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La perversión de las palabras delata la agonía de la sociedad

Un artículo doble de Francisco Abad sobre la manipulación de términos de significado político y cómo el léxico de la drogodependencia se ha ido incorporando al común.

La perversión de las palabras delata la agonía de la sociedad

/por Francisco Abad Alegría/

La sabia y acerada pluma de Joan Santacana Mestre cincelaba en esta revista el 14 de junio de 2019 un artículo de notable interés práctico: «La perversión del significado de las palabras o el olor a podrido». Glosando a Klemperer (el filólogo, no el director de orquesta), mostraba cómo la modificación subrepticia del significado habitual de la terminología cotidiana, centrada en conceptos socialmente nucleares (libertad, nación, democracia, justicia, educación, judío, pueblo, socialismo) era capaz de facilitar desde conceptos clave la aceptación y finalmente implantación de un nuevo orden social. Quizá no tenía que alejarse tanto de nuestro medio para llegar a tal conclusión, si entre nosotros el dirigente Xabier Arzalluz vociferaba la cínica expresión de que «son las balas las que matan, no las palabras», cuando hasta el más ignorante sabe que detrás de un percutor accionado por alguien que dice defender una idea o un valor, sea este aceptable o erróneo, siempre está la palabra que motiva la acción. El artículo se centraba en el cambio semántico elaborado por el nazismo, con una mínima excursión al sovietismo, pero tan delimitada circunscripción, relativamente fácil de identificar, describe acertadamente una parte de la realidad vivida, que en mi opinión es mucho más amplia y amenazadora.

En un proceso que no sabría cómo calificar (desemantización, transemantización, polisemia interesada), dos son los campos por los que me parece que se está pastoreando interesadamente a la sociedad (porque un fenómeno masivo, pluricéntrico y con momentos bien delimitados de comienzo y auge, difícilmente se puede calificar de coincidencia o simple moda): las expresiones que pretenden encuadrar políticamente determinados comportamientos o amasijos ideológicos (benignamente denominados ideologías por muchas personas) y las que desde el campo de las adicciones a drogas de abuso se han colado en el lenguaje cotidiano, aligerando el peso negativo de algunas conductas hasta hacerlas asumibles en la vida normal, aceptables y hasta benéficas para la sociedad. Permitan una breve relación de tal terminología, que no va a ser un descubrimiento filológico ni sociológico, sino más bien una modesta ordenación de reflexiones que pretendo compartir.

Manipulación de términos de significado político

[Las expresiones en cursiva que encabezan los distintos apartados están obtenidas de la realidad cotidiana, radio, televisión, periódicos, conversaciones informales.]

1. El colectivo de mujeres maltratadas exige una nueva normativa más dura; el colectivo de afectados por fibrosis quística necesita una mayor atención sanitaria y de investigación. Colectivo como grupo coherente, eso que antes llamábamos colectividad con un sentido menos cerrado y cerril, es un invento que pretende sacar grupos sociales de donde no los hay. En tal caso, puestos a decir estupideces, me considero encuadrado en el colectivo de heterosexuales y también en el de los amantes de los perros: ¿verdad que así se entiende mejor la falacia del empleo de la palabrita? Un colectivo, o es una organización o es una palabra interesada; el problema es para quién o con qué objetivo.

2. No se puede allanar la voluntad democrática de todo un pueblo aplicando la fuerza de la ley; la democracia es un valor ineluctable, un principio que se impone por sí mismo. La trampa de la palabrita está en que se ha traducido tendenciosamente el concepto de democracia por el de asamblearismo o incluso el más líquido, mayoría. La regla primera de la democracia no es la ley-del-montón-de-gente, sino la aceptación universal de unas reglas de juego. Los ejemplos se lanzan a nuestro rostro día tras día obligándonos a cerrar los ojos ante la evidencia, para no quedar definitivamente ciegos.

