Mirar al retrovisor

¿Por qué fue reprimida la cultura de la homosexualidad?

Un artículo de Joan Santacana Mestre.

Mirar al retrovisor

¿Por qué fue reprimida la cultura de la homosexualidad?

/por Joan Santacana/

Es cosa sabida que, en la historia de la cultura occidental, la homosexualidad ha sido objeto de persecución o como mínimo de represión. Ilustres figuras de la modernidad escondieron su homosexualidad y de esta aseveración creo que no necesita demostración alguna, pero valga un ejemplo de pleno siglo XVIII para analizar el tema de la represión. Nos lo cuenta Giacomo Casanova (1725-1798), quien más allá de las frivolidades que se le señalan fue sin duda alguna uno de los más ilustrados viajeros de su siglo. Él, hacia 1760, coincidió en la Corte papal con dos genios de su tiempo, auténticos padres del neoclasicismo: Anton Raphael Mengs (1728-1779) y Johann Joachim Winckelmann (1717-1768).

El veneciano Casanova, fácil de pluma, como era bien notorio, relató la siguiente anécdota en su famoso libro de memorias:

Al día siguiente Mengs vino a Roma, y cené con él en familia. Tenía una hermana fea, pero bondadosa y llena de talento; había estado enamorada de mi hermano […] La mujer de Mengs era bella, honesta y bastante puntillosa en sus deberes de esposa y de madre, y muy sumisa con su marido, al que no podía amar porque Mengs era poco digno de ser amado. Era testarudo y cruel, y siempre estaba borracho cuando se levantaba de la mesa; pero si comía fuera de casa, sólo bebía agua por prudencia […]. Después de cenar todo el mundo estaba algo borracho. Winckelmann hizo cabriolas por el suelo con los hijos y las hijas de Mengs, que lo adoraban. A este sabio le gustaba retozar con la infancia […]. A la mañana siguiente, entré temprano en su gabinete [de Winckelmann] sin llamar, donde por lo general acostumbraba a estar él solo, tratando de restaurar antiguos manuscritos, y lo veo apartarse deprisa de un muchacho arreglándose el desorden de sus calzones. Finjo no haber visto nada, concentrándome en admirar un ídolo egipcio que había detrás de la puerta del gabinete. El «batillo» —guapo muchacho—, que era realmente muy guapo, se va; Winckelmann se me acerca riendo y me dice que por lo poco que yo había visto, no creía que pudiera impedirme hacerme una idea del resto, pero que se debía a sí mismo una especie de justificación que me rogaba escuchar.

—Sabe —me dijo— que no sólo no soy pederasta, sino que toda mi vida he asegurado que me parecía inconcebible que semejante inclinación hubiera seducido tanto al género humano […], pero durante el curso de mis largos estudios me volví admirador primero y luego adorador de los antiguos, que, como sabéis, fueron casi todos maricones, sin ocultarlo; y varios de ellos inmortalizaron en sus poemas a los amables objetos de su ternura, e incluso con monumentos magníficos. Llegaron a alegar su inclinación como testimonio de la pureza de sus costumbres […]. Conociendo la profunda verdad de todo esto, miré dentro de mí mismo y sentí desprecio, una especie de vergüenza, por no parecerme en esto a todos mis héroes. A expensas de mi amor propio me descubrí en cierto modo despreciable, y, al no poder convencerme mediante la fría teoría de que era un estúpido, decidí instruirme con la práctica, esperando que, mediante el análisis de la materia, mi mente adquiriría luces que necesitaba para distinguir lo verdadero de lo falso. Decidido a esto, trabajo en ello eligiendo los smerdis de Roma más guapos, pero es inútil: cuando me pongo a la tarea, no lo consigo. Para confusión mía siempre descubro que es preferible en todo y por todo una mujer, pero, dejando a un lado el hecho de que no me preocupo, temo la mala reputación, porque ¿qué se diría en Roma y en todas partes donde soy conocido si pudiera decirse que tengo un amante?

El relato de Casanova, sin duda alguna verídico, muestra hasta qué punto sabios como Winckelmann se veían obligados a esconder su pasión por el cuerpo masculino y cómo el auténtico culto a la cultura clásica constituía el impulso y la justificación de sus inclinaciones homosexuales. El texto de Casanova es, pues, una fuente primaria de primer orden sobre algo que la mayoría de los historiadores del arte da por cierto: la homosexualidad de Winckelmann.

