Escenario

Marsé y el cine

Luciano Hevia Noriega escribe sobre la relación con el Séptimo Arte del gran escritor catalán: su pasión cinéfila, la influencia de la misma en su obra y también su tormentosa relación con las adaptaciones de sus novelas y el trato agrio hacia sus directores.

/ por Luciano Hevia Noriega /

La relación del recientemente desaparecido Juan Marsé con el Séptimo Arte es sobradamente conocida y ese fuerte vínculo ha sido profusamente señalado en los muchos artículos publicados tras su muerte, hasta el punto de poder afirmarse sin caer en exageraciones que hay pocos escritores españoles en los que cine y literatura convivan tan intensamente. No tengo, por tanto, ni intención ni bagaje suficiente para realizar aportaciones reseñables en este sentido, pero sí me gustaría, a modo de homenaje, esbozar un modesto y somero acercamiento que no se centre únicamente en la condición del novelista barcelonés como autor habitualmente trasladado a la pequeña y gran pantalla, sino también desde enfoques alusivos a su cinefilia, su colaboración en la industria como guionista a partir de textos propios o ajenos o sus innumerables artículos sobre cine en un buen puñado de publicaciones que incluso han germinado en libros muy valiosos. Hay, además, otros aspectos: amistades profundas o superficiales con gentes del sector como Roberto Bodegas, Víctor Erice, Paco Rabal, Ricardo Muñoz Suay, Rafael Azcona, José Luis Guarner, Gil Parrondo o Francesc Betriú, encuentros un tanto mitómanos con estrellas como Anthony Quinn, Cesare Zavattini, Francesco Rosi, Yves Montand, Alain Resnais, Ingrid Thulin o Luis Buñuel, participación como jurado en festivales, cameos o incluso coleccionismo de viejos programas de mano que ya desde su niñez guardaba en cajas de zapatos. Para todo ello me apoyaré, principalmente, en la espléndida y muy prolija biografía realizada por Josep Maria Cuenca que lleva por título Mientras llega la felicidad (Anagrama, 2015).

La pasión cinéfila de Marsé es fácilmente rastreable en su novelística, en pasajes, personajes y títulos, con especial querencia por el cine clásico de su infancia proyectado en míticas salas ya desaparecidas. A modo de evidente ejemplo temprano, el nombre de los protagonistas de Encerrados con un solo juguete (su primera novela, con la que fue finalista del Premio Biblioteca Breve), Andrés Ferrán y Tina Climent, está tomado de Distrito Quinto (Julio Coll, 1957), director con quien Marsé había colaborado en algún proyecto que no vio la luz. Pero hay más: el título de Un día volveré se inspira en el western Algún día volveré (Joseph Kane, 1945) protagonizado por John Wayne y Ann Dvorak y el de El embrujo de Shanghái (Joseph von Sternberg, 1941) remite al clásico homónimo, con su admirada Gene Tierney en el elenco; para componer el personaje del comisario de Ronda del Guinardó el propio Marsé reconoció que tuvo en mente al Orson Welles de Sed de mal (Orson Welles, 1958); los ecos de Raíces profundas (George Stevens, 1953) recorren buena parte de su narrativa, muy especialmente el relato El fantasma del cine Roxy, todo él plagado de guiños cinematográficos; a petición de Iberia escribe un cuento para un volumen colectivo de trasunto aéreo y lo titula Vuelo 743 destino Madrid: Ava Gardner y la caja de Pandora… Las referencias son innumerables.

De esta cinefilia también dejó buena cuenta en sus incontables colaboraciones para una amplia panoplia de publicaciones periódicas: desde sus primeros pinitos en el cuartelero boletín Ondas de sus meses de milicia en Ceuta hasta sus secciones fijas mediados los años noventa en la revista Cinemanía y el suplemento cultural Babelia (estas últimas compiladas como libro bajo el título de Un paseo por las estrellas), pasando por Arcinema, Don (donde solía firmar con el seudónimo de Samuel Cramer), Boccaccio o Por Favor, Marsé dio rienda suelta a esta pasión y demostró conocimiento enciclopédico en la materia, poniendo especial énfasis en el cine clásico que tanto disfrutó en su infancia en salas desaparecidas como Iberia, Bosque, Delicias, Moderno, Rovira, Maryland o Roxy, en las que solía entrar gratis aprovechando el oficio de su padre como desratizador e higienizador de las mismas. En declaraciones realizadas cuando ya era una celebridad literaria, afirmaba sin ambages que a él le gustaba el cine realizado antes de 1965, en algún cuestionario anterior señala como directores preferidos a Chaplin, Fellini, De Sica, Kazan, Clair o Wyler, y en la propia biografía de Cuenca menciona Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Rouben Mamoulian, 1931), también conocida en España como El hombre y el monstruo, como la primera película que le impresionó. Al volumen ya citado que reunió sus 36 artículos para Babelia le siguió años después otro titulado Momentos inolvidables del cine, donde Marsé repasaba un centenar de memorables escenas que le habían dejado huella como espectador.