3. Éste es un producto ecológico. De modo que el lobo que devora a una oveja, las rapaces que mondan los restos de la víctima, los insectos necrófagos que redondean la tarea y la desintegración de los residuos minerales y orgánicos que restan, ¿no son ecológicos, propios de la cadena trófica? La ecología es una ciencia biológica que estudia las relaciones de los seres vivos de distintas especies entre sí y con el medio y no una etiqueta que garantiza que no se han empleado productos pesticidas o fertilizantes de producción industrial. Y además, nada más ecológico que abonar una tierra reseca y empobrecida con la bosta de escuálidas vacas, dando una escasa cosecha que será devorada en buena parte por la correspondiente plaga de pulgones, arañas rojas o langostas, las pobrecitas, ¿verdad?

4. El empoderamiento de la mujer es un objetivo prioritario de nuestras políticas sociales; es preciso empoderar al usuario para que participe activamente en el proceso sanitario, fomentando una sana corresponsabilidad con el profesional médico. Cada vez que se dice empoderar, simultáneamente se habla de menguar el poder del otro. Y eso puede ser positivo o negativo. Por ejemplo, en el caso de la sanidad, la innegable potestad de elegir entre alternativas que el médico éticamente propone no significa compartir diagnóstico y proceso terapéutico. Si llevo el automóvil al taller porque falla y no sé la causa, discutir con el mecánico es labor de majaderos. Empoderar a la mujer porque sí, porque tiene una dotación genética concreta, femenina, es perfectamente ridículo; no habrá que empoderar sino ajustar el equilibrio de poderes y eso nunca se ha hecho adecuadamente desde los despachos.

5. Nuestro objetivo es fomentar la redistribución y el igualitarismo. Es decir, todos iguales independientemente de sus méritos, capacidades, esfuerzo, responsabilidad social y características físicas y psicológicas. Si alguien gasta su dinero en tabaco o en juego y no llega a fin de mes, lo más sencillo es proveer de la cuenta de otro que ha ahorrado en lugar de malgastar para redistribuir los bienes. Si yo (que soy bajito) me empeño en jugar en un equipo de baloncesto, la solución más sencilla es que el resto de jugadores lo hagan en cuclillas, claro. Las palabritas mágicas realmente alientan el retroceso social, la degradación personal, es decir, lo contrario de eso que se llama progresismo. Aunque, evidentemente, de ahí a las diferencias sociales escandalosas (¿cuánto cobra un futbolista de élite?) o de trato (¿por qué se priva parcialmente a un pueblo de Fuerzas de la Ley para proteger a una familia considerada especial?) o de retribución (¿es justo que en una empresa muy productiva el empleado más sencillo no perciba una parte proporcionada a su contribución mientras que el directivo tenga un bonus desmesurado?), hay muchos matices.

6. El negacionismo climático es contrario al Evangelio; negar la existencia del cambio climático ya no es una posición creíble. La expresión negacionismo procede del estricto campo del filonazismo o las diversas variantes fascistas de la sociedad. Se refiere inicial y estrictamente a negar la existencia real de la monstruosidad de la Shoá, masacrando y además por medios masivos y contrarios a la dignidad a millones de judíos por el dominio nazi. Pero lo interesante es que una expresión tan repugnante está siendo empleada sistemáticamente, por ejemplo, por quienes propugnan que existe realmente un cambio climático y, sobre todo, que su causa está ligada directamente en buena medida a la actividad humana. En ciencia empírica no se puede admitir el consenso, por amplio que sea, para asumir algo como verdad demostrada (en todo caso sería una hipótesis de trabajo de gran peso); es precisa una demostración asentada sobre criterios mensurables, absolutamente objetivos. La expresión, además, supone un contrasentido, porque emplea un término nacido en el seno de movimientos fascistas para practicar un modo de lucha dialéctica idéntica a la que se pretende rechazar. Solo puede darse negacionismo ante hechos demostrados y exhaustivamente documentados, por ejemplo, negar que a la noche el sol está oculto.

