/ por Miguel Ángel Fernández /
Cuando el viejo cantor cumplió ochenta años, pensó que era momento de abandonar los escenarios. De abandonar el ajetreo de un artista que llevaba muchos años siendo una figura simpar en la música de su país. Un icono. Ya era tiempo de pensar en que de ninguna forma imaginaba andar arrastrándose por las tablas sin estar en la forma ideal para hacerlo. Todo esto sucedía en nuestra vecina Portugal. Más concretamente en Lisboa, esa ciudad que, pase lo que pase, sigue siendo un lugar utópico para tantos de nosotros. Una utopía alcanzable, de esas que son las últimas que nos quedan, o de las pocas que hemos conquistado y tal vez por eso le tengamos tanto cariño. Pues bien: fue en Lisboa que don Carlos do Carmo decidió retirarse hace poco menos de dos años. Le quedaban un puñado de grandes conciertos de despedida, alguna gran cita en alguna de las grandes capitales de un mundo que recorrió en sus cinco continentes y una promesa de grabar un disco que titularía Y todavía… Dos grandes despedidas del público en los coliseos de Oporto y Lisboa significarían, oficialmente, el adiós.
Entre esta decisión y esas pocas apariciones en público hay un espacio oscuro en que reina el olvido o el silencio que precede a un desenlace como el que se produjo el pasado 1 de enero. La muerte de Carlos do Carmo inauguró de manera trágica un año del que esperamos un poco de bondad y normalidad. Con casi ochenta y dos años nos dejaba un artista con una carrera formidable. Una voz con la que un país puede perfectamente identificarse. Una negra herencia en forma de predisposición a los aneurismas, como la que se había llevado a su padre, se cobró otra víctima para que el mundo quedara más huérfano y, como siempre pasa cuando perdemos a un artista, del género que sea, más feo. Mucho más feo.
En España, donde vivimos siempre de espaldas a Portugal, (sí, es una vieja y manida frase, pero tan llena de verdad que me niego a jubilarla), hubo muy poco eco de esta noticia. Pero no es de extrañar, dadas las circunstancias que vivimos y de las que no vemos forma de salir. Aun así, tampoco estuvimos pendientes nunca de la carrera de este u otros artistas portugueses, porque vivimos en una auténtica pesadilla en la que la música es presa de la falta de clase, alma y calidad. Si ya tenemos bastante con esa tragedia, ocuparse de lo que hacen nuestros vecinos del oeste se me antoja inalcanzable. Pero bueno: eso es asunto de otro negociado. Aquí veníamos a hablar un poco de la figura de este gran artista que fue Carlos do Carmo, porque es una pena que para nosotros quede en el olvido y porque hablar un poco de sus logros, puede ayudar a fijarnos en otros mundos que no están en este nuestro.
En resumidas cuentas, Carlos do Carmo fue un cantante de una importancia extraordinaria en Portugal. Se le considera protagonista de varias renovaciones de la música popular de Lisboa y, al mismo tiempo, un intérprete de una calidad demostrada en otros géneros menos populares y pegados a la tradición, y al mismo tiempo genuinamente lusitanos. Carlos do Carmo fue un paladín de un género llamado el fado-canción, que es una popularización de las tradiciones íntimas de la música más representativa de Lisboa. El fado-canción es un fado con estribillo, no es un fado tradicional. Es el resultado de la llegada del fado a los teatros de revista, al reinado de la radio, al despegue de las identidades en los que en buena parte trabajó la dictadura salazarista. Do Carmo tiene un buen número de estas canciones. Sin ir más lejos, el imperecedero éxito Lisboa, menina e moça, que tantas veces cantó el loor de multitudes, ha sido declarado canción oficial de Lisboa en esos primeros días tras su fallecimiento. Días en los que todo el mundo se apresuraba en homenajear y demostrar que cualquier cosa que se dijera de él estaría justificada.