Respecto a su faceta como guionista habría que hablar más bien de dialoguista, ya que ese fue el rol que jugó en la mayoría de las no muchas producciones en que participó. Aunque en París había hecho algunos trabajos de traducción para la coproducción El Conde Sandorf (Georges Lampin, 1963) gracias a la mediación de Bodegas, este tipo de colaboraciones se iniciaron con Donde tú estés (Germán Lorente, 1964), en compañía de su amigo Juan García Hortelano, guion al que también contribuyeron José María Nunes o el propio director, entre otros, y que aborda la historia de amor entre un escritor y una rica heredera. Durante el rodaje en Torremolinos trabó amistad con Maurice Ronet, coprotagonista junto a Claudia Mori, a la sazón novia de Adriano Celentano y Marsé también realizó un cameo.

A esa primera toma de contacto le siguió de manera casi consecutiva y aprovechando la mencionada amistad con la estrella francesa, La vida es magnífica (Maurice Ronet, 1964), rodada en Barcelona y donde la tarea de Marsé apenas consistió en traducir el texto del francés al español, pese a aparecer acreditado como coguionista. Allí conocería a Anna Karina, actriz protagonista entonces pareja del ya prestigioso Jean Luc Godard.

Cartel francés de La vida es magnífica

En 1972 Jaime Camino recurre a Marsé y su íntimo amigo Gil de Biedma para el guion de Mi profesora particular, una historia de arribismo muy reconocible temáticamente en la obra de Marsé, con Joan Manuel Serrat, Analía Gadé, José Luis López Vázquez y María Luisa Ponte conformando el reparto. La recepción de crítica y público, al igual que sus dos experiencias anteriores, fue tibia.

En 1976 será Roberto Bodegas, amigo desde la etapa parisina, quien le encargue el libreto de Libertad provisional, una historia también fácilmente encuadrable en el imaginario habitual de Marsé con distinguibles ecos de algunos personajes de Últimas tardes con Teresa. El protagonismo recayó en Concha Velasco y Patxi Andión y la cinta fue premiada en el Festival de San Sebastián como Mejor Película de Habla Hispana. El escritor realizó un cameo en compañía de Vázquez Montalbán y Jaume Perich, su guion fue publicado como libro por la editorial Sedmay y la película puede adscribirse a la llamada tercera vía, entonces bastante en boga, que intentaba aunar vocación comercial y cierta crítica social, aunque no por ello dejó de ser recibida con frialdad.

Vida privada (Francesc Betriú, 1987) fue una serie de cuatro episodios coproducida por el ICC, la RAI y TVE basada en la obra de Josep Maria de Sagarra y ambientada en la alta sociedad barcelonesa de los años treinta, en la que el autor no dejaba títere con cabeza. Marsé colaboró en el guion y Gil de Biedma revisó y enriqueció ciertos diálogos desde su profundo conocimiento de la clase social retratada. En 2017 Silvia Munt volvió sobre el texto, también para televisión, con una miniserie bastante aclamada.

En 1992 nuevamente Jaime Camino recurre a los buenos oficios literarios de Marsé para participar en un guion al que ilustres como Gutiérrez Aragón y Román Gubern también metieron mano, junto con el propio director. El resultado fue El largo invierno, una historia de enfrentamientos familiares por motivos ideológicos con la guerra civil como desencadenante, vista desde los ojos del mayordomo de la mansión, interpretado por Vittorio Gassman. La cinta fue presentada en el Festival de Berlín.

