«La paradoja de Toutain». Elogio y vituperio de la imitación

Javier Pérez Escohotado reseña 'Imitación del hombre', de Ferran Toutain, un libro que aproxima el género ensayo, dice, a la categoría de obra total y que versa sobre cómo todo cuanto constituye la personalidad de un hombre proviene de la imitación de otros hombres.

/ por Javier Pérez Escohotado /

El pasado 30 de septiembre presenté en Barcelona (FNAC, L’Illa Diagonal) el último libro de Ferran Toutain: Imitación del hombre.[1] En esta pandemia de la incertidumbre en la que chapoteamos con mascarilla y a pesar de todas las restricciones que implica hoy un acto público, presentar un libro debe ser considerado un servicio esencial. En este caso, además, resulta de primera necesidad porque trata de un tema que, siendo potencialmente vírico, sobre todo, resuelve una necesidad esencial: favorece el pensar y analiza un mecanismo constitutivo del ser humano que se propaga de forma fatal: la imitación.

El ensayo como género total

Esta obra de Toutain aproxima el género literario ensayo a la categoría de obra total. Durante mucho tiempo se ha defendido la novela como el género más dúctil y el que mejor se adaptaba a escribir sobre cualquier asunto. Se pensaba que una novela era un saco sin fondo que admitía en su interior los más variados materiales y los otros géneros literarios (poesía, ensayo, descripción, reflexión crítica, erudición, historia, diálogos).[2] En mi opinión, Imitación del hombre, esta brillante y densa obra de Toutain, a partir sin duda de su admirado Montaigne, nos planta ante un ensayo entendido como obra total, como obra que contiene no solo la reflexión crítica, la revisión de ideas convencionales, sino el análisis de la realidad más concreta, la crítica literaria, la narración e incluso la anécdota personal junto a la referencia erudita: todo tiene cabida en esta corriente ensayística del libro de Toutain. A menudo, mientras lo leía, recordaba la sintaxis rica, hipotáctica y perfectamente trabada de Juan Benet o, mejor, de Rafael Sánchez Ferlosio, quien tal vez acabó soslayando la novela porque descubrió las infinitas posibilidades del ensayo. No es demasiado frecuente en España ensayos de este tipo, pero valdría con citar los de Zbigniew Herbert, un grandísimo poeta polaco, o algunas obras de László Krasznahorkai para comprobar cómo este género literario va absorbiendo esa idea de obra total que desborda los estrictos límites de su propio género.

Ferran Toutain corona su tupé con un más que airoso trayecto profesional, no solo como reputado escritor, traductor y periodista, sino en la enseñanza y la didáctica de la escritura en la Universidad Pompeu Fabra y en la Ramon Llull. Suyas son las históricas Venenosa lengua (Verinosa llengua, 1986) y  El malentendido del novecentismo (El malentès del noucentisme, 1996), firmadas ambas con X. Pericay: dos beligerantes y polémicas obras en las que muy precozmente se oponía a las ideas uniformadas sobre la lengua y la literatura (¿ideología lingüística?) que ciertos popes subvencionados han ido impartiendo y facturando por escuelas, cátedras, púlpitos y praderas de la geografía catalana. Suya es también Sobre la escritura (Sobre l’escriptura, 2000), un híbrido de ensayo y manual de escritura que ha combatido en la arena de ese circo de la ciencia del texto, el discurso, la pragmática y los manuales de autoayuda diseñados para enseñar a hacer la o con un canuto. Toutain propone, sin ir más lejos, la imitación de los clásicos; mejor, la lección de los clásicos y los modernos, con un complemento sobre un asunto fundamental: el estilo, el estilo como desviación, que es el único modo de escapar a esa dependencia de la imitación. Confesaré sin arrepentimiento un dato personal: después de aquel juguete didáctico titulado Afilar el lapicero, la última obra que dejé de ojear sobre las más rabiosas técnicas de escritura fue la que titularon Escribir es sexi o algo por el estilo. Precisamente ahí está el secreto, en el estilo, esa desviación.

