/ una reseña de Álvaro Valverde /
Jacobo Cortines (Lebrija, 1946), doctor en Filosofía y Letras, profesor universitario, traductor (de Petrarca), ensayista (ha publicado estudios sobre el Don Juan de Mozart o sobre Itálica famosa y editado la obra de Joaquín Romero Murube), autor del libro de memorias Este sol de la infancia, fundador y director de la revista Separata y, entre otras facetas, miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, dirige la colección de poesía Vandalia (Fundación José Manuel Lara)donde han publicado sus últimos libros poetas novísimos como Pere Gimferrer, Guillermo Carnero y César Antonio Molina. Lo digo porque a esa generación literaria pertenece por razones de edad, aunque rara vez salga su nombre a colación en las nóminas más o menos canónicas que los estudiosos sacan a pasear en los manuales de vez en cuando. Para uno, con independencia de su adscripción al, digamos, nomenclátor poético, Cortines es un poeta imprescindible a la hora de efectuar el escrutinio de las voces de la poesía española del siglo XX y lo que va del XXI. No es, cabe precisar, hombre de grupo ni su poesía equiparable a otras. Tan personal su tono y, en consecuencia, su mundo. Poesía que reunió en 2016 bajo el título Pasión y paisaje. Poesía reunida (1974-2016), un rótulo que ya había utilizado en 1983, cuando agrupó sus poemas tempranos, escritos entre 1974 y 1982, en Edicions del Mall, un feliz experimento que conectó la poesía castellana y la catalana y que ahora, separatismo provinciano mediante, nos resulta un experimento lírico más utópico que real. Gracias a ese libro, por cierto, conoció uno sus versos. En la versión definitiva de Pasión y paisaje están Primera entrega, Carta de junio, Consolaciones y Nombre entre nombres.
En la colorida colección de antologías de Renacimiento aparece ahora En el mejor silencio: poemas amorosos (1994-2020). El prólogo, «Razón de vida», es de Ignacio F. Garmendia y, tras leerlo, el crítico tiene la desconcertante sensación de que poco o nada se puede añadir a ese exhaustivo estudio introductorio. Intentémoslo, no obstante.
La inspiración de esta poesía amorosa es conocida. El propio poeta lo proclama: «Era necesario decir el nombre y ya está claramente dicho, sin ocultación ninguna, sin áureos disfraces», escribió en «Huellas de una creación», el diario que añadió al final de su poesía reunida. Su musa, sí, se llamaba Cecilia Romero de Solís, Lilí. Falleció en 2018, a los sesenta y ocho. Compartió con Cortines «cuarentaiocho años de mi vida». Fue «uno de los centros emocionales de su mundo lírico». Pasión y paisaje lleva al frente esta dedicatoria: «A Cecilia, con la que siempre voy».
Con todo detalle, Garmendia va desmenuzando algunos misterios de esta poesía que la tiene por tema. El florilegio se divide en dos partes. La primera, Nardos de noviembre, agrupa poemas en las secciones «Lejos y en la mano», «Nardos de noviembre», «Nombre entre nombres» y «Días y trabajos». La segunda, Pasos de amor, es un tríptico que se da por primera vez completo. Según el prologuista, «uno de los grandes cancioneros de la poesía española contemporánea».

Destaca éste que, en lo que a la primera parte del libro compete, «proyectado en la felicidad conyugal, en momentos en los que cualquier forma de aflicción parece lejana o imposible, el sentimiento que une a los enamorados tiene la milagrosa facultad de vencer a la misma muerte» lo que sucede por desgracia en la segunda.
Marcados por el clasicismo, cuatro poemas componen «Lejos y en la mano» que empieza con uno del mismo título, que comienza: «Delicada, prudente, generosa».
Desde el principio también, la mirada. Celeste, por el color de sus ojos. «La alegría/ de saberse mirado en tu mirada». Allí leemos: «que no llegue/ la noche de mi vida sin que sepas/ que tu nombre es amor y por él vivo». Y ahí, como resalta Garmendia, «la sencillez de la expresión, la elegante levedad, la profundidad de la mirada». Y «ese fondo de melancolía». Y esa paradójica sensación de «la lejanía del amor teniéndolo tan cerca».