Johann Joachim Winckelmann

Sin embargo, esta necesidad de esconder su naturaleza que sentía el padre de la arqueología clásica no siempre había sido así. Sus propios trabajos sobre la escultura clásica seguramente le confirmaban que la represión de la homosexualidad no se daba en la época clásica. Y a pesar de ello, en los programas escolares de su tiempo, al igual que en los nuestros, cuando se explican notables ejemplos de la historia de la cultura, como es el caso de las sociedades griegas de la antigüedad, el profesor no solía —ni suele— explicar que en esta cultura había ciudades estado como Tebas, en el norte de Atenas, que disponían de unos guerreros, el denominado Escuadrón Sagrado, el más importante y de élite, que partían hacia el combate acompañados de jóvenes muchachos que les prestaban servicios sexuales. Precisamente la unión y devotio mutua de estas parejas homosexuales era uno de los factores de su fuerza y de su incuestionable valor en la guerra. Y es que, por aquel entonces, la homosexualidad masculina se asociaba a las castas guerreras y no a estereotipos de afeminados, útiles para ser empleados de peluquería o modelos de pasarela. Valor en combate y homosexualidad eran una misma cosa.

Para entender esta realidad histórica, poco discutible, hay que recurrir a los modelos antropológicos, ya que de otra forma no se entiende que grandes ejércitos, como los ya citados guerreros tebanos o las poderosas falanges macedónicas —las que acompañaron a Alejandro el Magno en sus conquistas— estuvieran formados por parejas homosexuales. Desde una perspectiva miope del pasado, no es posible entender este misterio. ¿La base de los ejércitos helenísticos la formaban homosexuales?

Cuando se analiza esta situación con los ojos de la antropología actual —y para ello basta con recurrir a algún antropólogo solvente como Marvin Harris—, es fácil percatarse de que este no es un ejemplo aislado. Muchos otros pueblos conocen situaciones similares. Así, en el sur del Sudan existía una fuerza militar permanente formada por jóvenes solteros, que desposaban a muchachos y satisfacían con ellos sus necesidades sexuales.

También en Nueva Guinea las relaciones homosexuales entre jóvenes aprendices de guerrero y guerreros formaban parte de un complicado sistema de iniciación a la homosexualidad masculina que inducía a los más jóvenes a succionar semen a los más veteranos en la creencia que de esta forma se fortalecían para la guerra. Esta relación se mantenía casi hasta los veinte años, cuando se casaban para engendrar niños, ya que según ellos, del semen proceden los niños y la leche materna. Esta relación homosexual creaba unos fuertes vínculos entre las parejas de guerreros, que creían que al compartir semen se fortalecían. A partir de aquí, los ejemplos se multiplican y los hallamos entre los grupos verdachos de los guerreros indios norteamericanos, en la India, etcétera.

Esta situación de homosexualidad estimulada en las sociedades guerreras de la antigua Grecia tiene, pues, ejemplos parejos en otras muchas sociedades en las cuales se repite el mismo patrón cultural: parejas de homosexuales para reforzar el valor en el combate. Y en Grecia, además, no sólo se daba en las sociedades guerreras, como es bien sabido, sino en las sociedades filosóficas entre maestro y discípulo. Y por supuesto, en muchas sociedades aristocráticas de la antigüedad tales como China, Persia y Bizancio, en las cuales las clases altas expropiaban el cuerpo de jóvenes para sus usos y prácticas homosexuales cuando se hartaban de sus esposas.

Llegados a este punto, es el momento de hacernos preguntas: ¿y esto por qué es así? ¿Cómo se ha pasado de considerar estas relaciones homosexuales como cosa propia de valientes guerreros a una de débiles afeminados? Dejemos que sea el propio Marvin Harris quien nos lo explique:

La sociedad necesita niños, aun cuando los adultos sexualmente activos no los necesiten. Como reacción a la perspectiva de una frustración generalizada de la reproducción, resultante de la transición de las economías agrarias a las economías industriales, los estratos sociales empleadores de mano de obra presionaron para que se promulgaran leyes que condenasen y castigasen severamente  todas las formas de relación sexual no reproductora. El objetivo de este movimiento era convertir el sexo en un privilegio que la sociedad concediera exclusivamente a quienes fueran a utilizarlo en la fabricación de criaturas. La homosexualidad, ejemplo flagrante de sexo no reproductor, se convirtió, junto a la masturbación, las relaciones prematrimoniales, las practicas anticonceptivas y el aborto, en blanco principal de las fuerzas pronatalistas.

Por ello, la homosexualidad, en el transito hacia las sociedades burguesas se convirtió en un tabú y se condenó a la clandestinidad, la ignominia, la represión o el castigo brutal.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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