/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /
Hasta principios del siglo XX las mujeres permanecían ignorantes sobre su sexo hasta la noche de bodas. Ciertamente, esta no era la situación de los hombres, que recurrían a una moral paralela que implicaba la aparición de comportamientos sociales que tenían como base el prostíbulo. En realidad, la sexualidad masculina se manifestaba a través de un mercado oculto de prostitución y pornografía que compensaba la falta de imaginación de las fieles esposas en la cama.
Uno de los documentos más exhaustivos de esta doble moral victoriana fue una colección de diversos volúmenes que se publicaron en Gran Bretaña a partir de 1888 y que se denominaba My secret live, supuestas memorias de un autor desconocido que firmaba como Walter. Se trata de un trabajo enorme, un documento raro y valiosísimo para conocer la vida íntima de los prostíbulos londinenses, en los que su autor pasó, sin duda alguna, muchísimas horas.1
Al margen de la moral oficial dominante y de la moral alternativa proscrita, el nuevo siglo vio nacer y desarrollarse una serie de corrientes ideológicas que influyeron decisivamente en la evolución del concepto de sexualidad y, por lo tanto, de la cama. Nos referimos al desarrollo del pensamiento anarquista. En realidad, la sexualidad se construye también mediante el discurso ideológico y el discurso anarquista fue determinante. Hoy sabemos que la sexualidad es una construcción sociocultural y, por lo tanto, no se halla aislada ni de la ideología ni de la historia. En realidad, puede afirmarse que la sexualidad es una parte esencial del sistema social. El anarquismo intervino en la sexualidad al considerarla parte del proceso de cambio social que defendía. La mayoría de los teóricos anarquistas concebían la sexualidad y las relaciones sexuales como un hecho biológico natural, reprimido por una moral absurda e hipócrita que se basaba en conceptos judeocristianos, asociados a misoginia, al concepto de pecado y a la idea de perversión. Por esta razón, desde su perspectiva, la explotación de las mujeres, la desigualdad de trato, la sumisión a la que estaban condenadas, eran un quebrantamiento de la propia ley natural.2
La fórmula que tenían las tesis libertarias de enfrentarse a la moral burguesa era, en primer lugar, defendiendo la legitimidad del deseo sexual como un deseo natural, fuente de bienestar y de salud y, en segundo lugar, insistiendo en el carácter artificial de las normas de comportamiento sexual, que se fundamentaban en valores históricos absurdos y, en todo caso, modificables.
Por todo ello, los teóricos del anarquismo, sin grandes diferencias entre ellos, proponían una reforma de las prácticas sexuales basada en la ley natural. Por ello, en sus propuestas aparecía el concepto de amor libre, es decir relaciones sexuales libremente consentidas entre los individuos, al margen de cualquier forma de institucionalización. La libertad era la esencia de todo ello. Naturalmente todo este planteamiento era un ataque a la línea de flotación del pensamiento burgués y patriarcal, evidenciado por el ejercicio del poder masculino. Un texto libertario de los años treinta rezaba así:
«Queremos dejar de ser esclavos de los fuertes, pero, paradógicamente, no queremos dejar de ser tiranos de los débiles. Hay una cruz más pesada que la esclavitud económica de los asalariados, y es la esclavitud de la mujer, paria entre los parias, obrero sin salario y sin relevo, que está día y noche al servicio de su amo, llámese éste, marido, padre, hermano, tutor o amante. […] Consecuente con la nueva ética destinada a regir la nueva sociedad […] surgirá naturalmente una sola moral para los dos sexos y esa nueva moral no podrá admitir sino uno de estos dos términos: “mujeres castas para hombres castos” o “mujeres libres para hombres libres”; pero nunca el de “mujeres castas para hombres libertinos”. Pero lo primero es imposible, por ser contrario a la naturaleza sexual humana, razón por la cual ha fracasado en todos los pueblos donde se practica la extorsión legal del matrimonio monogámico; y como la única moral concebible para una sociedad que aspira a liquidar la mentira, el fraude, la simulación y la hipocresía como fundamento de sus costumbres sería la moral basada en las leyes supremas de la naturaleza; es claro que lo primero falla por su artificialidad».3
Por esta razón las tesis libertarias atacaban por igual las bases del matrimonio y la prostitución. Pero estas propuestas de liberación sexual requerían, a juicio de los teóricos del anarquismo, restringir voluntariamente la natalidad, y para ello se requería educación sexual. Esta idea surgía del neomalthusianismo, que, como es bien sabido, abogaba por un control de la natalidad. La adhesión del anarquismo a las tesis de Malthus quizás derivaba de una idea muy simple: si la natalidad es buena para el estado, no puede ser buena para el individuo. Se trataba de defender la idea opuesta a la del pensamiento burgués, aun cuando este pensamiento no era unánime y pensadores como Bakunin o Kropotkin no estaban de acuerdo. Los puntos fundamentales del programa ácrata sobre este tema fueron pues cuatro:
- Educación sexual y lucha contra la ignorancia en esta materia.
- Abolición de la prostitución y lucha antivenérea.
- Libertad sexual de la mujer.
- Maternidad consciente y control de la natalidad.
Por todo ello, la anticoncepción empezó a ser reivindicada como un derecho de la mujer4 y el neomalthusianismo una bandera importante que influyó sobre el pensamiento, dado que la familia numerosa que, a menudo, el estado propugnaba, con sus premios a la natalidad, era lo que condenaba a la miseria a muchas familias. Pero en el fondo era una forma de separar de manera efectiva procreación y placer sexual, defendía una maternidad libre y en el fondo incidía en la liberación de la mujer. Todas estas ideas fueron impregnando a sectores importantes de la sociedad occidental a principios de la década de los años veinte del siglo. Y así empezó a cambiar todo un poco…
1 Texto completo de la obra en <http://www.freeinfosociety.com/media/pdf/2674.pdf>.
2 Helena Andrés Granel: «Anarquismo y sexualidad», Germinal, abril 2008, p. 65-84.
3 Julio R. Barcos: «Una moral para los dos sexos», Generación Consciente, abril de 1929, p.169-170.
4 Isaac Puente: «Neomalthusianismo», Estudios, octubre de 1930, pp. 2-4.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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