Ferran Toutain

«La paradoja de Toutain»

Este ensayo abre fuego con una mortal sentencia de Gombrowicz: «ser hombre significa imitar al hombre». Y habría que añadir que siendo como es la imitación un fenómeno universal, es también un fenómeno humillante porque el ser humano, al parecer, vive convencido de ser un animal original y poco menos que único en sus actos, en sus pensamientos y en sus producciones, lo que no deja de ser ridículo en su misma pretensión. Pero no: Ferran Toutain alega y aporta argumentos de filósofos (Platón, Aristóteles y teóricos de la filosofía política),  de poetas, biólogos y psicólogos que coinciden en que esa tendencia, tentación o deseo de imitación y mímesis es lo que nos salva y lo que nos condena como seres humanos.[3] Poniéndonos en modo retórico, este enunciado es, en sí mismo, una paradoja. A la colección de paradojas sin resolver, debemos añadir ahora una nueva, a la que vamos a llamar la paradoja de Toutain, o sea, la paradoja de la imitación. Probablemente no la ha descubierto él, pero la ha formulado con rigor retórico y densidad argumentativa. Lo importante aquí es formularla, no haberla descubierto: quizás formularla es ya otro modo de descubrirla.

Vamos a obviar otras, más conocidas y pendientes de resolver, para referirnos, de entrada, a una que ha sido formulada no hace mucho: la paradoja de Billig, que tal vez haya sido muy aplicada, pero poco divulgada. Michael Billig, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Loughborough (todavía Reino Unido) ha estudiado a fondo el fenómeno de los nacionalismos (de la banalidad de los nacionalismos, quiero decir) y los conceptos de patria, lengua, territorio, cultura y violencia, en relación con tal banalidad. En Nacionalismo banal,[4] Billig expone su paradoja, para la que enumera varias evidencias: la conciencia del nacionalismo existe; la patria es sentida y vivida como una realidad, no ya como una invención que pudiera precipitarse en un Estado-nación; en su nombre se reclaman fronteras, aranceles y aduanas; se promueve un nosotros frente a un ellos; se identifican enemigos nacionales y chivos expiatorios, por todo lo que parecen necesarios un ejército, una lengua, una bandera, un himno, con letra o sin ella, y algunas otras bagatelas banales.[5] Aceptados estos hechos, el otro elemento contradictorio de la paradoja es la globalización, un proceso en el que nos hemos sumergido hace tiempo, aunque no esté consolidado y aunque, a menudo, permita cuestionar la idea de democracia tal como ha sido planteada y aplicada a lo largo de los siglos XIX y XX. La paradoja de Billig ha quedado formulada así: «Cuanto más se entregan los nacionalistas acalorados al ideal de la nacionalidad en su lucha por fundar sus patrias particulares, más aceleran el fin de la nacionalidad».[6]

Traigo aquí esta paradoja porque Toutain habla también en su obra de nacionalismos y totalitarismos (nazismo y estalinismo), y formula su propia paradoja a partir de estos dos elementos: la tendencia general e inevitable del ser humano a la imitación y la imposibilidad de llegar a ser un individuo evolucionado sin evitar o controlar esa pulsión imitativa. De forma alternativa se podría enunciar también así: el hombre no puede singularizarse más que imitando a los demás.

Paradoja y el elogio de la estupidez

Imitación del hombre, por sus referencias y modelos, puede relacionarse con eso que modernamente se ha dado en llamar pensamiento paradójico, que no es otra cosa que un eufemismo para identificar una forma de pensar contraria a las ideas convencionales que se aceptan como válidas en un momento dado. Pero la paradoja Toutain tiene, entre las muchas lecturas clásicas que maneja, un antecedente memorable que se menciona a menudo: el Elogio de la locura, de Erasmo de Róterdam, una obra escrita por divertimento en 1509 pero que, en su tiempo, fue tomada como una provocación, pues se trataba de «un ataque frontal basado en la ironía, en la risa, en la crítica y el sarcasmo a la sociedad y a la iglesia de su tiempo».[7]