Un proyecto anterior en el tiempo, pero que vio luz posteriormente, fue el de la adaptación televisiva de Un día volveré (Francesc Betriú, 1993), colaboración respecto a la cual Marsé albergó serias reticencias al tratarse de una obra propia, aunque fue finalmente convencido debido a la amistad que le unía con su director. Se trata de una de las pocas traslaciones con las que se muestra conforme y no en vano la serie se llevó un premio en la SEMINCI, aunque en su posterior pase televisivo en 1994 fue bastante maltratada con los horarios, algo de lo que el propio Marsé se quejó amargamente. Durante el rodaje, de cuyo equipo técnico formó parte su hija Berta, el escritor conoció e hizo amistad con Gil Parrondo, que recreó magistralmente algunos de los escenarios de su infancia.

Hubo también intentos frustrados, como Pareja de baile, guion realizado al alimón con Vázquez Montalbán por encargo de José Frade en 1985 todavía inédito o el interés de Pere Portabella y Jacinto Esteva por Esta cara de la luna, su segunda y repudiada novela, que no llegó a buen puerto.

Cronológicamente, la primera de las adaptaciones de una obra de Marsé al cine es La oscura historia de la prima Montse (Jordi Cadena, 1978), su cuarta novela, en la que el director apostó por cierta truculencia erótica que dotara de comercialidad el producto, decisión fallida a tenor de su fracaso crítico y de público. La novela, publicada por Seix Barral en 1970 (tras ser rechazada por Planeta), retoma ciertos aspectos ya abordados en Últimas tardes con Teresa, como la conflictiva relación entre mundos sociales contrapuestos o la feroz impugnación de una burguesía catalanista católica llamada a ostentar grandes cotas de poder en un futuro no muy lejano. La película no gustó, Marsé la tildó de pésima y algunos críticos señalaron la poca pericia del director en desarrollar una trama compleja simplificada hasta la mediocridad. Ana Belén y Ovidi Montllor fueron los protagonistas y una primera versión del guion, luego descartada, estuvo a cargo de un joven Enrique Vila-Matas.

Con La muchacha de las bragas de oro (Vicente Aranda, 1980) el director catalán inaugura su condición como más pertinaz adaptador de la novelística de Marsé al cine, en la que reincidiría hasta en tres ocasiones. Al contrario que en La oscura historia de la prima Montse, aquí Aranda sí dio en el clavo comercial y la película fue un éxito que llevó a las salas a 800.000 espectadores, sin duda avalada por el atractivo añadido que le otorgaba la obtención del Premio Planeta en 1978. También Marsé tiene una visión algo más amable del resultado logrado, al considerarla la menos mala de sus adaptaciones al cine, lo que, dada la escasa generosidad del novelista al respecto, no deja de ser todo un mérito. Para su sexta novela, la primera sin las amenazantes tijeras de la censura de por medio, Marsé optó por una historia de memoria e impostura, con choque generacional (encarnado en la pantalla por Victoria Abril) y la muy pujante moda a cargo de determinados personajes de edulcorar su pasado político con autojustificaciones muy poco creíbles. En el papel del viejo escritor, interpretado por Lautaro Murúa, muchos han querido ver al intelectual falangista Luys Santa Marina, pero el propio Marsé reconoce que tuvo en mente a Pedro Laín Entralgo y su peculiar ejercicio de travestismo ideológico ofrecido en Descargo de conciencia (Barral Editores, 1976). La novela fue recibida con división de opiniones, aunque es considerada de manera casi unánime como la más accesible del autor.

Escena de La muchacha de las bragas de oro

La consagración de Marsé se produjo con Últimas tardes con Teresa, su tercera novela, por la que obtuvo el prestigioso Premio Biblioteca Breve imponiéndose a La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig, en una procelosa votación final que requeriría ella misma de un artículo, en el improbable caso de que fuéramos capaces de extraer algo de luz de las contradictorias declaraciones de sus protagonistas. La historia del Pijoaparte y Teresa Serrat, pertenecientes a dos mundos sociales antagónicos, materializa bastantes de los rasgos estilísticos y temáticos que conformarán el corpus del autor y tuvo la virtud de que sus incómodas reflexiones de carácter político y sociológico irritaron por igual a burgueses, catalanistas, marxistas, universitarios y censores, que finalmente la aceptaron con los recortes pertinentes. Su adaptación al cine se hizo esperar, aunque no fue por falta de pretendientes ya bien tempranamente: el productor Cesáreo González, Pilar Miró, Joan Manuel Serrat… Finalmente, los derechos fueron adquiridos por Julián Mateos, con la intención inicial de ser él mismo quien diera vida al Pijoaparte. Esa opción no prosperó y la película fue ofrecida a Bardem en 1975, quien la rechazó por considerar la historia ideológicamente deleznable. Finalmente, Mateos vendió sus derechos y la película fue realizada en 1984 por Gonzalo Herralde, hermano del editor, con la única condición de que el papel de Teresa Serrat fuera interpretado por Maribel Martín, esposa de Mateos y finalmente coprotagonista junto a Ángel Alcázar. Marsé colaboró en algunos diálogos y el propio Herralde, junto a Ramón de España, se encargó del guion. La recepción comercial fue aceptable, pero la crítica se mostró dividida, abundando las alusiones a la pérdida de filo respecto a la novela y a cierta falta de frescura y espontaneidad. Al escritor no le gustó y así lo hizo saber públicamente, lo que incomodó al director, que se justificó en la falta de recursos. A modo de anécdota, una telenovela colombiana adaptó la obra sin los permisos correspondientes, obligando a la intervención de Carmen Balcells, agente de Marsé, siempre diligente en lo referido a los intereses crematísticos de sus autores.