7. Participaron en una carrera solidaria a favor de los niños con cáncer; están haciendo un esfuerzo solidario a favor de los niños hambrientos de Etiopía. El truco está en la anomia colectivizante de la hipnótica palabra solidaridad. Nada más solidario que el inerte hormigón armado (cemento, grava, ferralla) o un batallón de las Waffen SS arrasando un pueblo polaco. Y es que el politiquillo manipulador huye como de la peste de la expresión corresponsabilidad, es decir, agrupamiento de personas para realizar conjuntamente una obra benéfica en amplio sentido, cada uno según las propias posibilidades y no gestionada por ignotos vividores a expensas de la solidaridad ajena.

8. Este proyecto social es solidario, ecológico y sostenible. Confieso que cada vez que escucho la palabra sostenible evoco a Coco Chanel, que liberó a la mujer del opresivo corpiño (o el libre despechugamiento) con la invención del sostén. Aún no he conseguido entender qué quieren decir los políticos cuando escupen orgullosamente la palabra sostenible. No sé si se refieren a las energías renovables (la energía ni se crea ni se destruye, se transforma, ya se sabe, no se renueva), a la enorme contaminación que se produce para construir placas fotovoltaicas e incluso aerogeneradores, que no se percibe en el lugar de empleo sino en el de producción, o acaso, en ensoñaciones del seminario o comuna décadas atrás abandonados, pensando en la utopía del perpetuum mobile.

Pues ya ven; todas esas palabritas se han colado en el lenguaje cotidiano y en lugar de producir el abandono masivo de la sala de prensa por los informadores o la carcajada general de los ingenuos asistentes a un mitin, parece que revisten de modernidad y progresismo, mucho progresismo, las vacuas disertaciones de quienes aspiran a controlar la sociedad. Y además acaban consiguiéndolo.

El léxico de la drogodependencia se incorpora al común

1. El campo de los insultos, como ocurre con la terminología psiquiátrica, se presta especialmente a la absorción de términos relacionados con la drogodependencia. Por ejemplo, insultar a alguien llamándolo farlopero, aunque no tenga nada que ver con la farlopa (cocaína) es motejarlo de degenerado, dependiente, acabado. Aficionado a la nieve es otro modo de decir elípticamente adicto a la cocaína, pero cuidando la forma para evitar una posible represalia del insultado, compelido a tomándoselo a broma, dócilmente. Cuando se dice que alguien se ha puesto hasta el culo de lo que sea (leer poesía, beber alcohol, hacer marcha atlética) es invocar la plenitud de narcóticos cercana a la abierta sobredosis, empleando un término procedente del mundo de la drogodependencia, además de escaso buen gusto.

2. Fulanito es un crack. Es una expresión ambigua, que algunos asumen como procedente del estallido que provoca la mucha sabiduría o cualquier otra positiva cualidad o saber, como vocablo onomatopéyico, pero la generalización real surge inicialmente del crack, una droga de síntesis que parte de la transformación parcial de derivados residuales de la cocaína y cuyos efectos son descritos por muchos adictos como si les estallase la cabeza. Sin embargo, curiosamente, esa expresión utilizada en la vida cotidiana se suele valorar prácticamente siempre como un halago, una proclamación de excelencia.

3. Pues yo me coloco escuchando a Brassens; reconozco que tras visitar la exposición de Mira, acabas auténticamente colocado. Colocarse, pillar un colocón, es sinónimo de la embriaguez producida por la ingestión o inyección de uno o más fármacos de abuso. Colocarse oyendo jazz o asistiendo a un concierto (antes se llamaba recital) de un grupo o autor de gran impacto popular es una forma de incorporar indebidamente la embriaguez al lenguaje común, asimilándolo a un estado cuasi extático o de deslumbramiento, que así sería un equivalente del punto de embriaguez que precede a la pérdida de la percepción del mundo exterior.

4. Me está dando un bajón; estoy en pleno bajonazo y no sé qué hacer para salir adelante. Aparte la expresión, que corresponde exactamente a las últimas palabras del cocinero Santi Santamaría, segundos antes de que su corazón se negase a seguir funcionando, el bajón corresponde al periodo en que el drogodependiente (de fármacos de abuso o de alcohol) tiene bajos niveles en sangre del producto que le da bienestar, que necesita para que sus neurotransmisores reanuden la marcha. Un bajón no es sinónimo de enfado, no es pasar un mal momento afectivo, no es una sensación de debilidad transitoria, no es encontrarse sin ánimo o ganas de hacer algo; todo eso tiene su contexto y nombre propio. El bajón de verdad es signo de déficit de concentración de droga en sangre.

