Cuaderno de espiral

Las redes

Pablo Luque Pinilla escribe sobre las redes sociales que «a la codicia desbocada de quienes controlan este tinglado sólo se la derrota con una educación basada en la búsqueda de la verdad como motor de construcción de la persona».

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Mencionaba en alguno de los pasados artículos de este Cuaderno la idea de dedicar una columna al tema de las redes sociales. Llegada la hora de ser fiel a dicho propósito, reconozco haber sentido cierto reparo o pereza. No por falta de interés, sino porque cualquier noticia relacionada con estas se transforma en un debate candente, lo que implica que el asunto ya esté ampliamente comentado. Sin ir más lejos, el último calentón mediático lo suscitó el trimestre pasado un documental de Netflix, El dilema de las redes, que resultó ser un filme con fotogramas de verdades inocultables por más tiempo, pero cuya narrativa, pensada para su impulso comercial, quizás le resta eficacia a la difusión del mensaje. No podemos obviar que la multinacional estadounidense del entretenimiento cuenta con unos beneficios netos de 709 millones de dólares en el primer trimestre de 2020. Por otro lado, tiene su sede ―headquarters para los que ya no nos sigan― en Los Gatos, a escasos 17 minutos en coche de la central de Google, 18 de la de Twitter y 26 de la de Facebook, estando todas estas oficinas en el entorno del mítico Silicon Valley (California), por solo citar a 3 de las firmas propietarias de las redes sociales más importantes del mundo. Datos obtenidos según información precisa proporcionada por Google Maps, a los que sumaríamos los económicos, también extraídos de fuentes fiables ―conviene recalcarlo― en Internet. Pequeños detalles para ilustrar cómo en la masa del tinglado tecnológico estamos todos. Y que igual nos han encontrado con las manos dentro, cuando de lo que realmente se trataría es de comerse el buen pan surgido de ella. Veamos.