«Nardos de noviembre», un «microcancionero a la manera petarquista» que aglutina diez poemas en endecasílabos blancos (en los que Cortines es especialista), alude a la costumbre de regalar varas de nardos a su mujer el día de su santo, 22 de noviembre.
Por «este turbio desierto que ahora cruzo» (un verso que me lleva sin querer al memorable de Valente: «Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre»), «hacia ti voy, amor, para saberme/ salvado en tu presencia». «A ti acudo/ cansado de mí mismo» (un guiño juanramoniano). «Pero contigo/ el tiempo se transforma y cada instante/ es un nuevo misterio». «En ese amor me miro», continúa. Porque su mirada es «remedio a todos sus males», anota Garmendia. Y en homenaje a la Epístola moral a Fabio: «Así los años/ se pueblan de países, de ciudades,/ de casas, escenarios compartidos/ de una misma aventura que no cesa/ hasta que el tiempo muera».
Otoño y el jardín (Cecilia era única para las plantas y los jardines) se unen en el poema «Nardos de noviembre». «Nombre entre nardos», un poema fundamental, narra su historia de amor: «Te conocí en Sevilla una mañana/ de intensa luz con fondo de jardines». «Cuánto misterio, amor, en cada día,/ en cada noche que soñamos juntos». Termina: «Amor, amor, amor, Cecilia mía».
El contrapunto lo pone un breve, certero poema de corte epigramático, «Mármol y agua», «Inscripción para la fuente de Armenta» (el nombre de su calle sevillana): «Que el rumor de esta fuente sea recuerdo/ del mucho amor que nos tuvimos siempre./ Que este mármol pregone su firmeza/ y el agua lo fugaz de nuestras horas».
«Nombre entre nombres» es el título de uno de los libros del lebrijano del que rescata sólo un breve, significativo fragmento.
«Días y trabajos» lo es del próximo libro de Cortines. Su salida está prevista para este año. Ya adelantó poemas del mismo en su poesía reunida. Aquí publica «Réplica final», una extensa composición que es en realidad «una historia». Su protagonista, «la de los ojos glaucos». «La más dulce». Gira en torno al «linaje de las mujeres». «No fue Pandora, ni tampoco Eva,/ ni Lulú, ni ninguna de vosotras/ el origen del mal entre los hombres». «Y así nosotros, hombre y mujeres,/ inmersos en lo mismo inexplicable». «Ella [la mujer] nos dio la vida». «¿Sin la mujer la vida qué sería?/ Un internado triste y aburrido». «¿Y qué, pobre de mí, qué hubiera sido/ sin ti, Cecilia, de celestes ojos».
«Efectivamente, la parte final, Pasos de amor, es la que da el sentido a la recopilación», ha dicho Cortines. Sentido completo, se podría matizar. Como afirma Garmendia, «se centra en la enfermedad, la muerte y el recuerdo de la amada». Se trata, según él (algo que comparto) de un «poema cimero». Extenso, una medida que nuestro poeta tiene bien ensayada. En la línea de Carta de junio y Nombre entre nombres. Como «Extraño regreso», que irá en Días y trabajos.
Cada movimiento incluye «ocho, siete y nueve fragmenta». El poeta, ante «el mal», queda «primero inerme y luego desarbolado», pero consciente «como nunca antes» de la fuerza y la verdad del quevediano amor «más allá de la muerte». Hay un «propósito sin duda catártico que alienta en el poema», señala Garmendia. Cortines, por su parte, ha declarado en el diario Abc: «Estos poemas han sido muy dolorosos pero también me han dado mucho consuelo».
Ha habido «una voluntad de transmitir casi en vivo lo que siente y sufre». «El tú de la amada», a quien se dirige, es al principio un «presente perpetuo»; luego, un «reciente pasado».
Primer «paso». «Tu presencia/ es mi presencia en mí, y no concibo/ ninguna otra ajena a la que eres».
La muerte, dice explícitamente, «se asomó dolorosamente en tu cabeza/ y derramó la sangre en tu cerebro». Llegaron las consultas, la operación, las entradas y salidas del hospital, los cuidados… «Pero sereno el rostro,/ como si hubieras vuelto/ de una noche que pudo ser eterna».
