/ El viejo que pasea por el barrio / Sergio Gaspar /
Yo era antes el viejo que paseaba por el barrio. Ahora, gracias a la covid-19, soy el viejo que pasea por Internet.
Navegar por la red de redes tiene sus peligros. No te embarcarás en la carraca de la Santa María, al mando del almirante Cristóbal Colón, para tropezarte de churro con todo un continente. No temas. No descubrirás América, con el riesgo que eso conlleva de que tu estatua de descubridor acabe derribada y haciéndose pupa por los suelos quinientos años después. No descubrirás América, pero puedes descubrir que eres un psicópata.
La otra tarde, desde casa y calentito, yo veía llover, veía gente correr, y me estaba divirtiendo de lo lindo con tanto transeúnte de ropa chorreante y paraguas volteado, hasta que cesó la tormenta, porque lo bueno no dura eternamente. Así que empuñé el móvil y regresé a Internet, inmenso océano de pasar el rato.
Me tropiezo de pronto con un libro, ¿Es usted un psicópata?: un viaje a través de la industria de la locura, de Jon Ronson. Me pica la curiosidad. No el libro, sino la pregunta. Escribo: «como saber si eres un psicopata», y aparece el test de psicopatía de Robert Hare, famosísimo, conocidísimo, del que yo no tenía ni idea.
Quiero saber si soy un psicópata. Sí. Quiero saberlo.
Respondo a las 20 preguntas. Alcanzo un 32 de puntuación sobre 40. Leo: «Puntuación alta: rasgos característicos de un psicópata […] es importante que recibas ayuda psicológica para evitar causarte daños a ti y a los que te rodean».
Sigo navegando: «Las puntuaciones obtenidas se suman después con el fin de crear un rango de 0 a 40. Si en el test la persona suma 30 o más, está claro que estamos ante un psicópata». Como lo que leo lo afirman en elplural.com. que se presenta como «periódico digital progresista», me inquieto levemente, sobre todo porque la autora del artículo nos aproxima a los que superamos los 30 puntos malditos a Donald Trump y Adolf Hitler.
No les daré a ustedes el gusto de mostrarles mis 20 respuestas. Sólo algunas, exquisitas.
A la afirmación 2: Creo que valgo más que las otras personas, contesto 3, es decir, «muchas veces». De inmediato caigo en la cuenta de que la mayoría de las personas que conozco del mundo cultural piensan que valen muchísimo más que sus colegas. ¿Por qué vende este y no yo? ¿Por qué le publican a este antes que a mí? ¿Por qué reseñan su libro y no el mío? ¿Por qué ha sido premio nacional y yo ni finalista? No hay derecho. Todo huele a podrido, aquí y en Dinamarca.
A la afirmación 5: Siento un cierto nivel de bienestar cuando soy el/la líder y manipulo a los demás, no sé qué contestar a bote pronto, porque he de reconocer que un «cierto», determinante muy indefinido, «nivel de bienestar» sí lo disfruto siendo el jefe —¿quién no?, ¿tal vez el papa Francisco?—, pero manipular a los demás me suena un poco excesivo. Claro que, para sacarme de dudas, se me aparecen en tropel todos los gobiernos autonómicos de España y el gobierno central, con todo/as sus consejero/as y ministro/as pretendiendo manipularme, acompañados además de todos los medios de comunicación sin excepciones, y, entonces, respondo 3, es decir, «muchas veces». ¿Voy a ser yo menos psicópata que Pablo Casado o Pedro Sánchez, que El Mundo o El País? A mí, a psicópata no me gana nadie.
A la afirmación: Me cuesta admitirlo, pero suelo relacionarme con los demás para sacar algún tipo de provecho, contesto convencido 3, «muchas veces». Y no me cuesta admitirlo. Casi la totalidad de las personas con las que me he relacionado intentan sacar provecho de la relación, aunque casi nunca lo admitan. ¿Seré un psicópata por admitirlo?
A la afirmación: Siento que no tengo metas realistas a largo plazo, vuelvo a responder «muchas veces», pero con una salvedad mental. Hasta que cumplí los sesenta años, mis metas sin excepción eran quijotescas. A partir de los sesenta, mi meta principal es sufrir lo menos posible antes de morirme. Incluso hacer sufrir a los demás lo menos posible con mi vida. A lo mejor es imposible ser psicópata antes de cierta edad, pongamos por caso lo sesenta o setenta años. Pero no: perdamos cualquier esperanza. ¿Qué edad tiene Donald Trump? ¿No habíamos quedado más arriba que podía ser psicopático?
