Dios

Ricardo Martínez reseña 'Dios: una historia humana', de Reza Aslan; una historia de la religión atenta a nuestra insistencia en otorgarle a Dios rasgos y emociones humanos.

Dios, de Reza Aslan

/una reseña de Ricardo Martínez/

Siendo tan importante, tan significativa por su valor en nuestras vidas esa idea-realidad de Dios, acaso, en un momento dado, podríamos plantearnos: ¿qué parte de Dios existe en nuestras vidas? O, a la inversa, ¿qué parte de nuestras vidas está en Dios? Él lo sabe todo, lo conoce y controla y dispone todo. Él es el gran hacedor, ¿y el gran destructor? Todo, toda nuestra vida, está sometida perennemente a su divina voluntad. Por cierto, ¡qué agobio! ¿Es la representación de nuestra sombra un día de sol, una sombra de la que no podremos separarnos jamás?

En tal consideración, es muy sugerente y simpática la presentación de este libro de honda voluntad didáctica y a la vez crítica cuando nos dice su autor, personalizando la experiencia sociorreligiosa, que cuando niño creía que Dios era un anciano corpulento y poderoso que vivía en el cielo; «una versión más grande y más fuerte de mi padre, y con poderes mágicos. Me lo imaginaba apuesto y canoso, con una larga cabellera gris que le cubría los anchos hombros, sentado en un trono forrado de nubes, y cuando hablaba, su voz retumbaba por el cielo, sobre todo cuando estaba enfadado, como solía ser el caso. Pero también era tierno y amoroso, clemente y amable. Se reía cuando estaba alegre y lloraba cuando estaba triste». Tal vez sea éste un resumen de la idea que una parte grande de la población (la femenina a la cabeza, sobre todo para la última parte de la definición) que, en realidad, acaso no sea tanto lo que es como lo que se quiere que sea, en una aproximación a una idea de la justicia humana. Dios como autoridad, como justicia, como redención de tantos males y agravios como comporta la realidad.

Luego vendrá, en el transcurso de la historia, la percepción del dios no tanto con carácter individual, sino como líder defensor de una causa colectiva, de un pueblo. Por eso, escribe el profesor Aslan, «de hecho, la guerra en el Oriente Próximo antiguo no se consideraba tanto una lucha entre ejércitos como una contienda entre dioses». Resultaba así que «una tribu y su dios se consideraban una sola entidad, unidos por un pacto en virtud del cual la tribu cuidaba del dios ofreciéndole culto y sacrificios, y este devolvía el favor protegiéndola de todo daño, ya fueran inundaciones, hambrunas o, en la mayoría de los casos, tribus extranjeras y sus dioses». Siempre, siempre, un vínculo de dependencia presente; asirse al poderoso para resultar triunfador; incluso alcanzando una hipotética gloria futura, un paraíso. Discurre el libro en estas consideraciones de fuerza, de dominio, pero, a la vez, también surge una a modo de crítica interna, de disenso en cuanto a la verdadera labor y significación del dios. Surge la duda, incluso la antinomia: esa dialéctica de contrarios tan fecunda en filosofía. Los principios del bien y del mal como inherentes al razonamiento humano.

Así, ya al principio, en el relato bíblico de la creación, la serpiente, «la más astuta de las creaciones de Dios», les dice a Adán y Eva: «No, no moriréis si coméis del árbol del conocimiento del bien y del mal». Repárese: «del conocimiento» del bien y del mal. Y es que «Dios sabe que el día en que comáis de ese árbol se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal». Una vez ahí, reconoce Dios entonces ante su corte celestial, «no vaya ahora a alargar —el hombre— su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre». El triunfo, pues, radica esencialmente en el conocimiento y en la perduración eterna de la vida. Qué curioso; un argumento, in extenso, un tanto shakespiriano: «ser o no ser» en el sentido de perdurabilidad.

Y el libro cierra —habría que entender del argumentario de Aslan— a favor, al fin, del conocimiento. Una posición a favor del realismo científico, del sentido —también con su vínculo implícito de trascendencia— de la libertad. Es como si el autor, este joven profesor, eligiese, al final, al hombre en lugar de al dios. «Que sigamos siendo creyentes es ni más ni menos que una elección […] Así pues, vosotros elegís. Creed en Dios o no. Definidlo como queráis. Sea como sea, aprended la lección de nuestros antepasados míticos Adán y Eva y comeos el fruto prohibido. No temáis a Dios. Vosotros sois Dios». Una conclusión dialéctica donde las haya.


Dios: una historia humana
Reza Aslan
Taurus, 2019
368 páginas
22,70€


Ricardo Martínez realizó los estudios de filosofía y letras en las universidades de La Laguna y Valladolid, concluyendo su carrera universitaria con los estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra como escritor es bilingüe, habiendo publicado tanto en gallego como en castellano. Como ensayista y crítico literario ha colaborado tanto en prensa (La Voz de Galicia, El País) como en revistas especializadas (Clarín, Revista de Occidente). Ha cultivado distintos géneros como autor. En poesía podemos citar: Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), De cuanto nos es dado (Calima, 2006) y Na terra desluada (Espiral Maior, 2009). Su obra Orballo nas camelias pasa por ser la primera obra de haikus en la literatura gallega. En prosa ha publicado varios libros de aforismos: Debullar (Galaxia, 1996), Cuentas del tiempo (Pre-textos, 2004), Alusión al paisaje (Calima, 2006), Ecos da néboa (Trifolium, 2012). Es autor, asimismo, del libro de relatos La luz en el cristal (Calima, 2011). Ha obtenido el premio Benasque de poesía y diploma de honor en el concurso internacional de relatos breves Jorge Luis Borges y en 1997 le fue otorgado el premio Reimóndez Portela de periodismo. Colabora en prensa y revistas especializadas. Desde el año 2014, la Fundación Jorge Guillén es la depositaria de la obra del autor. Dispone de su propia página web.

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