Después, la casa y el jardín. Sevilla («La ciudad donde tanto hemos vivido»), el río. Y el mar. «Común encuentro/ en playas prolongadas y en el campo». La naturaleza, que tan bien ha cantado Cortines.
«Todo eres tú». «Y sin ti no hay verdad ni hay hermosura». «Tu presencia reclamo».
Segundo paso. Madrid, desde donde evoca el Nueva York de los recién casados que ellos fueron. Y Córdoba y Sevilla, por fin. Y «el hallazgo del hogar ideal». Y de nuevo Madrid. Y otra vez el campo y los jardines: «No todo ha de ser siempre sufrimiento». «Y cuánto dolor en versos que no escribo».
«No estoy vivo», sentencia. «Nada ni nadie. Soy sólo un vacío». «Es ya la despedida». «Mayo fue el mes que tú elegiste. Desde entonces/ razón de mi vivir será cantarte/ y que el mundo conozca cuanto amor y belleza/ calladamente atesoró tu vida».
Tercer paso. Ella ya ha muerto. «Pero tú siempre aquí, secretamente». En la música que escucha, por ejemplo. «Tu voz, mi amor, tu voz es la que escucho/ porque amor es tu voz y amor mi escucha». Pero también: «Eres tiniebla». «La vida se derrumba/ en una soledad sin esperanza». Aunque, «mientras yo viva vivirás conmigo». «Si yo vivo, tú vives». «Tú, mi reina, la más bella de todas las mujeres». «Ojalá te pudiera ver en sueños». No, nada «podrán nunca/ borrar lo que fue bello y sigue siendo», por más que en el jardín falte «la luz de tu mirada». «Aquí, mi amor, te pienso, te vivo y te converso». «Es el parque de siempre». ¿El de María Luisa?
Cortines concluye su doliente canto: «Y aquello que de honesto, bueno y noble/ pudiera haber en mí de ti proviene».
Regresa al mar. Al Puerto. «Era tu mar de niña». Ella le dice: «Sí, yo soy ese mar que llevas dentro/ el mismo mar que recorrimos juntos,/ el mar donde renazco de ti mismo./ El mar no es el morir, sino otra vida/ que has de vivir conmigo mientras vivas».
Tengo por difícil la poesía amorosa. Muchos piensan lo contrario y así les luce el verso. La serena elegancia de Cortines, su saber hacer (que yo centraría, pongo por caso, en el análisis de su sintaxis), salvan a estos versos de cualquier atisbo de sentimentalismo, el mayor peligro, acaso, de quien pretende cantar al amor más acá y más allá de la muerte.

Poemas de En el mejor silencio
Lejos y en la mano
Delicada, prudente, generosa,
su palabra es sencilla, amortiguada
por una levedad que le conduce
donde apenas sus pasos seguir puedes.
No siempre fue feliz, pero su vida
conoce la fragancia de los nardos,
el tacto de la seda, el terciopelo,
la secreta dulzura de la sombra.
Un gesto de tristeza le acompaña,
mezclado extrañamente a su sonrisa
que muere tan fugaz como se esboza.
Y te miran sus ojos fijamente,
y el corazón rendido a sí se dice:
amor mío, tan lejos y en la mano.
En tu mirada
Toda tormenta cesa si tus ojos
derraman su celeste. Qué sereno
se vuelve el aire entonces y qué pura
la nueva luz. Así cuando me miras
las nubes de mi llanto, la tristeza,
como la noche, negra, la desidia,
los vientos de la angustia, los pesares
roncos como los truenos, el hastío
devastador y frío, la amargura
como lluvia de hiel, las duras iras,
que roen el corazón, se desvanecen
y se inunda de paz el alma, y nace
como una flor callada la alegría
de saberse mirado en tu mirada.
En el desierto
Este turbio desierto que ahora cruzo
te lo ofrezco también, como esos mares
de dulcísimas aguas que ayer viste,
como el bosque oloroso que conmigo
aspiraste gozosa, a cuya sombra
pasamos tantos días. Hoy son secas
arenas, aire seco, secos riscos
y un horizonte terco en su aspereza.