Aranda repitió en 1989 con Si te dicen que caí, quinta novela de Marsé, cuyo título toma prestada parte de una estrofa del Cara al sol, ganadora del Premio Internacional de Novela y publicada por Novaro en México en 1973 debido a insalvables problemas con la censura que imposibilitaron su publicación en España hasta 1976, con secuestro judicial de por medio. Convertida en símbolo antifranquista (incluso a su pesar literario), se trata de un paseo por las ruinas físicas y morales de la Barcelona de posguerra a través de una memoria infantil en la que las aventis van conformando historias que mezclan ficción y realidad (el asesinato de Carmen Broto, por ejemplo). La película se presentó en el Festival de San Sebastián, tuvo una discreta acogida comercial y la crítica la trató de manera desigual. A efectos de industria cinematográfica sí podemos hablar de éxito, ya que fue nominada a siete Premios Goya (incluidos el propio Aranda como director y guionista y Victoria Abril como actriz), alzándose Jorge Sanz con el de Mejor Actor. Pese a ello, no convenció a Marsé, al que disgustó muy especialmente la abundancia de escenas eróticas que desviaban la atención del espectador.

Inasequible al desaliento, el propio Aranda se encargará en 1993 de El amante bilingüe, novena novela de Marsé, publicada tres años antes y ganadora del Premio Internacional Ateneo de Sevilla. La obra aborda, en tono de farsa con toques esperpénticos, asuntos como el de la identidad en un contexto social interclasista y plurilingüe a través de la peripecia del protagonista (Imanol Arias en la película), que se hace pasar por charnego para recuperar a la mujer que lo abandonó. El autor atiza sin piedad a la burguesía catalana y catalanista, diana habitual de sus dardos, y a algunas de sus medidas políticas más señeras. La novela, pese al ruido extraliterario, fue mucho mejor recibida por la crítica especializada que la película, por la que Aranda recibió una nominación como Mejor Guion Adaptado en los Premios Goya. Como de costumbre, al escritor no le gustó nada, hasta el punto de afirmar que lo mejor de la misma era el culo de Ornella Muti, lo que no generó resentimiento en un director ya habituado a estas salidas.

