Crónica

Los avisadores del fuego

Guillermo León Cáceres publica 'Peleando a la contra: una historia de Izquierda Socialista, 1976-1997', crónica del surgimiento de esta corriente interna del PSOE y su oposición al felipismo. Ofrecemos a los lectores de EL CUADERNO la introducción de Antonio García-Santesmases, miembro de la misma.

/ por Antonio García Santesmases /

El libro de Guillermo León me hace recordar lo vivido en aquellos años intensos de vida política. Me hace pensar en lo ocurrido entonces y en las diferencias con el momento actual. Al leer sus páginas uno puede apreciar los contenidos del debate de aquellos años y el método que utilizábamos para debatir. Todo esto ha cambiado y el libro ayuda mucho a conocer la perspectiva de las generaciones del 56 y del 68, protagonistas de la transición a la democracia, y de los gobiernos del PSOE de 1982 a 1996.

Avisadores del fuego es la preciosa expresión que el autor utiliza para —rememorando a Walter Benjamin— recordar los avisos que Izquierda Socialista iba realizando sobre las catástrofes que podían sobrevenir al socialismo si no se rectificaban determinados comportamientos; si no se corregían determinadas estrategias; si no se abandonaban determinadas lecturas ideológicas.

Hay que decir que algunos de aquellos avisos eran infundados. A pesar de la desideologización —y en contra de los augurios de la primera Izquierda Socialista—, el PSOE alcanzó sonadas victorias electorales. Ello permitió al sector mayoritario cabalgar durante muchos años con holgura, con una oposición interna muy pequeña, a la que se le recordaba oportunamente ser la heredera de una posición derrotada dentro de la organización. El primer y decisivo aviso, pues, no se cumplió: los hechos mostraban que era posible alcanzar mayorías absolutas sin realizar pactos con otras fuerzas políticas a la izquierda; el proyecto socialista como un proyecto autónomo tenía posibilidad de gobernar. Solo había que apostar por gestionar el presente y apartar ensoñaciones malignas y contraproducentes sobre el futuro.

Cuando hoy vemos la dificultad para alcanzar acuerdos de gobierno; cuando hemos vivido la repetición de las elecciones generales en el año 2015-2016 y en el 2019; cuando, por primera vez, hay un gobierno de coalición, todo aquel mundo parece inimaginable. Parecemos olvidar, sin embargo, que en 1977 y 1979 UCD nunca alcanzó la mayoría absoluta y tenía que fajarse para alcanzar acuerdos con la minoría catalana. Esa parecía la tónica que iba a persistir. En un parlamento con cuatro fuerzas nacionales y dos minorías nacionalistas parecía imposible alcanzar mayorías absolutas. El PSOE se había quedado lejos de UCD en 1979 por razones que se analizan con acierto en esta obra y parecía imposible pasar de aquellos 120 diputados a 202; parecía igualmente imposible que un partido de gobierno como UCD desapareciera y parecía también imposible que un partido como el PCE quedase reducido a 4 diputados. Todo esto, aunque nos pareciera imposible a final de lo años setenta, ocurrió en octubre del 82. Han pasado casi cuarenta años.

Todos estos hechos provocaron que, efectivamente, como expone muy bien el autor, las batallas de Izquierda Socialista siempre eran a la contra. Por más que se produjeran conflictos con la base social de la izquierda con motivo del referéndum de la OTAN, o con el movimiento obrero con motivo del 14D, la mayoría absoluta persistía. El Gobierno no tenía tampoco una oposición desde el centro progresista, ya que los intentos por ocupar ese espacio se saldaron con el fracaso de la Operación Roca y con el despegue tibio del CDS de Adolfo Suárez, que no llegó a cuajar.

El proyecto de ocupar el espacio de la izquierda y del centro sin tener un competidor por la izquierda duró hasta 1989. A partir de ese momento todo cambió; el PSOE alcanzó 175 diputados, pero sería la última vez. Se renovaron los liderazgos del Partido Popular con José María Aznar y de Izquierda Unida con Julio Anguita. En aquella legislatura 89-93 se produjo la ruptura de lo que el autor denomina la coalición dominante dentro del PSOE. La combinación entre el liderazgo carismático de Felipe González y el control del aparato burocrático de Alfonso Guerra tocaba a su fin.

