Llugares

Llugares: Eskilstuna (Suecia)

david guijosa traslada la serie 'Llugares' a una pequeña ciudad sueca de provincias, repleta sin embargo de sorpendentes encantos.

ESKILSTUNA

/por david guijosa/

En lo alto, sobre la amalgama de luz que se proyecta a lo largo de la ciudad, agolpada en la iluminación de las calles o escapando por las ventanas y los escaparates, se distinguen dos puntos de luz parpadeantes, rojos, que dominan la noche. Es pleno invierno y la oscuridad ya ha estado aquí desde las dos del mediodía; y ahora que la altura y la protección de los campanarios de ese intento de catedral que es Klosters kyrka se relativizan, la ciudad se calienta y se resguarda a través de dos imponentes chimeneas clavadas en la parcela que ocupa la planta de cogeneración de Eskilstuna. Dos torres silenciosas que se deshacen en sus finales por donde se escapa el humo que asegura que podremos dormir calientes, que la energía eléctrica seguirá fluyendo por las venas de la ciudad.

Cuando se habla de Eskilstuna, localizada en ese sur de Suecia que está más hacia la mitad fría del país que hacia el sur, vale la pena hacerlo a través de la tecnología y de la iglesia. Al fin y al cabo, el nombre que hoy usamos para la ciudad se lo debemos en gran parte a un evangelista cristiano que fue lapidado por los habitantes más reacios al cambio de la zona, adoradores de los dioses que habitan los nueve reinos de Yggdrasill. Y ese encuentro fatídico del religioso con el mineral puede muy bien leerse como un símbolo de lo que será no solo el futuro de Eskilstuna sino del país donde prosperará la ciudad. Porque, aunque todavía no lo supieran aquellos suecos primitivos, en esas piedras, en esos minerales con los que ofrecieron al futuro santo un pasaporte directo al más allá, en ese querer mantenerse separados de la iglesia cristiana, estarían los fundamentos de la futura Suecia, que desde que descubriera la gran calidad de sus minas de hierro se dedicaría febrilmente al progreso tecnológico y a construir un bienestar social nunca visto en esas geografías.

Klosters kyrka

Pero antes de la llegada del evangelista todo empieza con el comercio en Tuna, un punto de encuentro para el intercambio de bienes y materiales que favorecerá un asentamiento más o menos permanente, probablemente con un origen prehistórico, que se mantendrá concurrido hasta la llegada, en el s. X, de san Eskil. Según dicen las leyendas medievales, Eskil llegó a Tuna como misionero cristiano proveniente de los territorios del actual Reino Unido, y cerca de allí, en Strängnäs, sería asesinado por alguno de los grupos de suiones (svear) y gautas (götter) que en aquel entonces consideraban Strängnäs como un lugar sagrado dedicado al culto de los dioses nórdicos.

Sea como fuere, en algún momento posterior a la muerte de san Eskil se establece en Tuna un monasterio de monjes pertenecientes a la orden de los Caballeros de San Juan, también conocidos como Hospitalarios, que mantienen viva la memoria del mártir cristiano a la vez que también se asientan varios artesanos en los alrededores y probablemente se construye un molino junto a otras infraestructuras que resultarán en que durante la segunda mitad del s. XIII Tuna cambie finalmente su nombre y pase a llamarse Eskilstuna, completando así otro proceso más de sincretización entre lo cristiano y lo aborigen, uno de tantos que se darán en toda Escandinavia.

Sin embargo, aunque Eskilstuna tiene un pasado remoto marcado por su relación con el santo patrón de la provincia de Södermanland, pronto será más conocida por sus maestros herreros y sus artesanos, y luego por sus fábricas y su empuje industrial.

«Aún lleva el hierro como lava incandescente sobre sus hombros desnudos». Este verso de Hans Pettersson que describe a un obrero de Surahammar también podría describir a la ciudad de Eskilstuna, donde primero el trabajo de los maestros herreros y sus talleres y más tarde el establecimiento de las fábricas más modernas del momento esculpieron el entramado urbano de la ciudad y a su gente. Todo como parte de la identidad urbana que ahora se está adaptando a una nueva realidad que pide cambiar sin olvidar lo que ha sido.

