/ por Pau Comes i Solé /
Ando metido en la ardua tarea de desentrañar el significado de un mito de origen de nuestra cultura, como es el sacrificio del propio hijo. Lo encontramos formulado en la teogonía clásica con Cronos y en el Génesis bíblico con Abraham. También encontramos equivalentes femeninos como la hija de Jefté o Ifigenia, la hija de Agamenón. Pero estos mitos trascienden el velo de lo simbólico y entran de lleno en la realidad de las sociedades europeas en momentos de grandes cambios: Constantino, Leovigildo, Felipe II o Pedro el Grande de Rusia, etcétera, están involucrados de distintas formas en la muerte violenta de sus propios hijos primogénitos.
Sin duda el más ampliamente conocido y compartido por nuestra civilización es el mito de Abraham. En sus variantes correspondientes, este patriarca es compartido por las religiones judía, cristina y musulmana. Isaac saldrá milagrosamente ileso del sacrifico porque un ángel detiene el cuchillo del padre que le iba a degollar, siguiendo un mandato divino. En su lugar sacrificará un carnero que milagrosamente aparece con los cuernos aprisionados en una zarza cercana. Dios no quiere sacrificios humanos, la vida humana es sagrada, son las enseñanzas bíblicas más comúnmente aceptadas. Hay otras: Abraham es un modelo de obediencia ciega a Dios y por esto será recompensado; Dios está por encima de la lógica humana, etcétera. Pero detrás de estas interpretaciones hay una de más profunda y común a todas ellas: el sacrificio como expiación de una culpa. El sacrificio de Abraham y el cordero ocupa un lugar central entre judíos y musulmanes; en el cristianismo también. El cordero pascual se interpreta como un símbolo de Jesucristo cuya muerte sacrificial en el calvario redimiría a todo el género humano de sus pecados. Esta interpretación de pecado>culpa>muerte>resurrección por la que Jesús redime a la humanidad la encontramos en los evangelios y la usan repetidas veces san Pablo y el Apocalipsis, y es la esencia de la Carta de los hebreos que erróneamente la tradición atribuye al propio Pablo. Si duda es una versión de las enseñanzas del Jesús histórico muy adecuada a la mentalidad del mundo judío de los primeros siglos de nuestra era. Es más, estos mismos esquemas de sacrificio de corderos o toros con mucha sangre derramada es común a ciertos ritos orientales que tuvieron mucho éxito en la sociedad romana de inicios de nuestra era y especialmente entre los legionarios y sus familias. No es extraño que en los primeros siglos del cristianismo se vertiera el mensaje de Jesús en estos esquemas mentales. Jesús no dejó nada escrito. Su doctrina se nos transmite solamente por tradición oral durante casi cien años y esto facilita esta adaptación a los esquemas mentales predominantes en esta época.
Posteriormente, en la historia del cristianismo se ha vuelto a este esquema interpretativo: el último, el de la Contrarreforma, que ha surtido de imágenes nuestros museos, iglesias y pasos procesionales. Para muchos, y la jerarquía española es un buen ejemplo, desde el siglo XVI en adelante la Contrarreforma permanece, porque únicamente ha ido cambiando el rostro o nombre del enemigo, pero este, en esencia, sigue siendo el mismo, llámese protestantismo, modernismo, comunismo, laicismo, feminismo, etcétera.
Pero cabe preguntarnos si este esquema interpretativo de Jesús como cordero expiatorio de los pecados del mundo es el que mejor recoge el sentido del mensaje del Jesús histórico. Algunos exegetas y teólogos empiezan a poner en duda que este esquema sea ni tan siquiera compatible con las enseñanzas cristianas. Más bien parece un retroceso del esquema del Jesús que viene a traer la Buena Nueva; y nos vuelve a llevar a los sacrificios de los carneros en el templo, e incluso más atrás, a las antiguas religiones cananeas paganas cuyos dioses aceptaban o exigían sacrificios humanos. Dios no permite que Abraham mate a su hijo inocente, pero acepta o exige la muerte de Jesús en el Calvario; el sacrificio de su hijo inocente. Este Dios sanguinario que exige sangre para perdonar, y sangre de un inocente, y sangre de su propio hijo, tiene muy poco que ver con el Jesús histórico que nos presentan muchas de las enseñanzas de Jesús en el Evangelio. ¿Cómo explicar esta contradicción flagrante que repugna al sentido de la justicia y de la razón?
Este esquema pecado>culpa>expiación es un mecanismo de dominación básico de nuestra cultura, reforzado por la religión judeocristiana. Los poderes establecidos lo han usado a mansalva, y el poder religioso también, sobre todo en los períodos en que menos religioso era y más se cobijaba bajo el poder político.