Mis relaciones amorosas han sido relativamente cortas: 3, «muchas veces». El consumo de pornografía crece exponencialmente en Occidente. Hasta las lesbianas se divorcian.
He abusado de drogas o alcohol en algún momento de mi vida: otra vez 3, «muchas veces». Alcohol, sólo tú eres necesario. Nuestros jóvenes se emborrachan jueves, viernes y sábado cada vez con más frecuencia. La hostia de accidentes de tránsito, de maltrato a mujeres, de delitos con violencia tiene su origen en el hábito del alcohol.
Cuando era más joven, había sido un delincuente menor: 1, «nunca». Menos mal.
He tenido conductas criminales de distinta naturaleza: 1, «nunca». Menos mal. Claro que eso de «distinta naturaleza» es un pelín ambiguo.
De pronto, oigo arreciar la lluvia. Me asomaré a la ventana, veré gente correr, veré gente regresar a casa empapada de la cabeza a los pies y ahora no me divertirá verlo, tras el test de Robert Hare, pero tampoco bajaré a la calle a ofrecerles un paraguas. Mucho menos les invitaré a subir a mi piso a ducharse y cambiarse.
Ni soy idiota ni soy psicópata. Soy aburridamente normal, a saber, yo me importo más que los demás.
Y este es quizás el gran peligro de navegar por Internet, algo insoportable para muchas mentes narcisistas: descubrir no sólo la idiotez y vulgaridad ajenas, sino también las tuyas.

Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.
Una vez más Sergio Gaspar nos regala su frescura en unos tiempos en que estamos tan carentes de ella. Lo que siempre me fascina en Sergio Gaspar, y una vez más podemos verlo aquí, es su genial conjugación de lo que aparentemente es frivolidad con profundidad. Y en estos tiempos tan sometidos a la asfixiante tiranía de lo políticamente correcto, Sergio, de forma elegante, humilde, jocosa y profunda nos brinda bendito aire fresco, un aire curativo y catártico, del cual estamos profundamente necesitados.
Quisiera añadir que el texto de Sergio es para reír, sí, y también para llorar, ya que nos pone ante el espejo de la hipocresía, egoísmo y frialdad en que colectivamente habitamos. Diría que, sin proponérselo, nos da una lección de moralidad.
Me abrumas, Miquel. Gracias por tu lectura. Leer a los demás es un acto de generosidad. Como señalas con acierto, no pretendo dar lecciones de nada a nadie. De toda lectura se puede aprender, sin duda, pero mi única intención es mostrar lo único que tengo: mi vida y las de unas cuantas personas cercanas, algunas a las que quiero, otras que me molestan, como seguramente les molestaré yo a ellas. Vivir es también molestarse los unos a los otros. Soy partidario del humor porque soy partidario de la libertad.
No quiero abrumar para nada, pero es verdad que tus textos tienen siempre múltiples lecturas, y lecturas de tonalidad opuesta. Como leí una vez “Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado se vuelven bestias”, tú sabes ponernos en contacto con lo más duro de la vida, de manera no sólo dulce y amable, sino también risueña, con lo cual ayudas a que no nos transformemos en bestias. Es de agradecer !
No quiero abrumar, pero como “la verdad es dolorosa pero la mentira enferma”, al conectarnos con el fondo de la vida de manera auténtica, tus escritos resultan, por mucho que no sea esta tu intención, catárticos. Además, como “Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias” en tus escritos hay este fondo, difícil de digerir, de la vida, que al ser expresado de manera no solo dulce y agradable, sino también risueña, nos ayuda, a los que conectamos con la melancolía de la existencia, a que no nos volvamos bestias. La risa, en conexión con el fondo de la vida, es siempre lo que me queda después de haberte leído. Rezuma algo místico en ello.
Gracias por otra lectura amena e inteligente, que invita a reflexionar.
Da igual si paseas por el barrio o por Internet, el resultado es igual de satisfactorio. Pasea y sobre todo, escribe 😉