Creación

Encrucijadas

«Cada vez se le hacía más gravoso todo eso. No hacia mucho había comprobado que, después de todo, la fama y el éxito no sabían tanto a gloria. Además, tenían una forma de hastiarlo, que ya hasta lo habían hecho pensar en buscar alguna forma de espiritualidad». Un relato de Rodolfo Elías.

/ por Rodolfo Elías /

Las calles adoquinadas de Florencia le recordaron su nativo Irapuato al escritor, nada más que sin los rostros morenos. De hecho, sí había muchos, pero carecían de la despreocupación familiar de los rostros mexicanos; ya que la mayoría de los rostros morenos que veía aquí eran rostros con expresión desolada, característica de los hindúes y los pakistaníes.

Lo habían invitado a Florencia, porque dos de sus libros habían sido ya traducidos al italiano. Además venía a dar una conferencia acerca de «La estética del narco-vampirismo en la literatura». Una ciudad internacional más donde impartir conferencias.

En dos días estaría en Seattle y la semana siguiente volvía a Europa —concretamente a España— con su colega el escritor sinaloense Quilmes Méndez. El motivo de la visita era la presentación de un libro, una especie de antología de la literatura norteña, donde lo único que incluyeron de él fue un comentario que había hecho como parte de un artículo aparecido en un diario chihuahuense. 

Cada vez se le hacía más gravoso todo eso. No hacia mucho había comprobado que, después de todo, la fama y el éxito no sabían tanto a gloria. Además, tenían una forma de hastiarlo, que ya hasta lo habían hecho pensar en buscar alguna forma de espiritualidad.

Regresó solo a su cuarto, en un hotel que parecía hotel de película europea de los años setenta. De su maleta sacó una botella de whisky Jack Daniels, que alguien le había obsequiado la noche anterior. Se sentó en una silla junto a la ventana y tomó un largo trago de la botella; así estuvo un rato en actitud meditativa, entre trago y trago. Luego se levantó a poner jazz en la computadora. Milestones, de Miles Davis, lo hizo sentir en casa, y ese fue el principio del letargo en que se sumiría por el resto de su estadía en Europa. Letargo que también lo privaría de sentir las interminables horas del vuelo transatlántico que iba a iniciar temprano al día siguiente.

Después de su letargo alcohólico, recobró plena conciencia al despertar en el avión inmóvil, a su arribo al aeropuerto de Atlanta, Georgia. De ahí tendría que abordar otro avión que era parte de un vuelo de costa a costa, con escala en Houston, hasta la ciudad de Seattle. Luego de recoger su equipaje preguntó por la cantina del aeropuerto y ahí se dirigió para pasar las tres horas previas a su vuelo.

Cuando abordó el avión que lo acercaría a la costa oeste se sentía bastante animado. Incluso entabló una conversación en inglés con una anciana que venía sentada junto a él. Se quedó dormido y no despertó hasta que tuvo que transbordar en el aeropuerto de Houston. Como el avión no saldría en otras dos horas y media, se dirigió a la cantina. Esta vez no tuvo que preguntar, porque ya conocía el lugar. Ahí se pasó las siguientes dos horas, repitiendo el proceso anterior. Así los viajes no se sentían.

Llegó a Seattle a las nueve y media de la noche. Mientras esperaba un taxi que lo llevara al hotel, la pensó bien y se acordó que en una visita anterior a la ciudad había rentado un auto. Se dirigió hacia la oficina de alquiler. 

Cuando mostró sus documentos, el dependiente del lugar lo reconoció inmediatamente y lo saludó con gusto, haciéndole el día. Hasta le preguntó si, como la vez anterior, se quedaría en un lugar intermedio entre Seattle y Tacoma; a lo que el escritor contestó que sí, porque tenía un amigo en Tacoma. 

—You have a good memory— elogió al dependiente con su grueso acento mexicano.

Contentísimo encontró la salida del aeropuerto. Pero antes de dirigirse al hotel Days Inn de la ciudad de Fife, donde tenía sus reservaciones, pasó por una licorería. Compró una botella de tequila El Jimador, de la cual se tomó la mitad antes de dormirse, con la música de Miles como trasfondo.

En la mañana se levantó y, antes de hacer nada, se sirvió un vaso de tequila; «para darme valor», como él jocosamente decía. Se bañó y salió a desayunar en un Denny’s que había no muy lejos de ahí.

De regreso al hotel le habló a su amigo, que vivía en Tacoma. Después de saludarlo efusivamente, le preguntó si estaba disponible para acompañarlo a la conferencia, a lo que el otro contestó entusiasmado que le daría mucho gusto verlo y pasar un tiempo con él. El escritor le anunció que pasaría por él en una hora y media.

Camino hacia la casa de su amigo encontró otra licorería, donde compró dos pintas de Jack Daniels, una de las cuales puso en la bolsa interior de su saco, no sin antes darse un buen trago, y la otra en la guantera del auto.

Su amigo vivía en la calle 56. Cuando el escritor se aproximaba por la calle 38, se detuvo en un alto y se distrajo buscando música en el radio, hasta que oyó el claxon de los otros carros, apurándolo a que se moviera. Con rabia pisó el acelerador.

Mientras manejaba maldecía, echando vistazos por el espejo retrovisor con mirada rencorosa. A cierta distancia distinguió el siguiente semáforo que estaba en verde y enfiló hacia él, pisándole aun más al acelerador, al mismo tiempo que le daba otro trago al Jack Daniels.

Iba forcejeando con la tapadera de la botella y no advirtió que la luz ya se había puesto en rojo. Al llegar a la intersección siguió de largo sin fijarse, y un camión repartidor embistió su auto por el lado del guiador. Nunca llegó a la casa de su amigo.

Ya lo había dejado plantado en una ocasión. Y cuando el escritor no llegó, su amigo pensó que tal vez se había tenido que encargar de algún asunto de faldas surgido inesperadamente. Esa noche esperó una llamada de disculpas del escritor que nunca recibió.

I read the news today oh boy
About a lucky man who made the grade

John Lennon/Paul McCartney

*Esta historia cobra más intensidad si se lee con la pieza Milestones de Miles Davis, como trasfondo musical.


Rodolfo Elías, escritor en ciernes nacido en Ciudad Juárez y criado en ambos lados de la frontera, colaboraba con la revista bilingüe digital, hoy extinta, El Diablito, del área de Seattle. Sus textos han sido publicados en la revista SLAM (una de las revistas literarias universitarias más prominentes de Estados Unidos), La Linterna Mágica Ombligo. En la actualidad trabaja en dos novelas, una en inglés y otra en español.

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