El fado, género también cultivado por Do Carmo, fue declarado en 2011 Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, y tiene su propia historia y sus propias sagradas escrituras. Lo conoció a la perfección quien fuera hijo de una de las cantantes más importantes de la historia del género: dona Lucília do Carmo. Una de esas cantantes absolutas, con una categoría de las que ya no se ven. Los éxitos de esta mujer en los años cuarenta y cincuenta fueron tremendos (Maria Madalena, Olhos garotos, Loucura, Na travessa da Palha…) y supusieron que su nombre figure para siempre en la historia de este estilo que solo los poco avezados podrían llamar tristón. Dona Lucília regentaba además un restaurante-casa de fado de enorme reputación: O Faia, ubicado en una coqueta esquina de una de las callejuelas del Bairro Alto de Lisboa. El niño Carlos creció allí escuchando a las mejores voces de una de las edades de oro, entre ellas, al gran patriarca don Alfredo Duarte Marceneiro. Sin embargo, su padre, Alfredo Almeida, librero, tenía algo en mente: ya tenía bastante con una loca en la familia, ni pensar en tener dos. Por tanto, se le ocurrió la idea de enviar al muchacho a estudiar a la escuela más elitista de toda Europa. Hasta el Colegio Alemán se fue el heredero del Faia a estudiar idiomas y la carrera (mucho más práctica, dónde va a parar…) de hostelería. Cuenta el propio Do Carmo que sus padres tomaron la decisión sin la garantía de tener el dinero necesario para tales gastos, que no debían ser modestos. Y que mantuvieron al chaval allí matriculado gracias a los préstamos que los amigos de su padre le hacían —dinero que, según sus palabras, se encargó el devolver cuando lo supo hasta el último céntimo.
Tras su regreso, en 1964, a raíz del fallecimiento de su padre, el negocio pasó a sus manos y el que fuera niño tan educado y protegido, se empeñó en que su local fuera el mejor posible. Quiso profesionalizarlo al completo, sabiendo que el cliente era quien iba a dar de comer a la propiedad y a los empleados. Formó equipo. Y poco a poco comenzó a cantar y resultó ser un cantante lleno de elegancia, sentido musical y sensibilidad poética extraordinarios. Y un saber estar y gesticular que no tiene parangón El fado en sus labios se convierte en dicción perfecta, en ejecución medida, en la búsqueda de la poesía que se adapta magistralmente a las músicas tradicionales. El fado, sin ese especial cuidado en el primor de la prosodia, no es nada. Deben decirse las palabras de manera precisa. Y pronunciar sin ningún fallo. Así tiene que ser si se quiere cantar como es debido. Y Carlos do Carmo siempre ha representado eso en la música portuguesa. Eso y tantas cosas más…
Por ejemplo: trayendo los mejores poetas a escribir para el fado y para las músicas que renovarían el género después de la Revolución de Abril del 74. En Portugal, en aquella época, la izquierda veía el fado como una música oscura y propia del régimen dictatorial. La juventud se apartó de la música de sus padres y abuelos y la canción de Lisboa pasó por malos momentos. Un disco de Carlos do Carmo, Um homem na cidade (Philips, 1977), con nuevas músicas y poemas de Ary Dos Santos, llevaría de nuevo el fado al favor del público, a pesar de no ser un disco de fado tradicional. Él nunca dejó de afirmarse comunista y colaborador del Partido Comunista Portugués, aunque con el tiempo demostraría que no podía encajonársele en nada, puesto que, cuando lo consideró oportuno, apoyó a otros políticos de otras siglas, como al hoy presidente António Costa, en su carrera por la alcaldía de Lisboa.
