/ De rerum natura / Pedro Luis Menéndez /
El sacerdote jesuita Luis Espinal Camps nació el 2 de febrero de 1932 en Sant Fruitós de Bages (Barcelona) y murió asesinado en La Paz (Bolivia) el 21 de marzo de 1980, hace ahora cuarenta años. Encontraron su cuerpo con señales de tortura el día 22. Su entierro se celebró el 24, el mismo día en que Óscar Romero era asesinado en El Salvador. Luis (Lucho) Espinal fue el autor en los años setenta de un crucifijo comunista. Cuando Evo Morales regaló una réplica de este crucifijo al papa Francisco en 2015, se montó un pequeño revuelo mediático en la prensa conservadora; un revuelo de esos que les gusta organizar por lo accesorio, no por lo importante. ¿O sí era importante, al menos para algunos?

No parece mala idea deshacerse de quienes estorban a los oligarcas. Si se piensa, no son más que mosquitos que pueden ser aplastados con facilidad. Aplastar mosquitos es ruidoso, pero tampoco demasiado. A Europa ese ruido casi no llega; aquél sólo llegó un poco cuando se mostró acompañado de un término nuevo, teología de la liberación, que vivió su minuto de gloria y luego se fue diluyendo entre las reconvenciones de la jerarquía vaticana y el silencio de la izquierda, que miró para otro lado.
En cualquier caso, el ruido era molesto y, aunque se trataba de mosquitos pequeños, sus picaduras pueden contagiar a los campesinos, a los sin tierra, a los estudiantes; pueden ayudar a los indígenas a proclamar su propia voz, su indignación convertida en cooperativas, en escuelas, en liderazgos agrarios y sindicales. Así que mejor seguimos aplastando mosquitos, porque, si la nube de mosquitos crece, su griterío puede llegar a ser ensordecedor. Centenares de religiosos y religiosas, miles de activistas por la tierra, líderes obreros y campesinos han sido asesinados en las últimas décadas en América Latina. Y la cifra crece cada día.
La estrategia no funciona mal: el miedo y el terror siempre han servido para silenciar conciencias y, sobre todo, para reprimir conductas no convenientes. Pero en algún momento, en algún despacho de algún lugar, a alguien se le ocurrió una idea mejor que, sin abandonar los asesinatos (aunque estos se realicen cada vez más por sicarios del narco, y así los milicos tienen las manos limpias), podía perfeccionar el sistema: inyectar millones y millones de dólares para que la población latinoamericana fuera abandonando poco a poco el catolicismo y siguiera extasiada a los nuevos pastores evangélicos.
Como apunta Carlos Malamud, «los orígenes de esta expansión hay que buscarlos en numerosas campañas proselitistas originadas en ciertas iglesias protestantes de EEUU a partir de mediados del siglo pasado, que terminaron implantándose básicamente en América Central. Por su parte, el núcleo de expansión de las iglesias evangélicas en América del Sur fue Brasil, a tal punto que hoy es posible encontrar pastores brasileños predicando en cualquier capital latinoamericana o en muchas de sus grandes ciudades».
Y sigue señalando Malamud: «En la actualidad, el número de fieles evangélicos ya supone algo más del 20% de la población latinoamericana. La cifra es más importante si se tiene en cuenta que hace sólo 60 años apenas suponían el 3% de la población, según datos recogidos por el Pew Research Center. En México más del 10% de la población es evangélica; en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina y Panamá se habla de una cifra superior al 15%; en Costa Rica y Puerto Rico se llega al 20%; en Brasil se barajan cifras que oscilan entre el 22% y el 27%; y en algunos países centroamericanos, como Guatemala, Honduras y Nicaragua, la cifra supera el 40%».
El riesgo por nuestra parte de considerar que se trata de cuestiones o luchas entre religiones produce a veces una ceguera muy evidente en cuanto a las consecuencias políticas, que ya son muy claras en la actualidad y que irán a mayores en las próximas décadas: «Como ya se ha señalado, el auge evangélico debe verse en relación al proceso paralelo de retroceso católico. En lugar de la teología de la liberación, que supuso una fuerte implantación de curas revolucionarios, obreros y campesinos, en las décadas de 1960 y 1970, los pastores evangélicos han sabido introducir entre sus fieles con mucho éxito la llamada teología de la prosperidad. Se trata de un concepto que ilustra claramente los principios e intereses que mueven a sus fieles».
La diferencia sustancial en la visión del mundo iría entonces desde la muy conocida reflexión de Hélder Câmara («Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista») a un conservadurismo férreo en lo moral y especialmente homófobo, que se concreta en esa teología de la prosperidad: «El núcleo de esta teología es la convicción de que Dios quiere que sus fieles tengan una vida próspera, es decir, que sean económicamente ricos, físicamente sanos e individualmente felices. Este tipo de cristianismo coloca el bienestar del creyente en el centro de la oración y transforma a su Creador en aquel que hace realidad sus pensamientos y deseos. El peligro de esta forma de antropocentrismo religioso, que pone en el centro al hombre y su bienestar, es el de transformar a Dios en un poder a nuestro servicio, a la Iglesia en un supermercado de la fe, y la religión en un fenómeno utilitarista y eminentemente sensacionalista y pragmático».
Al final, llegó Bolsonaro. Y llegarán muchos más. Y en Europa, como siempre, estaremos mirando en otra dirección.
[EN PORTADA: Luis Espinal]

Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016), la novela Más allá hay dragones (2016), y el libro de prosas cortas Postales desde el balcón (2018). Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019). Desde 2017 mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La buena tarde de la Radio del Principado de Asturias.
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