Pero aquí tu recuerdo como un río
me riega el corazón, y en el destierro
abrazo mi dolor para que aclare
la turbia lejanía de no verte.
Nardos de noviembre
Con el amor las rosas son más bellas
y dura su perfume en la memoria,
el nardo es siempre blanco y su blancura
no ha de temer los fríos del invierno.
Desde un sueño lejano te he buscado,
porque supe de ti entre las espinas,
y he seguido tus huellas paso a paso
hasta entrar en tu casa y encontrarte.
No me niegues tus ojos, pues en ellos
vivo libre de mí. Que tu sonrisa
no se vuelva tristeza ni se manche
la limpia claridad de tu acogida.
He conocido bosques y desiertos,
he subido a las cumbres y he dejado
que la vista se pierda por los valles
para encontrar un sitio que ofrecerte.
Ahora estás cerca y sé de tu hermosura,
sé que la rosa es bella y su fragancia
contigo no se extingue, y que los nardos
con el amor no mueren en Noviembre.
Nombre entre nardos
Amor, amor, amor, diré tu nombre
para que todos puedan conocerte,
para que nadie piense que me invento
una historia ya antigua entre nosotros.
Te conocí en Sevilla una mañana
de intensa luz con fondo de jardines.
Allí te vi y tus ojos me cegaron
y ya no pude ver sino en los tuyos.
Con locura te amé desde el comienzo,
con toda la pasión de mis sentidos,
y quise que tu cuerpo fuese mío,
tan mío, como tuya el alma mía.
Y tú me diste, amor, el alma tuya
envuelta en una carne tersa y grácil
como serenas dunas de esa playa
donde bañé mi cuerpo y quedó limpio.
Cuántos años, amor, han transcurrido
desde que fueran una esas dos vidas
que antes andaban como dos mitades
buscándose con ansias de fundirse.
El tiempo en nuestros brazos abrazados
con todas sus victorias y miserias,
con su dolor, sus miedos y esperanzas
y el recuerdo común de lo vivido.
Cuánto misterio, amor, en cada día,
en cada noche que soñamos juntos,
entre el azar sin leyes conocidas
y la muerte que habrá de separarnos.
No pensemos en ello. Como siempre
espera por Noviembre tú esos nardos
que tu nombre proclamen en mis versos,
amor, amor, amor, Cecilia mía.
Antes de la noche
Que no llegue la noche sin que diga
que amanecí en tus ojos. Que el olvido
no cubra esta hermosura que desnuda
a mi vista le ofreces. Que mi mano
escriba que por ti nunca antes fueron
los llanos tan extensos, ni los mares
tan azules, turquesas o esmeraldas,
ni tan fuego las llamas, ni tan viento
los aires que se mueven. Que la tarde
se alargue generosa y que no llegue
la noche de mi vida sin que sepas
que tu nombre es amor y por él vivo.
Pasos de amor II (fragmento)
[…]
Es ya la despedida. Adiós dices al río, adiós a su marisma,
adiós todas las tardes a quienes van contigo
para en el amor común sentirnos todos.
Mayo fue el mes que tú elegiste. Desde entonces
razón de mi vivir será cantarte
y que el mundo conozca cuánto amor y belleza
calladamente atesoró tu vida.
Pasos de amor III
Tú muy dentro de mí, y luz contigo
es todo el interior que me ilumina
los pasos del camino que recorra.
Hoy la mañana es clara y nos invita
a entrar en tus jardines
y gozar de sus verdes y aire limpio.
Pero tú siempre aquí, secretamente,
en lo más hondo de mí para salvarme
de caer en la angustia y la tristeza,
en la desolación del negro abismo
de no saberme tú. Porque tú estabas
ayer en esa música que oía
junto a tantos en el fervor unidos,
y viva te sentía entre sus notas
como parte del ánima del mundo.
Y tú de aquella música has venido
a esta otra tan silenciosa casi,
pero no por ello
menos precisa y menos armoniosa.
Hay que esperar, estar aún más callado
que la música misma para oírla
en la gran plenitud de su secreto.
Y sus notas emergen y me envuelven
hasta hacerme llegar la voz aquella
que vida le insufló con sus cuidados.
