Creación

Fábulas contra el buenismo bobalicón

Un nuevo cuentín triste de Juana Mari San Millán.

Cuentinos tristes

Fábulas contra el buenismo bobalicón

/por Juana Mari San Millán/

Primero lo dijo Heráclito: Omnia secundum litem fiut. Lo que viene a significar que todas las cosas fueron creadas a manera de contienda o batalla.

Después lo escribió Francisco Petrarca: «Sin lid y ofensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo  […] En verdad así es, y así todas las cosas de esto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo, los adversos elementos unos con otros rompen en pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el aire se sacude, suenan las llamas, los vientos entre sí traen perpetua guerra, los tiempos con tiempo contienden y litigan entre sí, uno a uno y todos contra nosotros».

Más tarde Fernando de Rojas lo corroboró en los preliminares de La Celestina: «El verano vemos que nos aqueja con calor demasiado, el invierno, con frío y aspereza: así que esto nos parece revolución temporal, esto con que nos sostenemos, esto con que nos criamos y vivimos, si comienza a ensoberbecerse más de lo acostumbrado, no es sino guerra. Y cuanto se ha de temer manifiéstase por los grandes terremotos y torbellinos, por los naufragios e incendios, así celestiales como terrenales; por la fuerza de los aguaduchos, por el bramar de los truenos, por aquel temeroso ímpetu de los rayos, aquellos cursos y recursos de las nubes, de cuyos abiertos movimientos, para saber la secreta causa de que proceden, no es menor la disensión de los filósofos en las escuelas, que de las ondas del mar».

Y añadió ejemplos que no por notorios merman o disimulan la ordinaria crueldad que impera en este zoo terrícola: «Pues entre los animales ningún género carece de guerra: fieras, aves, serpientes, de lo cual todo, una especie a otra persigue. El león al lobo, el lobo a la cabra, el perro a la libre y, si no pareciese conseja de tras el fuego, yo llegaría más al cabo esta cuenta. El elefante, animal tan poderoso y fuerte, se espanta y huye de la vista de un sucio ratón, y aun de solo oírle toma gran temor. Entre las serpientes, el basilisco crio la natura tan ponzoñoso y conquistador de todas las otras, que con su silbo las asombra y con su venida las ahuyenta y esparce, con su vista las mata. La víbora, reptil o serpiente enconada, al tiempo del concebir, por la boca de la hembra metida la cabeza del macho y ella con el gran dulzor apriétale tanto que le mata y, quedando preñada, el primer hijo rompe los ijares de la madre, por donde todos salen y ella muerta queda y él casi como vengador de la paterna muerte. ¿Qué mayor lid, qué mayor conquista ni guerra que engendrar en su cuerpo quien coma sus entrañas?».

Si Heráclito, Petrarca y Fernando de Rojas, personajes singulares, ilustres, sabios, coinciden en la percepción de que la naturaleza es nido de guerras sucias, la vida, en todos sus formatos, fuente de conflictos inexorables y el cosmos, un perpetuo y belicoso caos, ¿a qué va esta menda lerenda —tan poquita cosa— a enmendar la plana a los clásicos?

Si una, lo que se dice una puta uva de mierda atasca las vías respiratorias de un niño de tres años y lo asfixia, lo mata de bóbilis bóbilis, ¿a qué viene tanta celebración, tanta euforia, tanta epifanía, tanta magia, tanto cuento de hadas, tanta filia indiscriminada, tanto amor fatuo, tanta corrección hipócrita y cobarde, tanto melindre untuoso? La moraleja de las fábulas compuestas por esos tres autores cultos y otros muchos desde la Antigüedad viene de suyo, cae de cajón, por su propio peso: buena, sí; bobalicona o boba de baba, no; tonta del culo, tampoco.

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