5. Hice un viaje a Sicilia y reconozco que me enganchó; la sonrisa de Alicia me engancha y ya no puedo pensar en otra cosa. Se enganchan los peces en el anzuelo, como se engancha el consumidor de un fármaco de abuso a su empleo, haciéndose dependiente, drogadicto. De todos los términos introducidos en el lenguaje cotidiano, procedentes de la drogodependencia, probablemente este es el más perverso, porque disfraza de respetabilidad algo mucho más fuerte que la mera afición: a mí me gustan mucho los viejos maestros Baroja, Delibes y Sender, pero no me enganchan; cuando comienzo la lectura de un libro que me resulta extraordinariamente interesante, no me engancho a la obra sino que me cuesta pausar la lectura o estudio, para realizar otras actividades, incluido el dormir.

6. Al ver aquel paisaje, flipé; oyendo las fantasías que me cuentas, flipo en colores. Flipar es una palabra procedente del mundo de las drogas que se ha incorporado con vestuario de respetabilidad en todos los estratos de la sociedad. Especialmente porque procede del inglés to flip, que significa dar un vuelco, saltar. Efectivamente, el empleo de drogas psicodislépticas, que distorsionan radicalmente la percepción (fundamentalmente las derivadas de amanita muscaria, mescalina, psilocibina o el sintético LSD) generan ante todo una nueva visión de la realidad, en la que, por ejemplo se pueden oír colores o ver sonidos (sinestesia). Se hace respetable cuando en realidad es sinónimo de colocón, que queda recluido en el estricto terreno de terminología drogodependiente. El grado mínimo del flipado sería el llamado síndrome de Stendhal, en el que el agente tóxico es la superabundancia de belleza concentrada en un momento y lugar. En la vida real sana, no se flipa: se maravilla, exalta, emociona, disfruta extraordinariamente, se vive una nueva percepción de algo previamente considerado como solo ligado a lo cotidiano.

7. Pepito me pone, me ha dicho Lola, y no me extraña, con ese cuerpo. Me pone tiene varias posibles lecturas: poner de mal humor, inhabitual; sexualmente excitado, la más frecuente. Pero también es un modo genérico de decir que alguien o algo atrae poderosamente, generando una positiva expectativa. En realidad, poner viene de sentirse bien con la ingestión de un producto: ponerse en forma, sereno, complacido. Mucha gente emplea inocentemente una expresión de atribución habitualmente sexual cuando en realidad se origina en la absorción del fármaco y dosis adecuada de un producto adictivo, que pone a funcionar al individuo dependiente.

8. Tras viajar por Estados Unidos y pasarlo muy bien, lo único que he echado en falta son las borrajas y las verduritas de nuestra tierra: vengo con mono de acelgas, borrajas y coles. La expresión tengo mono de, se emplea tan profusamente que ya da asco; al fin te veo, tenía mono de sentirte cerca podría ser una cariñosa expresión o en el peor de los casos, la reacción de intenso deseo tras la privación de las ternuras de alguien amado o al menos deseado. Pero en realidad el mono es la denominación coloquial del síndrome de abstinencia, con notables manifestaciones psicológicas, ansiedad desmedida y trastornos orgánicos vegetativos, que se produce ante la interrupción del suministro de un fármaco que produce dependencia. Creo que aun en el ámbito más privado debería desterrarse, por pura higiene mental: cuando tengo un fuerte deseo por tomar un merengue de tal pastelería, se trata de apetencia, mientras que si lo que tengo es mono de merengue debería acudir al endocrinólogo, a ver cómo ando de diabetes, o al psiquiatra, para que valorase mi estado de salud mental.

