Breviario de falsedades
/por José Manuel Vilabella/
[ÁNGEL] Cuando se dio cuenta de que podía volar salió de aquella funda que lo sujetaba y observó cómo los médicos con cara de cabreo hacían lo que podían con su cuerpo. Uno de ellos, el más bajito, gritó como un histérico: «¡Oxígeno, Irene, oxígeno!», y la enfermera gordita abandonó el quirófano cochambroso y berreó desde el pasillo: «¡Marcelino, el oxígeno!». Buscó con la mirada y cuando localizó el túnel se metió por él decidido a saber la verdad; al final, allá, a lo lejos, se veía una lucecita que le recordó el faro intermitente de una bicicleta entre la niebla. Iba contento, de buen humor y cuando el niño rubio le dijo que tenía que regresar porque todo había sido un error administrativo, sintió la indignación de Lázaro y le dijo al ángel: «¡Coño, no hay derecho!».
[TORTURADOR] El ayudante del coronel era un joven de ojos azules y cuando le colocó los electrodos en la sien, en el pecho y en los testículos, musitó sin venir a cuento, porque la urbanidad es cuestión de rutina: «Perdón, caballero». Y el hombre que iba a ser torturado hasta morir de espanto, agradeció con una sonrisa las buenas maneras del verdugo.
[SALOMÉ] Decía que, como era pariente lejano de Salomé, había heredado la cabeza parlante del Bautista, del auténtico y verdadero San Juan Bautista y, para demostrarlo, una tarde lluviosa llegó al café con una sombrerera, la abrió y extrajo de su interior una cabeza sanguinolenta que era el vivo retrato de Marcelina, su mujer.
[PROFESIONAL] Levantó la ventana como lo que era, un viejo profesional del escalo, y recorrió la casa sin hacer el menor ruido. El matrimonio dormía en la habitación del fondo y los ronquidos del marido le ayudaron a disimular el leve chirrido que producían sus pisadas. Algo notó que le hizo aguzar el oído y ponerse en guardia. Fue una especie de chasquido, como un quejido roto. Entró en la habitación y cuando levantó a la niña su cara estaba lívida y su alma a punto de emprender el vuelo. Tardó unos segundos en dominar la situación, pero la niña, en el último momento, regresó del más allá, la respiración recuperó el ritmo, abrió los ojos y le miró con curiosidad. «¡Chist!», susurró él y la pequeña esbozó una sonrisa y se quedó dormida. Como le recordaba vagamente a su hija le atusó el pelo y la arropó con mimo. Dudó un momento pero, al final, se impuso la cordura y siguió buscando hasta que localizó las joyas y el dinero.
[REPROCHE] Cuando María le reprochó a José que era demasiado blando con Jesús, que así no se educa a un niño, que el primogénito se pasaba el día holgazaneando y no quería ir a la carpintería como el resto de sus hermanos, José le confesó entre lágrimas que temía que el adolescente le mirase a la cara, con aquellos ojos suyos negros y rasgados y le gritase lo que todos sabían en Nazaret: «No tienes derecho a reñirme. Tú no eres mi padre».
José Manuel Vilabella Guardiola (Lugo, 1938) ha publicado más de 2500 artículos en prestigiosos diarios y revistas: entre otros, La Voz de Asturias, La Nueva España, El Comercio, El Progreso, Dunia, El Extramundi, Gastronómika, Abc, La Voz de Galicia, Heraldo de Aragón, El Periódico, Lar (Buenos Aires) o Gourmand (Santiago de Chile). Mantiene desde hace más de 23 años la columna literaria «Hasta la cocina» en la revista Sobremesa y firmó durante dos décadas «Gastrónomos y caballeros» en la revista Restauradores. Entre sus libros destacan: La cocina de los excesos, Delirios gastronómicos, Gastromanía, Cocinadeasturias, Los humoristas, El crimen de don Benito, Cuerda de santos, infames y profetas, Teoría del insulto en Asturias y El día de matamos a Kennedy y otros relatos poco edificantes. Próximamente pubicará Memorias de un gastrónomo incompetente. Obtuvo, entre otros galardones, el Premio Juan Mari Arzak 1999 por el mejor artículo gastronómico del año; el Premio Nacional de Gastronomía 2002 por su libro La cocina extravagante o el arte de no saber comer y el Premio de Periodismo Gastronómico Álvaro Cunqueiro 2005. Pertenece a la Academia de Gastronomía de Asturias, a la Academia de Gastronomía de Aragón y al Colegio de Críticos Gastronómicos de Asturias.
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