Hoy en día gran parte de Eskilstuna está en plena reinvención de sus espacios. A la vez que se edifica a plena potencia para acoger a cada vez más gente que quiere instalarse en la ciudad, se rehacen lugares emblemáticos para incorporarlos a un nuevo uso, como la antigua fábrica de Tunafors, donde durante el s. XIX se hicieron miles de cuchillos y tenedores del mejor acero, para luego quedar vacía y abandonada durante años, y que ahora se ha convertido en viviendas. Otro caso similar de reasignación de cometidos para los espacios es el complejo industrial Munktell, donde al principio del siglo XVIII se fabricaban sobre todo fusiles, pasando a ser una de las señas de identidad de la Eskilstuna de esa época, pero que con la llegada de Theofron Munktell en mil ochocientos, poco a poco empezó a cambiar para convertirse en el complejo industrial de la mecánica de locomotoras, las vías de tren y otras ingenierías, para llegar al día de hoy y convertirse en un área de centros deportivos y museos de arte y ciencia.

En Eskilstuna, como en muchas ciudades suecas, existe un especial cuidado en lo que concierne al equilibrio entre naturaleza y urbanismo, con lo que bosques y parques coexisten con edificios y barrios residenciales. Se hace fácil salir de calles transitadas y encontrarse entre árboles en un parque como el de Stadsparken a orillas del canal que atraviesa el núcleo urbano o es posible ir al oeste a pasear por la reserva natural de Kronskogen, un bosque que entre otras cosas contiene en uno de sus márgenes uno de los zoos más conocidos del país y en su interior vestigios históricos que descansan entre helechos.

Kronskogen

Por otro lado, desde hace años el centro de la ciudad y parte de sus alrededores albergan museos al aire libre como Rademachersmedjorna, una antigua fábrica que se mudó desde la Riga sueca (Livland) hasta la península escandinava y supuso la primera piedra de un proyecto mucho más ambicioso que desembocó en que Eskilstuna se convirtiera en 1771 y durante un largo y próspero periodo en una ciudad libre que disfrutaba de exenciones en los impuestos y en las aduanas y con un régimen propio para acoger a artesanos del metal. El impacto de esta fábrica es tan importante que hoy en día aún se conserva una parte tal y como era en el s. XVIII y se puede pasear por sus instalaciones, sin pagar nada por entrar al recinto; todo simplemente si uno decide caminar por el centro de la ciudad.

Rademachersmedjorna

Entre los barrios se mantiene la historia de la ciudad; está allí para el que quiera verla. Saliendo del centro comercial de Sveaplan y subiendo hacia los semáforos de Carlavägen llegamos a otro museo al aire libre entre retales de bosque y campos abiertos, Sörmlandsgården, también un paseo en el que es posible visitar una finca de 1800 y entretener los pasos entre sus edificios a cualquier hora del día. Se puede ir hasta allí una mañana nevada, pasar por el museo y luego subir la colina que hay detrás para bajar deslizándose en un trineo con los niños hasta el otro lado del bosque que da hacia la urbanización de casitas con jardín y adosados. Sin embargo, después de este breve recorrido aún hay una docena más de lugares hermosos que visitar sólo en el casco urbano, pero si salimos para conocer el municipio un poco nos encontraremos incluso con nuevos sitios de valor para la historia o los sentidos. Por ejemplo, algún palacio poco transitado, como el de Sundbyholm, en las afueras, con jardines frente al lago que en verano se llenan de bañistas y domingueros; o ese pueblo añejo, Torshälla, que los etimólogos han definido como el lugar donde se hacían sacrificios al dios Thor, que fue siglos atrás la primera ciudad de la comarca, de casco antiguo adoquinado y que ahora envidia el estatus de su competidor desde su orgullo histórico.

Todo eso está en Eskilstuna y cientos de detalles que aquí no caben. Lo que es seguro es que no es una ciudad muy importante, por alguna razón que no logro descifrar, aunque tenga una universidad y una fábrica de Volvo. Y su buena conexión por tren con Estocolmo la hace muy atractiva. Unas cuantas empresas potentes se mantienen todavía en la ciudad y ofrecen trabajos, pero no hace muchos años Eskilstuna era uno de los municipios de Suecia que más ayudas sociales daba per cápita. La gente llegó a hablar de pobreza. Porque a esta ciudad se puede llegar por muchas razones pero se viene sobre todo a trabajar; es una ciudad de obreros, de clase trabajadora, aunque en la Suecia del s. XXI esté mal visto hablar de clases sociales. Eso sí, los equipos de fútbol masculinos y femeninos de Eskilstuna juegan los dos en las primeras ligas de Suecia. Es posible que hasta se vean partidos de cierta entidad durante la temporada.