A partir de ahí comienza un declive que dura años, sin saber cómo hacer frente a los casos de corrupción y a la asunción de responsabilidades políticas. En la mente de todos los que vivimos aquellos años está el recuerdo de Filesa, de Luis Roldán, del GAL, del Banco de España y de todos los procesos judiciales abiertos que condujeron a la parálisis del proyecto socialista y al final de la generación de Suresnes una vez producida la derrota electoral de marzo del 96.

Pero no adelantemos acontecimientos. En el trabajo que el lector tiene en sus manos se estudian, con rigor y con seriedad, de una manera prolija, todos los debates que tuvimos los socialistas antes de que se produjera el final de aquella experiencia, antes de que el tema de la corrupción provocara el cuestionamiento de la legitimidad moral de la organización. Distintos dirigentes de Izquierda Socialista habían avisado de los peligros de esa pérdida de legitimidad.

Líderes de Izquierda Socialista como Pablo Castellano señalaron el peligro de la corrupción desde fechas muy tempranas; intelectuales como Ignacio Sotelo insistieron en la necesidad de diferenciar la responsabilidad política de la responsabilidad penal, pero sus advertencias no fueron asumidas por la mayoría de la organización. Tampoco lo fue la necesidad de producir un cambio en el liderazgo del partido para las elecciones del 96 —como reclamaba un manifiesto de militantes de distintas corrientes del partido— ni la necesidad de deslindar el mundo político-electoral del mundo judicial y no presentar a las elecciones a candidatos que estuvieran procesados por los tribunales. Todos estos avisos fueron desoídos. ¿Qué hubiera ocurrido si se hubiera rectificado a tiempo?

El debate anterior a estos hechos era muy distinto. Era un debate marcadamente ideológico; un debate que comienza con los inicios de la Transición al producirse una división en el mundo del socialismo democrático. El socialismo estaba dividido entre el PSOE renovado y el PSOE histórico, que competían por el mismo espacio con el Partido Socialista Popular y con la Federación de Partidos Socialistas. Un socialismo dividido que, a su vez, tenía como competidor electoral al PCE.

Rastrear aquella división del socialismo es importante para reconstruir lo que ocurría en el PSOE, donde socialistas sevillanos, vascos, asturianos y madrileños competirían por el liderazgo dentro de la organización. Se ha escrito tanto sobre este tema que el autor difícilmente podía aportar grandes novedades. No es así en el estudio minucioso de los orígenes y el desarrollo de Izquierda Socialista. En las batallas aquí narradas aparecen nombres muy significativos de referentes socialistas que vienen de organizaciones distintas al PSOE. Así aparecen dirigentes como Francesc Casares, que había sido fundador del Movimient Socialista de Catalunya y que se incorpora a Izquierda Socialista, y políticos como Manuel Sánchez Ayuso, que venía del Partido Socialista Popular.

Todo ello provoca que en Izquierda Socialista siempre convivían cuadros políticos que venían del PSOE con militantes que procedían del PSP, como Fernando Morán, o de la Federación de Partidos, como Casares o Vicent Garcés, portavoz de la corriente. Uno de los méritos de la obra es insistir en este punto y haber analizado la ingente documentación aportada por la Esquerra Socialista de Catalunya. Quizás ello explique lo que diferenciaba a Izquierda Socialista de otros sectores del partido y ayude a entender por qué aquellos avisadores del fuego se encontraron, pasados los años, con el desarrollo de políticas con las que coincidían sustancialmente.

Ayuda también a entender por qué muchos de los sectores del PSOE mayoritario en los ochenta se encuentran hoy en minoría en la segunda década del siglo XXI. Hasta tal punto es así que significados representantes de aquel sector, entonces hegemónico, han optado por abandonar el partido. Es como si las tornas hubieran cambiado y los que entonces eran mayoría se sienten en minoría y los que estábamos en minoría, a la contra, vemos que algunas de las políticas que defendíamos hoy están presentes en la agenda política y formamos parte de los que apoyan al actual gobierno de coalición.