9. Vamos a ir por ahí, a ver si pillamos unas sillas para sentarnos todos; he pillado una buena cosecha de albaricoques. Inocente (¡corre, corre, que te pillo! es un juego infantil) pero nada inocente en su reciente irrupción en el lenguaje cotidiano, pillar es en el lenguaje de los drogodependientes, conseguir la ansiada dosis de producto que necesitan para seguir funcionando. Coger, traer, encontrar, comprar, etc., pero nunca pillar, salvo cuando se persiga a la juguetona consorte que se hace la escurridiza y, alcanzada, el alborozado perseguidor proclame cariñosamente: ¡te pillé!

10. Con ese comentario que has hecho, no consigo saber qué te has podido fumar hoy. Ya se ha hecho habitual esta forma de desautorizar ofensivamente las opiniones, sensatas o insensatas de alguien que participa en un blog con sus comentarios; también en la vida cotidiana no mediada por transacciones escritas, especialmente en la política (o esa basura que mucha gente llama política). La pregunta es impertinente y además ofensiva: neutraliza la validez de una afirmación, asumiendo que es fruto de embriaguez, de haberse fumado algo, generalmente marihuana, aunque pueden ser otras sustancias psicotrópicas. Es más civilizada una solemne respuesta en contra, más o menos cargada de veneno o incluso adornada con una interjección de menor cuantía, que la alusión directa al porro.

11. Vuestras cartas de apoyo han supuesto para mí un subidón que no puedo pagaros; al contemplar el valle desde la cima, sentí un subidón que aún me dura. Un subidón es lo contrario de un bajón. Podría traducirse benignamente por optimismo súbito, alegría expansiva, maravillosa sensación de que las cosas funcionan perfectamente (al menos por una vez), plenitud vital, pero en realidad corresponde a la sensación que experimenta quien absorbe una buena dosis de fármacos de abuso, básicamente cocaína o derivados anfetamínicos, con efecto de optimismo, euforia, bienestar, incluso casi ingravidez. A veces la vida nos muestra súbitamente un rostro amable, algo que deseamos vehementemente y de pronto se cumple, un encuentro que nos da felicidad extrema, etcétera. Pero la vida no suele dar subidones, exceptuando los producidos por la explosión bajo los pies de una mina antipersona.

12. Tu carta ha sido para mí un chute de optimismo; me di un chute de Mahler y estoy como nuevo; este desayuno que os propongo es un auténtico chute de vitaminas y minerales. Chute es puro y estricto lenguaje de la drogodependencia. Procede de la palabra inglesa shot, que significa tiro; meterse un chute de droga en vena es darse un tiro de veneno. No merece mucho la pena abundar en expresión tan especialmente odiosa. No hay excusa alguna, salvo en la intención de los manipuladores del lenguaje, es decir, del pensamiento y los valores sociales, para emplear tan maligno término.


Francisco Abad Alegría (Pamplona, 1950; pero residente en Zaragoza) es especialista en neurología, neurofisiología y psiquiatría. Se doctoró en medicina por la Universidad de Navarra en 1976 y fue jefe de servicio de Neurofisiología del Hospital Clínico de Zaragoza desde 1977 hasta 2015 y profesor asociado de psicología y medicina del sueño en la Facultad de Medicina de Zaragoza desde 1977 a 2013, así como profesor colaborador del Instituto de Teología de Zaragoza entre los años 1996 y 2015. Paralelamente a su especialidad científica, con dos centenares de artículos y una decena de monografías, ha publicado, además de numerosos artículos periodísticos, los siguientes libros sobre gastronomía: Cocinar en Navarra(con R. Ruiz, 1986), Cocinando a lo silvestre (1988), Nuestras verduras (con R. Ruiz, 1990), Microondas y cocina tradicional (1994), Tradiciones en el fogón(1999), Cus-cus, recetas e historias del alcuzcuz magrebí-andalusí (2000), Migas: un clásico popular de remoto origen árabe (2005), Embutidos y curados del Valle del Ebro (2005), Pimientos, guindillas y pimentón: una sinfonía en rojo (2008), Líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2009), Nuevas líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2011), La cocina cristiana de España de la A a la Z (2014), Cocina tradicional para jóvenes (2017) y En busca de lo auténtico: raíces de nuestra cocina tradicional (2017).

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