Los ingresos netos de Twitter para el periodo mencionado ―por cierto, prepandemia ―se estiman por encima de los 950 millones de dólares, son de 4902 millones para el caso de Facebook y de 6836 millones en el de Google. El tejido empresarial funciona por necesidad, interés y beneficio, y, faltaría más, daremos por buena cualquier forma de riqueza si mejora la vida de las personas sin perjudicar a nadie. La cuestión, por tanto, como en cualquier otro contexto mercantil, sería evaluar si la obtención del beneficio estuvo gobernada por la ética. Varios de los profesionales aparecidos en el citado documental eran extécnicos o exdirectivos en algunas de estas tres multinacionales mencionadas. E iniciaron su andadura tras esos años dorados de la tecnología al doblar del siglo pasado hacia el actual siglo XXI, cuando al ritmo que emergían y se marchitaban como hongos empresas tecnológicas ―startups para los que ya no nos sigan―, algunas lograron el ansiado éxito. Era la época en el que la tecnología tenía un halo romántico, y muchos de los que por aquel entonces escribíamos código y contenidos para las compañías del sector nos sentíamos cabalgando sobre una ola trepidante y hermosa ―a veces escuchando a Eddie Vedder, lo que le otorga más épica y simbolismo al asunto―. De hecho, la actual tecnología digital, la que configura las bases del presente cambio de era, ha obrado, y lo sigue haciendo, milagros en forma de avances en todos los sentidos: comunicaciones, educación, trabajo, medicina, seguridad vial, interacción, entretenimiento y un prolongado etcétera.  Pan del bueno. El tema/timo ha venido cuando con los años la ola se ha hecho tsunami, ha arrasado cualquier campo fiado al silencio y la constancia del arrocero, y ha acabado de engullir a nuestros hijos, tras habernos engullido a nosotros primero. De este modo, los frikis inventores de cosas increíbles fueron reemplazados por los nuevos popus en línea ―influencers para los que ya no nos sigan― y los vaqueros de reciente estirpe plantaron su carromato y su fogata en las redes pertrechados con un Winchester y una botella de whisky, a la par que miraban al cielo estrellado de Monument Valley mascando tabaco y disparando a los indios impunemente. No en vano, algunos de los frikis del citado documental se cambiaron de bando, e incluso pasaron a ser líderes ―por cierto, forrados― en sus reservas: Toro Sentado-Harris, Caballo Loco-Kendall, Nube Roja-Rosenstein, Gerónimo-Seibert, etcétera. Mientras los algoritmos creados por humanos ―algunos bajo la responsabilidad de varios de estos mismos humanos, ay― han seguido cabalgando a sus anchas a lomos de las redes sociales en nuestros dispositivos, con la única finalidad de tenernos enredados y haciéndonos huir de nosotros mismos. Aprovechan para ello nuestras vulnerabilidades psicológicas ― que al final acaban siendo fisiológicas, si la dicotomía es admisible―, el viejo truco de todas las adicciones y reclamos publicitarios, con el objetivo de poder cobrar a los anunciantes el tiempo que dedicamos a estar en ellas. Las consecuencias no se han hecho esperar. Así, a este precio pagado por la interacción virtual proporcionada, que, lejos de salirnos gratis, resulta carísima en términos de horas robadas a cuanto tenemos delante ―ya sea el trabajo, los hijos, y, en fin, esas minucias sin importancia a los entendimientos de las cuentas corrientes de estas tecnológicas―, le añadiríamos la tan traída y llevada polarización a la que contribuyen en lo social, por cuanto los algoritmos actuales están programados para mostrarnos solo aquello alineado con nuestras preferencias, favoreciendo la existencia de grupos burbuja virtuales donde solo se nos confirma lo cojonudos que somos y lo estupenda que resulta nuestra forma de entender el mundo. (Durante la revisión de este escrito me he topado estremecido con los sucesos en el Capitolio de los Estados Unidos…) A lo que habría que sumar otras cuestiones merecedoras de entrada aparte, por cuanto atañen gravemente al ámbito de las cuestiones laborales. Tengamos además en cuenta que el cambio de era marcado por la ciencia de datos, la inteligencia artificial y la robotización solo acaba de empezar.

Mientras el Far West en el que se ha convertido la conectividad digital en red se va civilizando, mediante reformas legislativas y de toda índole que irán llegando con cuentagotas ―siempre ha sido de esta forma ante las grandes cuestiones, lo sabemos―, es más necesario que nunca adquirir conciencia de lo que ocurre. Entender que a la codicia desbocada de quienes controlan este tinglado solo se la derrota con una educación basada en la búsqueda de la verdad como motor de construcción de la persona. Fundamentada en el derecho a encontrar una satisfacción y plenitud de vida con capacidad para resistir a cualquier intento de abuso y alienación masiva. Y que de nosotros depende sacar las manos del engrudo, y limitarnos a pagar y comer solo el pan realmente sabroso brindado por la tecnología de la nueva era.


Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es autor de los poemarios Cero (2014), SFO (2013) y Los ojos de tu nombre (2004), así como de la antología Avanti: poetas españoles de entresiglos XX-XXI (2009). Ha publicado poemas, críticas, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios españoles y ediciones bilingües italianas y el poemario bilingüe inglés-español SFO: pictures and poetry about San Francisco en Tolsun Books (2019). Asimismo, fue el creador y director de la revista de poesía Ibi Oculus y junto a otros escritores fundó y dirigió la tertulia Esmirna. Participa de la poesía a través de encuentros y recitales, habiendo intervenido, entre otros, en el festival de poesía Amobologna, que organiza el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Bolonia; el festival poético hispano-irlandés The Well, que se celebra en Madrid; o el ciclo El Latido, que organizara el Instituto Cervantes de Roma.

2 comments on “Las redes

  1. Pingback: Las redes – Sarraute Educación

  2. Gracias por compartir, Sarraute Educación! Un honor y un placer.

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