Probablemente todo siempre es más complejo, y habría que hacer mil matizaciones, pero precisamente por ello tiene tanto interés la obra que presentamos. ¿Qué nos separaba en aquellos años? El autor resume los dos modelos que se posicionaron en aquel año 79. El proyecto de la primera Izquierda Socialista tenía como exigencia máxima el esfuerzo de reafirmar una línea ideológica que permitiera defender el legado socialista. Consideraba que el abandono de esos principios por mor del éxito electoral provocaría una desideologización muy perniciosa para el futuro del socialismo. Pienso que, así como los augurios sobre el declive electoral no se cumplieron, los que apuntaban al precio de la desideologización, desgraciadamente, se cumplieron con creces.

Si uno analiza los debates que —en los últimos meses— agitan nuestro país en torno a la memoria histórica, puede entender esta empatía con lo que intenta el gobierno de coalición. No cabe duda de que la posición de Izquierda Socialista estaba vinculada a recoger, a asumir, a preservar lo mejor del legado republicano, del legado ugetista, del legado institucionista. Reafirmar el marxismo era una forma de mantener el orgullo por aquella tradición que había sido derrotada. No para repetir sus estrategias, no para pensar que hoy se podía hacer la misma política, pero sí para recoger, digámoslo de nuevo con Walter Benjamin, la memoria de los vencidos.

En este sentido es evidente que los avisadores del fuego se encontraron con la sorpresa de que su insistencia no había sido en vano. Muchas de las reivindicaciones que habían mantenido acerca de la memoria republicana, del laicismo, del federalismo y de la plurinacionalidad volvían a aparecer en los años del gobierno de J. L R. Zapatero. Se encontraron con un gobierno que, al no tener mayoría absoluta, tenía que gobernar con el apoyo de Izquierda Unida y de Esquerra Republicana, que, a su vez, eran las tres fuerzas que gobernaban en Cataluña.

Para entender la reacción contraria del sector mayoritario de los años ochenta a aquellas políticas, para comprender su manifiesta oposición al actual gobierno de coalición, nada mejor que estudiar con detenimiento todo lo que cuenta, analiza y desgrana Guillermo León. Es evidente que los que estaban por un modelo jacobino de organización y por la defensa de un fuerte centralismo no comulgaron nunca con el federalismo. Esa cultura federal, tan distinta al centralismo y al independentismo, sí estaba en Izquierda Socialista por la aportación de los miembros del PSPV y de la Esquerra Socialista de Cataluña. No fue un capricho, una ocurrencia, una frivolidad de última hora. Estaba desde el inicio y fue asumida por el PSOE en la Declaración de Granada del 2013.

Igualmente estaba muy presente el esfuerzo por preservar el trabajo de la memoria. No olvidemos la dedicación de Gómez Llorente a preservar la historia del movimiento obrero y su recuperación de figuras como Largo Caballero, a la que dedicó trabajos de gran hondura ideológica. No olvidemos tampoco la presencia de la UGT en todos los esfuerzos por preservar la memoria histórica. Pensemos en la gran película Maestras de la República, apoyada por la Federación de Trabajadores de la enseñanza de la UGT y galardonada con un premio Goya. Memoría histórica, federalismo, laicismo, cultura republicana eran señas de identidad de los derrotados de 1979. Estaban más cerca de la personalidad y los valores de Gómez Llorente que del liderazgo carismático de Felipe González.

Todo ello es así pero hay algo, sin embargo, que separa radicalmente aquella Izquierda Socialista de los momentos actuales. Y es la cuestión del método, de la forma de articular el pluralismo dentro de una organización política. Izquierda Socialista había reivindicado, a partir de los años noventa, el método de las primarias para la elección directa de los líderes del partido. En el año 2000 se produjo la elección del secretario general por los 1000 delegados asistentes al congreso y en el 2014 y en el 2019 por el conjunto de los afiliados. Comenzaba la elección directa del líder. Una elección que le otorga un poder inmenso que hace muy difícil la pervivencia de una cultura de corrientes dentro del partido.

El modelo de primarias fomenta la participación directa de los afiliados, pero tiene un gran inconveniente. Una vez saldada la contienda, los órganos deliberantes ocupan un lugar muy secundario, los congresos del partido tienen una relevancia muy escasa. Cuando el lector se adentre en la obra, observará cómo en el debate de aquellos años Izquierda Socialista prevenía contra la sustitución de la organización colegiada del poder por la concentración de los recursos y las decisiones en el liderazgo de una sola persona. De ahí el origen del término felipismo. ¿Qué pueden hacer los que quedan en minoría tras un proceso de primarias?