La carrera de Carlos do Carmo le llevaría a los cinco continentes, actuando en los mejores escenarios y las audiencias más distinguidas. Actuó con las mejores orquestas —incluso cantando clásicos del jazz y el swing— y grabó discos que son joyas. Dos de ellos con dos grandes pianistas: uno con la gran Maria João Pires (Universal Music Portugal 2012) y otro con Bernardo Sassetti (Universal Music Portugal, 2010). Dos discos para disfrutar de su voz y su sentido del tempo espectacular. Para apreciar lo mejor de este padrino del fado que trajo no solo nuevos aires al fado, sino también innovaciones (el uso del contrabajo, por ejemplo) y algo que es importante resaltar: la conexión con los jóvenes intérpretes que hoy admiramos en todo el mundo. La ayuda para situarlos en el mundillo en muchos casos y, sobre todo, la guía para continuar la cadena que enganchará el fado de ayer con el fado del mañana. Su disco Fado é amor (Universal Music Portugal 2013) es el mejor ejemplo, acompañándose en un disco elegantísimo de las mejores voces del fado actual.
A pesar de todo, en ese mundillo del que hablamos, también hay espacio para la polémica: no faltan voces que cargan contra Carlos do Carmo, acusándole de soberbio, de interesado, de envidioso del éxito internacional de Amália. Pero bueno, hay tantos integristas amalianos que el panorama a veces todo recuerda el escenario de una guerra de religiones. No faltan voces —del gremio— que me hayan confesado en estos días que no hay una excesiva pena entre los parroquianos por la suerte del finado. Vamos, que en algunos círculos no le sobraban amigos. Y la cosa no es de hoy: ya comenzó hace muchos años cuando en los mentideros fadistas —refinadamente crueles— se afirmaba que se había aprovechado desvergonzadamente de su madre y que no cuidó de ella, como era debido, en sus últimos años. Carlos do Carmo cargó con bastante estoicismo todas esas críticas. Y las conocía bien todas. Pero es que ya sabemos que nuestras sociedades (no importa en qué lado ibérico de la raia estén) son espacios donde la envidia y el rencor tienen un nido en el que crecer hermosos y frondosos. Al lado de todo éxito surge la envidia. Al lado de cualquier sentimiento surge la duda. Al lado de cualquier acción surge el descrédito.
Do Carmo ya se libró de todo eso. Y, ahora, con más tranquilidad, puede seguir cantando en su abundante discografía para que podamos disfrutar de un artista único que solo tiene delante a la gran Amália Rodrígues.
Esperamos, por tanto, a la publicación de ese E ainda… que dejó grabado. Mientras, su último recopilatorio Oitenta (Universal Music Portugal 2019) es una excelente excursión por sus mejores y mayores éxitos.

Miguel Ángel Fernández es funcionario de la Administración local y locutor de radio. Comenzó en Radio Vetusta (El desconcierto) y en 2007 inició una colaboración con Radio Nacional de España, al comienzo en Radio 5, con un programa sobre fado. En 2016 esta colaboración se amplió a Radio Clásica con un programa, El fado, que en 2020 dio paso a Agualusa, sobre fado y todas las músicas internacionales en portugués. Además, ha hecho programas musicales y entrevistas en emisoras como Radio Cervantes (La ínsula de las músicas) o Radio del Principado de Asturias (Otra dimensión). En medios escritos, ha sido colaborador de los diarios La Voz de Asturias, La Nueva España y El Comercio, además de revistas especializadas como Batonga! o El Observador. Ha publicado libros especializados en el fado al alimón con Ángel García Prieto (El fado, desde Lisboa a la vida —también con Carmen Brañanova— y Unos españoles en la corte del rey fado—con la colaboración de la Asociación Asturiana de Amigos del Fado—). Con el mismo autor también ha publicado Viajes con letra y música, Otros viajes con letra y músicay Terceros vajes con letra y música. Ha impartido conferencias sobre fado y músicas del mundo, así como la conferencia musicada La música de Brasil, falada e cantada, al lado del músico brasileño Vaudí Cavalcanti, por diversos espacios en nuestro país. Desde 2016 codirigió tres ediciones del curso Las músicas de Brasil en el Aula de Músicas del Mundo de Extensión Universitaria de la Universidad de Oviedo.
0 comments on “Saudades de Carlos do Carmo”