Mirar al retrovisor

Napoleón, Fernando VII y Donald Trump

Joan Santacana, aun satisfecho por la derrota de Trump, advierte, recordando al Rey Felón español, de que «los gobernantes suelen ser la punta del iceberg, el exponente de una parte importante de la sociedad».

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

Las cadenas de televisión y los informativos hablan del fin de la era Trump. Como es natural, yo me uno a esta celebración y desearía que los años pasados fueran tan sólo un mal sueño, pero, al igual que ustedes, sé que no es así. En realidad, unos cuantos millones de norteamericanos veneran a un timador embustero, que se jactaba de eludir impuestos del país en el que fue presidente, de ideología racista hasta la médula y brutal en sus relaciones con las mujeres. No es la primera ni la última vez que un personaje de esta calaña consigue arrastrar a un pueblo por el barro y es venerado por las masas, hasta exponer la propia vida en honor del tirano.

Cuando Napoleón Bonaparte se hallaba desterrado en la isla de Santa Elena, junto con algunos fieles que quisieron compartir su destierro, a menudo recordaba y meditaba sobre episodios de su reinado. Obviamente, la guerra de España fue un tema que se planteó en diversas ocasiones. Su fiel servidor, el conde Las Cases, que anotaba todo cuanto salía de la boca del emperador, recogió concienzudamente en su famoso diario conocido como Memorial de Santa Elena la opinión del emperador sobre España y la dinastía borbónica reinante. Naturalmente, Napoleón reconocía que la guerra peninsular había sido un duro obstáculo a sus planes: «Esa desgraciada guerra me perdió; ella dividió mis fuerzas».

Pero al mismo tiempo, había podido medir la escasa talla moral de los monarcas. A este respecto, comentaba cómo «los Borbones de España merecían poco que se les temiese […] Aquella familia estaba a mis pies para que yo adoptase a un hijo y la hiciera Princesa de Asturias. Me pidieron concretamente a la señorita de Tascher, después duquesa de Aremberg». La señorita a la que se refiere era una sobrina de Josephine Beauharnais, la emperatriz. Napoleón, con su fino olfato, había medido la poca valía y la podredumbre de la dinastía borbónica en su rama española, que en su servil comportamiento le pedían para princesa de Asturias a una prima lejana de su esposa.

Ya retirado de toda posibilidad de acción, prisionero en una húmeda isla atlántica, el emperador estaba convencido que:

«la nación española despreciaba a su gobierno y pedía a grandes gritos una regeneración. […] Quise evitar sangre y que ni una sola gota de ella maculase la emancipación castellana. Libré pues a los españoles de sus odiosas instituciones, les di una constitución liberal y creí preciso, acaso demasiado ligeramente, cambiar su dinastía. […] Respeté la integridad de su territorio, su independencia, sus costumbres y el resto de sus leyes. El nuevo monarca llegó a la capital no teniendo otros ministros, otros consejeros ni otros cortesanos que los de la última corte. Mis tropas iban a retirarse y yo me decía y me digo aún que cumplía el mayor beneficio que he derramado sobre un pueblo jamás. Se me ha asegurado que los mismos españoles lo pensaban así en el fondo y sólo se quejaron de las formas. Yo esperaba sus bendiciones y fue muy de otro modo; desdeñaron el interés para no ocuparse más que de la injuria; se indignaron a causa de la idea de la ofensa. Se sublevaron a la vista de la fuerza y todos corrieron a las armas. Los españoles en masa se condujeron como un hombre de honor».

Napoleón no se engañaba: reconocía honor en el levantamiento popular, pero su perplejidad estaba en el darse cuenta de que aquella gente mataba y moría por un imbécil embustero, felón, cruel y traidor; y añadía: «Yo no tengo nada que decir a esto»; pero, al mismo tiempo, era consciente de la estupidez del monarca y de su naturaleza vil cuando, refiriéndose a la restitución del reino en manos de Fernando VII, lamentaba que los españoles, con este gobierno tiránico, habían sido «cruelmente castigados, tanto que quizás ellos mismos lo lamentan ya ¡Merecían algo mejor! […] Yo les hubiera evitado la horrorosa tiranía que les esclaviza y las terribles agitaciones que se les preparan». En realidad, creía tan estúpidos a los borbones españoles que afirmaba que, cuando los desposeyó del reino y los recluyó en el palacio imperial de Valencey, afirmaba que «los príncipes cazaban y daban bailes, sin sospechar físicamente sus cadenas. Respetos y atenciones les rodearon por todas partes».

Hoy, una buena parte de los historiadores que han investigado este periodo suelen compartir las ideas de Napoleón vertidas en el texto de Les Cases. Pero hoy sabemos que el problema no era solo de la familia real reinante. El reinado de los borbones era simplemente la cúspide de un sistema político ineficaz e injusto, así como de una sociedad —la española— que en gran parte manifestaba décadas de embrutecimiento, ignorancia y estupidez que algunos veían y conocían, pero contra las que —como Goya— poco podían hacer. Los gobernantes suelen ser —antes y ahora— la punta del iceberg; el exponente de una parte importante de la sociedad. Y Trump, como Fernando VII de España, representa por dónde revienta el pus, pero la podredumbre esta dentro.  


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

1 comment on “Napoleón, Fernando VII y Donald Trump

  1. Algo dura tu imagen histórica de una España, para una época en la que hay varias Españas. La que muestras, que existió y quizá fue desgraciadamente mayoritaria, no es la de los afrancesados, ni la de los liberales, ni la de una Constitución que fue modelo para no pocos países del mundo. Y esa España no actuaba de manera muy diferente a la de otros países europeos manejados desde los salones de la Viena feliz que bailaba valses bajo la batuta de Metternich…. Aunque en Viena Europa nos envió al rincón de pensar y allí seguimos, aunque yo creía hace unos años que habíamos salido de él

Deja un comentario

%d