Estudios literarios

Willy Loman, o el fracaso del sueño americano

Alberto Wagner Moll traza un análisis del personaje principal de 'Muerte de un viajante', de Arthur Miller.

/ por Alberto Wagner Moll /

Arthur Miller nació en el siglo XX en Estados Unidos, viviendo la época clave en que este país pasó a convertirse en la principal potencia económica mundial. Como todo imperio, éste se construyó desde una ideología concreta enarbolada como el modo vital del hombre contemporáneo. Lo que se ha venido llamando usualmente sueño americano no es sino la cristalización de los pilares liberales e individualistas de los padres fundadores. Según esta idea, cada hombre tenía en Estados Unidos la posibilidad, mediante su esfuerzo y sacrificio, de aumentar sus riquezas y tener una familia estable y feliz. Desde los agricultores de las Trece Colonias hasta el business man, este país fundamentó su desarrollo capitalista y su complejo sistema social en las ideas de competencia y riqueza. Para el americano, ser libre es ser rico, y cumplir con el mandato divino no es sino recoger los frutos de tu trabajo y dar la posibilidad a tus hijos de que recojan los suyos propios.

Arthur Miller, sin embargo, dedicó gran parte de su obra a desvelar las costuras de este way of life. Efectivamente, la sociedad americana escondía bajo estos ideales el real mecanismo de su sistema: para que el esfuerzo de unos hombres dieran riquezas reales, el esfuerzo de otros debía ser recompensado con miseria. Lo que parecía constancia y trabajo era en realidad competitividad y hostilidad entre vecinos. Por otro lado, esta tierra de las oportunidades era tal porque estaba rodeada de países súbditos a los que expoliaban. Sin la preeminencia económica de Estados Unidos, que era tal por su autoridad militar (y a la inversa), la oportunidad de enriquecerse de sus trabajadores patrios sería una quimera. El famoso dramaturgo no podía sino ser un cínico ante esta realidad, en su época boyante.

Mientras que la crítica al belicismo imperialista se halla en Todos eran mis hijos, en Muerte de un viajante, su obra más celebrada y reconocida, nos encontramos con la cara oculta del emprendedor americano. ¿Qué pasaba, efectivamente, con aquellos hombres que, educados en la cultura de la competitividad egoísta, no acababan triunfando? Pues que se convertían en Willy Loman.

Willy Loman es el protagonista de esta obra dramática: un vendedor de seguros que, a sus sesenta años, se ve enfrentado a la frustración de saber que no ha alcanzado la meta que el mundo americano le impuso. Pero Willy Loman no reconoce esto e intenta buscarle solución, ver si es posible otra vida, si lo que se imaginó como autorrealización era tan necesario. No, Willy Loman es un hombre americano, y un hombre americano nunca reconoce que ha fallado: un hombre americano se da de cabezazos contra todo, intentando sacarse los sentimientos de la cabeza. Willy Loman tiene una mujer y dos hijos mayores. Desde su relación familiar podemos ver su mundo social, y a la inversa. Con Linda, su mujer, mantiene una relación típicamente clásica: le es infiel, le grita y la desprecia, aunque sea la única persona que le aguanta. Ella, por su parte, lo defiende constantemente de las quejas de sus hijos. Del mayor, Biff, que ha regresado de vagabundear por el mundo, sin encontrar un trabajo que le motive, hablan Linda y Willy al principio de la obra:

«LINDA: Estaba cabizbajo, Willy. Ya sabes cuánto te admira. Creo que, cuando se encuentre a sí mismo, los dos seréis más felices y dejaréis de pelearos.

WILLY: ¿Cómo puede encontrarse a sí mismo en una granja? ¿Es eso vivir? ¿Un peón de granja? Al principio, cuando era jovencito, yo me decía: bueno, es joven y le irá bien vagabundear y hacer un montón de trabajos distintos. ¡Pero han pasado más de diez años y todavía no gana treinta y cinco dólares a la semana!

LINDA: Se está buscando a sí mismo, Willy.

WILLY: ¡No haberte encontrado a ti mismo a los treinta y cuatro años es una vergüenza!»

Para Willy Loman, vivir es cobrar una determinada cantidad de dinero. Es interesante su sentencia final «es una vergüenza». A este hombre únicamente le importa lo que piense la sociedad; el rechazo o la aprobación de tus vecinos, y le es completamente indiferente cómo se sienta uno entre las alabanzas, porque lo que tiene valor es la billetera y el aplauso que lo acompaña. Biff es la decepción frente a ese mundo: de joven, era un portentoso deportista, un exitoso al que su padre jaleaba en su egolatría. Willy Loman recuerda con cariño, o podríamos mejor decir que sufre alucinaciones, esa época en que era un sumo patriarca ante sus hijos. Si este personaje pudiera provocarnos algún sentimiento de empatía cuando ya es un viejo lunático, vemos quién es en realidad cuando tenía el poder y ganaba dinero. Por ejemplo, vemos como trata a un compañero de clase de Biff:

«BERNARD: ¿Dónde estás, Biff? ¿No ibas a estudiar hoy conmigo?

WILLY: ¡Eh!, mirad a Bernard. ¿Qué andas buscando con esa pinta de anémico, Bernard?»

