La alargada sombra del franquismo
/por Xavier Tornafoch/
Con la llegada del PSOE al gobierno de España se ha reabierto el debate sobre la presencia de símbolos franquistas en el espacio público, el más ostentoso de todos el Valle de los Caídos. Se trata de un tema recurrente en la agenda política española y que tiene muchas otras derivadas, tales como la cuestión de la anulación de las penas dictadas por los tribunales de la dictadura o la presencia de dinámicas autoritarias en determinados organismos del Estado. A menudo todo ello lleva a señalar que en España el franquismo sigue vivo y que la Transición fue una estafa. Para apoyar este argumento se acostumbran a hacer comparaciones con los países europeos que sufrieron el fascismo subrayando en todo momento el esfuerzo que han hecho para erradicar de su vida pública la exaltación del fascismo, cosa que ciertamente no se ha conseguido aún en España. Ahora bien, si analizamos lo que sucede en otras latitudes con un poco de detalle, veremos cuál es la situación real.
Hace ya unos cuantos años acudí a la conmemoración anual que se lleva a cabo en el campo de concentración de Mauthausen (Austria) para recordar a todos los que allí murieron. En aquel campo estuvo internada la mayoría de deportados españoles, hasta el punto de que durante muchos años los administradores de este espacio como monumento nacional eran un par de antiguos deportados españoles, ahora ya fallecidos, con los que tuve la oportunidad de hablar. En aquellos tiempos, el presidente de la República de Austria acudía puntualmente a este evento —cosa que ahora ya no sucede—, y las estatuas de piedra que cada comunidad nacional había erigido para recordar a los suyos estaban custodiadas por dos niños austríacos, costumbre que sí se mantiene.

Después de pasar todo el día en el campo, buscamos un lugar para pasar la noche cerca de Mauthausen, porque ya era tarde y no podíamos regresar a Viena. Encontramos un alojamiento en una localidad cercana llamada Enns. Al entrar en el pueblo, empezamos a ver carteles comerciales anunciando a empresas locales. La mayoría de los nombres me eran familiares. Antes de dormir, abrí el libro de la escritora catalana Montserrat Roig que había arrastrado desde que salí de Barcelona: Els catalans als camps nazis («Los catalanes en los campos nazis»), una obra imprescindible para conocer el funcionamiento de los campos de exterminio y la triste existencia de los que allí estaban internados. Como era costumbre en Montserrat Roig, se trata de una obra rigurosa y muy bien documentada en la que aparecen detallados los nombres de las empresas de la zona que se aprovecharon del trabajo esclavo que ofrecía el cercano campo de Mauthausen. Muchas de ellas eran las mismas que se anunciaban orgullosas a la entrada del pueblo. Habían pasado cincuenta años y aquella humillación continuaba. Ni las leyes de desnazificación habían podido con ellas. Ahí seguían. No había monumentos conmemorativos ni calles en honor a Adolf Hitler, pero las empresas que habían prosperado gracias al trabajo de prisioneros esclavos seguían funcionando con normalidad.
Lo mismo sucedía en Alemania, donde grandes consorcios industriales no sólo continuaban teniendo actividad, sino que incluso habían aumentado sus dimensiones hasta convertirse en megaempresas con sucursales por todo el mundo. A acabar la segunda guerra mundial, al calor de la recién inaugurada guerra fría, muchos austriacos, igual que muchos alemanes e italianos, que habían colaborado entusiastamente con el fascismo y se habían enriquecido gracias a él vivieron confortablemente sin ser molestados y, como sucedía en Enns, pudieron retomar sus negocios.
Para denunciar esta situación surgió, principalmente en Alemania, un género periodístico que se especializó en desenmascarar a antiguos nazis: jueces, empresarios, políticos, académicos, etcétera. Una larga lista de personajes fue señalada. En esta tarea destacó Günter Wallraff, que llegó a descubrir a antiguos nazis que ocupando puestos de responsabilidad en la República Federal de Alemania (RFA) habían sido premiados como defensores de los derechos humanos. Según Wallraff, durante muchos años toda la vida social de la RFA estuvo dominada por nazis que, además, se enorgullecían de su pasado. Pero el más destacado de todos ellos no se encontraba en Alemania, sino en Austria, y fue Kurt Waldheim, que llegó a presidir la República y a ser secretario general de la ONU. Incluso en la República Democrática Alemana (RDA), a pesar de que en el mundo soviético el nazismo fue aplastado, un antiguo mariscal del ejército alemán, Friederich von Paulus, el encargado de dirigir el asedio de Stalingrado, pasó plácidamente sus últimos años de vida. En Italia, por su parte, un partido heredero del fascismo, el Movimiento Social Italiano —algunos de cuyos primeros líderes, como Giorgio Almirante, habían ocupado cargos en los gobiernos de Mussolini—, fue aliado electoral de la Democracia Cristiana, sosteniendo no pocos ejecutivos durante la posguerra para impedir que el poderoso Partido Comunista Italiano llegase al Gobierno.

En cualquier caso, a diferencia de lo que sucedió en España, la presencia de símbolos fascistas en el espacio público no existió, y si existió fue en una mínima expresión que no tuvo nada que ver con lo que pasó en España, donde un mausoleo como el Valle de los Caídos ha evidenciado durante muchos años la alargada sombra del franquismo. En Europa el fascismo fue derrotado militarmente, mientras que en España ganó una guerra civil. En Europa, los antiguos fascistas que se salvaron de la persecución, la cárcel o el exilio tuvieron que adaptarse a un nuevo entorno sociopolítico. En España sucedió lo contrario: el fascismo detentó el poder y moldeó la sociedad y las instituciones políticas de acuerdo a sus ideas. Los que sobrevivieron a las cárceles, la represión y el exilio tuvieron que adaptarse a esa realidad. En estas circunstancias se llevó a cabo la transición española. Cuando los dirigentes del Movimiento (hay que recordar que Adolfo Suárez fue jefe del partido único) advirtieron que el régimen no daba más de sí, porque el entorno sociopolítico había cambiado debido a la presión de una creciente oposición interna y externa y por el escenario internacional (las dictaduras de Grecia y Portugal habían caído) empezaron a considerar que había llegado el momento de democratizar España. Los dirigentes franquistas iniciaron un proceso de apertura política que se llevaría a cabo bajo un concepto que acuñó Torcuato Fernández-Miranda y que sirvió de coartada para dejar incólumes muchos de los resortes del régimen, esto es, actuar de la ley a la ley. Este pasar de una norma a otra sin que mediera ningún proceso de ruptura fue, a la postre, lo que posibilitó el silencio, a veces muy ruidoso como se comprobó el 23 de febrero de 1981, de aquellos que querían mantener un franquismo sin Franco, pero fue lo que hizo que múltiples rémoras del viejo régimen se mantuvieran, y por lo que respecta al espacio público, lo que consagró que el Valle de los Caídos siga siendo, aún hoy, lugar de peregrinación para los nostálgicos del franquismo.
Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931) Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educacción y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y comarcal como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos. Además, milita en Iniciativa de Catalunya-Verds desde 1989 y fue edil del Ayuntamiento de Vic entre 2003 y 2015.
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