Cuaderno de espiral

Elogio del libro

El libro —afirma Pablo Luque Pinilla en este artículo— merece algo más que una juerguecita una vez al año.

/ Cuaderno de espiral / Pablo Luque Pinilla /

Arranco este texto con una inmensa resaca. La que me ha dejado las celebraciones del día del libro esta última semana, conviene aclarar. Una ingesta de alcoholes publicitarios y loas en torno al libro sin ni siquiera haberme acercado a la barra a pedir bebida alguna. Cualquier periódico digital, noticiario de televisión o radio, red social, grupo de guasap o inteligencia artificial ―y hasta natural― te la han puesto delante. No ha habido escapatoria. Obviamente el libro es un objeto amado, pero, como todo lo que te proponen en demasía, a destiempo y sin haberlo solicitado, acaba por suscitarte rechazo. En cualquier caso, no es una cuestión mayor, y a estas alturas uno lucha también con el hombre madurito y picajoso que le va creciendo dentro. De tal modo que, como en otras situaciones similares, he sopesado los hechos bajándome las gafas de cerca hasta la mitad de la nariz para ver más allá, mientras arqueaba las cejas y suspiraba. Un gesto que siempre me ha facilitado la aceptación de los excesos de fervor colectivo y, en este caso, también, ay, de celo comercial. Al fin y al cabo, el libro es un objeto querido, comentábamos, y por suerte la atracción que sentimos hacia él permanece en nosotros cuando la marea de la actualidad y las modas se retira, como sucede con todo cuanto es realmente estimado. Así que, abstrayéndome de la inercia generalizada, he acudido impuntual a la cita con la pasión de mis desvelos, el libro, o sea. Y una de las primeras cosas que, a la hora de ponerme a escribir, ha sacudido el madroño de mis entendimientos ha sido el recuerdo de una colaboración escrita hace ocho años, solicitada por la editorial Encuentro para la Feria del Libro de Madrid de 2013.

Reparaba en aquel artículo en un terceto de Dante destacado por Guardini en una hermosa conferencia pronunciada por el autor italoalemán en la universidad de Tubinga en 1948, titulada «Elogio del libro». Conferencia recogida por Encuentro en una deliciosa edición no venal, con motivo del veinte aniversario de su nacimiento como empresa editora. Un volumen con un diseño y maquetación cuidadísimos, y con una calidad de papel que te erizaba los sentidos mientras lo hojeabas. Reparaba, decíamos, en unos versos del inmortal florentino que también fueron citados en este cuaderno al final de una de sus entradas. Y que proceden del último canto de la Divina comedia, fragmento inagotable sobre el que vuelvo siempre que puedo para tener conversaciones con él, como las que puede tener el niño con su muñeco o con su amigo imaginario. La versión recogida en la publicación de la editorial madrileña traducía el terceto de la siguiente manera:

En sus profundidades vi que se contiene,
ligado por el amor en un volumen,
lo que por el universo está desencuadernado.

En ellos, Dante nos habla de la unidad con que percibimos cuanto existe, cuando es apreciado desde la experiencia del amor divino, y aprovecha la imagen del libro como almacén de la totalidad para subrayar el carácter unitario de lo real así contemplado. El libro como el registrador de la vivencia inagotable en la que se transforma la vida del hombre desde esta perspectiva espiritual, rubricando, indirectamente, un elogio del libro probablemente sin parangón en nuestra cultura. No en vano, Guardini refiere estas ideas en su conferencia con la imagen de este como «símbolo del Todo». Y lo complementa desentrañando los diferentes elementos que edifican el lenguaje. En su construcción encontramos las palabras y las frases. Las primeras aprehenden la realidad y la fundan, según nos enseña la tradición hebraica, donde la creación es una narración y las cosas existen solo cuando son nombradas. Y las segundas articulan el pensamiento, expresando un razonamiento sobre los hechos que desean contarse. De esta forma, el libro se convierte en trasmisor de conocimientos heredados, sin cuya función la cultura no avanzaría, en la misma medida que en notario de plurales e inagotables advenimientos contemporáneos.

Considerando el dolor de cabeza de mi resaca, ahora, mientras termino de hornear este artículo, compruebo cómo he ido aderezándolo, sin pretenderlo, con un condimento de saberes y experiencias que custodiaba. Aquellos que los libros me regalaron, asimilados como cultura y proyectados en la acción cotidiana ―la escritura de este texto, por ejemplo―. Y me reafirmo en que sí, en que el libro merece algo más que una juerguecita una vez al año.


Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es autor de los poemarios Cero (2014), SFO (2013) y Los ojos de tu nombre (2004), así como de la antología Avanti: poetas españoles de entresiglos XX-XXI (2009). Ha publicado poemas, críticas, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios españoles y ediciones bilingües italianas y el poemario bilingüe inglés-español SFO: pictures and poetry about San Francisco en Tolsun Books (2019). Asimismo, fue el creador y director de la revista de poesía Ibi Oculus y junto a otros escritores fundó y dirigió la tertulia Esmirna. Participa de la poesía a través de encuentros y recitales, habiendo intervenido, entre otros, en el festival de poesía Amobologna, que organiza el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Bolonia; el festival poético hispano-irlandés The Well, que se celebra en Madrid; o el ciclo El Latido, que organizara el Instituto Cervantes de Roma.

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