Toda la historia que el lector tiene delante expone el esfuerzo de una minoría derrotada por hacer preservar su voz en un contexto donde los éxitos electorales hacían muy difícil corregir el rumbo. A pesar de ello, el debate era incesante, porque se producía una separación entre la Ejecutiva y el Comité Federal, entre el ejecutivo y el órgano de control. Hoy, por el contrario, al producirse el triunfo del líder, este se hace con el poder en las organizaciones y los contendientes derrotados se retiran y abandonan la política institucional, sin constituir plataformas que preserven su posición dentro de las organizaciones. No quieren interferir y dejan todo el terreno al ganador. No hay juego de mayorías y minorías. La competencia por el liderazgo es el único momento donde el conjunto de la organización participa.

Este modelo provoca una gran diferencia con lo que vivimos aquellos años. En aquel momento el debate se mantenía en el tiempo porque unos ostentaban las victorias electorales y otros la fidelidad a posiciones ideológicas que estaban presentes en las movilizaciones de los movimientos pacifistas o las reivindicaciones de los sindicatos. La voz de Izquierda Socialista sintonizaba con esos movimientos que cuestionaban la política exterior atlantista o la política económica de aquellos gobiernos. De ahí su relevancia.

Hoy son muchos los socialistas de las generaciones de la Transición que no coinciden con las políticas desarrolladas por los gobiernos de Zapatero o de Sánchez. No coinciden con las políticas de memoria histórica, ni con recuperar el legado republicano, ni con preservar en el camino del federalismo; al no coincidir muestran su desacuerdo articulando plataformas desde la sociedad civil, plataformas ideológicas favorables a la monarquía parlamentaria, a la unidad nacional y en contra de los que ponen en cuestión el modelo del 78. Ese debate no se articula dentro de la organización partidaria y cuando lo hace provoca conflictos desgarradores como el producido el 1 de octubre del 2016 con la dimisión del secretario general. De nuevo fueron las primarias de mayo del 2017 las que delimitaron mayorías y minorías, victorias y derrotas. Y de nuevo el debate continúa incesante en los medios, pero no dentro de la organización.

Para entender lo que nos separa hoy de aquel ayer es imprescindible la lectura del libro de Guillermo León, un libro que remite a un contexto internacional muy distinto al actual. El autor sostiene que el referéndum de la OTAN marca el cenit de Izquierda Socialista y el momento de mayor desgarramiento, de fractura, cuando se produce la marcha de militantes que abandonan la política activa o que se incorporan a Izquierda Unida. Ello es así, pero hay algo más: aquel debate pertenece a un mundo internacional conformado por dos superpotencias. Es un debate que se produce cuando estamos a los inicios de la Perestroika de Gorbachov.

Todo aquello cambió inmediatamente con los efectos de la Perestroika, la caída del Muro de Berlín y la desaparición del Pacto de Varsovia. La unidad alemana se impuso y comenzó un debate sobre la identidad europea. Los portavoces de Izquierda Socialista (Viicent Garcés, Manolo de la Rocha y yo mismo) aprendimos mucho de los análisis que compartíamos con Fernando Morán y con Ignacio Sotelo sobre todos aquellos acontecimientos.

El debate sobre la OTAN había quedado superado por los parámetros en que se movía el nuevo orden internacional. Todo ello afectó también al conjunto de las izquierdas españolas; la desaparición del Pacto de Varsovia y la desaparición de la propia URSS provocó un debate muy intenso dentro del espacio comunista. Nada menos que el Partido Comunista Italiano desapareció. Se produjeron corrimientos de tierras. Muchos cuadros de CCOO y de Izquierda Unida no se sentían reconocidos en el liderazgo de Anguita ni tampoco en el de Felipe Gónzalez; ninguno de los dos estaba por llegar a un acuerdo entre ambas fuerzas políticas. González siempre apostó por un proyecto socialista autónomo; Anguita postulaba la existencia de dos orillas entre la izquierda y el resto de las formaciones políticas, liberales o conservadoras, entre las que incluía al PSOE. En medio de aquellas dos posiciones estaban Izquierda Socialista, UGT, CCOO, Nueva Izquierda; comenzó a incorporarse en al espacio político socialista un conjunto de militantes que habían participado en el no a la OTAN y en el 14D. Eran militantes que no apostaban por refundar el comunismo, pero tampoco estaban dispuestos a arrepentirse de sus batallas en los años anteriores. Acudían a la llamada a formar una casa común de la izquierda.