Erasmo de Rotterdam a partir de la obra de Hans Holbein el Joven

En realidad, este título ha triunfado en castellano, aunque hubiera sido mejor haberla traducido por Elogio de la estupidez o Encomio de la necesidad. En latín, Erasmo la tituló Stultitiae laus. Lo que este humanista lleva a cabo en su obra, a través del elogio de la estupidez, que habla en primera persona, es una  severa reprimenda a la jerarquía católica del momento y una mordaz crítica a la sociedad de su tiempo. Se trata del libro de un reformista en un tiempo de Reforma. A Erasmo se le ocurrió esta obra mientras visitaba a su amigo Tomás Moro, que probablemente ya estaba trabajando en la redacción de su Utopía (1516). Con su obra, Moro trataba de reformar la sociedad inglesa del XVI —y por extensión, la catolicidad entera—, por medio de la propuesta de una detallada utopía. Erasmo intenta una reforma similar a través de una obra en la que aplica el género demostrativo o epidíctico de la retórica clásica: el elogio paradójico, que consistía en practicar la alabanza o el vituperio de un asunto o una persona como ejercicio didáctico para los futuros oradores.[8] Moro inaugura prácticamente un género literario: la utopía, que luego dará un giro hacia la distopía. Erasmo tiene entre los griegos y los latinos sus propios modelos Luciano de Samosata, Apuleyo, Aristófanes, con sus respectivos asnos: Lucio o el asno y El asno de oro. También a Plutarco, que había escrito un elogio de la pobreza.

Ilustración de la isla de Utopía, de Tomás Moro, por Abraham Ortelius

Con este referente clásico, Toutain emprende el desarrollo de los dos extremos de su paradoja sobre la imitación, arremetiendo unas veces con vituperio y severa mordacidad contra la imitación viciada y vulgar y otras, con el elogio de la imitación virtuosa. Vicios y virtudes. Como en Erasmo, hay en Toutain un rasgo de intelectual aristocrático, en el sentido de elevado, pues se sitúa por encima del fango, en la cátedra del que conoce el tema y pretende, como sus humanistas de referencia, reformar la sociedad que le ha tocado vivir. A Toutain, como a Erasmo, no les molesta la locura, la insania, sino la estupidez, la necedad, el lugar común, la vulgaridad, y eso es lo que combaten tanto en el orden del pensamiento y en el plano de las ideas como en la vida cotidiana.

Contra todas las formas de totalitarismo

Hay, asimismo, en la paradoja de Toutain un aire escéptico del que ve casi imposible salir de ese círculo vicioso de la imitación, a no ser que se utilice alguno de estos tres modos que él propone para escapar de esa fuerza centrípeta de la imitación: la literatura,  el arte o el humor, cuya definición aborda en profundidad y elabora con sutileza en la parte última de la obra. La batería de temas y autores que Imitación del hombre propone resulta difícil de resumir; no obstante, yo destacaría cuatro nombres que, en mi opinión, han podido influir decisivamente en la perspectiva crítica de Toutain y que dan la dimensión teórica en la que se sitúa su ensayo: Hannah Arendt, George Orwell, Elias Canetti y René Girard. Hannah Arendt viene a resolver la cuestión de la banalidad del mal y la obediencia debida, que aparecían en Eichmann en Jerusalén (1963). Con sus referencias a Los orígenes del totalitarismo (1951), Toutain aborda y se remite a esas tres cabezas de la misma hidra del mal: el antisemitismo, el imperialismo europeo y el totalitarismo, tanto nazi como soviético. En todos ellos, sean del signo que sean, Toutain introduce su escalpelo para describir y demostrar que también todos ellos comparten ese «impulso imitativo». Recuerda, además, el concepto de Jünger del automatismo moral como algo similar a la banalización del mal; y ese paralelismo le permite abordar, por ejemplo, la terrible realidad del terrorismo de ETA, que actualmente tiene su momento literario en la novela y en la serie Patria. ¿Se trata de una reescritura de la historia?

En su denuncia de esos totalitarismos, solo aparentemente de signo contrario, acude, por supuesto, a la obra de George Orwell, a Rebelión en la granja y más a menudo, a sus Notas sobre el nacionalismo, ambas de 1945. Sobre el nacionalismo, de forma contundente, Toutain opina que se trata de «un estado psicológico en el que la imitación de actitudes, ideas y sentimientos se presenta de manera completa y programada» (p. 205), es decir, sin vergüenza. Esa tendencia imitativa de unos y otros tiene para él, en todos los nacionalismos, su parte trágica y cómica. «El nacionalismo —sentencia— es la antítesis del culturalismo». Por supuesto la visionaria distopía de la novela 1984 flota en su crítica radical de esos movimientos nacionalistas que transforman el «pensamiento en sentimiento», confundiendo así el culo con las témporas.  Orwell y Gide son dos escritores que muy tempranamente advierten el totalitarismo de la URSS. A Gide, que publica su Regreso de la URSS en 1936, le costará la presidencia del II Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas en Defensa de la Cultura, que se celebrará en 1937.[9]