Esta situación de fábula cambia drásticamente cuando Biff descubre que su padre es infiel, y el ideal que se había construido para enfrentarse al mundo se derrumba y se queda sin mapas para vivir. Comienza a robar, a deambular sonámbulo por diversos trabajos. Está en el limbo, fuera de la sociedad. Si tuviera que aventurarme a hacer hipótesis, diría que Biff es un reflejo de Arthur Miller: es un hombre que no encaja en la sociedad americana y lo sabe; Biff está en el momento vital previo a la crítica y la superación de una vida que no quiere. Miller ha completado ese recorrido. Cuando Biff vuelve a su casa, ha encontrado ya un trabajo que le llena. Él mismo nos describe su recorrido:

«BIFF (con creciente agitación): He tenido veinte o treinta empleos distintos
desde que me marché de casa, antes de la guerra, y el resultado siempre ha
sido el mismo. Me di cuenta de ello hace poco. En Nebraska, cuando vigilaba
ganado, en las dos Dakotas y en Arizona, y ahora en Texas. Supongo que por
eso he vuelto a casa, porque me he dado cuenta. Esa granja en la que
trabajo…, allí es ahora primavera, ¿sabes?, y han nacido unos quince potros.
No hay nada más cautivador o… más hermoso que ver a una yegua con su
potro recién nacido»

La belleza es aquello que ha encontrado, y no meramente el beneficio monetario o la aprobación social.

Su otro hijo, Happy, mantiene una actitud semejante a la de su padre frente al mundo: su vida consiste en acostarse con multitud de mujeres (si están en una relación mejor) con tal de poder mostrar sus galones de macho y en hablar constantemente de un supuesto ascenso que algún día recibirá cuando «se muera el jefe de la sección comercial». Sigue las pautas sexuales de Willy Loman: acuéstate con el máximo número de mujeres y luego ten una esposa que para muchos hijos.

Así es su familia, y Willy Loman, en la caída libre de su vida, reprocha a unos y otros que no sigan el modelo de vida que, justamente, él siguió y que le ha llevado a la completa locura. Loman recuerda, recuerda y no sabemos hasta qué punto se inventa momentos de alegría: piensa en un hermano suyo que triunfó en Alaska y vive en África haciendo dinero, piensa en el dinero que ganaba, piensa, piensa… Y cuando parece darse cuenta de su dolor, lo oculta en ira. Volvamos al sueño en que aparece Bernard, el compañero de clase de Biff. Vemos aquí cómo piensa él que el hombre se realiza:

«WILLY: Bernard no gusta demasiado a la gente, ¿verdad?

BIFF: Sí que gusta, pero no demasiado.

HAPPY: Es verdad, papá.

WILLY: Eso precisamente quería decir. Puede que Bernard saque mejores
notas que tú en el instituto, ¿comprendes?, pero cuando llegue al mundo de los negocios, tú vas a darle sopas con honda, ¿comprendes? Por eso agradezco a Dios Todopoderoso que los dos seáis unos Adonis, porque el hombre que entra causando sensación en el mundo comercial, el hombre que despierta interés hacia sí mismo, ése sale adelante. Si gustas, nunca te faltará de nada. Fíjate en mí, por ejemplo. Nunca he de hacer cola para ver a un agente de compras. “¡Ha venido Willy Loman!” Eso es todo lo que han de saber para que pase por delante de los demás»

El mundo añorado por Willy Loman es la caterva de imbéciles que solo buscan gustar a los otros hombres (que luego son homófobos, lo cual no deja de ser curioso) para «pasar por delante de los demás». El placer máximo para este hombre es superar al resto, humillar, estar por encima.

Pero el presente de su vida es otro: ahora es él quien tiene la cabeza debajo de la bota. Cuando va a suplicar un puesto fijo en su trabajo, es despedido sin pudor. Sus hijos, viendo el estado decrépito de su padre, intentan alegrarle siguiendo su ejemplo de hombre de negocios. Es curioso cómo, a pesar de todo, Biff sigue viendo a su padre como «un príncipe admirable y afligido. Un príncipe muy trabajador que no ha sido apreciado. Un amigo, ¿comprende? Un buen compañero. Siempre desviviéndose por sus hijos». El amor no entiende de justicias o reproches, un amor al que Willy Loman siempre ha repudiado. Sin embargo, ninguno de los dos hijos acaba encajando en el mundo laboral, lo cual saca de sus cabales a Willy Loman.

Finalmente, Loman, completamente ido de la cabeza, termina estrellando su coche contra un árbol para que paguen el seguro de vida a su familia. Como lo único que cree poder darles es dinero, acaba destruyéndose, ya de modo completo, para lograrlo.

Arthur Miller lanza al estreno esta obra en 1949. La mía es una lectura de 2020: ha pasado más de medio siglo, y las críticas al sistema americano con las consiguientes derivaciones (el feminismo, el LGTB…) están mucho más en boga que nunca. Podría ser mi interpretación; una proyección de mis ideas. Sin embargo, creo que, por lo menos, hay un elemento crucial de innegable autoría del dramaturgo americano: Willy Loman es la cara oculta y fallida del supuesto éxito absoluto de la vida estadounidense. Si la agresividad de este personaje, su frustración, su odio visceral, le hacen un personaje patético o repudiable, es algo que pertenece más al espectador que al escritor.

[EN PORTADA: Retrato de Arthur Miller]


Alberto Wagner Moll es estudiante de filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas. Publicó el poemario titulado Jaima en la editorial Ars Poética en el año 2018 y fue segundo premiado en el certamen Florencio Segura del mismo año.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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