De rerum natura
Auschwitz, el metro de París y la cobardía
/por Pedro Luis Menéndez/
Leo en la prensa que una anciana judía, superviviente de Auschwitz, se enfrentó a unos chalecos amarillos que en el metro de París estaban bromeando con saludos antisemitas. Los hombres se encararon con ella, se rieron, y uno de ellos afirmó que las cámaras de gas no existieron; para luego subrayar: «Estamos en nuestro país». La anciana, que abandonó el tren en la parada siguiente, no fue apoyada por ninguna de las personas que viajaban en el vagón. La triste Europa una vez más. La cobarde Europa una vez más. Pero quiero entender y no quedarme en la superficie.
Quizás alguien recuerde cómo, hace ya bastantes años, en el metro de Barcelona, una joven ecuatoriana fue agredida por un fascista violento. Sin embargo, ésta, tristemente no fue la noticia. La noticia fue que en el vídeo grabado por los amigos del agresor se observaba con claridad a otro joven sentado que no interviene, quieto, como si nada fuera con él.
Los medios hablaron del joven, cuestionaron al joven, lo señalaron como el cobarde que no fue capaz de intervenir para detener la agresión. Sólo tiempo después se supo que el joven era también un inmigrante y que el miedo pudo más que cualquier otro impulso que pudiera haber tenido.
Ése es el poder del miedo y los cobardes que atacaron a la chica ecuatoriana lo sabían. Sabían que les tenemos miedo; miedo al daño físico que nos pueden hacer pero, sobre todo, miedo a las consecuencias de una sociedad que, si intervenimos, nos va a aplaudir primero y luego nos va a dejar solos, solos ante el peligro, olvidados una vez que el relumbrón mediático haya pasado a un segundo plano, o a un tercero, o al olvido.
Cuando esto ocurra, el joven inmigrante seguirá subiéndose a ese metro solo, seguramente avergonzado por su cobardía, o por su prudencia, y tal vez no sepa nunca que no es diferente a nosotros, los de la lectura cómoda, los del clic en la pantalla, los ofendidos durante breves segundos, los justos antes de pasar a la siguiente historia, y a la siguiente, y a la siguiente mientras él no puede pasar a la siguiente historia, porque ésta es su historia, su única historia, la del joven que no arremetió contra los agresores porque no se atrevió a exponer su cuota de miseria, a arriesgar una fama que no deseaba, o peor aún, una expulsión del territorio, un no enviar más dinero a casa, un regresar con las manos vacías.
Las raíces del miedo son diversas y profundas, así que nunca escupas sobre los cobardes, porque cualquier día, en cualquier momento, podrías ser uno de ellos, aunque te parezca imposible, aunque llenes el pecho gritando lo contrario, aunque presumas de tu valor. Porque es todo demasiado humano y cruel, pero el cobarde tiene derecho a su cobardía y el manso a su mansedumbre. Por eso nos aplastarán.
Porque ellos, los violentos, los fascistas, también tienen miedo pero lo disimulan. Nosotros, no. Sólo una mano abierta a la anciana, un gesto, sólo una caricia y todo sería diferente. Nadie fue capaz. Quiero creer que tú y yo lo hubiéramos sido.
Quiero pensar que aún estamos a tiempo.
Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).
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