Creación

La rata y el edil

Un nuevo cuentín triste de Juana Mari San Millán, me cago en la hostia santa.

Cuentinos tristes

La rata y el edil

/por Juana Mari San Millán/

Apareció una rata muerta en la playa principal del concejo. Los medios informativos propalaban la noticia a bombo y platillo. La dicha asquerosa rata, retratada y filmada desde los ángulos más inverosímiles, se hizo viral en un periquete. Adquirió la notoriedad característica de una youtuber bandarra o de una instagramer pendeja. Era la comidilla del día en cualquier rincón de la villa. El concejal del ramo bramaba, espumarajos echaba por aquella boca:

—Cago en la leche, en dios y hasta en mi manto. Todo lo malo tiene que tocarme a mí siempre. Encima, en temporada de baños.

Marcelino García era concejal de la cosa del medio ambiente y de la zona rural del municipio por méritos propios. Acumulaba tantos másteres en su currículum como estacazos le propinó la universidad de la vida a lo largo y a lo ancho de una guerra y una posguerra inciviles. A aquel veterano, curtido en cien batallas, le gustaba identificarse como pobre, proletario del mundo, primero, y militante rojo verdadero y pragmático, después. Por ese orden. Como mandaban los cánones de la auténtica lógica política, como dictaban las normas de su aplastante y habilidosa lógica parda.

El día de marras en que se difundió la aparición del roedor muerto en la icónica playa, en plena canícula, nuestro chaparro concejal deambulaba como alma en pena por los aledaños de la Plaza Mayor. Cierto es que no se escondía, que no se amilanaba, que daba la cara a los vecinos faltosos que lo increpaban por considerarle causante de suceso tan nefasto para la salud pública del vecindario y tan discorde con el progreso turístico de la ciudad. Ante cada improperio se revolvía cual felino acorralado:

—Oye, tú, me cago en la hostia santa. Aparece un ratón muerto en la playa y todo el mundo dice que la playa está llena de ratones; pero aparece un reloj en el arenal y nadie dice que esté lleno de relojes.

Los grupos edilicios opositores de la corporación local reclamaron un pleno concejil urgente y monográfico sobre el infausto contratiempo que había interrumpido el curso normal, rutinario del estío. Más que nada por achuchar con sus críticas al grupo de gobierno y chinchar al ocurrente concejal delegado de la cosa del medio ambiente y de la zona rural. En aquel escenario institucional, Marcelino García espetó el discurso referido, con tono y timbre entre arenga y sonsonete, a cara descubierta como tenía por costumbre, aunque guardando la cortesía reglamentaria, observando las normas del protocolo convencional.

—Excelentísimo señor Alcalde, ilustres edilas y ediles, oigan ustedes, señoras y señores. Lo repetiré por enésima y última vez. Aparece un ratón muerto en la playa y todo el mundo dice que la playa está llena de ratones; pero aparece un reloj en el arenal y nadie dice que esté lleno de relojes. Con eso está dicho todo, excelsas edilidades. La cosa ya no da más de sí por más que la estiren en favor de su partidario y bastardo interés. No sigan escarbando en la arena, que no sacarán petróleo. Ni relojes. Ni ratas.

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