Tu voz, mi amor, tu voz es la que escucho,
porque amor es tu voz y amor mi escucha,
y ese amor en amor ha de fundirse
y en cadencia infinita prolongarse.
Pero también, amor, quiero que sepas
que eres tiniebla muy temida a veces,
cuando la luz se apaga ante mis dudas,
y cruzo un largo sueño hosco y frío
donde nunca amanece y se prolonga
noche tras noche, donde ya no hay pasos,
sino torpes tropiezos y caídas.
La vida se derrumba
en una soledad sin esperanza.
¿Dónde poder buscarte y encontrarte?
¡Ay! Qué horrible silencio me ensordece.
Al fin despierto, y tu rostro observo
tras el cristal sereno en su mirada,
y a mí mismo me digo con firmeza:
Mientras yo viva vivirás conmigo.
Tú no puedes quedarte en esa nada
tan inane y absurda,
y volverás de nuevo a ser el centro
de mi existir como lo fuiste siempre.
Si yo vivo, tú vives,
si respiro, respiras,
si yo existo, tú existes.
Así vendrás conmigo por las calles,
recorreremos playas y llanuras,
cruzaremos desiertos, subiremos
a los montes con cumbres más hermosas,
y seremos eternos por un tiempo.
Hoy he venido al mar para estar cerca,
aún más cerca de ti, mi amor de siempre,
porque aquí yo gocé de tu entusiasmo,
de la alegría tuya tan serena,
de tus paseos por la extensa playa,
de tus cenas que tanto enamoraban,
de tu reposo envuelto en dulces sueños.
Hoy he vuelto a este mar que preferías
a cualquiera por más que más bondades
pudiera otro ofrecerte.
Era tu mar de niña,
tu mar de adolescente en donde alguien
plasmó la bondad y la belleza
de tu rostro en plenitud de gracia.
El mar de tanta juventud vivida,
tan llena de esperanzas e ilusiones,
el mar de tantos años que felices
se vieron coronados por la casa
que con amor y esfuerzo me ofreciste.
El mar por la mañana, a mediodía,
por la tarde cuando rojizo el cielo
de rosa va tiñendo las espumas
y hundiendo se va el sol, lento, redondo,
hasta quedar un resplandor de ascuas.
Y la noche después. Y temblorosa
la luna en sus reflejos, las estrellas,
y el rumor de las olas
por las habitaciones de la casa.
Hoy he ido a tu mar y no te he visto,
no estabas en la casa ni en la playa
tendida al sol o paseando lenta
por la orilla con el cabello al viento.
No estaba tu figura: tu presencia.
Lo que sentí de golpe fue el vacío
de un mar que no era mar, que no era nada,
sin arena, sin olas, brisa o cielo:
tu ausencia, amor mío, era ese caos.
Y pensé en ti, y lloré, y de mis lágrimas
surgiste tú, como una nueva Venus,
y vi que te acercabas y decías:
«Sí, yo soy ese mar que llevas dentro,
el mismo mar que recorrimos juntos,
el mar donde renazco de ti mismo.
Y el mar no es el morir, sino otra vida
que has de vivir conmigo mientras vivas».
[EN PORTADA: La sal, de la serie «Los cotos» de Carmen Laffon, dedicada a los territorios de Doñana y Sanlúcar, donde vivió, fue feliz y murió la mujer del poeta]

Jacobo Cortines
Renacimiento, 2020
128 páginas
11,90 €

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es autor de libros de poesía como Las aguas detenidas, Una oculta razón (Premio Loewe), A debida distancia, Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera, Más allá, Tánger y El cuarto del siroco (los cinco últimos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets) o Plasencias (De la Luna Libros). Sus poemas están incluidos en numerosas antologías y han sido traducidos a distintos idiomas. También es autor de dos novelas: Las murallas del mundo y Alguien que no existe; un libro de artículos, El lector invisible, y otro de viajes, Lejos de aquí. La editorial La Isla de Siltolá publicó, en edición de Jordi Doce, la antología Un centro fugitivo; y la Editora Regional de Extremadura, Álvaro Valverde. Poemas (1985-2015), con dibujos de Esteban Navarro.
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