Los gurús de la educación

Un artículo de Pedro Luis Menéndez sobre cierto tipo de autoproclamados mesías que se presentan ante los docentes comunes asegurando poder solucionar todos los problemas de la escuela de un día para otro con recetas mágicas, muchos anglicismos y propuestas creativas las más de las veces sin documentar.

De rerum natura

Los gurús de la educación

/por Pedro Luis Menéndez/

Del mismo modo que aparecen y desaparecen chefs estrella, en ocasiones con una fugacidad limitada a su minuto de gloria en las televisiones y en las redes sociales, también en el mundo educativo tenemos nuestros gurús estrella, que se presentan ante los docentes comunes como los mesías que van a solucionar todos los problemas de la escuela, de un día para otro, con sus recetas mágicas, con sus anglicismos, con sus propuestas creativas las más de las veces sin documentar, salvo que entendamos por documentar su propia experiencia en contextos y situaciones determinadas (cuando la tienen).

Puesto que los tipos son variados, sólo pretendo en estas líneas acercarme a algunos de ellos, los más frecuentes o los más llamativos, o ambas cosas. El primer tipo fácilmente reconocible es el del pedagogo experto en algo y sin experiencia docente. El legislador acude a él en ocasiones. Como el papel lo aguanta todo, sus propuestas nacen de la oscuridad de un despacho en el que esboza, diseña y planifica métodos y procedimientos inviables en las aulas, porque en las aulas pululan los seres vivos y no las teorías. Su ecosistema natural son las ponencias en congresos, acompañadas de publicaciones llenas de reflexión y por lo común vacías de sentido práctico. Sería, pues, el pedagogo puro (por fortuna, son escasos).

El segundo tipo procedería de una variante del primero: el pedagogo experto en algo con experiencia docente universitaria. Éste tiene más peligro, porque basa muchas de sus aportaciones en su experiencia con alumnado mayor de edad y quiere trasladar sus éxitos educativos a otras edades en que, aunque no lo sepa, resultan imposibles. Si piensas que lo que funciona con tu alumnado de veinte o más años va a funcionar con adolescentes de quince o preadolescentes de doce, es que la adolescencia te pilla muy, muy lejos. Comparte su ecosistema natural con el primer tipo, sobre todo por sus ponencias en congresos. Sus publicaciones, sin embargo, difieren del pedagogo puro en que incorporan propuestas de aplicación práctica, aunque, por lo dicho antes sobre las edades, resultan igual de inútiles. Su número es también más abundante, al igual que su rivalidad, por aquello de las cátedras y de la titularidad de las plazas vacantes por la piel de toro troceada.

El tercer tipo acude con frecuencia a los centros educativos para impartir formación. También se le encuentra en cursos de verano y en centros de profesorado; es decir, por los lugares en que brotan cursos, cursillos y jornadas formativas. Se trata del psicólogo especialista en uno o varios tipos de trastorno que intenta imponer recetas comunes a todo el alumnado, cuando esas recetas han sido extraídas de su experiencia clínica, y por lo general no están apoyadas en ninguna experiencia docente con grupos-clase (ya sabe usted, de veinticinco a treinta adolescentes con las hormonas en ebullición). Éste tiene mucho peligro porque en sus intervenciones suele adoptar una actitud de censura (o prepotencia, según los casos) hacia los docentes comunes, hasta hacerles sentir como hormiguitas ignorantes, poco profesionales, basurilla sin conocimientos psicopedagógicos. Resulta fácil suponer que recoge lo que siembra: nada.

En los últimos años empieza a cobrar relevancia cada vez más notoria el cuarto tipo, consultores estilo OCDE o pruebas PISA. Éste gusta mucho a la clase política cuando se encuentra en campaña electoral y al mundo de la prensa, porque ofrece buenos titulares y vende bastante. Se trata de personas que aman los datos estadísticos y no entienden que el común del profesorado pase bastante de unas cifras que o bien dicen muy poco, o bien están al servicio de unos intereses concretos, sean éstos geopolíticos, económicos o justificativos de la existencia de las mismas pruebas de las que son extraídos. Porque, ¿qué sería de los expertos en las pruebas PISA si estas dejaran de celebrarse? A mí, si viviera de la elaboración de pruebas estandarizadas, me preocuparía. Supongo que también a mi familia.

El quinto tipo resulta especialmente curioso, pues nace del mismo cuerpo docente. A saber, profes que han huido de las aulas y se han convertido en asesores de otros profes que no han huido de las aulas. Presenta variados subtipos, pero los más destacados (sin entrar a discutir si a usted le parece que son otros los que destacan) podrían ser tres. El primero, quienes entran en política (municipal, autonómica o nacional) y no vuelven a poner un pie en el aula salvo que su partido, o su lugar en las listas de su partido, obtenga un resultado catastrófico en las urnas; y aun así, si son gente hábil, se las arreglarán para encajarse en alguna asesoría: cualquier cosa antes que enfrentarse de nuevo con los quinceañeros antes aludidos. El segundo subtipo es el de los reconvertidos en inspectores (de oposición o a dedo resulta indiferente), un cuerpo técnico muy apreciado en sus indicaciones y sugerencias por los docentes de tiza, como es bien sabido. El tercero de los subtipos tiene su gracia: docentes que han recibido algún premio al mejor docente (de su barrio, de su país, de su continente o lo que quiera usted) y desde ese momento publican libros, dan conferencias y no vuelven a pisar las aulas de las que salieron (también salvo causa mayor), de modo que su antiguo alumnado va formando parte poco a poco de un recuerdo enternecedor en sus vidas; y afirmo tal cosa porque suelen repetir a quien les escuche que nunca fueron más felices que cuando daban clase.

El sexto y último tipo al que quiero hacer referencia en esta primera andanada es el de los innovadores. Esta subespecie se dedica sobre todo a vender técnicas en ocasiones tan viejas como la misma escuela pero presentadas con collares nuevos. Suelen adorar Silicon Valley y lugares similares y se les distingue bastante bien de los tipos anteriores (aunque a veces algunos de esos tipos les imitan) por la abundancia en su vocabulario de siglas y anglicismos: ABP, PNL, máquinas CNC, STEM, chatbot, talleres maker, learnlife, early adopters, design thinking, flipped classroom…

Si a estas alturas está usted pensando en utilizar un extintor, sepa que no lo necesita, porque detrás no hay más que humo, aunque a veces su grado de toxicidad es muy elevado. Hasta yo mismo padezco algunos de los síntomas, sobre todo si —como ocurre— nos encontramos al final de un curso académico; de un largo e innovador curso académico. Y por supuesto, mi querida lectora (si es usted lector varón, sepa que forma parte de una clara minoría), no pretendo ofender a nadie. O sólo lo necesario.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).

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