Mirar al retrovisor

El Brexit, o si puede errar la voluntad general

El pueblo, ¿siempre acierta? Un artículo de Joan Santacana.

Mirar al retrovisor

El Brexit, o si puede errar la voluntad general

/por Joan Santacana Mestre/

Hace muchos años, en mi primera visita al Museo Británico vi un cartel de avisos en el que, refiriéndose al puerto de Dover desde donde partían los buques hacia Calais, se leían las famosas frases publicadas como titular en el The Daily Mail: «Niebla en el Canal; el continente está aislado». Este aislamiento tiene una larga tradición y se observa en factores tan importantes como la lengua, que no es ni germánica ni latina, o el derecho, que parte de principios distintos del derecho romano, o simplemente la religión, ya que la iglesia anglicana fue distinta de las demás. Cuando el Reino Unido de la Gran Bretaña finalmente entró en la Unión Europea lo hizo con muchos reparos, conservando, entre otras cosas, su propia moneda y saliendo del tratado de Maastricht a principios de la década de los noventa del siglo pasado. Y ha sido mediante un referéndum en el que la mayoría de la población británica que emitió el voto decidió salir de una Unión Europea, en la que nunca encajaron muy bien. No vamos a discutir sus razones, por otra parte, ampliamente difundidas. Tampoco analizaremos las causas del descontento social que ha conducido a miles de ciudadanos a tomar esta decisión. Lo que ahora queremos plantear es si la voluntad general puede errar; puede equivocarse.

La pregunta no es nueva ni es nuestra: en 1762, Rousseau ya se la planteó cuando escribió El contrato social. El filósofo ilustrado defendía en su obra que la voluntad general es siempre recta y tiende siempre a la utilidad pública. Esto es cierto sin duda alguna. El pueblo siempre quiere su propio bien, pero no siempre ve claro cuál es ese bien. Dice Rousseau que «al pueblo no se le corrompe nunca, pero se le engaña a menudo, y es solamente entonces que parece que lo que quiere es lo que está mal». La tesis que defiende es que «si cuando el pueblo delibera, suficientemente informado, no tuvieran los ciudadanos ninguna comunicación entre ellos, del gran número de diferencias resultaría la voluntad general, y el resultado de la deliberación sería siempre bueno». En esta frase parece que Rousseau apunta como motor del engaño «que no haya sociedad particular dentro del Estado, y que cada ciudadano opine sólo por sí mismo».

¿Es un error de los ciudadanos británicos apartarse del continente? ¿Hubo mala información y los ciudadanos votaron sin disponer de todos los parámetros? Probablemente, pero ello ha sido así innumerables veces y a pesar de las informaciones distorsionadas las consultas populares dan como resultado aquello que es más lógico y razonable. Pero hay que recordar que los ciudadanos británicos han percibido su historia de forma muy particular:  en 1945, cuando salían a las calles para festejar la victoria aliada, no se daban cuenta de que en realidad habían perdido. Su Imperio era ya una institución en derribo y bastó algún empujoncito para que —lentamente—se descoronara y diluyera como un terrón de azúcar. Pero la gente no se dio cuenta hasta más tarde, cuando constataron que eran pobres de verdad al sufrir las restricciones energéticas de posguerra, el racionamiento de comida en las ciudades, con cupones y cartillas, la lenta agonía del sistema industrial y, sobre todo, su dependencia de los socios y vecinos.

Gamal Abdel Nasser (1918-1970)

De esta forma, el Imperio desapareció, pero casi sin darse cuenta. La Gran Bretaña figuraba en los años cincuenta en el selecto club de los grandes, pero ya era tan sólo un pequeño gran país.  Bien es cierto que tuvieron algunos episodios traumáticos, como el movimiento Mau Mau en Kenia, entre 1952 y 1960; o bien la crisis de Suez, en 1956, cuando, juntamente con Francia desplazaron 80.000 hombres y una flota de un centenar de buques de guerra contra el gobierno egipcio de Nasser, en una demostración de poderío naval y militar; pero la expedición acabó en fracaso y en una retirada vergonzosa del Canal de Suez. Sin embargo, estos fracasos no se vendieron como tales, porque el Mau Mau fue derrotado militarmente y Egipto fue vencido también militarmente. Mucha gente los percibió como sendas victorias, pero en realidad, después del movimiento Mau Mau, Kenia obtuvo la independencia y después de la guerra de Suez Nasser se convirtió durante mucho tiempo en el líder del panarabismo.

La razón ultima de la retirada militar de Suez fue que los franco-británicos actuaron solos, sin ni tan siquiera consultar a su poderoso aliado norteamericano, que era quien realmente había ganado la guerra en 1945.

Y, sin embargo, esta lenta decadencia parecía no percibirse en Londres en aquel entonces. Es lo que decía Rousseau: «Si cuando el pueblo delibera suficientemente informado…», el resultado es distinto de cuando delibera engañado. Puede que mucho de esto este ocurriendo hoy, cuando una mayoría de ciudadanos todavía no empiezan a darse cuenta de que el rey va desnudo; de que el imperio ya no existe, que en realidad, a pesar de los pesares, quizás  Europa era su única forma de mejorar las condiciones de vida. Y, sobre todo, que el amigo americano ha cambiado mucho desde 1941.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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