Escena de El amante bilingüe

Los derechos cinematográficos de El embrujo de Shanghái, décima novela de Marsé, fueron adquiridos por el productor Andrés Vicente Gómez antes incluso de que fuera terminada en 1993: tal era su interés en el proyecto. La persona elegida para desarrollarlo como guionista, aunque tácitamente se entendía que también se haría cargo de la dirección, fue el prestigioso y poco prolífico Víctor Erice, que no lo aceptó inicialmente (pese a lo mucho que le gustaba) dadas las dificultades de traslación que encontraba en el texto. Un intercambio epistolar con Marsé en el que este lo animaba provocó su cambio de opinión y de esta manera el director cántabro pasaría a formar parte de uno de los mayores affaires vividos en la industria del cine de nuestro país y de los que más han dado que hablar, hasta el punto de que en la referida biografía de Cuenca se le dedica un capítulo entero. En él, ni el productor ni Fernando Trueba, que fue quien finalmente dirigió la adaptación, salen muy bien parados, quedando como un mentiroso patológico el primero y como un oportunista maniobrero el segundo. Resumiendo mucho: Erice pergeña un extenso guion en el que introduce bastantes elementos de sello propio y otros tomados del resto de la obra de Marsé, guion que entusiasma al novelista, pero no tanto al productor al ver que la película se le dispara en metraje y presupuesto. Ello obliga a Erice a aligerar el guion para hacerlo más factible. Esta segunda versión sigue gustando a Marsé, pero Andrés Vicente Gómez no pone en marcha los mecanismos necesarios para iniciar el rodaje y Erice, harto de incumplimientos, se retira del proyecto en marzo de 1999. Este pasa, aunque no de manera inmediata, a un Fernando Trueba que ya se había interesado por él varias veces y el rodaje comienza en junio de 2001 con un presupuesto nada frugal de 1400 millones de pesetas, bastante más de lo que hubiera requerido el guion largo de Erice, cuyo uso Trueba descarta elaborando uno propio (ambos están publicados y el del Erice, con el título de La promesa de Shanghái, recibió unánimes elogios por parte de la crítica literaria nacional y de él su propio autor afirmó, un tanto frustrado por no haberlo podido llevar a cabo, que «es el mejor que he escrito y escribiré jamás»). La película se estrenó en abril de 2002, tuvo un muy discreto paso por taquilla y ganó tres Premios Goya menores sobre un total de seis nominaciones (incluida la de Mejor Guion Adaptado), aunque la crítica se cebó con la parte infantil del elenco y cuestionó la elección del reparto en general. Como último daño colateral, unas desabridas declaraciones de Marsé sobre el asunto provocaron la ruptura de su relación con Trueba, hasta entonces cordial. El escritor lo zanjó así: «Yo vendo los derechos de mis novelas, no mi opinión».

La última de las adaptaciones de su obra, hasta ahora, es Canciones de amor en Lolita’s Club, su duodécima novela, publicada en 2005 y nacida de lo que debía ser un guion para Fernando Trueba con producción de Andrés Vicente Gómez que llevaría por título El guardián del abismo. La ya mencionada ruptura entre director y escritor hizo que el proyecto recayera en el siempre accesible Aranda (aunque también se sondeó a Bigas Luna), que desestimó el guion de Marsé y fracasó estrepitosamente tanto en lo comercial como en la recepción por parte de una crítica que fue despiadada en ocasiones. Evidentemente, la película, estrenada en 2007, no gustó nada al novelista e incluso se puede considerar el origen de las desavenencias que dieron al traste con las buenas relaciones personales entre Aranda y Marsé, que hasta entonces habían resistido las poco conciliadoras declaraciones del escritor barcelonés. Es fácil elucubrar que probablemente se trató de la gota que colmó el vaso, ya que las reacciones no fueron más virulentas que en anteriores ocasiones, pero una entrevista a Marsé en la que este denunciaba la dramática ausencia de talento en el cine español y la subsiguiente réplica de Aranda pusieron fin a la amistad. La novela, considerada menor en el conjunto de su obra, fue mejor recibida por la crítica y aborda una historia en la que tienen cabida violencia, mafias, terrorismo, inmigración y prostitución con protagonismo a cargo de dos hermanos gemelos con muy poco en común, interpretados en la película por Eduardo Noriega.

Cartel de Canciones de amor en Lolita’s Club, película calificada por el crítico Carlos Boyero como de una «sordidez cansina […] pedestre, inane, intrascendentemente amarga, pretendidamente realista, grotescamente lírica, feísta y fea. […] inevitablemente resulta fatigosa, increíble y boba».

No acabaron ahí, ni mucho menos, las cuitas de Marsé con el Séptimo Arte patrio, ya que en enero de 2010 se estrenó El cónsul de Sodoma, biopic de Gil de Biedma a cargo de Sigfrid Monleón basado en la biografía escrita por Miguel Dalmau (Jaime Gil de Biedma, Circe, 2004) con producción, cómo no, de Andrés Vicente Gómez. La polémica estaba servida. A Marsé, que en la película aparece como personaje interpretado por Alex Brendemühl, ya el libro no le había convencido demasiado, pero el film le desagradó profundamente, como a casi todos los amigos y allegados del poeta, que la consideraron poco rigurosa, caricaturesca y artificiosamente epatante, incidiendo en aspectos de su vida que o bien no eran reales o bien tenían una importancia nimia. La tormenta perfecta de la bronca se desató con unas alusiones personales del productor hacia Marsé en un programa de radio, señalando que su contrariedad derivaba del hecho de que la película destapaba pasajes de su vida que prefería esconder, como el hecho de haberse casado con una criadita o el papel más que capital que Gil de Biedma habría jugado en la autoría de Últimas tardes con Teresa. Las réplicas y contrarréplicas se sucedieron en forma de cartas al director en lo más granado de una prensa nacional por la que desfilaron, además de los dos contrincantes principales, el director, el guionista, Joan de Sagarra y otras ilustres plumas. La película, inicialmente ofrecida a Agustí Villaronga, fracasó en taquilla, pero no fue del todo mal recibida por la crítica, obteniendo cinco nominaciones a los Premios Goya, entre ellas la de Jordi Mollá como Mejor Actor (que Marsé había salvado de la ignominia general por su contención interpretativa), Vicky Peña como Mejor Actriz de Reparto y la de Mejor Guion Adaptado.

