Música y danza

Flotando sin pentagrama

Eduardo García Fernández escribe sobre Chet Baker más allá del malditismo del consumo de drogas y la vida de excesos del gran trompetista.

Flotando sin pentagrama

/por Eduardo García Fernández/

Al aproximarse a comprender la figura del trompetista de jazz nortemericano de la costa oeste Chet Baker (Yale [Estados Unidos], 1929 – Ámsterdam, 1988), es fácil caer en el tópico del músico adicto a las drogas y a una vida de exceso que tanto vende. Lo que pretendo con estas líneas es precisamente ir más allá de este tópico e indagar sobre por qué tanto la música que creó como su vida resultan verdaderamente interesantes.

A medida que uno escucha con la debida atención a este excelente trompetista, se produce un estado de erizamiento de la piel —depende de las sensibilidades— y la movilización de las emociones, consiguiendo que ambas se den un abrazo. Su sonido único es capaz de adentrase en las profundidades de las tristezas y recorrer todos sus intersticios, así como hablarnos de nostalgias y de paso recorrer el amplio abanico de las emociones humanas. Como muy bien dijo el pianista Herbie Hancock, «su calidez, su lirismo y su delicado sentido de la melodía me causaron un impresión inmediata. De la primera vez que escuché a Chet Baker, jamás olvidaré la forma en que su corazón se derramaba en cada una de aquellas notas elegidas con gusto exquisito, ni la calidez que afloraba en mi interior mientras le oía tocar, porque aquella había de ser la última vez en que tendría la oportunidad de hacerlo».

El director del documental Let’s get lost, Bruce Weber, dice a su vez: «Era un gozo pasear junto a Chet por una playa ventosa mientras volaba una cometa». Y es que en el inicio del documental, el propio Chet es el que comenta que una sensación que le resulta sumamente grata es flotar en la parte trasera de un automóvil descapotable. A veces, su manera de tocar produce ese estado de flotación debido a la suavidad de la melodía.

A lo largo de las indagaciones que realicé para describir su música de la forma más profesional y certera posible, me encontré con una en el libro Diccionario del jazz, de Philippe Carles, que, aunque larga, me pareció sumamente interesante. Dice así:

[Chet Baker] es un artista de la delicadez y la fragilidad, del soplo y la fisura, la sonoridad ya famosa cobra cuerpo tras su regreso en 1974 ganando en amplitud y madurez. Su ejecución, construida entorno a la riqueza melódica, renuncia a toda búsqueda de efecto, a todo entramado de clichés o paráfrasis. Su emisión es mínima: toca con el micrófono casi metido en la campana del instrumento, lo que redunda en la amplificación de los armónicos graves, en una mayor profundidad tímbrica y en una percepción muy nítida del soplido y los ataques. Su manera de cantar es reflejo de la relación que mantiene con la trompeta: delicadeza y roce, ligadura y quebranto entre coro y coro. Su voz, textura evanescente que envuelve la melodía, raya la fractura sobre todo cuando improvisa en los scat, donde es auténtico complemento de la trompeta.

Además, cabe señalar que no sabía leer música y que tocaba de oído, todo intuición. Sin embargo, era como si poseyera la clave para adentrarse en un manantial de belleza imposible de secarse.