George Orwell

Recientemente, con motivo de la publicación de La epidemia como política, un periodista le preguntó a su autor Giorgio Agamben si no le molestaba que algunos argumentos de su libro fueran similares a lo esgrimidos por Trump o Bolsonaro. Agamben le respondió que la oposición o distinción entre izquierda y derecha «se ha vaciado de contenido político real». Y en segundo lugar, le dijo: «una verdad sigue siendo tal, tanto si es dicha por la izquierda como si es enunciada por la derecha. Si un fascista dice que 2+2= 4, esta no es una objeción a la matemática». Podemos estar o no de acuerdo en que esa dicotomía izquierda/derecha está vacía de contenido político, pero no podemos estar en desacuerdo con la operación matemática, la enuncie Platón o su porquero. Aporto esta anécdota porque hacia el final de 1984, la novela de Orwell, se utilizaba esta misma operación elemental. Cuando en 1945 apareció la edición en inglés, a la hora de componer el libro, se cayó el tipo del número 5, que indicaba el resultado notoriamente erróneo. La operación matemática que el Gran Hermano proponía era 2+2=5, con lo que Orwell pretendía indicar lo aberrante de una sociedad que se intentaba imponer por el sistema de enmendar tal «objeción matemática» al impugnar una verdad rotunda: 2+2=4.[10] El totalitarismo contra la más elemental matemática del sentido común.

En esa dicotomía histórica de izquierda y derecha, cuyos sistemas imitativos combate Toutain en sus casos extremos de estalinismo y nazismo (adoptan a veces otros nombres: totalitarismo, imperialismo, racismo, populismo, nacionalismo), todavía se da algún resquicio para la supervivencia de la democracia, como un sistema que todavía permite controlar los excesos. Toutain así lo defiende cuando dice, en la onda de Orwell, que éste «solo salva la democracia como contención del totalitarismo», pues la democracia es «un sistema de protección contra las ideologías» (181).

Elias Canetti —junto con Ortega y Gasset, que ya intuyó y expuso algunos de los males contemporáneos— aparece mencionado algunas veces en relación a su gran ensayo Masa y poder (1960), en el que elabora la idea del hombre masa, «aquel que no aspira a mejorarse como individuo ni en el plano moral ni en el intelectual», o sea, aquel que no pasa del grado cero de la evolución, allí donde se aloja la vulgaridad, la pereza mental y la obediencia debida (184). Pero Imitación del hombre —y este es otro de sus méritos— no se queda nunca en la simple mención y la cita de un autor, sino que baja a la arena de la cotidianidad, al fango de la vida común, y examina, con el apoyo de este estudio de Canetti, la realidad. Aquí, por ejemplo, se enfrenta a ese lugar común imitativo por el que cualquier individuo exige el respeto pleno a sus ideas y a la llamada cultura de la queja.

Elias Canetti

Todo ello se basa, según Toutain, en algo elemental que no se suele decir, mejor, que se evita decir. La cultura de la queja genera una desconfianza permanente en los conocimientos de los técnicos o los profesionales que saben y conocen su profesión (médicos, profesores, sobre todo). Pero ¿qué explicación hay para esa permanente queja social? Para Toutain y para muchos otros, se ha socavado la autoridad, no solo la científica, sino la moral. Bruckner ya venía a decir, en La tentación de la inocencia, que nuestro tiempo ha dejado de venerar el estudio y el conocimiento y se ha puesto a ofrecer pedestales a los «portavoces de una estupidez militante», que proclaman su ignorancia con orgullo (132). No solo las redes sociales: la televisión facilita y promociona un escaparate amplio al que asomarse para comprobar esa estupidez militante. Se ha perdido la vergüenza, mantiene Toutain, y el sentido del ridículo, añadiría yo.

René Girard es quizá un autor menos conocido que los anteriores, pero, en cambio, puso en marcha un utilísimo método de análisis y estudio, que aplicó tanto a la literatura como a la sociedad, partiendo de la misma idea de imitación o mímesis. Girard piensa también que el ser humano se mueve por un deseo o impulso de imitación del otro. Este autor, frecuentemente citado en Imitación del hombre, le ha podido sugerir a Toutain el método de aproximación a la realidad y, además, a imitación suya, Toutain ha sabido analizar la realidad social, cultural y política al margen de los prejuicios de las escuelas críticas al uso o de moda (estudios de género, de la cocina de diseño, por ejemplo), sin los prejuicios de los partidos políticos y las ideologías (populismos y nacionalismos). Tal vez por todo esto, Toutain resulta un escritor incómodo, porque revisa el pensamiento imitativo, que es mera y sola reiteración sin reflexión, sin crítica, puro blablablá mediático, pura contaminación viral.