Va siendo hora que la exégesis racional, científica y libre de censuras previas busque y entre directamente al mensaje del Jesús histórico sin la carcasa cultural ni de la Contrarreforma, ni de las cruzadas, ni del tardoimperio romano, ni tan siquiera de los esquemas judaicos, ni los propios del fariseísmo de san Pablo. Pablo, que no había tenido un contacto personal con Jesús y no había oído de primera mano sus enseñanzas, supo abrir su mensaje al mundo grecorromano, se liberó de ritos judaicos como el de la circuncisión, las leyes rituales de la alimentación, los templos hechos con la mano del hombre, incluido el de Jerusalén, etcétera; pero no consiguió liberarse de los esquemas mentales farisaicos del sacrificio. Los convirtió en simbólicos, pero así quedaron a merced de que fueran manipulados por los intereses de las élites dominantes.
Aquí empieza la ardua tarea de los teólogos y exégetas de nuestro tiempo: intentar conectar y redescubrir el mensaje del Jesús histórico. No son los primeros. Siempre ha habido una corriente teológica en este sentido crítico, aunque hemos de reconocer que minoritaria. Hace cien años, en medio del barro y el horror de las trincheras de la primera guerra mundial, un camillero, Teilhard de Chardin, resumió sus primeras reflexiones en una hoja de papel que envió a su prima: «La Cruz es el símbolo del trabajo arduo de la evolución, más que el de la expiación». El sufrimiento humano no tiene un valor redentor, sino que está vinculado al proceso evolutivo. Empezó una reflexión sobre el mensaje cristiano y los datos paleontológicos; un mensaje que seguro será compatible con los planteamientos científicos de nuestro siglo y con las enseñanzas del Jesús histórico. Su obra fue silenciada y apenas ha tenido continuadores. Teilhard es ahora uno más dentro de la corriente abierta dentro del pensamiento cristiano; minoritaria, por supuesto; rebelde y crítica con el poder la mayoría de las veces, y siempre en los momentos de crisis como los actuales.
En efecto, el pensamiento cristiano tradicional ha tratado las pandemias y el sufrimiento generalizado que conllevan como un castigo divino. Por esta vez nos hemos librado, a excepción de un caso extemporáneo de un cura que salió con la custodia bendiciendo las calles de su pueblo. La mayoría de nuestra sociedad es laica y no tolera ya estos ritos religiosos que tacha de irracionales. Pero esto no quiere decir que hayamos superado este pensamiento mágico. Los aplausos de ánimo para los servicios sanitarios, la presencia de altos mandos militares en las ruedas de prensa gubernamentales para informar de la crisis sanitaria, etcétera, pueden inscribirse en este mismo esquema. Tanto para los que los dan como los que los reciben, tienen un efecto, como mínimo, catártico y reconfortante. Muchos grupos sociales están de acuerdo con ellos. Pero atención: si sirven para ocultar que no tenemos mascarillas ni equipos esenciales de seguridad para los que trabajan en situaciones de extremo riesgo, estos ritos de aplauso están reforzando los mecanismos del pensamiento mágico.Si, en lugar de intentar conseguir suficientes tests para detectar a los pacientes portadores del virus, estamos distrayendo el personal con los rituales del desplegamiento militar, le estamos haciendo el juego. Vemos también, en casos extremos, los síntomas de esta actitud mágica enlas personas que apedrean a los que pasan por la calle o los celosos agentes de policía que multan a los consumidores que van al súper a comprar sólo productos que no son de supervivencia.
Justo ahora, en la Semana Santa y en medio de la pandemia que estamos padeciendo, propongo hacer un examen crítico de ambos fenómenos que nos permita superar el pensamiento mágico desde su propia raíz. Por esta senda andan los exégetas modernos que intentan reconstruir el mensaje del Jesús histórico. Merecen nuestro apoyo y darles una voz dentro de los canales de opinión realmente libres y críticos. Dos pinceladas para ver cómo se aproximan a los textos bíblicos: en primer lugar, practican una labor de discernimiento para recoger de los propios evangelios y primeros escritos los pasajes o pensamientos que sin duda son genuinamente cristianos y que no provienen de las diferentes tradiciones judías. Aquí se encuentran los pasajes, acciones o discursos que se oponen abiertamente a las leyes mosaicas o las tradiciones judías. En segundo lugar, buscan los conceptos, sermones y acciones que vienen reflejados en dos autores o fuentes diferentes, etcétera.
Un ejemplo del primer y segundo supuesto caso lo encostramos en el inicio de la Semana Santa. El jueves Jesús había hecho una cena de pascua como despedida con sus discípulos, según los tres evangelistas sinópticos. Como en otros casos, Jesús y sus discípulos no siguen el ritual judío. Pero éste es un día especial, el día de pascua en cuya cena no puede faltar el cordero, signo de la liberación de la esclavitud de Egipto. ¿Por qué Jesús prescinde de esta simbología y ritual tan importante? ¿Él, que fue reconocido por Juan el Bautista como el Cordero que carga sobre sí los pecados del mundo, se lo salta precisamente la vigilia de su pasión?