El testamento novelístico de Marsé fue, en 2016, Esa puta tan distinguida, título alusivo a la memoria y la más autobiográfica de sus obras a decir del propio autor. Cuenta la historia de un guionista que en 1982 debe elaborar un libreto para una película que recree el asesinato de una prostituta estrangulada por un proyeccionista con un trozo de celuloide de Gilda en el Cine Delicias en 1949. La novela puede ser considerada el epítome genial de la cinefilia de Marsé y un ajuste de cuentas nada velado con la industria cinematográfica nacional, por la que asoman personajes fácilmente reconocibles de este ámbito (Juan Antonio Bardem, Andrés Vicente Gómez…), del político (Rufián, Tardà, Rahola…) y del contexto histórico abordado (el infausto Vallejo-Nájera, entre otros), todos ellos convenientemente parodiados, pero no por ello menos identificables.

He omitido a propósito cortometrajes, mediometrajes y hasta un largometraje italiano que lleva la idea de Ronda del Guinardó a escenarios napolitanos, Domenica (Wilma Labate, 2001),  porque, aunque también toman la obra de Marsé como punto de partida, he intentado ceñirme al marco del cine español estrenado en salas comerciales, pero reconozco que el tema da para mucho más, ya que el cine está tan íntimamente ligado a la extensa trayectoria de Marsé que impregna toda su obra, incluso la no mencionada (ahí tenemos Caligrafía de los sueños o Rabos de lagartija, esperando a que alguien se anime a llevarlas a la gran pantalla, ya, desgraciadamente, sin la mirada admonitoria del autor), por lo que podría seguir emborronando cuartillas sin temor a agotarlo, pero sí a aburrir más aún. A disposición del lector (y espectador) están estupendos trabajos merecedores de ser leídos (y vistos): la ya citada magnífica biografía que me ha servido de hilo conductor a cargo de Josep Maria Cuenca, el volumen Juan Marsé: periodismo perdido (Joaquim Roglan, Edhasa, 2012) que compila sus críticas de cine, libros dedicados a Bocaccio y la Gauche Divine por los que pululan gentes del oficio, una monografía de título tan revelador como El cine y la novelística de Juan Marsé (Kwang-Hee Kim, Biblioteca Nueva, 2006) o el documental Juan Marsé habla de Juan Marsé (Augusto Martínez Torres, 2012). Eso por mencionar solo unos pocos entre centenares de libros, artículos, entrevistas, capítulos o pasajes que, en todo caso, nunca agotarán el tema definitivamente.

Cierro aquí este modesto y epidérmico acercamiento a la relación de uno de nuestros mejores narradores con ese arte que tanto nos fascina, una relación siempre pasional y a menudo tempestuosa, como corresponde a dos mundos y dos lenguajes que no siempre se imbrican satisfactoriamente y que Vicente Aranda, el más contumaz de los adaptadores de Marsé, resumió, refiriéndose a los novelistas que ceden sus derechos al cine, con un lapidario «no te pagan, te indemnizan». Un homenaje a un autor que nos ha regalado muchas horas de felicidad lectora y del que el igualmente inmenso Vázquez Montalbán dijo aquello de «jamás posguerra alguna ha tenido mejor poeta sin escribir un verso». Estupendo epitafio para un excelso contador de historias.



Luciano Hevia Noriega (Les Arriondes [Asturias], 1975) es licenciado en historia y especialista en gestión cultural por la Universidad de Oviedo y trabaja como librero. Ha colaborado ocasional o habitualmente en periódicos y revistas como El Cien, El Impulso, El Fielato o La Ratonera.

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