/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
Hay veces en que parece que las noticias periodísticas del presente presienten la reaparición de viejos fantasmas del pasado. Si el viejo emperador Carlos V resucitara de su tumba escurialense, probablemente preguntaría que está ocurriendo con el Turco, qué ocurre en la Sublime Puerta. Recordaría aquel abril de 1532 en que él tuvo noticias de que Solimán el Magnifico, sultán de Turquía, al frente de un poderoso ejército, se disponía a a atacar los territorios imperiales de Austria, incluida Viena. La última vez que esto había ocurrido había sido en 1526, cuando Solimán obtuvo una indiscutible victoria militar en Mohács, donde incluso murió Luis II, y Viena fue sitiada poco después, en 1529. El resultado fue el dominio turco sobre la llanura húngara.
Ante esta amenaza, el emperador Carlos escribió a la emperatriz: «He determinado que, si el Turco viene en persona, no puede ser sino con gran poder, por lo que he de salir yo con la mía, e con todo lo que tuviere y pudiere a le resistir». Y, efectivamente puso en pie de guerra 29.000 infantes y 5000 caballos de Austria, 30.000 de Bohemia, la caballería húngara, mientras que de España e Italia extrajo dinero para movilizar otros 30.000 infantes y 20.000 caballos. El ejército reclutado en tierras alemanas se iba concentrando en Ratisbona, adonde llegarían los famosos tercios españoles; y desde allí se fue acercando a las fronteras imperiales del este con el duque de Alba. Viena y las plazas fuertes fronterizas fueron puestas en estado de alerta y, al mismo tiempo, empezó a funcionar la maquinaria recaudatoria imperial para financiar a un ejército de más de 250.000 hombres, así como la armada imperial, que bajo el mando de Andrea Doria partió para el Mediterráneo Oriental con la finalidad de atacar las líneas de abastecimiento otomanas. Al final, Solimán tuvo que retirarse y, esta vez, Viena se salvó. Pero no fue esta la única vez que la capital estuvo en peligro. La situación volvió a repetirse en 1683.
Estos ejemplos muestran hasta qué punto Turquía fue a lo largo de la historia moderna un poderoso imperio dotado de un ejército temible, capaz de enfrentarse a la cristiandad. El declive del Imperio otomano fue lento y se inició en el siglo XVIII, con un enfrentamiento sangriento con Rusia (guerra ruso-turca de 1710-1711). Poco después, en 1714, Austria, junto con la flota veneciana, derrotaron a Turquía y recuperaron gran parte de Hungría. A partir de este momento, los enfrentamientos entre el Imperio otomano y el de los zares fueron frecuentes, debilitando cada vez más a Turquía. A finales del siglo XVIII, Napoleón invadió Egipto y Siria derrotando a los mamelucos, aun cuando la conquista no se consolidó por la intervención británica.
Las derrotas de los sultanes turcos a lo largo del siglo XIX confirmaron la decadencia del Imperio Otomano, que tuvo que retirarse de la península griega (1821-1832), Serbia (1867-1878), tres guerras en Bosnia, dos en Montenegro, hasta las balcánicas en 1912 y 1913 que certificaron la agonía otomana. La disolución final del sultanato fue consecuencia de su derrota en la primera guerra mundial.
Allí nació otra Turquía, laica, moderna, fuertemente nacionalista y consciente de la necesidad de modernizar su ejército, su economía y sus costumbres. Fue el más serio intento de occidentalizar la gran península anatólica. Desde entonces, en Turquía ha habido siempre una clase media occidentalizada, laica y culta que ha luchado por integrase a Europa; pero, al lado de ella, otra inmensa, islámica, de raíz campesina, que ha vivido al margen de los cambios. Ambas turquías siempre han compartido un fuerte y sincero sentimiento nacionalista y han visto cómo la Europa de la Unión Europea rechazaba con diversos argumentos sus deseos de incorporarse al concierto de los países democráticos de Europa Occidental. Tan sólo el ejército turco fue admitido en los circuitos defensivos de Occidente, a través de la OTAN. Para la Turquía nacida de la revolución de Atatürk, una alianza militar contra la antigua URSS —su enemigo tradicional— era necesaria.
Sin embargo, con la llegada al poder de Erdoğan, contrario a la herencia kemalista, disuelta la URSS, con una Unión Europea débil, desunida y sin una política exterior coherente, Turquía ha ido recobrando poco a poco su espacio vital sobre una parte de su desaparecido Imperio. Para ello, primero depuró al ejército de militares occidentalizados con purgas y juicios sumarísimos; descabezó a la magistratura con la suspensión de casi tres mil jueces y fiscales; depuró a más de veinte mil profesores; reforzó la ideología islámica, con acciones tan simbólicas como la de retornar el culto a Santa Sofia ; y finalmente ha iniciado su expansionismo militar.
Turquía actúa hoy miliarmente en Irak, en lo que denomina operaciones transfronterizas, que se llevan a cabo desde 2007. Desde 2015, se extienden sobre Siria, tomando bajo control militar más de dos mil kilómetros cuadrados de aquel país. Además, en estos últimos dos años, Turquía ha instalado bases miliares en Qatar, Somalia y Sudán. En este último país, se está construyendo una base militar turca en Suakin. Este puerto, que fue conquistado por el sultán Selim I en 1517, se convirtió en residencia del pachá de la provincia otomana hasta la caída del Imperio turco. Es un puerto estratégico para controlar el mar Rojo ya que, además, está precisamente frente a Yeda, la segunda ciudad de Arabia Saudí, cuyo puerto es clave. Hay que recordar que Arabia Saudí nació de una revuelta anti turca apoyada por Gran Bretaña. Además, el ejército turco tiene efectivos desplazados en Kosovo, Afganistán, Azerbaiyán, Bosnia, Ucrania, Líbano, norte de Chipre, etcétera. Una larga cadena de bases militares en más de doce países de su entorno. Es muy significativo que el gobierno turco dedica al ejército —que es el segundo en número de efectivos de la OTAN, solo después de Estados Unidos— un 2,5 % de su producto interior bruto; ello es el doble del que tenía hasta hace pocos años.
En resumen, parece como si resucitaran los viejos fantasmas del pasado que habitaron Topkapi y Dolmabahçe, los cuales sueñan con recuperar la influencia que los sultanes tuvieron en el Próximo Oriente, en la península arábiga, en el Cáucaso y en los Balcanes y el Mediterráneo central. Y todo ello mientras Europa esta adormilada, la URSS desparecida y el Imperio norteamericano navegando sin brújula.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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