secreto último de su éxito innúmero no era ningún don de los dioses, que hubiera caído sobre él y lo hubiera aupado involuntariamente: Aznavour, bajito y feo como una gárgola de Notre Dame, en nada el Sinatra francés que se le quiso llamar, ni siquiera tenía buena voz, por más que acabara llamándosele Aznavoice. Debía, en cambio, todo su prestigio a méritos de nadie más que suyos, y en particular a una pasión maremótica por aquello que hacía. Era Aznavour alguna impugnación de un marxismo elemental que todo lo cimentara en las condiciones materiales de existencia y una confirmación paralela de la tectónica del tesón; de que la fe puede efectivamente mover montañas. Y a todo le cantó este peón de la música: a la maternidad, a la periclitada bohemia de Montmartre («Je vous parle d’un temps que les moins de vingt ans ne peuvent pas connaître»), a la tristeza de una Venecia sin amor («Que c’est triste Venise au temps des amours morts, que c’est triste Venice quand on ne s’aime plus…»), al paisaje armenio de sus ancestros, entre los cuales había un antiguo cocinero del zar, y también al genocidio del que escaparon. En Hier encore, un Aznavour nostálgico de sus lejanos veinte años lamenta haber hecho tantos proyectos nunca materializados («J’ai fait tant de projets qui sont restés en l’air, j’ai fondé tant d’espoirs qui se sont envolés»), pero cuesta creer que fuera cierto; que algo le quedara por hacer a quien fue pionero incluso en cantar a la homosexualidad («Je suis un homo comme ils disent»). Quería Aznavour entretejerse en todas las memorias; enganchar sus lilas de todas las ventanas; que nadie hubiera en el mundo que no pudiera arropar con una canción suya cada una de sus nostalgias; y lo consiguió sin necesidad de grandes tramoyas ni fuegos de artificio, con nada más que un traje de color negro, un micrófono y una buena historia que cantar. Hoy lo lloramos cuatro generaciones de fans de todos los continentes, y ello garantiza que el show seguirá continuando.

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