Hay una última razón para considerar que que nuestro tiempo es semejante, y a la vez muy diferente, al que se narra en estas páginas. Es muy diferente porque desde el 15 de mayo del 2011 emerge una nueva generación y desde las elecciones europeas del 2014 se conmueve el sistema de partidos. En este punto todo es distinto, pero creo que para entender algunos de los problemas que hoy nos agitan al hablar de la forma de Estado, de la memoria histórica o de la articulación del poder territorial es muy conveniente adentrarse y profundizar en lo que entonces nos conmovía, en lo que nos hacía vibrar, en las causas por las que luchábamos, aún estando a la contra y perteneciendo a la minoría.

Una obra apasionante, pues, para los que vemos reflejados trozos de nuestra vida política en sus páginas. Me atrevo a pensar y a desear que también pueda ser de interés para generaciones posteriores que pueden conocer un mundo que ha sido escasamente tratado. El gran mérito de la obra es que se adentra en un espacio político-ideológico que ha tenido escasa presencia académica y editorial. Si se dice de una tesis doctoral que lo sustancial es demostrar que aporta alguna novedad a la comunidad científica, me parece que, en este caso, la respuesta es indudablemente afirmativa.

Hasta ahora ha sido frecuente historiar aquellos años desde dos perspectivas. La mayoritaria ha analizado lo ocurrido desde la lógica de un líder carismático que a tiempo se desprendió de un lastre para que pudiera emerger la luz en todo su esplendor. Toda la oposición interna quedaba reducida a un mundo anacrónico que, a tiempo y oportunamente, fue abandonado para hacer realidad el sueño de la auténtica modernidad. Los que estábamos a la contra estábamos errados desde el principio. Los triunfadores no estaban para recibir avisos de fuego, ni muchos historiadores de aquellos años han dado relevancia a tales avisos. Una segunda línea minoritaria ha tratado de entender el proceso como un mundo donde sólo alguien como Julio Anguita fue capaz de preservar un legado profético de repudio al orden establecido. Y es bien cierto que el gran líder electoral Felipe González consiguió sucesivas victorias y el gran referente moral Anguita dio un soporte emocional y político a distintos sectores de la izquierda alternativa.

Guillermo León muestra que además de esas dos perspectivas histórico-políticas existió un terreno intermedio, distinto, que no creía en el proyecto socialista autónomo ni en las dos orillas, que no comulgaba con el realismo liberal ni con la refundación del comunismo. Un mundo que estaba ahí, que jugó su papel, con sus luces y sus sombras, con sus aciertos y sus errores, con sus esperanzas y sus decepciones, un mundo que esperaba que alguien fuera capaz de estudiarlo con el rigor del historiador. Con la suficiente distancia y con la suficiente empatía. Cada uno a partir de ahí hará su composición de lugar y ubicará lo conocido en un mosaico más complejo y más amplio. Ésa es la tarea de todos los que nos hacemos cargo, con mejor o peor fortuna, de nuestra existencia. Más allá de las peripecias individuales y de cómo asumir las experiencias que marcan nuestras biografías, creo que no se podrá volver a hablar con rigor de aquella época sin conocer la investigación rigurosa y exhaustiva que el lector encontrará en esta obra.


Peleando a la contra: una historia de Izquierda Socialista, 1976-1997
Guillermo León Cáceres
CEPC, 2021
366 páginas
25 €

Antonio García-Santesmases (Madrid, 1954) es catedrático de filosofía política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y militante del Partido Socialista Obrero Español, por el que fue diputado nacional en la legislatura 1996-2000 y de cuya corriente crítica Izquierda Socialista fue portavoz entre 1987 y 2000. Ha publicado libros como Marxismo y Estado (1986), Repensar la izquierda (1993) o Laicismo, agnosticismo y fundamentalismo (2007). EL CUADERNO publicó en 2017 una larga entrevista sobre su trayectoria y su pensamiento.

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