El arte de narrar las vidas
/por Sergio Gaspar/
DVD Ediciones publicaba, en mayo de 2002, Nembrot de José María Pérez Álvarez. Esta ambiciosa y sorprendente novela, «obra de un gallego casi desconocido», como describió a su autor Rafael Conte, recibió la atención y los elogios de críticos tan perspicaces como Juan Antonio Masoliver Ródenas, Jaime Priede o el mencionado Rafael Conte, que la recomendó en Babelia como lectura para la Feria del Libro junto a una narración de César Aira, excelente compañía sin duda. Juan Goytisolo destacaría Nembrot como la mejor novela española del año en The Times Literary Supplement.
A partir de ese momento, José María Pérez Álvarez (O Barco de Valdeorras, Ourense, 1952) ha publicado algunas de las novelas españolas más logradas en lo que llevamos de siglo. Me refiero, en concreto, a La soledad de las vocales (Bruguera, 2008) y Examen final (Trifolium, 2014). Ninguna de estas obras ha asomado la cabeza en las listas de libros más vendidos, un hecho que lejos de desmerecerlas se convierte en un síntoma de los fallos del sistema literario español en la actualidad; de sus carencias para reconocer y hacer visible una narrativa insólita, exigente con los lectores y la crítica, partidaria decidida de aventurarse en temas y estructuras de riesgo, una literatura sin miedo al fracaso comercial y preocupada sólo por no fracasar del todo literariamente.
El arte del puzle, la última vuelta de tuerca de Pérez Álvarez, aparece ahora en Ediciones Trea. Desde sus primeras líneas, he rememorado la advertencia de Albert Camus de que el único problema filosófico serio es el suicidio. La conciencia humana debe decidir si se perpetúa o se extingue. Me resulta sospechoso que este dilema vital y concreto de cualquier mente lúcida permanezca oculto o se trate a lo sumo como el resultado de una enfermedad mental en nuestras sociedades, defensoras militantes de la felicidad como único horizonte.

Ana Álvarez, la verdadera protagonista pero en segundo plano de El arte del puzle, la escritora de éxito halagada por la crítica, que había anunciado en un poema que «lo único importante que me queda por hacer en la vida/ es morirme», se encierra una noche de 1974 en el garaje de la casa familiar tras anunciar a su marido y su hijo que se iba a buscar algo, tal vez uno de los muchos libros que almacenaba en su desorden, enciende el motor del coche, aguarda la llegada del monóxido de carbono y «se deja morir».
¿Qué sucedió de verdad aquella noche en el garaje y en su mente? ¿Un suicidio decidido u obligado, o tal vez un breve puzle de ambas cosas, o quizás un hecho que sólo puede verse y explicarse si acertamos con las piezas que dibujan el juego total de una vida? ¿O se trató incluso de un simple y fatal accidente…? El hijo de Ana Álvarez, el falso protagonista en primer plano de la novela, intentará responder a estas preguntas contándose obsesivamente la vida de su madre, contándose su propia vida de escritor mediocre a la sombra de su madre, contándose casi a ciegas la vida de Abelardo García, el esposo de su madre, el que no supo quererla al igual que el resto de sus amantes como su hijo la quería, y en este empeño laberíntico y angustioso de narrar las vidas ajenas y la propia todo quedará al final a medio contar, a medio saber, descartando piezas que no encajan en el puzle, asumiendo que algunas son falsas, simplemente trampas de las traiciones de la memoria, sospechando que otras no las encontraremos, incluso que tal vez ni existen.
En esta novela, José María Pérez Álvarez muestra —nada pretende demostrarnos el autor— que el oficio de vivir y el arte de narrar las vidas son por igual engañosos, llenos de malentendidos y errores, insatisfactorios en ocasiones, destinados total o parcialmente al fracaso. Éste me parece uno de los mayores aciertos de la novela: transformar el discurrir zigzagueante y tortuoso de la escritura en una metáfora de la dificultad de la vida, o al menos de algunas vidas, al tiempo que hacerle sentir al lector que nuestras vidas se asemejan por momentos a una novela de la que no somos autores, a una narración en la que tal vez ni siquiera haya autor.
La metáfora de la vida y la escritura como puzle, más obvia, más constante página tras página, sirve eficazmente en la novela para recordarnos el complejo proceso de lograr un orden desde el caos constante del juego de vivir y de escribir. Al concluir la lectura de El arte del puzle, con todas las piezas encajadas, nada ha terminado: conocemos las vidas narradas (la de Ana Álvarez, la de su hijo, la de su esposo o sus amantes) tanto como las desconocemos. Sabemos tanto como ignoramos. Hemos vivido tanto como no hemos conseguido vivir. Como nos avisa Georges Perec desde la contracubierta del libro, «al principio el arte del puzzle parece un arte breve y de escasa entidad». Pronto descubriremos que cada pieza bien ordenada tiene tanto de acierto como de error, que el juego no era breve sino tal vez interminable.
El arte del puzle
José María Pérez Álvarez
Trea, 2019
312 páginas
20€
Sergio Gaspar (Checa, Guadalajara, 1954) es licenciado en filosofía y letras por la Universidad de Barcelona y trabaja como profesor de lengua castellana y literatura en el instituto Poeta Maragall de la ciudad de Barcelona. Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en el otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo, entre ellos precisamente la novela de José María Álvarez Nembrot. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), además de la novela Viento de tramontana (Edhasa, 2014).
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