Aquí hace rato que los trenes se retrasan y la gente no llega a tiempo a sus trabajos. Aquí siempre ha llegado mucha gente de fuera buscando trabajo, han llegado desde Finlandia, la antigua Yugoslavia, Turquía, el Kurdistán, Irán, Irak, Siria, Somalia, Eritrea, Afganistán, Chile, Uruguay, España, Vietnam, China, Filipinas y más países, que se han venido a encontrar con los suecos de toda la vida, y de las vidas que traen y de las vidas que se encuentran me imagino que saldrán aglomeraciones de palabras como cuando las escribe Johannes Anyuru en sueco y que dirán: «Los que queman coches están enfadados, cansados/ frustrados, sin trabajo, encerrados,/ furiosos». Espero que todos tengan una voz y que hablen, y que sea como cuando Sonja Åkesson escribía en su salón frente al cenicero lleno hasta los topes: «El calor de una mano./ El calor de un hogar./ El calor de una rebeca/ para enhebrar los pensamientos congelados». Me gustaría saber que entre ellos también hay alguien que tiene que decir algo como lo que ha dicho Yahya Hassan y que se va a escuchar así: «UN GOLPE UN GRITO UNA CIFRA». Es más, estoy seguro de que hay una chica como Warsan Shire, ahora mismo, con otro nombre, aquí en Eskilstuna que está escribiendo: «nadie deja su hogar si no es porque». Y cuando voy por esta ciudad me imagino que después de contarnos todas las historias que llevamos arrastrando es posible que nos comprendamos un poco mejor y que no haga falta la extrema derecha para aclararle a nadie nada.

Quiero decir que en Eskilstuna hay mucho por decir y hacer; que aunque matan a un chaval de veinte años a tiros a las siete y media de la tarde mientras la gente vuelve del trabajo y se acercan al supermercado, aunque eso pasa, Suecia no se está desintegrando en Eskilstuna; es algo trágico la muerte violenta de una persona tan joven. Al día siguiente del asesinato seguimos saliendo a la calle, puede que algo asustados, pero seguimos saliendo y los relojes sólo se paran para el muerto. Algunos recordaron en esos días que antes a esta ciudad la llamaban la pequeña Chicago en los noventa, por los tiroteos, y nadie quería o podía escribir nada remotamente parecido a una guía turística sobre este sitio porque aquí solo había problemas, y empezaron a temer que los problemas no se irían nunca. Sin embargo, Eskilstuna es una de las pocas ciudades de Suecia que todavía mantiene un bachillerato de Bellas Artes y tiene su propio museo de arte contemporáneo. Esta ciudad se puede contar de muchas maneras.

Antes de terminar no me quiero olvidar de contarles que en esta ciudad se formó Kent, la banda de rock más importante del país, que no se escucha fuera prácticamente porque cantan en sueco, y tienen una letra que dice: «Mi familia está llena de héroes,/ Décadas de trabajo duro,/ Corazones rotos, articulaciones cansadas/ Su orgullo me trajo hasta aquí/ Ahora están escondidos tras las estrellas/ A la orilla de la Vía Láctea/ Han sido olvidados pero hablan/ A través del lápiz que hay en mi mano/ Y me trajeron hasta aquí». Parece que esa canción gustó mucho porque ellos son de Eskilstuna y cuando el presidente del gobierno vino un verano a hacer campaña, en 2017, utilizó esa letra en su discurso y la gente aplaudía, sentían que esas palabras les representaban. Porque es parte de su historia.

Lo último que contaré de Eskilstuna es que hay unos bancos frente al canal, unos que quedan a tu izquierda cuando cruzas el puente en dirección a Klosters kyrka, y me he sentado allí en primavera porque los cerezos japoneses que plantaron en el parque están en flor y pierden los pétalos, y con suerte el viento los trae hasta mis pies, y a veces incluso me los lleva hasta los párpados, y cuando eso pasa y tengo pétalos en los ojos, veo la ciudad de otra manera.


david guijosa (Suecia, 1981), ha publicado entre otros los libros de poesía flygbiljetter (billetes de avión), perteneciente al libro Planeta Turista, Poesía Reunida (Amargord, 2014)volvemos en breve (Playa de Ákaba, 2017) y tiempo sin detener (2018, Trea)Asimismo, ha traducido del sueco la poesía de varios autores, entre ellos Anne-Marie Berglund, en el libro El alba en pedazos (Alhulia, 2007), Tomas Tranströmer y Lasse Söderberg, incluidos en Ars Poetica (Pre-textos, 2011). Efundador e integrante de los proyectoSödertexter, de traducción de literatura sueco-española, y Leyendo el turismo, sobre literatura y turismo.

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