Pero no hay que perder la esperanza, diría con humor el mismo Toutain citando a Stendhal: «En un país todo cambia cuando cambian los necios, elemento estable donde los haya».


[1] En 2012 apareció Imitació de l’home, en catalán, pero esta edición en castellano es considerada por su propio autor como un original y no una simple traducción, pues ha corregido y añadido información, opiniones, bibliografía, por lo que hay que considerar esta edición como la obra definitiva. Cuando se cita el libro, el número de la página va entre paréntesis sin otra indicación.

[2] Creo que fue Cela el que dijo que novela es todo aquello que se escribe bajo el rótulo de novela, o algo parecido.

[3] Todos estos profesionales de alguna de las ciencias citadas, tras sesudos estudios y experimentos, confirman ese rasgo imitativo del ser humano, un mono evolucionado. Todos, menos los cocineros, que, siguiendo al genial Adrià, se resisten a esa tendencia imitativa bajo el principio crear es no copiar, cuando si hay un arte u oficio basado en la imitación, es precisamente la cocina. En esta obra, Toutain también aborda la cocina de diseño como un fenómeno de moda imitativa relacionado con lo esnob, epítome de la imitación.

[4] Michael Billig: Nacionalismo banal, Madrid, Capitán Swing, 2014.

[5] Aquí, en España digo, incluso una comunidad autónoma como la de Madrid, gobernada por un mejunje mal cocinado de PP+Cs, bajo la sombra de Vox, ha comenzado a reaccionar de manera similar a los gobiernos nacionalistas o independentistas como los de Cataluña o el País Vasco, lo que demuestra que esa tendencia a la imitación es consustancial al género humano, y yo concretaría, en este caso, al género bobo.

[6] Ibídem, p. 233.

[7] Pedro Rodríguez Santidrián en su Introducción a Erasmo: Elogio de la locura, Madrid: Alianza, 1984, p. 17.

[8] Ver Estudio introductorio de J. Bayod y J. Parellada, en Erasmo: Enquiridion: Elogio de la locura, Coloquios (selección), Madrid: Gredos, 2014, p. XXXIX.

[9] Veto impuesto por Stalin a los comunistas españoles, aunque otros escritores, como Juan Gil-Albert, que participaban en la revista Hora de España, se opusieron a semejante veto. Gide ya había incurrido en una denuncia a la Iglesia de Roma en Los sótanos del Vaticano (1914).

[10] En algunas traducciones a otras lenguas se mantuvo el vacío del resultado (2+2=….). En castellano, en algunas ediciones, se reconstruyó la suma 2+2=4, con lo que se perdía la denuncia de la absurda e intencionada suma, y por inercia así se siguió publicando. La traducción de Olivia de Miguel para el Círculo de Lectores (1998) repuso el 5, tal y como ya había sucedido en otras ediciones de la obra en inglés.


Imitación del hombre
Ferran Toutain
Malpaso, 2020
288 páginas
22€

Javier Pérez Escohotado, ensayista, poeta y crítico, es doctor en filología hispánica por la Universidad de Barcelona y profesor del Máster de Traducción Literaria del IDEC/Pompeu Fabra. Sus investigaciones se orientan hacia la gastronomía, la Inquisición y la vida cotidiana. Autor de los poemarios Laura llueve (2000) y Papel japón (2002), ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Sexo e Inquisición en España (1998), Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. Proceso inquisitorial, Toledo 1530 (2003), Donjuanes, bígamos y libertinos. El filo de la Historia (2005), Crítica de la razón gastronómica (2007) y El mono gastronómico: ensayos de arte y gastronomía (2014). Asimismo, ha colaborado en Poemas memorables: antología consultada y comentada 1939-1999 (1999); ha editado y prologado Jaime Gil de Biedma. Conversaciones (2002) e Inventario de disidencias, suma de calamidades (2010). Ha publicado artículos de opinión y crítica en diversos diarios y revistas.

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