Resulta sumamente curioso cómo las diferentes contingencias de la vida van marcando la relación que Baker mantiene con el instrumento. Así, en un accidente a los once años, un niño tiró una piedra contra una farola y rebotó en los dientes incisivos superiores del futuro trompetista, por lo que el aire salía ahora por ahí y tenía que aprender una forma nueva de acercarse a la boquilla. A los diecisiete años, y realizando el servicio militar (pues se alistó para marcharse de un hogar problemático, donde el padre le pegaba y la madre lo vestía de niña y lo obligaba a cantar en un coro como si tuviese voz de niña) en Berlín, donde realizando guardias tenía que permanecer quieto durante largos periodos de tiempo; a los diecisiete años, decimos, en el aeropuerto, esperando a los altos cargos y haciendo frente al frío y para que no se le helasen los labios constantemente, acercaba la boca a la boquilla de la trompeta y emitía sonidos muy suaves, más para aplacar el frío y con vistas a que cuando llegasen los dirigentes tuviera la boca lista y no entumecida. Esto lo narra en su autobiografía, cuyo título es significativo: Como si tuviera alas. Más adelante, cuando ya era un adicto a la heroína, en un episodio donde pretendía comprar droga a unos camellos un grupo de negros le dio una paliza y le rompieron los dientes y la mandíbula. Este incidente marcó el que estuviera apartado de tocar por un periodo de tres años, durante los cuales se ganó la vida trabajando en una gasolinera largas jornadas que según cuenta en el documental de su vida podía llegar a las dieciséis horas. Volvió a los escenarios adaptando una nueva boquilla y reinició su carrera en 1974 gracias a la ayuda que le prestó Dizzy Gillespie. Curiosos incidentes que marcan toda una vida y que se añaden a que él amaba a partes iguales el jazz, las drogas y las mujeres. En este triángulo de placeres, en determinados momentos de su vida alguno de sus ángulos se hacía más agudo, como cuando la heroína fluía con demasiado rugido por las venas y entonces venía la fase de desintoxicación, que narra una y otra vez en la autobiografía. Eran episodios sucesivos para volver nuevamente a consumir de forma desaforada. Según cuenta,

Andy fue el primero que me puso en contacto con la maría, bendito sea. Me encantó y seguí fumando maría durante los ocho años siguientes, hasta que empecé aprobar de vez en cuando las drogas duras y al final me enganché al caballo. Me gustaba muchísimo la heroína, la estuve consumiendo de una forma u otra durante los veinte años siguientes (si se incluye la metadona, que no proporciona la menor sensación de euforia a no ser que uno esté limpio del todo).

El consumo de heroína implica un estilo de vida de buscar el camello, comprarla, inyectarla, estar bajo sus efectos y nuevamente, tras un breve tiempo de pocos días, volver a desear el acudir a comprar y repetir este círculo; un estilo de vida de yonqui. Pero si se ama la música y las mujeres tal y como él lo describe, es posible —a pesar de ciertos derrumbes— hacer malabarismos: tocar, amar y drogarse, a veces a partes iguales, y a veces a partes muy desiguales. No era Baker un yonqui al uso, pues tuvo como flotadores amplias relaciones sociales que en el mundo de la música son necesarias, así como las mujeres que conoció y su arte. Sólo así es posible explicar que un trompetista blanco de tantos excesos pudiera tener una trayectoria musical como la que consiguió.

Mientras estuvo apartado de la vida musical debido a la paliza que recibió, no puedo evitar imaginar y comparar su vida con la del personaje que interpreta Robert Mitchum en la película de cine negro Retorno al pasado (Jacques Tourneur, 1950), pues ambos se refugian en otro empleo —trabajar en una gasolinera— como arrastrados por la marea que son los golpes de la vida (y es que a veces la vida de este trompetista más bien parece ficción) y donde acuden a repostar un nuevo combustible y dejar atrás su oscuro pasado, pero ambos vuelven nuevamente a la circulación —a los mundos de donde procedían— teniendo las concomitancias del mundo de la noche, la ciudad e incluso la adicción, en uno a la heroína y en otro a una mujer. Ambos, después de perder ciertas capacidades físicas, retornan, uno a descubrir la verdad de lo acontecido, y otro en la búsqueda de su sonido. Semejan héroes en una nueva búsqueda que nunca abandonaron, sino que sencillamente aplazaron.

Y ahora mismo, mientras el inconfundible sonido de Chet emerge del letargo, Robert Mitchum camina adentrándose en un bar.


Eduardo García Fernández (Oviedo, 1968) es licenciado en psicología clínica y máster en modificación de conducta. En 1999 abrió una consulta de psicología clínica en la que aborda todo tipo de patologías y adicciones. Entre sus aficiones se encuentran la literatura y el cine. Y acostumbra a vincular éstas con su profesión dando lugar a artículos con un enfoque diferente. Ha realizado y participado en programas de radio en Radio Vetusta, ha colaborado con la revista digital literaturas.com y en la actualidad colabora esporádicamente con artículos y reseñas en el periódico La Nueva España.

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