/ Crónicas ausetanas / Xavier Tornafoch /
Una pizzería de Trento vio nacer en 1970 a la organización terrorista más importante de la extrema izquierda italiana. Un grupo de estudiantes de la universidad trentina, liderados por Renato Curcio (1941), un sociólogo de convicciones marxistas-leninistas, alumbraba un proyecto político que aspiraba a ser un potente movimiento social y acabó convirtiéndose en una violenta organización armada: las Brigadas Rojas. El grupo de personas que inició ese camino, como el mismo Curcio o su compañera Margherita Cagol, venía de los movimientos estudiantiles del 1968 y estaban fascinados por la retórica revolucionaria de personajes como Daniel Cohn-Bendit o Rudi Dutschke. Se situaban a la izquierda de la izquierda que en Italia representaba el Partido Comunista Italiano, el más poderoso de Occidente, que contaba con abnegados cuadros militantes, intelectuales de gran prestigio y dirigentes carismáticos. Sin embargo, esa izquierda institucional, que los brigadistas despreciaban, era incapaz de arrebatar el poder a la también muy poderosa Democracia Cristiana, con la cual negociaba un compromiso histórico que Curcio y los suyos calificaban de traición a la clase obrera y que hubiera significado el acceso de los comunistas a un gobierno de un país occidental en plena Guerra Fría. Esta posibilidad fue combatida desde la extrema izquierda, pero también desde la extrema derecha, que inició, por su parte, su particular descenso a los infiernos de la violencia terrorista, perpetrando numerosas masacres, entre las cuales el famoso atentado de la estación ferroviaria de Bolonia en 1980, que costó la vida a ochenta y cinco personas.

Aunque Curcio era inicialmente reacio a la violencia y se entretenía en su revista Lavoro Politico, pronto comenzó a considerar que era necesario convertir a su organización en un partito armato, que es como sus militantes llamaban a las Brigadas Rojas. Entre 1970 y 1974, llevaron a cabo una notable actividad que bautizaron con el pomposo nombre de propaganda armanda, que consistía en quemar coches de directivos de las grandes empresas del norte de Italia, colocar artefactos incendiarios en las sedes principales de esas mismas corporaciones y secuestros exprés, con alta repercusión mediática pero escasa efectividad práctica. Fue en 1974 cuando las Brigadas Rojas dieron un salto táctico importante al matar a dos militantes del posfascista Movimiento Social Italiano (MSI) en Padua. A raíz de esta acción, y gracias a la infiltración de la policía en la organización, Renato Curcio es detenido junto a otro de los dirigentes del grupo, Alberto Franceschini. Coincidiendo con los arrestos, la organización decide dar un viraje estratégico y a partir de 1975 empiezan los atentados contra miembros de la policía y los carabinieri, los secuestros de altos funcionarios del Estado y liberaciones de presos en cárceles de máxima seguridad. En esa época, en la que los grupos que practican la violencia en Italia son muchos y de diversa índole, las Brigadas Rojas se perfilan como la organización con más capacidad operativa, a pesar de que muchos de sus dirigentes y militantes son detenidos, juzgados y condenados a largas penas de prisión.
En 1978, las Brigadas Rojas realizan su acción más espectacular: el secuestro del líder democristiano Aldo Moro en la vía Fani de Roma, en el que participan hasta diez militantes brigadistas y mueren varios de los escoltas del antiguo primer ministro italiano. Se inició un largo rapto durante el cual Moro escribe cartas a sus compañeros de partido, suplicando por su vida. La presidencia del Gobierno, que en ese momento detenta Giulio Andreotti, renuncia a cualquier acuerdo con los secuestradores, que exigen la liberación de los presos de la organización. Las misivas de Moro y el debate en el seno de la Democracia Cristiana han sido analizados en diversos documentos, pero fueron el escritor siciliano Leonardo Sciascia y el director de cine Paolo Sorrentino los que acercaron al gran público los intríngulis de unas negociaciones que situaron la temible razón de Estado por encima de los imperativos humanitarios a los que apeló Aldo Moro. Tan sólo el papa Pablo VI intercedió ante los brigadistas. Finalmente, ante la negativa del Estado italiano a entablar cualquier tipo de negociación, las Brigadas Rojas asesinan al destacado político democristiano. Su cuerpo aparece acurrucado en el maletero de un Renault 4 ubicado en la vía Caetani, a medio camino de la Piazza del Gesú, sede nacional de la Democracia Cristina, y de la vía Botteghe Oscure, sede del PCI. El asesinato de Moro provocó una rotunda reacción del Estado italiano, que puso en marcha excepcionales medidas antiterroristas que pronto llevaron a la cárcel a la nueva cúpula brigadista dirigida por Mario Moretti, a quien se acusó de ser el autor material de la muerte de Moro y que sufrió un aparatoso atentado en la cárcel de Cuneo, protagonizado por un preso común catalán, llamado Salvador Farré Figueras, miembro del clan mafioso de los Catanesi y encarcelado por el asesinato de dos agentes del cuerpo de Carabinieri.

El secuestro y posterior asesinato de Moro, junto con otras acciones, como el asesinato de líderes obreros vinculados al PCI, significaron el principio del fin de las Brigadas Rojas. La acción de la policía desmanteló progresivamente a la organización, que antes de anunciar una retirada estratégica secuestró al militar norteamericano James Dozier, que fue liberado por las fuerzas de seguridad italianas. Hasta 1988, diversas escisiones y subgrupos de las Brigadas intentaron sin éxito reprender la vía armada. Al final, en el balance de las Brigadas Rojas, cabe subrayar el hecho de que un sector de la juventud italiana, proveniente de familias de clase media, abrazaran el marxismo-leninismo y emprendieran el camino de la violencia terrorista, acabando muchos de ellos en la cárcel con largas condenas, o en el exilio parisino, protegidos por el gobierno francés. Algunos autores consideran el fenómeno brigadista como el epílogo violento del mayo del 1968.
[EN PORTADA: Aparición del cadáver de Aldo Moro en el maletero de un Renault 5]

Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931) Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educacción y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y comarcal como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos. Además, milita en Iniciativa de Catalunya-Verds desde 1989 y fue edil del Ayuntamiento de Vic entre 2003 y 2015.
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