Este simbolismo ocupa un lugar central desde Abraham en el judaísmo y el islam. También en la interpretación del papel de Jesús en los primeros siglos del cristianismo y especialmente en san Juan y san Pablo ¿Este papel de víctima propiciatoria es esencial en su persona y mensaje o es un envoltorio histórico de una época determinada para interpretar su persona y su mensaje, como lo fue el rito de la circuncisión masculina que debemos orillar?
Un segundo ejemplo lo encontramos en el propio origen de Jesús. Desde el siglo XVIII se ha discutido la concepción virginal de María.* Pero para los lectores de los siglos I-III, Juan el Bautista y Jesús tienen un nacimiento parecido al de otros héroes de su cultura, peculiar porque son de la tradición judía, pero asimilable al nacimiento de otros elegidos de los dioses de su mundo clásico. La virginidad de la madre de Jesús no plantea un problema especial, como tampoco el nacimiento de Juan, el primo segundo de Jesús por parte de madre de edad avanzada, ni los fenómenos estelares que acompañan el nacimiento de los grandes personajes históricos. Los avances de la genética y la reproducción asistida han hecho trizas todos los planteamientos y dificultades insalvables de que una mujer virgen pudiera concebir sin conocer varón. Lucas y Mateo tendrían que elucubrar qué solución escoger entre clonación, inseminación, etcétera. Sólo la ciencia ficción ha planteado el origen extraterreste de Jesús. En este caso, María seria sólo un vientre de alquiler. Quizás es cuestión de tiempo y evolución científica.
De acuerdo con los evangelios canónicos, Jesús es hijo de María, en el doble sentido: biológico y social. Sin embargo, José es padre sólo en el sentido social, no en el biológico. Entre la ceremonia de compromiso nupcial y el matrimonio real que lleva a la cohabitación, María quedó embarazada. Sabemos que José no es el padre y que María es su prima hermana por razón de padre, lo que la convierte en la candidata ideal para el matrimonio en esta sociedad. La diferencia de edad entre los contrayentes es muy frecuente y no plantea una dificultad especial. Sin embargo, el embarazo inesperado de María en el lapso de tiempo que va del compromiso matrimonial a la cohabitación y consumación del matrimonio planteó graves dificultades a la aceptación de los hechos. José es un hombre bueno y no quiere que María, que era su prima hermana por parte de padre, pase por la vergüenza de la fornicación y sea señalada con el dedo. José acepta la situación y no la repudia.
Sin embargo, sabemos que había rumores que en momentos de tensión y discusión salen a la luz Unos dirigentes judíos le dicen a Jesús: «Nosotros no somos hijos de la fornicación», un intento de autojustificación, ya que a Jesús se le acusa de tener el diablo como padre. Es una manera elegante de decirle, sin afirmarlo, que Jesús fue concebido fuera de los cánones matrimoniales. Jesús no lo niega. Por tanto, si no es hijo natural de José, tampoco es del linaje de David, y vaya usted a saber si del de Abraham. Mateo, que ha iniciado el evangelio con la genealogía de Jesús desde Abraham, deja también claro que José no es su padre biológico e insiste en este hecho porque su evangelio va dirigido a cristianos de tradición judía. Por esto resalta dos hechos para que se cumplan las profecías: la paternidad social de José para que se cumplan las profecías y la madre virgen.
Animo a desenmascarar las interpretaciones mágicas y redentoras que vemos en nuestra cultura tradicional de la Semana Santa, por más que puedan tener una función catártica. Pero el pensamiento crítico y racional debe abrirse paso, no con el olvido, ni con el rencor, ni con el y tu más. A muchos de los que quemaron iglesias los vimos después, en momentos de calamidad general, organizando procesiones y rogativas. El pensamiento mágico está detrás de los dos.
* Esta observación es aplicable al área latina, coincidiendo con el retraso del matrimonio femenino. Dejamos para otra ocasión la comparación entre la teogonía patriarcal del cristianismo [un Padre que engendra un Hijo, sin colaboración femenina y por obra del Espíritu Santo] y la concepción de Jesús, en que hay una inversión de papeles. Una virgen concibe un hijo, por obra del Espíritu Santo, sin intervención masculina.
[EN PORTADA: El sacrificio de Abraham, de Matthias Stom, principios del siglo XVII]
Pau Comes i Solé (Castellciutat, 1943), actualmente jubilado, es licenciado en filosofía y fue profesor de historia de la filosofía contemporánea, antropología cultural y sociología del trabajo en la Universidad de Barcelona, pero los últimos veinticinco años de su carrera profesional los dedicó exclusivamente a la enseñanza media como catedrático de geografía e historia. Ha publicado diferentes investigaciones didácticas y libros de texto, generalmente en colaboración con otros autores, en los que ha primado siempre un enfoque actualizado e integrador de las ciencias sociales, en la medida que la censura gubernamental o editorial lo ha permitido.
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